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y Averroes, como por los espléndidos trabajos de una dinastía opulenta y magnífica, ya el cristianismo habia casi enteramente desaparecido de las provincias meridionales. El hambre y el hierro hicieron capitular (16 de julio de 1236), á Córdoba, la gran ciudad que ciento veinte y dos años habia sido la capital de los califas. El culto de la cruz se celebró en su magnífica mezquita solemnemente purificada, y el rey de Castilla y de Leon descansó en el suntuoso palacio que Abderraman habia construido tres siglos antes. Grande fué el dolor de los musulmanes al saber la pérdida de Córdoba. Dos insurrecciones estallan casi al mismo tiempo contra los africanos, la una en Valencia, de que aprovechándose hábilmente Jaime I de Aragon, llamado el Conquistador, se apodera de aquel reino y las Baleares, y la otra en Granada, donde destronado Abou-Said busca en el campo cristiano un asilo y seguridad para su amenazada existencia. Abandonó el destronado monarca al implorar la generosidad de Fernando el reino de Jaen, y ofreció seguir al rey cristiano con la mitad de la renta de sus estados y sus tropas todas, para auxiliarle en sus ulteriores empresas. Fernando restableció á Abou-Said sobre el trono de Granada.

La cruz de Cristo y las lunas africanas marchan juntas por primera vez, y se presentan delante de Sevilla. Los moros de Sevilla vieron con indignacion el estandarte de Cristo y el de Mahoma desplegados

en un mismo campo para someterlos. Diez y seis meses duró el sitio. La ciudad fué tomada por asalto el 21 de diciembre de 1248.

Cuando Zaragoza y otras ciudades habian caido en poder de los españoles, se habia permitido á los moros continuar habitando en ellas, como habitaban antes los cristianos en la condicion de súbditos, no de esclavos; empero despues de la toma de Sevilla fueron todos arrojados de ella á las posesiones que aun conservaban ó al Africa, y se invitó á que nuevos habitantes de todas las partes de España viniesen á fijar alli su residencia.

Las ciudades fuertes de Andalucía, como Gibraltar, Algeciras y Tarifa, opusieron á los príncipes cristianos una resistencia que no habian encontrado en Castilla. Exigian penosos sitios, eran algunas veces reconquistadas por el enemigo, y espuestas siempre á sus ataques. Lo que constituia la gran fuerza de los mahometanos de España, eran la alianza y los socorros de sus hermanos de Ultramar. Acostumbrados hoy á asociar la idea de piratas al nombre de los moros de Africa, no concibe fácilmente nuestra imaginacion aquellas poderosas dinastías, aquellos belicosos caudillos, aquellos numerosos ejércitos que durante ocho siglos ilustraron los anales de esta nacion. Jamás invocaron en vano su asistencia los árabes de España, empero al reclamarla temian les efectos de su ambicion.

Probablemente debieron los reyes de Granada la

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ventaja de mantenerse por tanto tiempo en su reino á la indolencia que insensiblemente se apoderó de sus enemigos, y que constituye uno de los rasgos distintivos del carácter español. La cesion del reino de Murcia hecha á la corona de Castilla, privaba á Aragon de toda posibilidad de estender las conquistas que habian ilustrado á sus primeros soberanos, y sus sucesores igualmente emprendedores llevaron sus ambiciosas miras allende los límites de la Península. El castellano, sufrido é incontrastable en los reveses, vió disminuir su energía á medida que sintió menos la presion de la adversidad. Despues de haber libertado con sus armas la mayor parte de su pais, quiso mejor dejar á sus enemigos señores de una sola provincia, que esponerse á la fatiga de completar su triunfo.

Si no se hubiera visto en épocas anteriores que el espíritu de revueltas civiles y de insubordinacion no habia sido un obstáculo para el engrandecimiento de la monarquía castellana, podríamos atribuir la falta de brillantes conquistas contra los moros á la perturbacion que agitó á la nacion por mas de un siglo despues de la muerte de Fernando III, en quien la España admiró un héroe, el trono un gran rey, y la Iglesia un santo.

A Fernando el Santo sucede Alfonso X, llamado el Sábio, por los progresos que hizo en las ciencias, sobre todo en la astronomía. Los errores de la administracion, los males que no supo prevenir hicieron

decir que constantemente ocupado de las cosas del cielo descuidaba las de la tierra. Como legislador Alfonso, en el código de las Siete Partidas, sacrificó los derechos de su corona á las usurpaciones de Roma y su filosofía no le impidió ser bastante insensato para dejarse seducir durante veinte años con la ilusoria perspectiva del trono imperial. Corriendo tras del trono imperial de Alemania que le disputa Ricardo de Inglaterra, abandonó á Castilla. Las córtes se opusieron mandándole volver y renunciar á esta temeraria espedicion que le hubiese costado el trono. En estas ilusorias pretensiones musulmanes tributarios de Murcia y otras provincias, sublevados bajo la proteccion del rey de Granada, invocan los socorros del Miramamolin, rey de Fez, Abou-Jusouf-Jacoub (1257) y resuelven la conquista de toda la España, que hubieran llevado á efecto sin el valor y la. intrepidez de su hijo don Sancho que salvó la pátria, y á quien sus hazañas valieron el sobrenombre del Bravo. En los últimos años de su tempestuoso reinado tuvo Alfonso que luchar contra su hijo. El derecho de sustitucion en las herencias era desconocido hasta entonces en Castilla. Por la regla establecida en el órden de las sucesiones, el pariente mas próximo era preferido siempre al mas lejano, el hijo tenia mejor derecho que los nietos. Alfonso habia introducido el principio de la sustitucion en su código de las Siete Partidas. El infante don Fernando, el de la Cerda, murió dejando dos hijos varones. Sancho, su tio, hi

zo valer sus derechos fundados en la antigua ley de la sucesion en Castilla. Los descendientes de don Fernando, llamados los infantes de la Cerda, sostenidos por la Francia, de cuyo rey eran parientes, y por Aragon dispuesto siempre á tomar parte en las turbulencias de Castilla, continuaron por mas de medio siglo reclamando sus derechos y perturbando la tranquilidad pública.

Don Sancho, ídolo del ejército por su valor, amado del pueblo por su liberalidad, convocó córtes en Valladolid, que declararon á su favor la cuestion de sucesion, y le invistieron de la autoridad real con el título de regente. Las principales ciudades le siguieron. Alfonso invocó entonces contra su propio hijo el auxilio del rey de Marruecos, que cercó á Córdoba, pero que libertó don Sancho haciendo reembarcar para Africa al Miramamolin.

La autoridad de los papas estaba entonces en su mayor poder. Lauzó sus rayos el pontífice, y el hijo rebelde que habia resistido las fuerzas combinadas de su padre y el rey de Marruecos, inclinó su frente al anatema de la Iglesia y pidió perdon.

Los anales de Sancho IV y de sus dos sucesores inmediatos Fernando IV y Alonso XI, presentan una série de turbaciones civiles vergonzosas y deplorables. En Fernando el IV comienzan las largas minorías, las regencias tempestuosas, los odios fraternales, las guerras civiles que debian durar dos siglos.

Los nobles, los ricos hombres se rebelan toda vez

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