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Andes. Parece natural, pues, que no llevára España la mejor parte en sus negociaciones diplomáticas con el emperador de los franceses; envuelto por consiguiente el príncipe de la Paz en las entretegidas redes tendidas por aquella mano atrevida, si conseguia romper sus menudas mallas á impulsos de su acrisolado patriotismo, se enredaba en nuevos lazos, porque estallaban discordias intestinas hasta en el recinto del alcázar regio; y si solicitaba con vivas instancias su retiro, para gemir á solas el infortunio de su patria, su lealtad de sentimientos le amarraba irrevocablemente al pie del trono de Castilla.

Arida senda de abrojos cruzaba, pues, en los últimos años de su preponderancia. Napoleon se habia escedido en sus exigencias hasta el estremo de ser preciso que España lanzára sobre él sus huestes y volviera por su decoro, ó sucumbiera con gloria. Carlos IV queria conservar la paz; pero detrás del príncipe de Asturias se habian hecho fuertes los enemigos de Godoy, ya numerosos por entonces. Así se esplica la famosa proclama de seis de Octubre (1), llamando á los españoles á las armas; y la felicitacion dirigida á los pocos dias al emperador de los franceses por sus pomposos triunfos; y los sucesos del Escorial, cuyas escandalosas escenas mancillan nuestros anales.

Celebrado el tratado de Fontainebleau, al cual hubo de someterse España como una necesidad imprescindible, empezaron á cruzar el Vidasoa los egércitos franceses (2); pero en vez de marchar via recta á Portugal, se hacian dueños con malas artes de nuestras plazas y castillos, y evidentemente se iban á arrojar las águilas del imperio sobre el leon de España. Previsor entonces el príncipe de la Paz, queria aminorar el peligro, y combinaba la traslacion de la corte á la isla gaditana con sustituir al gobierno de los vireyes en América el de los infantes de España; autorizándolos con el título de principes regentes. Un motin, que sea dicho paso, abona otros muchos motines de épocas posteriores, contra los cuales truenan de continuo en la tribuna nuestros legisladores y ministros, vino á dar al traste con aquel escelente proyecto y á arrancar la corona de las venerables sienes de un anciano. Al caer el príncipe de la Paz de la elevada posicion en que le

de

(1) Años de J. C. 1806. (2) Años de J. C. 1808.

TOM. II.

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que el

colocára el paternal cariño del bondadoso Carlos IV, y al recordar aquella célebre espresion, que el desgraciado valido vertió en los momentos de su mas dolorosa situacion, sabiendo pueblo amotinado vitoreaba á Fernando VII, mucho le dure; frase elocuente y profética, que los tiempos han esclarecido; nos hemos preguntado si era cierto este en marañado problema, que se ha propuesto hasta la saciedad: «á Carlos IV somos deudores de sábias reformas y de copiosos beneficios: Godoy, su valido, es el único autor de nuestros males." Promoviendo el príncipe de la Paz sin tregua y sin descanso la reforma de los abusos y el progreso de las luces; mostrándose siempre propicio á brindar proteccion á todo el que se distinguia en las artes y en la literatura, en la industria y en el comercio; repugnándole la aspereza del castigo hasta para sus mas sañudos adversarios, tenia contra sí el origen de su encumbramiento. Celoso por el honor nacional, y en perpétua lucha con las exigencias del emperador de los franceses, se vino encima de España el torrente de sus numerosas falanges, y naturalmente habia de conjurarse la opinion pública contra el que se hallaba á la cabeza del territorio invadido; y el crédito del príncipe de la Paz sucumbia de este modo al terrible peso de las circunstancias. Si la revolucion francesa no hubiera abortado de sus ruinas un gigante que estremecia á la Europa con un movimiento de sus ojos, concluye un escritor, Godoy seria colocado por voto unánime en primera línea entre los ministros españoles. Desventurado peregrino gime todavía este personage célebre en pais estrangero en medio de una pobreza honorífica, sin que el dueño de fabulosos caudales salvase un solo real en los bancos de Europa: conducta doblemente digna de encomio por la triste circunstancia de contar bien pocos imitadores.

Los sucesos de Aranjuez, que sirvieron como de introduccion al gran panorama que bien pronto debia desplegar á la vista de la atónita Europa el pueblo español, y la inmediata llegada de Murat á Madrid donde hizo su entrada el veintitres de Marzo, dieron el primer impulso á la revolucion, que como los ecos de una tempestad, reproduciéndose de un punto en otro, estalló de una manera terrible, pero que por sus grandes principios y por el verdadero patriotismo que ostentó, no ofrecerá muchos egemplos en los anales de nuestra monarquía.

Valencia, cuya animosidad contra el nombre francés databa

desde la abolicion de los fueros, y que trasmitida de generacion en generacion no se habia podido estinguir en el espacio de un siglo, no podia permanecer tranquila en la terrible conmocion que sordamente agitaba á las provincias de la península, y cuyas primeras esplosiones se hicieran ya sentir en Aranjuez. Los valencianos habian mirado con horror la invasion de las legiones del imperio francés, y preparados á rechazar aquella violencia, solo esperaban coyuntura para levantarse en masa, y un gefe que dirigiera su movimiento.

Antes de dar comienzo á la narracion de los importantes acontecimientos que la historia de Valencia ofrece á la posteridad, y que abren para nosotros una inmensa era de desgracias y de triunfos, de lágrimas y de coronas en la misma cuna del siglo XIX, creemos conveniente presentar desde luego en escena dos personages que desde entonces hasta el dia han ocupado un lugar muy especial en cuantos sucesos han ocurrido en nuestra capital, y cuyos nombres son bien conocidos en España; D. Vicente y Don Manuel Bertran de Lis. Confundida la familia, que dió su apellido á estos hombres históricos, en la clase del pueblo, pero que por su posicion industrial se habia colocado en una altura que la hacia notable, disfrutaba de una influencia omnimoda en las masas desde los acontecimientos producidos por el intentado alistamiento de milicias provinciales y anteriormente por la sedicion que causó en Valencia la noticia de la revolucion francesa. Vicente Bertran, en particular, por sus relaciones con el ayuntamiento y por los servicios que habia prestado en diferentes ocasiones apremiantes á la municipalidad, conservaba un gran prestigio en la multitud que muy compacta en aquella época formaba el pueblo valenciano. Dedicado á sus negocios y dotado de un criterio poco comun en la clase á que pertenecia, se hallaba en la perspectiva que ocupaba entonces la ansiedad general; cuando en la época que describimos, uno de sus parientes que residia en Madrid, muy relacionado con los individuos de la camarilla desde los sucesos del Escorial y cuya actividad era eficáz y continua, le escribió asegurándole que Murat se negaba á reconocer á Fernando VII por rey de España, porque habia sido proclamado tumultuariamente y solo en la capital de la monarquía; añadiendo que en su concepto era oportuno promover en Valencia un pronunciamiento con una esposicion de su ayuntamiento felicitando á S. M. por su advenimiento al trono, y

ofreciéndole su cooperacion para asegurarle en él, á fin de que esto sirviera de egemplo á las demás provincias. Aceptada con gusto esta idea, se dirigió Bertran al síndico personero D. Pedro Boigues y le comunicó el plan que se le indicaba desde la corte; porque lo hallaba muy conveniente en aquellas críticas circunstancias. El síndico, que no dudaba del influjo importante que la familia Bertran egercia en los casos de eleccion, se comprometió á presentar la proposicional cuerpo municipal, que la aprobó desde luego, no solo sin discusion, sino tambien con entusiasmo; pero dando despues lugar á varias reflexiones, que nos abstenemos de calificar, acordó suspender este mensage, temiendo las consecuencias de un paso que era dudoso hasta penetrar los proyectos de Napoleon. En vista de esto creyó Bertran que era llegado el caso de que el mismo síndico redactase la esposicion, y estendida con todo detenimiento, se recogieron las firmas de los clavarios de los gremios, de los prelados de las comunidades religiosas, y de los curas párrocos de las parroquias, sin que ninguno se negara á prestar su asentimiento al documento que se elevaba al trono en nombre del pueblo de Valencia. Dado este paso se dirigió Vicente Bertran á la corte en compañía del mismo Boigues costeando aquel este viage, pero dejando encargado á su hermano Manuel, cuyo carácter era firme, y cuya energía estaba acompañada de intrepidéz, preparase entre tanto un movimiento popular, con el objeto de solicitar del rey la salida de los franceses del territorio español, indicada tambien desde Madrid, dando con esto motivo para que el monarca la pudiera obtener del emperador. Llegados empero los dos comisionados á la corte, supieron en seguida que el rey habia salido para Bayona, y en su consecuencia pusieron la esposicion en manos del Sr. infante D. Antonio, cuando ya egercia de hecho el duque de Berg un poder ilimitado en la capital; de modo que apresuraron su regreso á Valencia, noticiosos de que se trataba de prenderles. Así que se presentaron en esta ciudad se dedicaron los Bertran á combinar el plan que debia producir el movimiento, aprovechando para esto la influencia que tenian en los cuarteles denominados Ruzafa, Benimaclet, Campanar y Patraix, donde contaban numerosos y decididos parciales. Poco tiempo bastó para que ambos hermanos comprometieran seiscientos hombres, á quienes se satisfacian ocho reales diarios hasta que llegara el momento de la revolucion. Repartieron armas secretamente, fabricáronse

abundantes cartuchos, guardando en todo la mayor reserva por la poca confianza que inspiraba el capitan general conde de la Conquista; cuyas opiniones poco pronunciadas les obligaron á proceder con la mayor circunspeccion por no provocar un movimiento. en que desgraciadamente se hubiera de verter sangre española. A pesar de la disposicion del pueblo, que solo esperaba una oportunidad para declararse contra los franceses, la revolucion caminaba con lentitud, procurando no obstante sus gefes esplorar la opinion de algunas personas notables, con el objeto de contar con poderosas simpatías. A este fin se valió Bertran del médico Don Timoteo del Olmo para sondear la opinion del teniente general Cagigal, que se hallaba entonces de cuartel en Valencia despues de la campaña del Rosellon. Las gestiones de Olmo no obtuvieron tan buen resultado como deseaban, porque si bien aquel gefe militar se habia declarado públicamente contra la invasion, rehusó sin embargo ponerse al frente del movimiento, escusándose con el estado delicado de su salud.

La noticia de los sangrientos acontecimientos del memorable dia dos de Mayo, que ha dejado tan profundos recuerdos en el corazon de la generacion actual, llegó oportunamente á Valencia, para reanimar la revolucion, que se presentaba moribunda, antes de nacer, por la negativa del general Cagigal; volviendo á revivir con nueva fuerza por la cooperacion de D. Joaquin Vidal y Don Vicente Gonzalez Moreno, capitan del regimiento de Saboya. Mientras los gefes, empero, preparaban el movimiento, dando á sus formas el carácter que en sus planes trataban de imprimir, y celebrando frecuentes reuniones ora en la celda del P. Rabanals, de la órden de Ntra. Sra. de la Merced, ora en la casa de Bertran, cuyas discusiones terminaron en otra, que se celebró numerosa y definitiva en Monte-Olivete, estalló inesperadamente la revolucion por accion espontánea del pueblo.

Era costumbre en aquella época acudir á la plaza de las Pasas los entusiastas defensores de la independencia española y los mas pronunciados enemigos de la invasion, con el objeto de leer todos los dias de correo las noticias que abundantemente les ofrecia la gaceta, satisfaciendo dos cuartos al encargado de sostener la suscricion. Como era consiguiente en aquella clase de reuniones, donde los artesanos y los labradores formaban la parte mas numerosa, no faltaban algunos que ó mas elocuentes ó mas audaces,

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