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M. R. arzobispo, y todas las demás que les pareció, sin detenerse en secretaría ni tesorería, con lo cual se dió motivo á que los soldados tomasen algunos cubiertos de plata, como se verificó, y todo cuanto hallaron á la mano, y llegó á tal estremo de desvergüenza, que introdujeron por la noche en el palacio varias mugeres, dando con esto los mas punibles escándalos.

Y finalmente, en el dia veinticuatro se mandaron ocupar las temporalidades del prelado por órden del capitan general, egecutándose esta en el propio dia en el palacio de aquella ciudad y de Godella, poniendo nuevas cerraduras en la tesorería de aquel, y arrojando de este á sus habitantes.

Con estos procedimientos del capitan general se ha suspendido absolutamente el curso de los negocios de gobierno y de justicia del arzobispado, quedando sin poder continuar los exámenes principiados de celebrar, predicar y confesar de varios presbíteros forasteros, seculares y regulares, habiéndose estorbado la espedicion de dispensas matrimoniales y demás asuntos, con los perjuicios que es fácil conocerse; pues aunque el capitan general ha pasado, segun se dice, un oficio al provisor, para que cuide de evitar los perjuicios del público, se hacen estos indispensables, á causa del rigor con que prohibe la tropa el entrar y salir en el palacio; de manera, que á las once de la mañana del dia veinticinco aun no se habia abierto oficina alguna.

Esto es, Señor, lo ocurrido en Valencia, con su triste prelado, que se encuentra en la mas deplorable y triste situacion, ultrajada con vilipendio su persona, y ofendido su sagrado carácter en tales términos, que solo V. M. puede darle algun consuelo.

Todo el esceso que la malicia y la intriga haya querido fraguar á la sombra de vanas, ponderadas y falsas especies, está reducido en sustancia á haber querido sostener, aunque infructuosamente, las órdenes espresas de V. M., con la debida preferencia á las particulares del capitan general, y á haber dado una órden económica acerca de las maestras de la Enseñanza, y á que estas mismas quedaron agradecidas. ¿Es posible que á mérito de esto haya habido valor en un capitan general de Valencia para dictar las referidas providencias tan violentas, sin mirar al respeto de unas infelices religiosas acogidas á la proteccion del soberano, al sagrado carácter de su confesor y demás eclesiásticos que han esperimentado los efectos de ellas, ni menos á la alta dignidad de un príncipe

de la Iglesia? ¿Qué veneracion tendrá esto en una ciudad grande al verlo tratado con tal vilipendio por semejante causa? ¿Quién ha visto jamás, ni ha oido tal tropelía? Si el capitan general quiso dar así gusto á aquella gente tumultuosa, debió haber reparado antes contra quién iba á obrar; debió haber considerado las funestas resultas que de ello podrian ocasionarse contra ambas magestades; debió haber dictado sus providencias con la prudencia que exigen la paz y la union, tan recomendadas; y sobre todo debió haber manifestado las órdenes superiores, si las tenia, para oponerse tan abiertamente á lo mandado por V. M. en la suya de seis de Diciembre próximo, y demás relativas á las religiosas ursolinas; pues en este caso hubiera dejado el M. R. arzobispo al capitan general en su plena libertad, para que dispusiese el cumplimiento de las respetables resoluciones de V. M.; pero desde luego está conocido, que no se hallaba con otras órdenes posteriores á las comunicadas al prelado, pues tuvo toda la proporcion que podia apetecer para manifestárselas particularmente al esponente, cuando pasó á suplicar por los infelices eclesiásticos franceses.

El M. R. arzobispo y el esponente, no tienen otro fin en elevar á la superior noticia de V. M. unos procedimientos tan inauditos, que el de desear, que por medio de su soberana autoridad y justificacion, se den las providencias y órdenes convenientes, á fin de que el capitan general de Valencia se abstenga en lo sucesivo de cometer unos atentados tan violentos como acaba de practicar, para que en aquel modo posible, y que permitan las actuales circunstancias, logre el M. R. arzobispo la satisfaccion de tanto agravio hecho á su persona y sagrado carácter.

No duda el esponente que se harán preséntes á V. M. los hechos que resultan de los testimonios que acompañan á esta reverente representacion de un modo que, en medio de ser tan violentos y denigrativos al sagrado carácter del prelado, se procurará figurar culpa contra él; pues es general la conspiracion que reina contra el mismo, apoyada de su capitan general; pero están persuadidos el esponente y el M. R. arzobispo, de que la inalterable rectitud y prudencia de V. M., no podrá menos de conocer que, lejos de haberse hecho digno aquel prelado de unos tratamientos tan indecorosos, solo ha sostenido con razon lo mandado por V. M. en su citada real órden de seis de Diciembre próximo, no habiéndosele manifestado otra que la derogase; y que la providencia económica

dictada por él, en órden á las maestras de la Enseñanza, nada tiene de violenta, estando como está encargado el gobierno de aquella casa al M. R. arzobispo.

El esponente faltaria á uno de los mas esenciales deberes de su encargo, si no ausiliase en sus tribulaciones á un prelado digno de compararse con los mejores que ha tenido la Iglesia de Jesucristo, mayormente viendo que se le atropella de un modo tan violento é inaudito, tan solo porque el capitan general de Valencia quiere hacer prevalecer sus órdenes particulares á las que tiene dadas S. M. queriendo hacer por delito el recordarle lo dispuesto en estas, y llegando su animosidad á amenazar al M. R. arzobispo y al esponente, con que los estrañarian del reino, lo que oyó éste de su propia boca, y dió causa á acelerar su viage con la idea de postrarse á los reales pies de V. M., á fin que se digne prevenir los males que puedan ocasionarse de los atropellamientos del capitan general, haciéndose ya en el dia mas urgente el remedio á vista de los que han ocurrido con posterioridad á su salida de aquella ciudad, cometidos contra la sagrada persona de su padre. y su pastor, los cuales se continuarán, sino se le contiene á dicho capitan general dentro de sus justos límites."

A esta larga esposicion contestó S. M., por conducto del duque de la Alcudia, que como patrono y protector de la Iglesia y soberano de su reino, atenderia á sostener su misma justicia y la haria egecutar en cada uno segun correspondiese á su mérito: pero babiendo circulado impresa una carta pastoral, que el prelado perseguido dirigia á los fieles de esta ciudad y arzobispado, manifestando los mismos hechos de que hizo relacion el obispo ausiliar, se espidió otra real órden, en la que el duque le hacia saber al arzobispo que su conducta merecia el desprecio de S. M., y que se abstuviese en adelante de publicar esta clase de escritos.

El resultado de esta ruidosa cuestion fue la renuncia forzosa del arzobispo D. Francisco Fabian y Fuero, y en su consecuencia ocupó esta silla D. Antonio Despuig, obispo de Orihuela, por real órden de veinticinco de Enero.

Durante estos acontecimientos y al terminar el año (1), nuestro egército del Rosellon, sin quedar mal parado, sufrió desastres

(1) Años de J. C. 1794.

TOM. II.

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análogos á los que cayeron sobre las potencias del Norte, con la pérdida de Fuenterrabía, S. Sebastian, Tolosa y el castillo de Figueras, correspondiéndonos la gloria de haber sido los últimos de los adversarios de Francia en evacuar su territorio con la rendicion del fuerte de Bellegarde á los tres meses de rigoroso asedio. Siguióse á ésta otra tercera campaña, y aunque corta, se lidiaba en ella por ambas partes con bravura, pero sin encarnizamiento: teatro principal de tan caballerosa lucha fue el punto de Báscara, ganado y perdido repetidas veces por unos y por otros. Solo dejamos de poseer entonces el puerto de Rosas; del lado de las vincias Vascongadas inútiles fueron los afanes de los franceses, dirigidos á caer sobre Pamplona y pasar el Ebro. Así las cosas vibraron por todo el ámbito de España rumores de paz con las primeras brisas de la primavera. Desmembrada ya la coalicion, diversas naciones habian reconocido la república francesa: allí habian ya sucumbido en la jornada de nueve de Thermidor Robespierre y sus parciales; y la paz que nos proponia el nuevo gobierno debia aceptarse en términos honrosos; esponiéndonos de lo contrario á quedar solos en la lucha ó empeñarnos en porfiadas lides á fin de que Francia devolviera sus conquistas al imperio de Austria. Firmóse, pues, la paz en Basilea con fecha veintidos de Julio (1); merced á ella recobra mos todos los puntos ocupados en España por los franceses, sin mas condicion que la de cederles la parte española de la isla de Sto. Domingo, donde las turbulencias se aumentaban de dia en dia, hallándose de continuo en visperas de sublevarse, y ocasionándonos enormes dispendios en vez de producirnos ventajas; porque aquel territorio, como dice un célebre historiador, no era ya de nadie. Hizose de consiguiente la paz en tiempo oportuno y como correspondia al honor nacional, de que siempre se mostró digno órgano el duque de la Alcudia.

No se avino la Gran-Bretaña con tan cuerda política, y atenta siempre á los intereses de la suya, perseguia nuestro pabellon en los mares, desentendiéndose de la fe de los tratados y de la justi– cia de nuestras reclamaciones, hasta que se hizo indispensable un rompimiento. De aquí el tratado de S. Ildefonso, por el cual quedó establecida comunidad de intereses entre la república francesa y la nacion española, solo respecto á las hostilidades contra

(1) Años de J. C. 1795.

la Inglaterra: de aquí la guerra marítima en que nuestra armada adquirió tan inclitas glorias así en la adversa como en la próspera fortuna; así en Puerto Rico y las islas Canarias, donde perdió Nelson un brazo, como en el cabo de S. Vicente, donde por descuido ó fatalidad del gefe de nuestra escuadra perdimos seis naves.

Tal era el aspecto que ofrecia la España al espirar el último año del siglo XVIII, cuando en el primero del siglo actual, cuya marcha habia de causar tantos trastornos, se recibió en Valencia una real órden, que mandaba verificar el sorteo de seis regimientos de milicias provinciales, encargando su cumplimiento al intendente D. Jorge Palacios de Urdaniz, conocido en el pueblo con el apodo de Monterilla. Decíase entonces, que esta real órden tenia por objeto provocar una conmocion popular, único medio que se creia oportuno para evitar la entrega del cuerpo de egército que Bonaparte habia exigido al gobierno español. Fuera ó no cierta esta sospecha, los valencianos recibieron con indignacion aquella real órden, y sin necesidad de que una mano secreta diera impulso á la resistencia, se presentaron hostiles, estallando el descontento el catorce de Diciembre (1). Los sublevados se dirigieron en seguida á casa del intendente, dispuestos á tomarla por asalto; pero avisado oportunamente este funcionario pudo ponerse en salvo, aunque disfrazado con hábito de monge. En vista de la resolucion imponente del pueblo y de la fuga de Urdaniz, no se atrevieron las demás autoridades á llevar á efecto la decretada quinta, y dieron cuenta al gobierno por medio de una sumaria formada por el fiscal de esta audiencia, D. Juan Romero Alpuente; pero lejos el ministerio de cejar en su resolucion, espidió por el contrario en trece de Julio otra real órden, mandando cumplimentar lo dispuesto anteriormente, pesar de la pronunciada oposicion de los valencianos; y las autoridades debieron llenar su deber. Publicóse la quinta, pero previendo la misma resistencia, se tomaron todas las medidas que se creyeron oportunas para asegurar la tranquilidad, que no tardó en alterarse; porque de nuevo se formaron grupos; de nuevo se oyeron voces alarmantes, y todo hacia temer los mas funestos resultados. Los labradores, en particular, eran los que mas dispuestos se presentaban á oponer la fuerza al cumplimiento del decreto del trece; y la ciudad conmovida en todas

(1) Años de J. C. 1801.

á

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