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el palacio del capitan general y pusieron en sus manos un escrito, en que se le decia que no debia acortar el sueldo á los oficiales del egército, pues era dilatar dar lugar á que se introdujesen los enemigos: que se colocaran en Almansa y en las Cabrillas algunas baterías; que se hiciese acopio de armas, pues las existentes se ha llaban en el mas completo estado de nulidad; que se estableciese una línea en todo el reino para impedir la estraccion de recursos; que se publicase un bando para que los que tuviesen caudales y efectos de los franceses, los adelantasen, castigando con la última pena á los encubridores; y finalmente que se nombrasen vocales de la junta suprema al canónigo Calvo y á D. Mariano Usel.

Leida esta peticion se discutió con maduréz, y cualquiera que fuesen los proyectos de los individuos de la junta, se aprobó seguidamente, á pesar de la oposicion del capitan general, que repugnaba la admision del canónigo, pero que hubo de transigir con las circunstancias y ceder á las razones alegadas por D. Vicente Bertran, quien se ofreció hablar al mismo Calvo para descubrir el origen de aquella peticion tan inesperada. Estendióse en su consecuencia el decreto, y despues de leido en la junta, y publicado en el llano del Real, se trasladó Bertran á la ciudadela en compañía de Grausell para dar cuenta al canónigo del resultado, procurando no obstante convencer de paso á los mas ciegos prosélitos de Calvo con el fin de hacer menos arriesgada la mision, que voluntariamente habia tomado á su cargo.

Apenas se encontró el vocal de la junta con el canónigo, no pudo éste contener una esclamacion de júbilo diciéndole con la mayor rapidez: «jah! ¡Bertran! ¡cuántos trabajos he pasado esta noche (1)! Acto continuo le invitó Bertran á que se retirasen á un lado, donde sin testigos podia entregarle un escrito de importancia. Accedió el canónigo y subiendo ambos á la habitacion que Calvo habia destinado para su despacho, le manifestó Bertran que debia estar satisfecho, pues la junta acababa de elegirle como uno de sus individuos. Si el canónigo estaba anuente con Usel para la presentacion de la peticion antes referida, no consta con certeza; pues el mismo Calvo no pudo menos de estrañar este nombramiento, asegurando á Bertran que su objeto era formar una nueva junta. Este sin embargo tuvo bastante prestigio para moderar su

(1) P. Colomer, loc. cit.

exaltacion, y fueron tantas las razones que presentó con oportu nidad, que convencido el canónigo se resolvió por fin á abandonar la ciudadela, y se trasladó al seno de la junta. Su presencia no pudo menos de irritar la susceptibilidad de algunos de sus individuos; bien que solo el P. Rico tuvo la serenidad suficiente para echar en cara al canónigo los horrorosos crímenes que se habian perpetrado á su vista, permitiendo ó mandando derramar tanta sangre inocente, y comprometiendo de este modo la tranquilidad de la capital, cuando se hallaba ya amagada por la invasion de las tropas estrangeras. Calvo procuró sincerarse con toda la serenidad de que se creia capáz; pero hubiera no obstante producido esta cuestion mas şerios resultados, si temerosa la junta de irritar en aquellos momentos críticos á los partidarios del canónigo, orgullosos entonces con el nombramiento de su gefe, no se hubiera apresurado á interponer su mediacion, consiguiendo que el P. Rico le diera la mano al mismo Calvo (1). Disuelta con esto la junta, se creyeron los adictos al canónigo autorizados nuevamente para proseguir adelante en sus planes de esterminio, cometiendo durante aquel dia las mas atroces violencias; pero sin que se verificase un robo, á pesar de lo que han dicho en contrario algunos apreciables historiadores modernos. Perpetraron, sí, otros crimenes, pero por odio al nombre francés, no por pillage ni depredacion. Mas derramados estos ciegos fanáticos del canónigo por toda la ciudad, no recordaron que separado su gefe de la ciudadela y privados ellos mismos de un punto de apoyo, quedaban á la merced de sus justos contrarios; como con efecto se apoderaron aqueIla misma tarde algunos buenos patricios de la ciudadela, dando con este paso una esperanza de que no tardaria en restablecerse el órden público alterado por tan largas y funestas horas. Esto no bastaba sin embargo para asegurar del todo la calma de que tanto necesitaba Valencia para prepararse á resistir al egército invasor; y así los gefes de la revolucion que velaban de continuo, concibieron por último el proyecto de inutilizar del todo al canónigo Calvo, aprovechando la poca influencia que le iba quedando ya. A este fin esperó el P. Rico que amaneciera el dia siete, y en combinacion con Bertran hizo apostar al rededor del palacio, donde la

(1) P. Colomer, loc. cit.

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junta celebraba sus sesiones, muchas gentes de su mayor confianencargándoles que bajo ningun concepto permitieran la salida á persona alguna; y hecho esto se presentaron ambos en la junta. Complicada y crítica era la situacion de la junta en aquellos momentos; pues aunque hombres decididos se hallaban armados fuera del palacio dispuestos á proteger á sus individuos, y la mayoría de la capital se habia pronunciado contra los actores del sangriento drama que se habia egecutado en la noche del cinco en las cuadras de la ciudadela; eran sin embargo bastante numerosos aun los partidarios del canónigo, y cuando menos era de temer un choque entre unos y otros, capáz de producir en Valencia nuevos desórdenes. Cualquiera que fuese esta posicion, el P. Rico y Bertran no cejaron en sus planes, y se presentaron en la junta resueltos á llevarlos adelante sin atender á riesgos de ninguna clase. Antes de entrar en el salon de sesiones encontraron al canónigo que con el mayor calor estaba ostigando al intendente para que renunciase el cargo de vocal, á pesar de las razones que este le hacia presente en prueba de su lealtad y de su decision. En el momento de hallarse mas empeñada esta cuestion, se acercó Bertran al canónigo, y le invitó á entrar en el salon, pues era necesario tratar de asuntos del mayor interés para el pais. Reunidos por fin, era imponente el aspecto que ofrecia la junta, y todos sus individuos se hallaban entregados al mas profundo silencio, cuando de repente lo interrumpió el P. Rico, que poniéndose en pie, y dirigiéndose á sus compañeros, les participó las medidas que acababan de adoptar por su seguridad, confiada en aquellos momentos á gentes, cuyo valor no podia infundir la menor desconfianza. Hecha esta prevencion, se volvió hácia el canónigo, y le echó en cara los crímenes que se habian cometido; los proyectos ominosos que habia combinado para inutilizar á las autoridades; la anarquía, que tanto él como sus gentes habian hecho perpetuar en la ciudad, y el abismo que abriera á sus pies, si el celo de hombres leales no lo hubiera cegado oportunamente, para salvar el pais con su prevision. Así que concluyó de hablar tomó á su vez la palabra el capitan general, y leyó en alta voz los escritos que habia recibido del canónigo, al mismo tiempo que el conde de Cervellon manifestó la proposicion que Calvo le habia hecho en la funesta noche del cinco. Otros miembros hablaron sucesivamente, hasta que abrumado el canónigo, pero intrépido al mismo tiempo, oyó

con serenidad el grito de traidor que se levantó de todos los ángulos del salon. No se discutió mas, y la junta decretó en el acto su traslacion inmediata á Palma de Mallorca (1).

Sin mas dilacion se le condujo con buena escolta desde el seno de la junta al Grao, confiando su persona á D. Agustin Manglano, hasta que á la una de aquella misma noche pasó á bordo de una fragata al mando de D. Fabio Bucelli, que haciéndose en seguida á la vela, dejaba ya al canónigo el dia once en la torre del Angel del castillo de Palma.

Dado este paso ruidoso por la junta, comisionó para la forma

cion del proceso al alcalde decano de la sala del crímen de esta audiencia D. José María Manescau, y como veremos, á fines del mismo mes de Junio estaba ya la causa en estado de recibir la declaracion del reo, conduciéndolo otra vez á Valencia y encerrándole en las cárceles de la Inquisicion.

Con la prision y deportacion del canónigo no cesó sin embargo el incendio que desde la noche del cinco y mañana del seis cundia con la mayor violencia: repetíanse los escesos; prodigábanse en público los mas crueles insultos contra los franceses y contra los que parecian sospechosos, sin que la misma junta se librase de las amenazas de los partidarios de Calvo, cuyo fanatismo político tenia en continua alarma á la capital. «Callaron las leyes, decia el P. Colomer, y el puesto de ellas lo ocupó la confusion y el desórden parecia que la anarquía levantó su formidable cabeza. El fuego que habia encendido el canónigo, se comunicó rápidamente, y creció como la llama que prende en un árido bosque: nadie se creyó seguro ni aun en su misma casa, porque los asesinos se habian usurpado casi el imperio supremo: bastóles un fiero antojo ó un deseo de venganza para cometer un atentado contra cualquiera persona, aun la mas autorizada, y perpetrar un asesinato con achacarle la nota de traidor. El gobierno, poseido de una pusilanimidad perniciosa, se halló sin fuerzas para manejar el timon, y seguramente habria naufragado esta misma ciudad, si el celo de algunos vecinos no se hubiera opuesto valerosamente al ímpetu de aquellos enemigos públicos (2)." Tal era la situacion difícil en

(1) P. Colomer: Manescau, loc. cit.

(2) P. Colomer: loc. cit.

TOM. II.

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que se hallaba colocada Valencia, cuando D. Antonio Gonzalez Fernandez, alguacil mayor del corregimiento de esta ciudad, formó una compañía de ciento ocho hombres honrados, cabezas de familia, que distribuidos en pelotones empezaron á rondar la ciudad, autorizados por un decreto de la junta, y prestando los mas importantes servicios. El ayuntamiento levantó tambien por su parte otras compañías, aunque menos numerosas, y adunados entonces los esfuerzos de la parte sensata de la poblacion, se consiguió por fin restablecer el órden, imponer á los sediciosos, y continuarse la causa del canónigo, á la que se siguió bien pronto, como luego veremos, el castigo de sus partidarios.

El número de los desgraciados que fueron sacrificados inhumanamente ascendió á cerca de cuatrocientos: la historia no ofrece en sus páginas un espectáculo tan horroroso; porque el único delito que se les imputaba era haber nacido en Francia, aun cuando estuvieran muy lejos de participar de los principios que servian de base á la conducta del gefe de su nacion. Pero la hora del castigo sonó tambien á su vez sobre la cabeza de los sediciosos y del caudillo á cuya sombra, ó por cuya inspiracion, se habian cometido aquellos sangrientos asesinatos. A once de Junio, de regreso ya de Mallorca el canónigo Calvo, hizo su confesion, y presentó su defensa (1); y vistos los autos por la suprema junta, dió la sentencia siguiente, su fecha tres de Julio (2). La junta suprema de gobierno de esta ciudad y reino, que representa al Sr. D. Fernando VII, y en su real nombre egerce la plenitud de la soberanía, en vista de la causa formada contra el canónigo D. Baltasar Calvo, de sus esposiciones y defensas, por solemne y unánime votacion de todos sus señores vocales, á escepcion de los señores eclesiásticos, que por su carácter se abstuvieron de votar, dijo: Que debia declarar y declaraba á dicho D. Baltasar Calvo por reo de alta traicion, y por mandante de los asesinatos ocurridos en esta capital el dia seis de Junio último: y en su consecuencia lo condena en la pena ordinaria de garrote, que se egecutará en la misma

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(1) Dicen que existe una defensa del canónigo Calvo publicada por el cabildo de S. Isidro de Madrid; y nosotros la insertaremos en el apéndice, si llega una copia á nuestras manos.

(2) El mismo año 1808.

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