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CASA AYUNTAMIENTO DE SEVILLA (COPIA DIRECTA DE UNA FOTOGRAFÍA)

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Entrada de Carlos en Valladolid.-Cortes.-Firme y digna actitud de los procuradores. -Condiciones que le ponen para la jura.-Cláusulas del juramento.-Peticiones notables de las cortes.-Grave descontento de los castellanos con el nuevo rey, y sus causas.-El infante don Fernando es enviado á Flandes.-Pasa Carlos á Aragón. -Dificultades para su reconocimiento.-Es jurado en cortes.-Paz con Francia.— Triunfo de españoles en los Gelbes.-El rey en Cataluña.-Resistencia de los catalanes á reconocerle en vida de su madre.- Es al fin jurado como en Castilla y Aragón.

Dejamos en el último capítulo del anterior libro al joven príncipe-rey Carlos de Gante, recién venido á España, en el convento del Abrojo, esperando que se concluyeran los preparativos para su entrada pública en Valladolid. Hízola el 18 de noviembre (1517) con gran pompa, saliendo á recibirle su hermano el infante don Fernando, el condestable, el duque de Alba, el marqués de Villena, el conde de Benavente y otros muchos nobles castellanos. Aposentóse el rey en las casas de don Bernardino Pimentel, y agasajáronle con justas y torneos, en que tomó parte el mismo rey, joven entonces de diez y ocho años no cumplidos, y en que jugaron las lanzas tan de veras que algunos caballeros quedaron heridos y quebrantados, y otros tuvieron sus vidas en gran peligro.

Aunque Carlos había sido proclamado y se titulaba rey, faltábale el reconocimiento formal y solemne de las cortes, y el juramento mutuo que se acostumbraba á hacer en ellas en el principio de cada reinado. Bien hubieran querido los flamencos esquivar esta formalidad para ellos embarazosa é impertinente; mas como viesen á los castellanos resueltos á no renunciar á esta antigua y veneranda costumbre, expidióse en diciembre la convocatoria para enero del año próximo (1518). Lo que principalmente había que deliberar era, si se había de reconocer y alzar á Carlos por rey viviendo su madre doña Juana, reina legítima y propietaria, que era caso nuevo y desusado en Castilla, y si se le había de prestar juramento antes que él jurase guardar los capítulos de las anteriores cortes.

Congregados, pues, los procuradores de las ciudades en el convento de San Pablo de Valladolid (enero, 1518), desde la primera sesión preparatoria se mostraron altamente ofendidos los castellanos al ver que asistían como presidentes á nombre del rey, en unión con el obispo de Badajoz, don Pedro Ruiz de la Mota, y con el letrado don García de Padilla, dos consejeros flamencos, uno de ellos Sauvage, á quien Carlos había nombrado gran canciller de Castilla después de la muerte de Cisneros. Hízose intérprete del general disgusto el diputado por Burgos doctor Juan Zumel, hombre enérgico, vigoroso y firme, el cual protestó resueltamente á

Países Bajos

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nombre de todos contra la asistencia de extranjeros á las cortes, diciendo que los naturales del reino lo recibían como agravio y afrenta, y de ello pidió testimonio. No intimidaron al digno diputado las conminaciones que al día siguiente le hizo el gran canciller flamenco; y como le reconviniese por andar induciendo á los procuradores á que no jurasen á Su Alteza hasta que él primeramente jurase guardar las libertades, privilegios, usos O y buenas costumbres del reino, Zumel respondió con entereza que todo era verdad. Amenazóle entonces el canciller con que le haría prender como á deservidor del rey y como á reo incurso en pena de muerte y de confiscación de bienes, á lo cual el representante de Burgos replicó sin alterarse, que nada temía si se le hiciese justicia, y que tuviese por cierto que no sólo no sería Su Alteza jurado sin que él jurase primero lo susodicho, sino que el reino estaba resuelto á no permitir que Chievres y otros extranjeros le arrebatasen, como lo hacían, sus tesoros. Agrióse con esto la disputa, y se separaron desabridos y enconados.

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JUANA Y CARLOS I

Movidos los demás procuradores, así por un sentimiento de dignidad propia, como por las excitaciones del valeroso burgalés, hicieron causa común, y formularon una petición al rey, exponiéndole lo que el reino quería y deseaba en el propio sentido en que había hablado el diputado por Burgos. Vencidas no pocas dificultades para entregarla al ministro Chievres, manifestó éste gran extrañeza de que se anticiparan á hacer peticiones al rey antes de saber lo que él les pensaba ordenar. «Bueno es, contestó á esto el enérgico Zumel, que S. A. esté advertido de lo que el reino quiere y desea, para que haciéndolo y observándolo se eviten contiendas y alteraciones.» Continuaron por unos días las conferencias, tratos y reuniones, ya de los diputados entre sí, ya de éstos con los ministros y consejeros de Carlos. Un día fué llamado Zumel solo á casa del canciller Sauvage; creyeron muchos que sería para prenderle, y se fueron hasta

la puerta de la cámara; pero redújose todo á un animado diálogo, en que el flamenco usó de ásperas palabras y de amenazas fuertes, y en que el castellano volvió á mostrar su inflexible entereza. Por último, después de muchas contestaciones y altercados entre unos y otros, al ver la vigorosa actitud de los representantes de Castilla, el rey se decidió á prestar el juramento tal como se le habían pedido.

Abierta la sesión regia (5 de febrero), y pronunciado que hubo el obispo de Badajoz un largo razonamiento sobre la vida y antecedentes del rey y sobre sus alianzas y relaciones con otros Estados, acto continuo los procuradores sin más responder le presentaron la fórmula del juramento. Carlos de Austria juró explícitamente guardar y mantener los fueros, usos y libertades de Castilla. Mas como pareciese esquivar otra de las cláusulas en que se contenía que no había de dar empleos ni oficios á extranjeros, el doctor Zumel insistió en que jurase también aquello en términos explícitos, á lo cual respondió el rey un tanto demudado: esto juro. Frase que no acabó de aquietar todavía á los procuradores, y que algunos tuvieron por ambigua, como si quisiese referirse á lo que antes había jurado, pero cuyo laconismo puede sin duda atribuirse á la dificultad que Carlos tenía en expresarse en lengua castellana. Con esto el domingo siguiente (7 de febrero) juráronle solemnemente todos los procuradores, prelados, grandes y caballeros del reino inclusos sus hermanos don Fernando y doña Leonor, que fueron los primeros. Acordóse en aquella sesión que todas las provisiones reales fuesen firmadas por doña Juana y don Carlos, precediendo siempre el nombre de la reina, como propietaria, y que si en algún tiempo recobrase doña Juana la razón, reinaría y gobernaría ella sola, quedando Carlos como príncipe de España solamente: testimonio grande del amor que los castellanos profesaban á su reina legítima, y de la repugnancia con que juraban á un hijo nacido y criado en tierra extraña, en vida de su madre, natural de estos reinos. Acto continuo otorgaron los procuradores al nuevo monarca un servicio extraordinario de doscientos cuentos de maravedís, pagaderos en tres años, y á condición de que hasta cumplirse este plazo no se pidiesen más tributos sino en caso de una necesidad extrema: cantidad por cierto la más considerable que se había concedido á ningún rey de Castilla (1).

En estas cortes se hicieron al rey por parte de los procuradores de las ciudades hasta ochenta y ocho peticiones, de las cuales algunas fueron demasiado notables para que podamos pasarlas en silencio, tales como las siguientes:

1. Que la reina doña Juana fuese tratada como correspondía a quien era señora de estos reinos: 2.a Que el rey se casase lo más brevemente posible, para que el reino pudiese tener sucesión segura: 3.a Que hasta tanto que esto sucediese, no saliera del reino el infante don Fernando: 4.a Que confirmara el rey las leyes, pragmáticas, libertades y franquicias de Castilla, y jurara no consentir que se pusiesen nuevos tributos: 5.° Que no se diesen á extranjeros oficios, beneficios, dignidades, ni gobiernos, ni cartas

(1) Sandoval, Historia de Carlos V, lib. III, párr. 1 al 10.-Mártir, epist. 608.— Robertson, Hist. de Carlos V, lib. I.

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