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ciudad, y así se lo suplicó al emperador, hasta ofrecerle quinientas doblas con tal que en las dos primeras horas lo impidiese. ¿Pero podían ni el César ni los capitanes tener enfrenada la soldadesca una vez dentro en la ciudad? Así fué que no hubo medio de contener la matanza y el pillaje, en que se cebaron los soldados grandemente, siendo una de las cosas que sintió más Muley Hacen el destrozo de la magnífica librería, cuyas encuadernaciones é iluminaciones en oro y azul valían una suma inmensa.

Hizo, pues, Carlos V su entrada en Túnez el miércoles 21 de julio de 1535 (1). Hallaron allí muchas armas de las que los españoles habían perdido en la desastrosa jornada de los Gelbes, juntamente con el rico arnés dorado que fué del desgraciado don García de Toledo. Hiciéronse sobre diez y ocho mil esclavos, que se vendían á los más ínfimos precios. En cambio recobraron su libertad los doce ó diez y seis mil cautivos cristianos que allí tenía Barbarroja, muchos de ellos desde el tiempo de sus piraterías. Despachó el emperador pliegos á todas las naciones de la cristiandad participándoles su triunfo, y envió á España con cartas para la emperatriz al caballero portugués Jorge de Melo. Permaneció algunos días en Túnez para tratar con Muley Hacen las condiciones con que había de entregarle su antiguo reino, que fueron las siguientes:

1. Muley Hacen se obligaba á dar libertad á todos los cautivos cristianos que existiesen en su reino, y á no consentir que nunca ni por nadie fuesen maltratados.

2.a Ni él ni sus sucesores cautivarían jamás, ni consentirían cautivar cristianos de ninguno de los dominios del emperador, ni de los de su hermano don Fernando.

3. El rey de Túnez permitiría en su reino iglesias cristianas, sin que se estorbara la celebración de los oficios y culto católico.

4.

No consentiría vivir en sus tierras ningún moro de los nuevamente convertidos en Valencia y Granada.

5.

Cedía Muley Hacen al emperador y reyes de España las ciudades de Bona, Biserta y otras fuerzas marítimas que Barbarroja tenía usurpadas al reino de Túnez.

6.

Dejaba á Carlos y sus sucesores la posesión de la Goleta con dos millas de terreno en circunferencia, con la sola condición de que permitieran á los vecinos de Cartago sacar agua de los pozos de la torre llamada del Agua.

7.a Libre trato y circulación por todo el reino á los cristianos que guarneciesen la Goleta.

8. El rey de Túnez pagaría para el sostenimiento de la fortaleza doce mil ducados de oro anuales.

9. Todos los súbditos del emperador podrían comerciar libremente en el reino, teniendo un juez imperial para sus causas.

10.

Muley Hacen y sus sucesores pagarían al rey de España y los

(1) Sandoval ha tenido la curiosidad de observar la rara coincidencia, que el 16 de junio en que desembarcó el emperador en África, fué miércoles, que el 14 de julio, en que tomó la Goleta, fué miércoles también, y el 21, en que hizo su entrada en Túnez, fué igualmente miércoles.

suyos, todos los años perpetuamente el dia 25 de julio en reconocimiento. de vasallaje, seis buenos caballos moriscos y doce halcones, bajo las penas que de no cumplirlo se establecieron.

11. Mutua y perpetua amistad entre el emperador y sus sucesores y el rey de Túnez y los suyos, y libre negociación y comercio entre sus vasallos.

12. El de Túnez no recogería, antes se obligaba á echar de sus reinos todos los corsarios y piratas que anduviesen por el mar y fuesen enemigos del César (1).

Bajo estas condiciones, que firmaron los dos monarcas, con sus correspondientes testigos, y que se escribieron en español y en arábigo, dió Carlos posesión de su antiguo reino á Muley Hacen, que subiendo otra vez al trono por entre torrentes de sangre no podía prometerse ser mejor quisto que antes de sus vasallos, por más que el emperador le dijera al despedirse estas nobles palabras: « Yo gané este reino derramando la sangre de los míos; tú le has de conservar ganando el corazón de los tuyos: no olvides los beneficios que has recibido, y trabaja por olvidar las injurias que te han hecho.»>

En persecución de Barbarroja había enviado Carlos á Adán Centurión con algunas galeras, el cual se volvió sin atreverse á llegar á Bona. Avergonzóse Andrés Doria de aquella cobardía, y marchó él mismo con cuarenta galeras; mas cuando llegó á las aguas de Bona, ya Barbarroja se había fugado: tomó la ciudad y el castillo, y regresó dejando en él á Álvar Gómez con una compañía de españoles. De buena gana hubiera ido el emperador en seguimiento del famoso corsario hasta arrojarle también de Argel, pero hubo de desistir ante las consideraciones que le expusieron. Logrado, pues, el objeto de su expedición, despidió las flotas de Portugal y Castilla, y dejando por alcaide y gobernador de la Goleta á don Bernar dino de Mendoza con mil veteranos españoles, dióse á la vela con el resto de las naves la vía de Italia, arribó á Trápani, ciudad de Sicilia (20 de agosto), y de allí á Monreal y Palermo, donde fué recibido con las demostraciones más solemnes de público regocijo.

De tal modo el resultado de esta ruidosa expedición hizo subir de pun to la fama de Carlos V, que su gloria, como dice un entendido historiador, «eclipsó la de todos los soberanos de Europa, pues mientras los demás príncipes no pensaban sino en sí mismos y en sus particulares intereses, Carlos se mostró digno de ocupar el primer puesto entre los reyes de la cristiandad, toda vez que aparecía cifrar todo su pensamiento en defen der el honor del nombre cristiano, y en asegurar el sosiego y la prosperi dad de Europa. >>

(1) Dumont, Corps. Diplomat. t. II.-Sandoval, Hist. del Emperador, lib. XXII.

CAPÍTULO XX

EL EMPERADOR EN FRANCIA.-NUEVAS GUERRAS CON FRANCISCO I

De 1529 á 1538

Comportamiento de Francisco después de la paz de Cambray.-Busca enemigos al emperador.-Desatentada política del francés.—Suplicio horrible de herejes: irrita á los príncipes reformistas á quienes había halagado.—Marcha contra Milán.— Despoja al duque de Saboya.-Acógese éste á la protección del emperador.-Pretende el francés suceder al duque Sforza en el Milanesado.-Solemnísima declaración de guerra hecha á Francisco I por el emperador en Roma, en plena asamblea del papa, cardenales y embajadores: reto arrogante.—Entrada del emperador con grande ejército en Francia: imprudente confianza de Carlos.-Atinadas medidas de Francisco para la defensa de su reino.-Comprometida situación del ejército imperial.-Retirada deshonrosa.—Muerte del famoso capitán Antonio de Leiva.—Vuelve Carlos V á España.-Guerras de franceses é imperiales en Flandes Ꭹ Lombardía.-Intervención de dos reinas en favor de la paz.-Treguas.-Alianza de Francisco I con el sultán de Turquía contra el emperador.-Formidable armada turca en las costas de Italia. -Barbarroja y Andrés Doria.-Negóciase la paz entre Carlos y Francisco.-Buenos oficios del papa y de las dos reinas.-Tratado de Niza.-Tregua de diez años.-Célebre entrevista de Carlos y Francisco en Aguas-Muertas.-Se abrazan, y se separan amigos. Resultado de estas guerras.

Un soberano había también en Europa que en vez de alegrarse de los triunfos de Carlos V, no sólo los oía con envidia, sino con pena, y aun procuraba servirse de ellos como de arma para concitar los recelos y sospechas de las demás naciones sobre su desmedido engrandecimiento y sobre sus designios, como había aprovechado su ausencia para trabajar en suscitarle compromisos y enemigos.

Este soberano era Francisco I de Francia, su eterno rival, que humillado y mortificado desde la paz de Cambray (1527), alimentaba en secreto su antiguo odio á Carlos, y no había cesado de buscar ocasiones y pretextos para ver de recobrar su perdida influencia y vengar las humillaciones recibidas del emperador. Un agravio que el duque de Milán Francisco Sforza le hizo en la persona de su embajador (1), le dió motivo para amenazar á Sforza, para quejarse agriamente al emperador, suponiéndole autor de aquel ultraje, y para apelar á todos los príncipes de Europa contra Carlos, de quien no pudo alcanzar satisfacción (1533). Pero sus gestiones fueron inútiles. El pontífice Paulo III que había sucedido á Clemente VII, quiso mantenerse neutral en las cuestiones de los dos monarcas, y Enrique VIII de Inglaterra no se prestaba á favorecer á Francisco, mientras éste no se emancipara como él de la obediencia á la silla apostólica. Entonces el monarca francés, en su ciega indignación, se precipitó en una marcha política incomprensible, contradictoria, y á todas luces desaten

(1) El caballero milanés Merveille, á quien el duque hizo condenar á pena capital por muerte dada en una disputa á un criado suyo.

tada. Quiso hacerse partido con los príncipes protestantes de la liga de Smalkalde (1), halagando sus doctrinas, y á este objeto envió á Alemania á Guillermo Du Bellay, y aun invitó á Melancton, el más moderado y pacífico de los reformadores, á que pasase á París para tratar el medio de avenir las sectas reformistas que desgraciadamente desunían á la Iglesia. Y en los momentos que Carlos V proyectaba en favor de la cristiandad su expedición contra Barbarroja (1534), Francisco daba audiencia pública á un enviado del Gran Turco, y manejábase de modo que llegó á entablar, en odio al emperador, inteligencias secretas con el sultán y con el famoso corsario.

Mas para desvanecer las vehementes sospechas que de poco afecto á la Iglesia católica daba con tan imprudentes pasos, determinó hacer un alarde público de celo religioso, pero llevándolo á tal extremo que le colocó en otra situación no menos comprometida y grave. Unos protestantes franceses, sectarios de Zuinglio (que ya la reforma había penetrado también en Francia), habían fijado en París á las puertas del palacio real y de otras casas principales unos carteles indecorosos, insultando los más venerables dogmas y artículos de la religión. Aprovechó el rey aquella ocasión para dar un testimonio público de que era un celoso católico y un verdadero rey cristianísimo. Mandó hacer una procesión solemne, llevando al Santísimo Sacramento por las calles de París, en la cual iba toda la real familia, y marchaba él mismo á pie, con la cabeza descubierta y una hacha encendida en la mano (enero, 1535). Después de la procesión exhortó al pueblo á permanecer en la fe católica, y añadió con enérgico lenguaje, que era tal su aborrecimiento á la herejía, que castigaría con la muerte á sus mismos hijos si de ella estuviesen infestados, y que si sintiese una de sus manos contaminada, se la cortaría con la otra. Y como se hubiese descubierto á seis de los autores de los pasquines, los hizo quemar pública y bárbaramente, mandando que se ejecutase lo mismo con todos los que hubiese en el reino (2).

Con esto irritó á los príncipes de la liga de Smalkalde, á quienes había tratado de halagar, y que nunca tuvieron confianza en las declaraciones del monarca francés; de modo que no le fué posible ya hacerlos amigos, por más artificios y por más esfuerzos que para ello empleara el enviado Du Bellay. Aun el mismo elector de Sajonia, el más acalorado reformista, no permitió ya á Melancton hacer el viaje á Francia, bien que le lisonjeara verse llamado por un soberano tan poderoso.

Sin embargo de no hallar el rival de Carlos apoyo alguno en los príncipes, no por eso renunció á su deseo de suscitar embarazos al emperador

(1) Para la mejor inteligencia de estos sucesos, conviene mucho recordar los capítulos XIV y XVI del presente libro.

(2) Decimos bárbaramente, pues según Sandoval, los suplicios se ejecutaban atando á los sentenciados á una máquina que los levantaba en el aire: debajo se encendía un fuego vivo en el cual se los dejaba caer para que se tostaran un poco: luego se los volvía á levantar, hasta que finalmente, el verdugo cortaba la soga y caían dentro del fuego hasta convertirse en ceniza. Hist. de Carlos V, lib. XXII, núm. 49.-¡Y los franceses de aquel siglo proferían invectivas contra la Inquisición española!

y á su afán de dominar en Italia, haciendo marchar su ejército á este país, primeramente contra el duque de Milán, cuyo ultraje no quería dejar sin venganza, y después contra el duque de Saboya, cuñado y aliado íntimo del emperador, á quien comenzó á despojar de sus Estados, ale gando el derecho que decía tener á ellos por su madre Luisa de Saboya, y renovando todas las antiguas reclamaciones de la corona de Francia. Débil como era el saboyano para resistir á tan poderoso monarca como el francés, tuvo que sufrir el despojo de la mayor parte de sus tierras, no quedándole otro recurso que acogerse á la protección de su deudo y amigo el emperador, que acabando de llegar de África no podía auxiliarle con la presteza que quisiera.

La muerte sin sucesión del duque Francisco Sforza acaecida por este tiempo (octubre, 1535), añadió nuevo y más vivo fuego á las rivalidades entre el emperador y el monarca francés sobre la eterna cuestión del Milanesado, pretendiendo Francisco que volviese á la corona de Francia, por más que ocho años antes hubiera renunciado solemnemente todo derecho á Milán y á Nápoles (1), y tomando Carlos posesión del ducado vacante, como feudo del imperio, y alzándose por él pendones en Milán Entretuvo no obstante el emperador al rey de Francia con astuta política, ha ciéndole concebir alternativamente esperanzas de dar la investidura de aquel ducado, ya al duque de Orleáns, su segundo hijo, ya al de Angulema, su hijo tercero, y guardando una conducta ambigua, mientras secretamente se preparaba á hacerle la guerra, concertándose con Venecia y los cantones suizos, y levantando hombres y recursos en abundancia, de Nápoles, de Sicilia, de España, de Alemania y de Flandes, que todos le facilitaron con el mayor placer, por el prestigio que entonces acompañaba su nombre.

En efecto, Carlos á su regreso de Túnez había sido festejado en toda Italia con cuantas manifestaciones de público regocijo podía inspirar el más loco entusiasmo. Las fiestas de Nápoles excedieron á todo lo que en aquella población se había visto en ningún tiempo, compitiendo todas las clases á porfía, desde el clero episcopal y la alta nobleza hasta los artesanos más humildes, en agasajarle con procesiones, banquetes, saraos, mascaradas, corridas de toros á estilo de España, y con todo lo que la fecunda imaginación de los napolitanos podía inventar de más fastuoso, y agotando su talento los oradores y poetas de Italia para derramar el incienso de las alabanzas y ensalzar la grandeza y las victorias del César. En el camino de Nápoles á Roma, y principalmente en su entrada en la ciudad de los césares y de los pontífices, su recibimiento no fué menos ostentoso que el de los antiguos triunfadores romanos (5 de abril, 1536). Veintidós cardenales y multitud de arzobispos, obispos, abades, clérigos, nobles, magistrados y ciudadanos, salieron fuera de los muros de la ciudad santa á ofrecerle su respetuoso homenaje. La comitiva imperial iba vestida de toda gala con ricas telas de seda y oro. Marchaba delante el senado y cancillería romana, y detrás el emperador debajo de palio, cuyas

(1) Documentos del Archivo de Simancas.-Tratado de Madrid de 1527.—Sandoval, Hist., lib. XXII, núm. 48.

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