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de las prohibidas, se le debian dar cien azotes, y exigirle la multa de cien sueldos. 5. Que no pudiesen trabajar en dias de domingos y fiestas de precepto, en poblado ó en el campo, bajo la de cien sueldos, que se aplicarian á los gastos del culto. 6.a Que siempre que pasase por las calles el augusto Sacramento se descubriesen los moros la cabeza y se prosternasen, como los cristianos viejos. 7. Que cesasen sus juntas ó reuniones, cualquiera que fuese su objeto, prohibiéndoles toda ceremonia pública y privada, relativa á su religion. Y finalmente, se les mandaba cerrar las mezquitas, disponiendo que los señores de los pueblos, habitados por los moros, se encargasen, bajo su responsabilidad, del puntual cumplimiento de las medidas prescritas en el presente bando, sin permitirles la mas ligera transaccion ó disimulo. A todo esto añadió el inquisidor general otras providencias por medio de un cartel, su fecha en Toledo á tres de Noviembre, que se leyó en todas las iglesias, mandando delatar á cualquiera que hubiera infringido. las anteriores disposiciones. Este rigor no fue bastante, sin embargo, para convertir á los verdaderos musulmanes, que adheridos ciegamente á la fe de sus mayores, vieron con impavidéz acercarse los terribles momentos en que se debia poner á prueba su valor. Harto conocida era de los funcionarios públicos esta decision, cuando desesperados los oradores sagrados de poder desarraigar las creencias religiosas de una raza numerosa, ordenaron, por medio de un bando, la espulsion completa de los moros, debiendo verificarlo todos sin escepcion para últimos de Diciembre. Para cumplimentar debidamente esta providencia se les marcó la ruta que habian de seguir, señalándoles á Requena como punto de partida, sufriendo antes en Siete-Aguas un escrupuloso registro por las personas nombradas al efecto. De Requena debian dirigirse por Utiel á Madrid, á Valladolid, á Benavente, á Villafranca, y por fin al puerto de la Coruña, donde habian de embarcarse para paises estrangeros. Dice Escolano, hablando de esta larga travesía, que el objeto del emperador fue hacerles consumir en tan dilatado y penoso viage todo el dinero que pudieran haberse llevado consigo, ó dejar que en algun movimiento popular fueran impunemente asesinados (1). ¡Política horrible que no podemos concebir, cuando

(1) Escol., lib. 10, col. 1670.

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se trata del magnánimo vencedor del ilustre Francisco I! Mas fácil es suponer que no era prudente verificar el embarque proyectado en las costas de nuestro reino, por la aproximacion de las riberas del Africa, donde en poco tiempo era factible se reorganizasen y volviesen al reino de Valencia, para recobrar á la fuerza lo que la fuerza se les obligaba á abandonar. La órden de espulsion principió sin embargo á llevarse á cabo con una actividad, que nada dejaba que desear á los mas fanáticos enemigos de aquella raza proscrita; pero en medio de estos preparativos, en medio de la odiosidad que les perseguia por do quiera, y en medio del lúgubre porvenir que se ofrecia á sus ojos, conocieron aquellos desgraciados que el alma grande del jóven emperador no desoiria sus clamores, y animados con esta esperanza mandaron á algunos de sus alfaquíes á la corte, con la mision de saber del mismo príncipe si era cierta la suerte á que se les condenaba. Antes de llegar á Valladolid estos mensageros se habia ya recibido en Valencia una carta del rey, concebida en los términos siguientes: «ALAMI, jurados, y Aljama. Sabed que nos, movido por la gracia é inspiracion del Todopoderoso Dios, hemos determinado que en todos nuestros reinos y señoríos que tenemos, se guarde y tenga su santa ley á gloria y alabanza de su santo nombre. Por ende deseando la salvacion de vuestras almas, y sacaros del error y engaño en que estais, vos rogamos, exhortamos y mandamos, que todos seais cristianos y recibais el agua del santo baptismo. Que si lo hiciéredes, nos mandaremos guardaros las libertades ó franquezas que como cristianos, por fueros de ese reino, os deben guardar; y haceros todo favor y buen tratamiento, como fieles súbditos nuestros. Y si al contrario, será forzado proveerlo por otra via. Y pues en esto no puede haber mudanza, no dejeis de conocer el bien y merced que se os hace, en conformaros con la voluntad de Dios." Esta carta fecha en Valladolid á trece de Setiembre no impidió sin embargo que los alfaquíes comisionados se presentasen al emperador, quien les recibió con la franqueza caballeresca que le distinguia, pero asegurándoles desde luego que las órdenes espedidas hasta entonces estaban reguladas por su voluntad y parecer de su consejo. Aterrados los representantes con esta solemne declaracion, apelaron á los medios que su angustiosa situacion les sugeria, pidiendo cinco años de plazo para abrazar por convenci miento el cristianismo, y ofreciendo por ello cincuenta mil ducados.

Altivo entonces el monarca contestó que le sobraba dinero para recompensar abundantemente su obediencia, si se convertian á la fe del evangelio; pero los alfaquíes, disputando ya desesperadamente su derrota, suplicaron que al menos se les concediese por gracia el permiso de poder verificar su emigracion, embarcándose en Alicante. Desestimada tambien esta peticion, rogaron ahincadamente que por espacio de cuarenta años no tuviese que conocer de ellos el tribunal de la inquisicion; sujetándose empero á la única autoridad del baile. Desechada igualmente esta última súplica, regresaron los alfaquíes al reino de Valencia, donde no tardaron en esperimentarse los resultados de estas negociaciones. Inútiles por fin otras nuevas instancias dirigidas por los musulmanes, y desatendidas en todas partes sus multiplicadas esposiciones, se convinieron los moros en recibir el bautismo, creidos de que este acto podria contener la tempestad que rugía sobre sus cabezas; logrando así una proroga, que si no era suficiente para neutralizar los efectos de las órdenes dictadas contra ellos, les dejaba al menos algun tiempo para combinar mejor los planes que podian concebir en adelante. No todos los musulmanes quisieron, sin embargo, hacer traicion de una manera tan indigna á sus principios religiosos, y apelaron á las armas para morir peleando, antes que transigir con las circunstancias. El primer pueblo que dió el plo de sublevacion fue Benaguacil, cuyos habitantes, apoyados por los de Benisanó, Bétera, Villamarchante y Paterna, se declararon independientes y se prepararon á resistir con toda la energía que les prestaba su desesperada situacion. Apenas llegó á Valencia la noticia de este movimiento, salió el teniente del general gobernador D. Luis Ferrer, al frente de cien caballos, con el objeto de tentar antes los medios mas suaves para evitar la efusion de sangre; pero sus persuasiones fueron ineficaces ante el inmenso prestigio del gefe de los sublevados, cuya elocuencia y audacia hizo inútiles las promesas del caudillo cristiano. Era aquel un musulman de los que vulgarmente llamaban los valencianos moros tagarinos, corrompiendo su etimología de agarenos, y era procedente de Calanda, como otros muchos moros aragoneses que bian venido á tomar parte en la sublevacion de Benaguacil. La proximacion de este pueblo á la capital hizo temer al gobernador D. Gerónimo Cabanilles que hiciese cundir la rebelion hasta su huerta y la ribera del Júcar, y uniendo sus disposiciones á las

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adoptadas por el consejo general, hizo sacar el pendon, y mandó aprontar á cada oficio cien hombres de armas, y reuniendo en breve tiempo dos mil peones y mas de cien caballos, publicó un bando declarando la guerra á fuego y sangre á los rebeldes. Como gefes de esta columna salieron á campaña el mismo gobernador, en union con su teniente D. Luis Ferrer, como jurado en cap de los caballeros, Baltasar Granulles de los ciudadanos, y Gimen Perez de Pertusa, á quien se habia confiado el estandarte (1). A pesar de la superioridad y disciplina de estas tropas, tuvo no obstante el gefe tagarino (2) el suficiente denuedo para esperar delante del pueblo su llegada; pero acuchillada con brio y barrida su gente por nuestra artillería, se vió precisado á encerrarse en la poblacion, cuyas mezquinas fortificaciones solo ofrecian una efimera seguridad. El sarraceno resistió, sin embargo, cerca de un mes, sin dejar trascurrir un dia en que no hubiese encuentros de mas o menos importancia, pero que producian desgracias en uno y otro campo. Concebido habia sin duda la idea de que esta resistencia, prolongada hasta lo posible, alentaria á otros pueblos á secundar el movimiento de insurreccion, mas viéndose engañado en su esperanza, permitió que los de Benaguacil admitiesen la capitulacion que les presentaba el gobernador del reino, entregasen en rehenes veinticinco moros de los mas condecorados y satisfaciesen doce mil ducados para gastos de la guerra. Aceptadas estas condiciones entró el gobernador en Benaguacil, y mientras disponia el alojamiento de su division y de cinco mil soldados aventureros que habian acudido á su campo durante el sitio, se fugó el tagarino, y se dirigió á la sierra de Espadan, sublevando de paso el valle de Almonacid, villa de Onda, Eslida, Uxó y últimamente Segorbe; mientras á su egemplo se levantaban tambien los musulmanes no bautizados, guareciéndose de pronto en las sierras de Bernia, Guadalest y Confrides, de donde fueron desalojados en seguida y obligados á embarcarse en algunas galeotas berberiscas, que les quisieron recoger, sin que hubiesen sostenido su rebelion. No sucedió así con los que alzaron pendones en las fragosidades de Espadan. Empieza esta sierra en las inmediaciones de Almenara, sigue aumentando de latitud y altura hácia el Norte

(1) Años de J. C. 1526.

(2) Escolano dice que este caudillo era tuerto.

TOM. II.

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declinando al Poniente; permite estrechos y sinuosos pasos á los rios de Millares y Villahermosa, y cerca de esta villa se confunde con Peñagolosa. Tal fue el punto designado por los rebeldes para centro de sus operaciones, cuya regularidad se echó de ver muy pronto por la eleccion que hicieron de un caudillo, á quien denominaron rey. Era éste un musulman vecino de Algar, llamado Carbau, que despues de su eleccion quiso denominarse Zelim Almanzor. Su actividad, su vigilancia y su vasta prevision lograron en breve organizar una fuerza compacta, aunque, como veremos, poco numerosa, no solo para oponerse á nuestros bravos soldados, sino para prolongar la resistencia en una posicion de conservacion dificil por falta de recursos y de nuevos refuerzos. Sin embargo, Zelim fortificó las gargantas mas escabrosas, construyó barracas á guisa de tiendas de campaña, disciplinó algun tanto á sus gentes, y las acostumbró á defenderse con seguridad y sin riesgo, arrojando desde las crestas de las montañas enormes pedruscos, que rodando al fondo de los barrancos arrastraban tras sí á los que intentasen escalar aquellos riscos escarpados.

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Era demasiado alarmante esta sublevacion para que la capital dejara de adoptar las mas eficaces medidas con el objeto de esterminarla en las guaridas de Espadan, antes que el movimiento secundado en todos los ángulos del reino complicara su situacion é hiciera mas dificil el vencimiento.

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Por un activo alistamiento se pudieron reunir en pocos dias dos mil hombres escogidos entre los que ya habian servido, sacados de los gremios, y fueron nombrados gefes superiores de estas fuerzas D. Diego Ladron y D. Pedro Zanoguera, señor de Alcáá las inmediatas órdenes del general en gefe D. Alonso de Aragon, duque de Segorbe, á quien acompañaron D. Francisco Fenollet, D. Juan de Borja y otros caballeros de mucha valía. Algunos recursos considerables facilitados por el gobernador Cabanilles, el vice-canciller Figuerola, Escriban, maestre racional, y D. Alonso de Vilaragut, sirvieron de mucho para dar mayor impulso á la espedicion, cuyo éxito no se debió á los ausilios prestados por la corte, sino al celo y actividad del consejo de Valencia; porque hasta despues de la abolicion de los fueros no se vieron en nuestro reino cuerpos de tropas mantenidos á espensas de la corona. No tardó el duque en dar principio á sus operaciones, ni al aumento de fuerzas, pues á los pocos dias de marcha se hallaba

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