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estado presente y general del reino y comunicar sobre ello con los procuradores. Su Majestad se negaba obstinadamente. Por último, un día se presentó á la junta de los grandes el cardenal de Toledo (25 de noviem. bre) con algunos miembros del consejo del rey, á decir de parte de Su Majestad la obligación que había de servirle y que el tributo de la sisa era el que resueltamente pedía como el más conveniente y menos gravoso al reino; y finalmente que S. M. mandaba que cada uno diera públicamente su voto, de viva voz, y no de otra manera.

Entonces fué cuando el condestable de Castilla, don Iñigo López de Velasco, uno de los que mayores servicios habían hecho al emperador, pronunció ante la junta de la grandeza estas valientes y vigorosas palabras:

«Señores, pues S. M. nos manda que votemos públicamente en lo de la sisa, y que libremente diga cada uno su parecer... lo que, señores, entien do en este negocio es, que ninguna cosa puede haber más contra el servi cio de Dios y el de S. M. y contra el bien de estos reinos de Castilla, de donde somos naturales, y contra nuestras propias honras, que es la sisa. Contra el servicio de Dios, porque ningún pecado deja de perdonar, habiendo arrepentimiento de él, sino el de la restitución, que no se puede perdonar sin satisfacción: la cual no podríamos hacer, á mi parecer, de daño tan perjudicial como éste para honra y hacienda de tanta manera de gente. Para S. M. ningún deservicio puede ser igual del que se le podría recrecer de esto. Y aunque se podrían dar muchos ejemplos de levantamientos que en tiempos pasados hubo en estos reinos con pequeñas causas, yo no quiero decir sino del que ví y vimos todos de las comunidades pocos años ha, que fué tan grande con muy liviana ocasión, que estuvo S. M. en punto de perder estos reinos, y los que le servimos, las vidas y las haciendas. No sé yo quién se atreva con razón á decir que no podría agora suceder otro tanto; y la buena ventura que Dios nos dió á los que vencimos y desbaratamos la comunidad, no se puede tener por cierto que la tendríamos, si otro tal caso acaeciese; y los grandes prínci pes se han de excusar de dar ocasión para que sus vasallos les pierdan la vergüenza y acatamiento que les deben cuanto en ellos hay... Y no se ha de hacer poco fundamento de los alaridos y gemidos que entre toda la gente pobre habría sobre esto: y pues estos tales no pueden suplicar á Su Majestad nada sobre esto, nosotros que podemos verle y hablarle es muy gran razón que supliquemos por el remedio de semejantes cosas, que nos hizo Dios principales personas en el reino, que no vivimos para que fuésemos solos nosotros, sino para que con toda humildad y acatamiento suplicásemos á S. M. lo que toca á la gente pobre como á su rey y señor natural...>>

Dijo además en su razonamiento, que si el emperador solía guardar las leyes y costumbres de otros sus reinos y señoríos, no hallaba razón para que no respetara y guardara mucho más las costumbres y libertades de los castellanos, que le habían servido con más lealtad que nadie. Declamó contra los perjuicios que la sisa haría á los vasallos de todas las clases, y expuso que con respecto á la nobleza, sería una deshonra para ellos y sus descendientes consentir en hacerse pecheros; que si S. M. ofre

cía que el impuesto sería temporal, no estaba seguro de que sus sucesores ó acaso él mismo no quisieran perpetuarle. «Y por todas estas razones (concluía) y otras muchas que se podrían dar, digo que se suplique á S. M. mil veces, si tantas lo mandare, que no haya sisa. Y que yo no la otorgo nj soy en otorgalla, y que fuera de sisa á mi parecer será muy bien que se busquen todos los otros medios que fueren posibles para que S. M. sea servido... Los cuales tengo por cierto que se hubieran hallado si nos hubiéramos comunicado con los procuradores. Y que asimismo se suplique á S. M. que trabaje de tener paz universal con todos por algún tiempo. Que aunque la guerra de infieles sea tan justa, muchas veces se tiene paz con ellos, como la tuvieron reyes de Castilla... y que su real persona resida en estos reinos; y que modere los gastos que tuviese demasiados con los que tuvieron los Reyes Católicos; que no aprovecharía algún servicio que á S. M. se hiciese, si no hace lo que es dicho, antes serían muy mayores cada día sus necesidades; que por el camino que vino á tenellas se han de ir desechando á mi parecer. >>

El que con esta entereza y energía hablaba era el condestable de Castilla, el adversario más terrible que habían tenido las comunidades, y el que más trabajó por la destrucción de la causa popular y por la derrota de los comuneros. Ahora conocía que auxiliando desmedidamente á Carlos en 1520 para la opresión de las ciudades, le había colocado en posición de aspirar á deprimir la nobleza en 1538. Ahora invocaba el apoyo del estado llano contra las pretensiones del poder, y el poder no le permi-: tía ni siquiera comunicarse con los procuradores. Y ahora que la corona atentaba á los privilegios de la nobleza, la nobleza se sublevaba enérgicamente, pidiendo casi lo mismo que entonces habían pedido con más justicia y necesidad el pueblo y las ciudades.

Siete horas duró aquella sesión. Todos los magnates se adhirieron al parecer del condestable, y redactaron una propuesta pidiendo al rey que no se hablara más de la sisa; y que para arbitrar otros medios se comunicaran con ellos los procuradores. Además le presentaron otro escrito, de letra del conde de Ureña, pidiéndole que suspendiera las guerras que traía y que residiera en el reino; que sólo así se moderarían los gastos que aquéllas ocasionaban, la salida que producían de tan inmensas sumas de dinero, y las vejaciones y agravios que todas las clases sufrían; y que de otra manera todos los brazos ó estamentos del reino, pues que á tudos competía, acordarían de común consentimiento el remedio que más conviniera para desempeñar su patrimonio y cubrir sus deudas. Lejos de desistir por esto el monarca, contestó á su nombre el cardenal de Toledo presentando al estamento otro papel recomendando despachasen brevemente lo de la sisa. Otra comisión de diez individuos de la nobleza fué encargada de responder al escrito imperial (28 de diciembre, 1538), y lo hizo insistiendo en los mismos capítulos y condiciones que la anterior, mereciendo su dictamen la aprobación general del estamento, á excepción del duque del Infantado, del de Alba y algunos otros.

Finalmente, después de muchas contestaciones, el 1.° de febrero (1539) entró el cardenal de Toledo don Juan Tabera en el salón de la asamblea, é intimó á los próceres que S. M. Imperial declaraba disueltas las cortes:

<pues viendo lo que se ha hecho (dijo), le parece que no hay para qué detener aquí á vuestras señorías, sino que cada uno se vaya á su casa, ό á donde por bien tuviese (1).» Acabada la plática, preguntó el cardenal á los ministros que habían ido con él si se le había olvidado algo, y respondieron que no. Entonces el condestable y el duque de Nájera añadieron: «Vuestra señoría lo ha dicho tan bien, que no se le ha olvidado cosa alguna.» Levantóse la sesión, y se dieron las cortes por disueltas.

Desde esta fecha no volvieron á ser llamados á cortes los grandes señores y caballeros, bajo el pretexto de que al tratarse de los impuestos y tributos públicos no podían votar en la materia los que estaban exentos de pagar las gabelas.

Excusado es decir lo enojado que quedaría el emperador de la firme y obstinada negativa de los próceres castellanos. Cuéntase que entre él y el condestable se cruzaron palabras duras y desabridas, especialmente por parte del monarca, y que no queriendo dejar de responderle el condestable con firmeza, aunque con cortesía, llegó el emperador en su enojo á amenazarle con que le arrojaría por la galería por donde platicaban, á lo cual dicen replicó sin alterarse el magnate castellano: Mirarlo ha mejor Vuestra Majestad, que si bien soy pequeño peso mucho (2).

Tuvo, pues, el emperador, para ver de recabar del reino algún subsidio, que dirigir cartas á las ciudades como en súplica, exponiendo á cada una la necesidad y urgencia que de él tenía, apelando á su lealtad, y aun á algunas conminándolas con su desabrimiento y enojo (3). «Todos estos disgustos, dice el historiador prelado, recibía el emperador; y sus vasallos no se los daban por mala voluntad que tuviesen, sino porque los gastos eran grandes y el reino estaba demasiadamente cargado; que los tesoros que las guerras consumían, y el sustento del imperio de Carlos, y de sus Estados y reinos, casi los pagaba Castilla.»>

Faltábale todavía á Carlos V oir verdades aun más amargas que las que había escuchado, y no ya de boca de ningún magnate ó de algún personaje político á quien pudiera atribuirse un fin interesado, sino de boca de un hombre rústico, y tanto más fuertes cuanto que eran la expresión ingenua de la fama pública y del convencimiento propio, emitida con candidez y sin intención.

Sucedió, pues, que disueltas las cortes de Toledo, vino el emperador á Madrid, y de aquí al Pardo á distraer el mal humor con el ejercicio de la montería; y habiéndose apartado de su comitiva por perseguir á un venado, vino á matarle sobre el camino real, á tiempo que pasaba un labriego que llevaba una carga de leña sobre un asno. Invitóle el emperador á que llevara el venado á la villa, ofreciendo pagarle más de lo que la leña valiera. El rústico sin sospechar con quien hablaba, le dijo con cierto donaire: «¿No veis, señor, que el ciervo pesa más que la leña y el jumento

(1) Cuadernos de Cortes de Castilla.-Sandoval, Hist. de Carlos V, lib. XXIV. (2) El obispo Sandoval, que refiere este caso, dice haberlo oído á quien le crió que se halló en aquellas cortes. Lib. XXIV, núm. 8.

(3) Carta del emperador á Pedro de Molgosa, regidor de Burgos: en Toledo, á 7 de febrero de 1539.

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FACHADA DEL NORTE Y LEVANTE DEL ALCÁZAR (TOLEDO). - COPIA DIRECTA DE UNA FOTOGRAFÍA

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