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nates, á pesar de su reciente triunfo, se hallaban aún en peor situación que los plebeyos, porque éstos ó se remediaban con la hacienda de los mismos nobles, ó percibían algunos donativos voluntarios de las ciudades federadas. De todos modos, imperiales y comuneros asaltaban y robaban en caminos y poblaciones. Urgía un remedio á tan grave mal. El obispo Acuña ganó mucho crédito en Valladolid castigando á los saqueadores de las casas y haciéndoles restituir lo hurtado. La Junta de los procuradores, que refugiada en aquella ciudad había vuelto á abrir sus sesiones, publicó un pregón imponiendo pena de muerte á los que robaran en el campo, y el almirante expidió una orden igual para los suyos en Tordesillas y Simancas.

Aun con la defección de Burgos y la pérdida de Tordesillas quedaban todavía pujantes los comuneros; tenían muchas más fuerzas que los regentes y magnates, contaban con más recursos, y podían reponerse más fácilmente de un contratiempo. Así fué que no tardaron en acudirles refuerzos de Salamanca, de Toro, de Ávila y de Zamora. Por tanto, cuando el almirante, que no se cansaba de procurar y proponer la paz, escribió á Valladolid exhortando á la Junta y aun intimándola que hiciese cesar la guerra, la Junta no sólo no le contestó, sino que hizo un acuerdo prohibiendo recibir carta alguna que viniese de los regentes ó de los grandes, y en un arranque de arrogancia resolvió seguir haciéndoles todo el daño posible. Los próceres por su parte se limitaron con mucha prudencia á guarnecer y fortificar los lugares que poseían en un pequeño radio, y á mantener expedita la comunicación de Tordesillas, donde se hallaban la reina doña Juana, el cardenal, el almirante y el conde de Haro, con Burgos, donde estaba el condestable con el consejo. El principal de aquellos puntos era Simancas, así por su natural fortaleza, como por su posición intermedia entre Valladolid y Tordesillas. Allí fueron destinados el conde de Oñate como caudillo, y como capitán de la gente de á caballo el de Alba de Liste. En la guerra de combates parciales que se sostuvo aquel invierno entre comuneros é imperiales y en que el obispo Acuña ganó algunas victorias y tomó algunas villas, Simancas, población realista desde el principio, era el padrastro de Valladolid, que se había hecho el núcleo de la revolución de las comunidades. Todos los días ocurrían encuentros, escaramuzas, insultos, muertes, y aun ataques y peleas formales entre los de una y otra población, que se miraban y trataban como irreconciliables enemigos; y entonces pudieron conocer los comuneros con cuánta imprevisión habían obrado sus caudillos en no haberse apoderado de aquella villa cuando lo tuvieron en su mano, y cuán torpes anduvieron en no calcular el daño que de ella habrían después de recibir y la mala vecindad que les había de hacer (1).

Grandemente reanimó á los populares y gran júbilo les dió la noticia que tuvieron, apenas entrado el año 1521, de que Juan de Padilla había

(1) El licenciado Cabezudo, en su obra inédita de Antigüedades de Simancas, refiere la multitud de choques, algunos bastante porfiados y sangrientos, que casi diariamente sostenía la gente de Simancas con la de Valladolid, y de incidentes curiosos que darían materia abundante para una historia particular.

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Jos que estaban en poder de los del pueblo.

Dábanle que hacer por fuera los pueblos de las Merindades, y otros de las provincias de Vizcaya, Álava y Navarra, que hacía tiempo andaban

(1) Gonzalo de Ayora, Hist. de las Comunidades, cap. XXXVII.-Mejía, lib. II, capítulo XIV.-Maldonado, Movimiento de España, lib. VIII.

TOMO VIII

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(1) El licenciado Cabezudo, e

re la multitud de choques, algunos bastante porfiados y sangrientos, que casi diariamente sostenía la gente de Simancas con la de Valladolid, y de incidentes curiosos que darían materia abundante para una historia particular.

vuelto á salir á campaña y dirigídose á Medina al frente de dos mil toledanos. Golpe era este de mal agüero para los nobles, y hubiéralo sido mucho más si Padilla y Acuña hubieran llevado el plan que concibieron de marchar en combinación sobre Tordesillas, arrojar de allí á los regentes y magnates y trasladar la reina á otro punto de menos peligro. Pero desbaratóse el proyecto por las vacilaciones que en los momentos críticos entorpecían siempre y desvirtuaban las operaciones de los comuneros, y uno y otro se fueron á Valladolid, burlando mañosamente la vigilancia de los de Simancas. Recibieronlos en aquella ciudad con grande entusiasmo, y tratóse luego de proveer la plaza de general en jefe de las tropas de la comunidad que la deslealtad de don Pedro Girón había dejado vacante. La Junta de los procuradores quería investir con este cargo á su presi dente don Pedro Laso de la Vega, que en verdad era más experto y tenía más suficiencia que Padilla, pero era mucho menos simpático. El pueblo. por el contrario, amaba á Padilla con delirio, y sin tener en cuenta sus anteriores errores y su mayor ó menor capacidad, no veía en él sino el campeón decidido de su causa, y le aclamaba general con frenético empeño. Padilla en esta ocasión se condujo con la mayor nobleza y galantería con su compatriota Laso, ensalzando sus buenas prendas, recomendando su mayor aptitud para el mando, y exponiendo y esforzando la conveniencia de su nombramiento. Alborotado y tumultuado el pueblo nada oía y á nadie escuchaba; las arengas del mismo Padilla eran interrumpidas y las reflexiones de la Junta menospreciadas; no se oía otro grito por las calles que el de ¡Viva Juan de Padilla! La Junta tuvo que transigir, con no poco desprestigio de su autoridad, y Juan de Padilla quedó nombrado capitán general por aclamación. Desde entonces don Pedro Laso de la Vega comenzó á irse desviando de la causa de los comuneros y á irse arrimando disimuladamente á la de los nobles, de la que había de acabar por ser partidario (1).

Buena ocasión se presentaba á los jefes de los comuneros para su nueva campaña, puesto que el más temible de los tres gobernadores, el condestable don Iñigo de Velasco, que permanecía en Burgos, tenía harto á que atender con los alborotos de dentro y fuera de la ciudad. Produjeron los de dentro los despachos que llegaron del emperador otorgando á los burgaleses tan sólo una mínima parte de los derechos y exenciones que ellos, y el condestable en su nombre, habían pedido, y bajo cuya condición se habían sometido á la obediencia real. Llamáronse con esto á engaño los vecinos, y los más valerosos se reunieron con resolución de echar al condestable de la ciudad. Gracias á los oportunos socorros que le enviaron el duque de Medinaceli y otros grandes, y merced al soborno de los procuradores del común y á la traición del alcaide que los populares tenían en la fortaleza, logró restablecer su autoridad y rescatar sus dos hijos que estaban en poder de los del pueblo.

Dábanle que hacer por fuera los pueblos de las Merindades, y otros de las provincias de Vizcaya, Álava y Navarra, que hacía tiempo andaban

(1) Gonzalo de Ayora, Hist. de las Comunidades, cap. XXXVII.-Mejía, lib. II, capítulo XIV.-Maldonado, Movimiento de España, lib. VIII.

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alborotados, movidos por el conde de Salvatierra, hombre turbulento y altivo, de condición recia y desapacible, que por disensiones domésticas después de haberse indispuesto con la corte de los reyes se había rebelado contra el condestable, y al abrigo de las turbulencias de Castilla andaba desmandado y traía revueltas aquellas comarcas. Aunque la causa del conde de Salvatierra era diferente de la de las comunidades, la Junta y los caudillos de éstas procuraron traerle á su partido, y veníale grandemente al orgulloso magnate su apoyo; de modo que recíprocamente podían auxiliarse y servirse contra el condestable don Íñigo de Velasco, quien por otra parte podía fiar poco en los burgaleses, oprimidos y tiranizados, quejosos de él y del emperador, deseosos de vengar su taimado porte, y sólo por fuerza sujetos á su autoridad.

Para obligar y comprometer más en su causa al revolvedor de las Merindades, acordaron Padilla y Acuña rescatar para el magnate alavés la fuerte villa de Ampudia, en la tierra de Campos, que era de su señorío, y de la cual se había posesionado el condestable. Encamináronse á esta empresa los dos jefes de los comuneros con una respetable hueste y buenas máquinas de batir, entre las cuales se contaba un célebre y famoso cañón llamado San Francisco, fabricado en tiempo de Cisneros, cuyos disparos eran tan terribles, que solía en las batallas decirse comunmente: ¡Guárdate de San Francisco! Batido y aportillado el muro de Ampudia, como el alcaide de la fortaleza se saliera por un postigo y se refugiara en la Torre de Mormojón, á una legua de distancia, noticioso Padilla de su fuga, fuése tras él y puso cerco á la torre, y la combatió, é intimó la rendición á los que la defendían, amenazando ahorcar á todos los que no se entregaran. A un tiempo resonaba la artillería del caballero toledano contra la torre de Mormojón, y la del obispo de Zamora contra el castillo de Ampudia, y casi á un mismo tiempo se les rendían las dos fortalezas, si bien no sin haber obtenido sus defensores capitulaciones bastante honrosas, con seguro para sus vidas, y pudiendo salir con armas y caballos (1).

Con la fuerza moral que daba á los comuneros este triunfo y obligado á ellos por gratitud el conde de Salvatierra, hubiera peligrado Burgos si unos y otros hubiesen atacado en combinación la residencia del condestable. Pero el artificioso gobernador tuvo maña para hacer una especie de armisticio con el de Salvatierra, que dirigió sus miras hacia Vitoria. El prelado zamorano fué enviado á tierra de Toledo, donde andaba el prior de San Juan levantando los pueblos en favor de los imperiales, y el ambicioso obispo, noticioso de la muerte del arzobispo Guillermo de Croy, no iba descontento á hacer la guerra en aquella comarca, por si tal vez podía alcanzar la primera mitra del reino por los mismos medios con que se había posesionado de la de Zamora, y estado á punto de ponerse la de Palencia (2). Y por otra parte Juan de Padilla tuvo que acudir á Valladolid,

(1) Sandoval, Hist. del Emperador, lib. VIII.-Ayora, capítulo XXXVII.-Carta del P. Guevara al obispo Acuña.

(2) En una de sus recientes expediciones se trasladó una noche de Valladolid á Palencia, combatió y tomó el castillo de Fuentes de Valdepero (una legua), y fortificó y guarneció los de Monzón, Torquemada, Carrión y otros. Mucha parte del vecindario

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