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teniendo á su retaguardia mas de seis mil hombres que salieron de Jorquera y mas de diez mil que tendrán sobre su flanco, constituye á V. E. en caso muy apurado. La junta suprema que recibió ayer dos cartas que manifiestan la humanidad de V. E., desea dar á V. E. estas nociones, acreditándole su estimacion respecto á sus distinguidos talentos políticos y militares, ofreciéndole los partidos que sean compatibles con la causa que defiende la nacion española."

El coronel Solano llevó esta contestacion á Cuarte y volvió con segunda intimacion, repitiendo verbalmente la primera. Entre tanto las tropas francesas avanzaban hácia esta plaza, y se le contestó al mariscal por el mismo coronel, que para la resolucion de un negocio de tanta magnitud y de tan importantes consecuencias, debia reunirse la junta general, y que no se diferia ni un momento mas que los necesarios para esplorar la opinion de la capital.

La junta comunicó con efecto esta intimacion á los diferentes cuerpos y gremios de Valencia, y todos unánimes decidieron defenderse á toda costa. En vista de esta decision, dirigió la junta, por conducto de D. Joaquin Salvador, caballero maestrante, el siguiente escrito: »El pueblo prefiere la muerte en su defensa á todo acomodamiento. Así lo ha hecho entender á la junta, y ésta lo traslada á V. E. para su gobierno (1)."

Mientras se cruzaban desde Valencia al cuartel general francés las comunicaciones que antes hemos insertado, se hallaba el inmenso pueblo de la capital puesto en movimiento y resuelto á oponer una desesperada resistencia. Poco numeroso era ciertamente el egército enemigo, pero aunque fuera duplicado su número, difícil le hubiera sido tambien á su entendido general apoderarse de una plaza, en que el valor de unos y el odio que todos profesaban al nombre francés prestaba mas energía al entusiasmo público. Los pueblos de la huerta, huyendo de la aproximacion de los enemigos, habian entrado en la metrópoli, aumentando la confusion de aquellos momentos en que existiendo pocas fuerzas disciplinadas, era preciso confiar la defensa á los paisanos, á quienes una larga paz habia privado de la ocasion de egercitarse en el manejo de las armas. Esta circunstancia no obstó sin embargo para que jóvenes y viejos acudiesen en tropel á la ciudadela, á la casa de la

(1) Coleccion de papeles varios de la guerra de la independencia, tom. V.

ciudad y al palacio del Real, pidiendo armas y manifestando la mas admirable decision.

Los individuos de las comunidades religiosas, abandonando el silencio de los claustros, se derramaron por la poblacion, exhortando, alentando, instruyendo, y dando muchos de ellos el egemplo, para que fuese mas tenáz la resistencia, mas adunados los esfuerzos para pelear. Animaba á todos el deseo de no permitir la entrada de los franceses, cuya presencia se creia precursora de crímenes impios, de asesinatos horrorosos, y de la venganza que sin duda deberian tomar, despues de la terrible matanza de sus compatriotas en la funesta noche del cinco. Mugeres, niños, ancianos, nobles y plebeyos, militares y eclesiásticos, todas las clases, en fin, se hallaban inspirados del mas puro entusiasmo; y Valencia volvia á presentar otra vez aquel antiguo pueblo del siglo XV y XVI, que tantos laureles supo conquistar para engalanar la espléndida corona que habian ceñido los monarcas de Aragon.

Adoptadas estas providencias, dispuso la junta que los maestrantes D. Joaquin Salvador y el baron de Benifayó se trasladasen inmediatamente al llano de Cuarte con la mision de encargar al brigadier Saint-Marc recogiese cuantos soldados le fuera posible de los que se habian dispersado en las Cabrillas, y los reuniera en la ermita de S. Onofre, junto á la acequia de Mestalla, último punto donde se creia poder resistir al egército francés, y al que habian llegado el regimiento de milicias de Soria y un escuadron de Numancia, dejando todas estas fuerzas á su inmediato mando. SaintMarc, cumpliendo sobre la marcha las órdenes de la junta, se dedicó á fortificar aquel punto del modo que la premura de las circunstancias le permitia; y pocas horas despues se presentó en el campamento el capitan general conde de la Conquista, acompañado del teniente de la maestranza marqués de Benemegis y los caballeros marqués de Serdañola, baron de Sta. Bárbara, el de Benifayó y D. Joaquin Salvador; y aprobando el plan de defensa adoptado por el brigadier, procedieron en seguida á la organizacion de los paisanos que voluntariamente se ofrecian á servir. Entre estos acudió tambien D. Vicente Bertran de Lis, cuyas exhortaciones fueron harto eficaces para arrastrar en pos sesenta valencianos que quisieron batirse con los franceses antes que estos formalizasen el sitio que era de temer. Bertran hizo conducir además un cañon, que se colocó cerca del puente cortado, formando el centro de la

defensa. La organizacion de los paisanos se encargó á D. Joaquin Escribá, marqués de Albaida, y á los caballeros Sta. Bárbara, Serdañola, Benifayó y Salvador; con el carácter de ayudantes de los gefes, que despues egercieron tanta influencia en la península, y cuyo cargo desempeñaron con valor y desprendimiento. Formaron la línea de defensa apoyando la derecha en Manises, cuyo puente cortaron, y dejaron para sostener este punto cuarenta caballos de la maestranza; la izquierda se apoyó en Aldaya, y en el centro sobre Cuarte se colocó el cañon que condujo Bertran. A pesar de estas y otras disposiciones que se adoptaron con rapidéz, no fuc posible conservar el órden entre los paisanos, que descontentos unos por el rigor de la disciplina á que se les queria sujetar, y otros que pedian con exigencia el ausilio de una columna acantonada en Paterna con el objeto de que se situase en el camino de Liria, á fin de que, conteniendo al enemigo, no se precipitase aquella misma tarde sobre la capital, provocaron una escision fatal. Bertran fue el encargado de llevar esta órden al gefe de la columna, que con este motivo suscitó una cuestion ruidosa, cuyas consecuencias presentaban los mas funestos resultados. Los paisanos se desordenaron, y poco faltó para que aquel comandante pereciese violentamente á sus manos. El tumulto se propagó hasta el cuartel general de Saint-Marc, cuya vida y la del marqués de Cruilles se vió amenazada muy de cerca, viéndose este último en la necesidad de retirarse precipitadamente para evitar una desgracia, y sufriendo Saint-Marc el desaire de ser repetidas veces desobedecido por aquella gente, cuya sedicion comprometia no solo la seguridad de este egército desorganizado, sino tambien de la capital.

Alarmada Valencia por las noticias que recibia á cada momento del cuartel general, teniendo ya casi á sus puertas á los franceses, se creia perdida del todo, cuando oportunamente llegó en su socorro, al frente de una columna de dos mil hombres, el brigadier D. José Caro, nombrado poco antes por la junta para mandar las fuerzas que debian cubrir la carretera de Madrid. La presencia de Caro en el campamento de S. Onofre produjo nuevos desórdenes; pues los sediciosos empezaron á proclamarle gefe superior de todas las fuerzas, á pesar de los distinguidos servicios de Saint-Marc, así como habian brindado tambien con el mando á Bertran de Lis, y con la misma inconstancia, con que amanecido

el dia veintiseis abandonaron casi todos al brigadier recien llegado, quedándose solo con ciento cincuenta paisanos honrados, de ocho mil á que ascendia su número el dia anterior. En tan apuradas circunstancias no pudo ser mas oportuno el refuerzo que se recibió aquel mismo dia de quinientos hombres del regimiento de milicias de Murcia, el de Soria, el que mandaba el conde de Castelar, de varias partidas de guardias españolas, walonas y suizos de Traxler, y algunos miñones. Caro, nombrado comandante en gefe del modo que acabamos de indicar, aunque en combinacion con Saint-Marc, que, ό por patriotismo, ó por transigir con las circunstancias, se dejó reemplazar en el mando superior de una manera tan inesperada, distribuyó las fuerzas de que podia disponer, reforzando el ala derecha, que se prolongaba por la orilla del rio hasta Manises con el batallon de Saboya, al mando de su coronel D. Bruno Barrera, con las milicias de Soria á las órdenes del capitan D. Rafael Paredes, y una partida del regimiento de América: el ala izquierda, que se apoyaba en Aldaya, fue reforzada con el regimiento de milicias de Murcia al mando de su coronel D. Bartolomé Amorós, con los batallones de tiradores de Valencia, que mandaba D. Mariano Aleman, y los de paisanos del campo de Segorbe con su coronel el conde de Castelar. En el centro, que se apoyaba en la ermita de S. Onofre, situó Caro la division que trajo á sus órdenes, dejando á relaguardia cien caballos, parte de la maestranza y parte del escuadron de Numancia. Mandaba el ala derecha el brigadier Saint-Marc, la izquierda el capitan de guardias D. Francisco Ignacio Marimon, y el centro el teniente coronel D. José Miranda. Algunas partidas de paisanos, á las órdenes del brigadier D. Manuel Villena, se situaron en la colina, donde se levanta el almacen de pólvora, prolongando sus avanzadas hasta la orilla del Turia. Tal era la posicion que ocupaba nuestro egército, que se componia en su totalidad de ocho mil hombres, entre los cuales solo habia mil soldados avezados ya á las fatigas de la guerra, mientras que restantes siete mil eran bisoños, paisanos y eclesiásticos seculares y regulares. Cien caballos y tres piezas de artillería completa ban la fuerza, que con tanto afan se habia procurado reunir para hacer frente á los batalladores de Austerlitz, que en número de doce mil infantes y mil ochocientos caballos y abundante artillería habian encadenado á su capricho la victoria en repetidos y sangrientos combates. A las dos de la tarde del mismo dia veintisiete, se

los

dejó ver de nuestras avanzadas el egército francés, y poco despues rompió el fuego por nuestra derecha. Caro recorrió entonces toda la línea alentando á paisanos y soldados, y acudiendo con oportunidad á los puntos donde era precisa su presencia; mientras roto el fuego por todas partes parecia que debia disputarse por mucho tiempo la victoria. Los valencianos rechazaron por tres veces á los enemigos; pero en la vasta llanura que se estendia al rededor y sobre el campo de batalla, era imposible resistir al denuedo y disciplina de la caballería francesa, que cargando simultáneamente á nuestras dos alas, las arrolló sobre la marcha, mientras su artillería barria con su metralla nuestro centro. Desordenadas nuestras filas, ya no fue posible á Caro ni á Saint-Marc contener la dispersion; pero pudieron evitar por un movimiento bien entendido de su escasa caballería, que los franceses, envolviendo sus flancos, le cortasen por retaguardia, retirándose ordenadamente hácia Alcácer, y de allí á Lombay, donde confiaba reunirse á los egércitos de Cervellon y de Llamas. Dueño Moncey de nuestra última posicion, á pesar de haber encontrado mas resistencia de la que era de esperar de la inferioridad y desorganizacion de nuestras fuerzas, ocupó aquella misma noche los pueblos de Cuarte, Manises y Aldaya, que los vecinos abandonaron precipitadamente, refugiándose dentro de los muros de la capital.

Fácil es calcular el estado de agitacion que la victoria de los franceses produciria en Valencia, adonde acudian en tropel confuso los dispersos, los labradores que abandonaban los numerosos caseríos de la huerta, y los vecinos de los pueblos inmediatos que huian aterrados, mas por el rumor de las exageradas noticias que precedian á la marcha del enemigo, que por las tropelías de que se les creia los mas bárbaros autores.

El pueblo todo, inundando, empero, las calles en pos de armas, acudiendo unos á la muralla y otros á las torres, y aun,cubiertas de gentes las altas azoteas de las casas, ofrecia un movimiento ruidoso, confuso, atronador, y que llamaba mucho mas la atencion, por la circunstancia de que por un largo trascurso de años habia disfrutado Valencia de la mas envidiable tranquilidad. Conocíase apenas entre la multitud el egercicio de las armas; pero no se habia estinguido el antiguo valor: y resueltos los valencianos á defender sus hogares de unos enemigos, á quienes se creia no solo como injustos usurpadores del trono español, sino propagadores TOM. II.

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