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tambien de las mas perniciosas máximas contra las venerandas creencias de nuestros mayores, no hesitaron en esponer adunados sus vidas é intereses por la patria y por la religion. No se habia descuidado tampoco la fortificacion de la plaza, encargando las obras necesarias al brigadier D. Miguel de Sarachaga, coronel de artillería, asociado al diputado capitular D. Francisco de Paula Isnart, para que facilitase, en nombre de la ciudad, los recursos y operarios que se creyesen suficientes para dar cima á la importante comision que se les habia confiado. Cierto que las obras practicadas no hubieran sido bastantes para resistir un sitio de alguna duracion, teniendo á la vista un egército aguerrido, y mandado por un gefe de alta y bien merecida reputacion. Derribadas la mayor parte de las almenas que coronan la muralla, se suplió esta falta con sacos de tierra, y en las cortinas de una puerta á otra, que estaban sin torreones, se levantaron plataformas de madera en parte interior para la colocacion de algunos cañones. En la puerta de S. Vicente se construyó una batería con su espaldon y foso; la de Ruzafa se guarneció con tres cañones; la ciudadela quedó á cargo de varios artilleros, marinos de guerra, y paisanos honrados; y las puertas del Real, de la Trinidad, de Serranos y de S. José, se ocuparon tambien con cañones, y en la torre de Sta. Catalina se colocó una batería; mientras en la parte esterior de las mismas puertas se abrieron profundas zanjas, en otras se colocaron caballos de frisa, cerrando las calles contiguas que ocupan los arrabales con parapetos de gruesos maderos, que se creian bastantes para impedir el paso á la caballería enemiga. En medio de estos preparativos, un paisano llamado Juan Bautista Moreno, conocido por el Torero, condujo un cañon de á cuatro al camino de Mislata, resuelto á sostener aquel punto. En compañía de otros tres paisanos no se apartó de allí en todo el dia veintiseis, y por la noche recibió el refuerzo de veintitres fusileros con tres cabos para que le protegiesen en caso de una sorpresa. Al amanecer del veintisiete quedó otra vez sin este ausilio el Torero, mas siempre acompañado de los tres paisanos; pero llegada la noche, y avanzando hácia aquel punto los franceses, y privado de todo socorro, á pesar de sus repetidas instancias dirigidas al baron de Petrés, encargado del mando de la puerta de Cuarte, retrocedió con el cañon hasta el que fue convento de S. Felipe, y por fin lo colocó en la batería de Sta. Catalina. Mientras este hombre oscuro se entregaba á todas

las esperanzas de una imaginacion exaltada, se hallaba ya cubierta la muralla de gentes de todas clases; desde el mas opulento propietario, hasta el mas humilde artesano.

Tal era la disposicion de los valencianos el dia veintiocho en que se verificó el ataque de la puerta de Cuarte: multitud de ellos confesaron y comulgaron, como nuestros antiguos caballeros; y colgaron de sus cuellos rosarios y otras prendas de devocion, para morir con mayor ardimiento por la religion, por la patria y por su rey. Un pueblo que pelea por tan sagrados objetos no es vencido jamás; pueden hacinarse las ruinas sobre él, pero no es toda la gloria para el vencedor. Sin embargo, el conde de la Conquista se inclinaba á la entrega de la ciudad, sin tener en cuenta la omnipotencia de un pueblo, á quien no dividian aun ni mezquinos intereses de partido, ni la sórdida ambicion, que son el mas triste producto de las contiendas civiles. Eran las ocho de la mañana, cuando se observó levantado un torbellino de polvo en el camino que media desde Cuarte á Mislata, é inmediatamente se vió desfilar á los franceses por frente del huerto llamado de Chuliá, los cuales, cruzando por todos los cañamares, se derramaron por los alrededores del molino de las nueve muelas; mientras en los campos, donde se acababa de segar el trigo, formó en masa una numerosa columna á retaguardia de la caballería; descansando un momento sobre las armas. A la vista se hallaban de una ciudad casi indefensa, y protegida por sus mismos habitantes, aquellos célebres batalladores que habian llevado triunfante el águila imperial por todos los ángulos de Europa, y aterrado el poder del Islam al pie de las pirámides; y á pesar de los recuerdos que dejaban en pos de sí, y de la celebridad que precedia á su marcha ruidosa, no temblaron, sin embargo, los valencianos, y los que coronaban la muralla hácia la puerta de Cuarte, vieron con placer llegado el instante de arrancar alguna hoja de la corona que ceñia Moncey, cuando sus avanzadas se adelantaron á la sombra de la pared del huerto de Carrús para tomar algunos puntos mas inmediatos á la ciudad. En este estado apareció el noble mariscal francés al frente de la columna, de que hemos hecho mencion, y acto continuo avanzaron algunas compañías, que penetraron hasta los conventos de S. Sebastian y del Socorro.

Entonces fue cuando Moncey intimó á la ciudad su última rendicion por conducto del coronel Solano, y entonces fue tambien,

uando fluctuando el conde de la Conquista, esploró la opinion pública; pero los gritos del pueblo, que acudió en tropel á la casa de la ciudad, donde se hallaba reunida la junta, y la decision que de un modo inequívoco se dejaba percibir en aquella confusa gritería, hicieron dar la noble contestacion que antes hemos referido, y que es digna de un Leonidas. «El pueblo prefiere la muerte en su defensa á todo acomodamiento. Así lo ha hecho entender á la junta, y esta lo traslada á V. E. para su gobierno." Tambien hemos indicado ya, que portador de esta solemne declaracion de guerra, fue D. Joaquin Salvador; pero habiendo ya roto los franeeses el fuego sobre la plaza, tuvo este caballero que salir por la puerta del Mar, y dirigirse por Patraix á buscar la retaguardia del egército enemigo. Muchas veces se vió precisado á esplicar el motivo de su mensage, poniendo de manifiesto el pliego que llevaba, para satisfacer la ansiedad de una multitud de paisanos, que ocultos en las acequias, detrás de las moreras y de caseríos aislados prestaban distinguidos servicios, haciendo sobre los franceses un fuego mortífero á quema-ropa, sin que estos pudieran defenderse de aquellos enemigos casi invisibles, y que aparecian ó desaparecian, segun lo creian oportuno. Salvador llegó de este modo hasta los puestos avanzados, y vendándole los ojos, y escoltado por dos soldados de caballería, le presentaron á Moncey, á quien entregó el pliego. Enterado de su contenido, preguntó el mariscal con la mayor admiracion: «¿con qué recursos cuenta Valencia para osar resistir á mis regimientos, cuando la España entera se sujeta al poder de nuestras armas y se halla sin tropas?" - V. E. padece una equivocacion, contestó el mensagero, dando á su respuesta un aire de triunfo: Valencia cuenta con algunos miles de soldados. -¿Y cuántos paisanos armados tiene? volvió á preguntar Moncey. Innumerables, respondió Salvador; pero desde luego se puede asegurar que ascenderán á ochenta mil. — Mayores son mis fuerzas, pues, concluyó el francés: decid á la ciudad que olvido todo lo pasado, si á imitacion de los demás pueblos de la península, reconoce por rey á José Napoleon. - Valencia, dijo por fin el mensagero, solo ha jurado por rey á D. Fernando VII (1). — Terminada esta breve conferencia, despidió Moncey á Salvador,

(1) Colomer, loc. cit.

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asegurándole confiadamente que aquel mismo dia entraria en la capital. Acompañáronle hasta casi al pie de la muralla, mandando para esto cesar el fuego de fusilería que se cruzaba en todas direcciones. Salvador hubo de repetir en cien puntos diferentes, y á los numerosos grupos que se agolparon al rededor de él, el resultado de su comision, para aquietar á los que, á consecuencia de la irresolucion manifestada por el conde de la Conquista, temian una transaccion, que los valencianos estaban dispuestos á rechazar. Serian las doce, cuando los enemigos, avanzando formados en tres columnas por la orilla del rio, rompieron el fuego contra la batería de Sta. Catalina; pero le contestó al momento nuestra artillería y fusilería con el mayor acierto. Su comandante el teniente coronel D. Firmo Valles, el capitan graduado de teniente coronel D. Manuel de Velasco, y el subteniente D. José Soler, al frente de un peloton de valientes, resistieron con brio las acometidas de los franceses, que fueron rechazados una y otra vez. Una bala de cañon se le llevó á D. Manuel de Velasco la cucarda y parte del sombrero; mas no por esto se acobardó el bravo oficial, que prosiguió impávido en su puesto, mientras los enemigos, abrasados por el fuego de cañon y el que por sus flancos les hacia la fusilería, huyeron atropelladamente, sin que fueran bastantes para contenerles las exhortaciones de sus gefes. El fuego bien dirigido desde el muro y desde la puerta de S. José, que mandaba el coronel D. Alejandro Baciero, acabó de desalojar á los enemigos por aquella parte de todas sus posiciones militares, obligando al mismo Moncey á abandonar una alquería donde se hallaba en observacion; no creyéndose seguro en aquel punto, donde una bala de cañon le voló la pierna á uno de los oficiales de mayor graduacion que se hallaban á su lado. La gente armada que cubria el cauce del rio, en la que figuraba D. Vicente Bertran de Lis acompañado de los suyos, impidió tambien que los franceses avanzaran por aquella parte, y sus fuerzas se replegaron entonces hácia la calle de Cuarte, que habia designado Moncey desde el principio como punto de ataque. Avanzaron efectivamente con intrepidéz por la calle del Beato Bono con direccion á la puerta de Cuarte, y colocaron una batería delante de la entrada del jardin Botánico, en tanto que algunas compañías se posesionaban del antiguo convento del Socorro, fundado en mil cuatrocientos noventa y nueve por un valenciano llamado D. Juan Exarch, de la

familia de los marqueses de Benedites (1). Este edificio, de antigua arquitectura, fue casi del todo reducido á escombros por los franceses, que se fortificaron allí para hostilizar á los valencianos. Desde este punto, y desde la batería colocada delante del jardin. Botánico, hacian un fuego mortífero contra la plaza, y en particular contra la puerta de Cuarte, como hemos indicado ya. Antes, empero, de romper los franceses el fuego sobre este punto, se hallaba la puerta abierta, sin mas guardia que la de un peloton de inválidos y un cañon de á veinticuatro, del que se habia encargado un paisano. Afortunadamente llegó en el primer momento un oficial, llegado aquella misma mañana á Valencia, que acudió al primer toque de generala. El paisano fue el primero que disparó, mientras el oficial, subiendo á la batería colocada encima de la puerta entre las dos gigantescas torres que la protegen, dictó algunas disposiciones, que fueron bien egecutadas por los pocos artilleros, que solo podian sostener el fuego con un cañon de á cuatro que mandó colocar el comandante del arma D. Miguel de Sarcohaga. Los franceses avanzaron mas de una vez, ya en columna cerrada, ya desfilando por la calle de Cuarte; pero diezmados sus batallones, y barrida la calle por la metralla, tuvieron que replegarse sobre la batería, cuando multitud de paisanos, protegidos por algunos caballos de Numancia, sostenian ya con mas regularidad y acierto la defensa de la puerta, que se abria para vomitar la muerte sobre el egército francés, cerrándose en seguida, para volver á cargar el cañon. Durante toda aquella tarde no cesó de

(1) Juan Exarch servia á los reyes católicos en el egército de Nápoles por los años 1470. Embarcóse para su patria, y enfrente de Sicilia padeció una furiosa tormenta, de la que se salvó la tripulacion casi por un milagro. Entonces fue cuando el noble Exarch, invocando la proteccion de la Vírgen del Socorro, cuya Imágen se venera en el convento de Agustinos de Palermo, prometió vestir el hábito de esta órden, como lo cumplió poco despues, fundando en 1499 el convento del Socorro estramuros de Valencia. En este convento se hallaba depositado á los pies del altar de la Vírgen el cuerpo de Sto. Tomás de Villanueva, cuya estátua sepulcral de un mérito artístico poco comun, se halla hoy, aunque mutilada en parte, en poder de un particular, que la adquirió cuando la supresion de las comunidades religiosas, y que nosotros hemos visto muy bien conservada. El cuerpo del Santo se venera en la catedral. El convento del Socorro, al tiempo de su incendio por los franceses, contenia pinturas de Alonso Cano, de Vergara, de Brú y del célebre March.

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