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repetirse este fuego siempre vivo, bien sostenido siempre, lo mismo que la batería situada encima de la puerta que enfila ba perfectamente la acera de la calle que tenia enfrente: mientras la fusilería, cuyas descargas no cesaban un instante, obligó á la caballería, que estaba formada en la calle y plazuela de los Mínimos, á permanecer en la inaccion. Tres veces atacaron con denuedo los franceses, y rechazados otras tantas, no les era posible abandonar las casas donde se habian fortificado, ni cruzar la calle, cubierta ya de cadáveres de valientes. Poco despues de roto el fuego por el cañon de á veinticuatro y por la batería que coronaba la puerta, se encargó del mando de ésta el capitan D. José Ruiz de Alcalá, y del puesto los coroneles baron de Petrés, D. Bartolomé de Georget y D. Pedro de Soto. Temióse por un momento que escasease la metralla; pero los valencianos se apresuraron á arrancar rejas, y se enviaron á las baterías barras y otros utensilios de hierro, que se cortaron en menudos pedazos para suplir aquella falta, dedicándose hasta las mas elevadas señoras á coser los saquiilos de la nueva metralla. Las autoridades, los magistrados y los mas venerables sacerdotes se dejaban ver en todas partes alentando á los impávidos defensores, , cuyo ardimiento crecia por instantes, y cuyo valor no desfallecia un punto.

Entre tanto no cesaba el fuego del obus y de la fusileria dirigida contra la batería de Sta. Catalina y puerta de S. José; pero en vano. La division de Caro que se habia dispersado en el combate de S. Onofre y replegado inmediatamente sobre la ciudad, estaba en defensa del almacen de la pólvora, adonde fue destinada al mando del teniente coronel D. José Miranda; y desde allí, ausiliados por los paisanos, molestaban con tanta oportunidad los flancos del enemigo, que á pesar de sus esfuerzos no pudo atravesar el rio para ganar el camino de Barcelona. Miranda, con el conde de Romré que estaba tambien á la otra parte del rio, no solo no abandonaron su posicion, sino que avanzando sobre los franceses les hicieron retirar, hasta el estremo de tener que enclavar los cañones y replegarse hacia el centro de su línea.

No menos obstinado se presentaba el ataque por la parte de la muralla que cierra la plaza llamada del Carbon, cuyo mando tenia el teniente coronel D. Manuel de Miedes. Los franceses apostados en el convento del Socorro y casas contiguas respondian con bravura á nuestros fuegos que llovian como un torrente desde las

azoteas y ventanas de las habitaciones inmediatas al muro; y por fin tuvieron que retirarse, porque nuestros tiradores les hicieron mucho daño. Al mismo tiempo recorrian otras compañías enemigas la partida llamada de Arrancapinos, cometiendo las mayores tropelías; pero hundidos en el agua con que los labradores habian inundado los campos, sendas y caminos, se contentaron con saquear algunas barracas y alquerías, destruyendo del todo el molino de Ventimilla, donde se pusieron á comer á la sombra de los álamos que les rodeaban. En este estado fueron atacados de súbito por un peloton de labradores, que á las órdenes de Miguel García, posadero de la calle de S. Vicente, empeñaron una escaramuza, en que los franceses no llevaban la mejor parte, hasta que protegidos por nuevos refuerzos, obligaron á los labradores á retirarse, pero sin confusion, poniéndose bajo los fuegos de la muralla; de modo, que el caballo que montaba García, mal herido y casi desangrado, pudo llegar apenas hasta la puerta de S. Vicente. Aterrados los franceses por una defensa tan inesperada, trataron de dirigir sus últimos ataques contra una mal tapiada puerta llamada de Sta. Lucia, al mando de D. Tomás Lopez, sargento mayor del regimiento de Saboya. Otra columna marchó sobre la puerta de S. Vicente, cuyo punto estaba confiado á los comendadores de la órden de S. Juan de Jerusalem frey D. Luis Rovira, teniente de navío retirado, y frey D. Francisco Albornóz, capitan retirado de caballería, y el mando de la batería esterior al ayudante mayor graduado de capitan D. Luis Almela, y al capitan del regimiento de Alcázar de S. Juan, agregado á la artillería, D. Juan José Peñacarrillo, y á otros dos oficiales llamados D. Francisco Cano y D. Facundo Alarcon, á las órdenes todos del coronel D. Bruno Barrera. Empezóse el ataque, y los valencianos apuntaron con tanto acierto, que desmontaron los cañones de los enemigos, y eran ya dadas las ocho, cuando despues del violento fuego que se cruzó en todas direcciones al rededor de la ciudad, sin que las granadas enemigas ocasionaran ningun daño de consideracion en su caserío, al llegar la noche cesó en ambas líneas.

Infatigables los valencianos se ocuparon sin embargo toda aqueIla noche en reparar las obras de fortificacion que habian sufrido mas, trabajando á porfía, conduciendo materiales, velando unos y mostrando todos un afan sin límites, un entusiasmo maravilloso. Iluminadas las ventanas y balcones de las casas, la ciudad

ofreció el mismo movimiento en aquellas horas consagradas al reposo, que durante aquel dia de combate. Era tal la actividad que se observaba por doquiera, que D. Manuel de Miedes no pudo menos de esclamar en medio de un grupo de operarios: »>¡ dichoso el hombre que logre mandar una gente que con tanta prontitud se presta á todo."

>>> La resistencia de Valencia, dice el apreciable historiador Toreno, aunque de corta duracion tuvo visos de maravillosa. No tenia soldados que la defendiesen, habian salido á diversos puntos. los que antes la guarnecian, ni otros gefes entendidos que oficiales subalternos que guiaron el denuedo de los paisanos. Los franceses perdieron mas de dos mil hombres, y entre ellos al general de ingenieros Cazal con otros oficiales superiores. Los valencianos, resguardados detrás de los muros y baterías, tuvieron que llorar pocos de sus compatriotas, y ninguno de cuenta."

Al amanecer del dia veintinueve se avisó por el vigía colocado en el Miguelete que los franceses se retiraban. Fácil es concebir el júbilo de la poblacion que temia aquel dia un nuevo ataque; y apenas levantó el campo Moncey salieron los valencianos en pos, diezmando á los rezagados y enterrando junto al cauce del rio y en las profundas zanjas abiertas al efecto los cadáveres que encontraban doquier, ocupándose en esto aun los mismos muchachos. Esperábase y no sin fundamento que el conde de Cervellon acabaria de destruir en su marcha al mariscal, ó que por lo menos le molestaria en su retirada, que hacian difícil las acometidas de los paisanos que afluian de todas partes para impedirle el paso por doquiera. El conde burló sin embargo estas esperanzas, pues hallándose en Alcira desde que tuvo noticia del paso de los franceses por las Cabrillas y su aproximacion á la capital, permaneció en la inaccion, sin disputar á Moncey el paso del Júcar. Cervellon se escusó con que esperaba órdenes de sus gefes superiores; pero esta conducta, que manifestaba una laudable prudencia, como dice Toreno, fue censurada amargamente en aquellos tiempos.

Muy contraria á la conducta de este gefe fue la que observaron al mismo tiempo D. Pedro Gonzalez de Llamas y D. José Caro, á quien vimos acudir al socorro de Valencia, y si no obtuvo un resultado feliz, impidió por lo menos el progreso de los enemigos, pudiendo de este modo prepararse los valencianos á una ventajosa resistencia. El general Llamas, que desde Murcia se habia Tом. II. 26

aproximado al puerto de Almansa, noticioso por su parte de que los franceses se disponian para embestir á Valencia, habia avanzado rápidamente y colocádose á la espalda de Chiva, cortándoles así sus comunicaciones con el camino de Cuenca. Y obedeciendo despues las órdenes de la junta, hostigó al enemigo hasta el Júcar, en donde hizo alto asombrado de que el conde de Cervellon hubiese permanecido sin emprender ningun movimiento. Colmaron, pues, de elogios á Llamas, y atribuyóse á Cervellon la culpa de no haber derrotado al egército de Moncey antes de su salida del territorio de Valencia. Como quiera que fuese, costóle al fin, dice Toreno, el mando tal modo de comportarse graduado por los demás de reprensible timidez. Moncey prosiguió su retirada incomodado por el paisanage, sin que osase desviarse del camino real, y el dos de Julio habia ya pasado el puerto de Almansa, dejando descansar á sus tropas en Albacete.

Al dia siguiente de su inútil tentativa contra Valencia, dirigió el mariscal francés el escrito siguiente al capitan general: »Mi corazon está afligido por la sangre que ayer se derramo. Soy francés, y vuestra valiente nacion conoce muy bien el cariño que la profeso. Unos mismos intereses nos unen, y debemos dirigirnos igualmente hácia la misma gloria de nuestra patria; ponernos de acuerdo y ser amigos. Este es, pues, el objeto á que debemos en

caminar nuestros esfuerzos. En mas de un acontecimiento de mi vida he manifestado á vuestra patria mi modo de pensar hacia ella. En mi última marcha militar he sabido conciliar los intereses del pueblo con los que debo al egército que mando. He enviado á sus casas casi todos los prisioneros que he hecho: me quedaban algunos, y los envio todos en cambio del señor general Exelmens, del coronel Lagrange, del gefe de escuadron Rosetti, y del sargento mayor Tetart, presos por los paisanos de Saelices el diez y seis

del corriente.

«Dirijo á V. E. la presente por los mismos prisioneros; y en esta ocasion como en otra cualquiera, suplico á V. E. esté persuadido del interés que tomo en cuanto pueda contribuir á la felicidad y á la gloria de ambas naciones (1).”

(1) Lista de los prisioneros de que habla esta comunicacion: D. Francisco Benes, capitan de Jaen: D. Manuel Gaunz y D. Agustin Longás, de Saboya:

Con fecha treinta del mismo mes de Junio dirigió la junta al noble mariscal la siguiente contestacion por conducto de D. José Coba, alférez del regimiento de Dragones: «Todo corazon sensible debe estar penetrado de dolor al ver correr tan injustamente la sangre de los guerreros; pero se horroriza al contemplar la crueldad con que han perecido inocentes y desarmadas víctimas al furor de esos soldados, que por lo mismo que se contemplan unos mismos con los españoles, debian no desmentir estos sentimientos y mirar con compasion y humanidad las mugeres, los niños y ancianos, en que han saciado su injusta venganza. Mucho mas cuando nosotros somos los atacados, y defendemos los derechos de nuestro legítimo rey, nuestra patria y nuestros hogares. Jamás creyó Valencia, que soldados mandados por un general como V. E., cometiesen los atentados, de que no se consolarán los pueblos por donde ha transitado el egército francés, si hubiera dejado quien los llorase; y sobre todo la profanacion de los templos y robos de los vasos sagrados.

«Esto mismo ha inflamado mas la lealtad y el esfuerzo de los valencianos, á quienes V. E., á pesar de su afecto á los españoles, no dudó intimar tan horrible y perentoriamente, antes de dispararse un solo cañonazo, antes de acercarse á sus muros, y aun de moverse de su cuartel general.

«A los sentimientos que animan á todo buen español, seria muy poco costoso pagar con una generosidad escesiva la de V. E. en haber enviado libres los oficiales prisioneros que teníamos en su poder; pero además de ser tan conocida y grande la desigualdad del cange que se propone, la junta no podria asegurar que el general Exelmens, el coronel Lagrange, el gefe de escuadron Rosetti, y el sargento Tetart llegasen seguros y libres á V. E. Un

D. Patricio Iwhite, de Liria: D. Ramon Flames, de Inválidos: D. Vicente Sobeñal, del segundo de Voluntarios de Aragon: D. Manuel Pascual de Larraz, teniente de Almansa: D. Luis Roman, de cazadores: D. Vicente Causa, alférez de id. D. Domingo Lagrú, D. Mariano Allende y D. Luis Catalá, alféreces de Guardias Españolas: D. José Tabani y D. Manuel Tobar, id. de Liria: los paisanos Sebastian Lopez de Algarve, Francisco Parreño, Vicente Casanova, Luis Melchor Bort, Francisco Gonzalez, y D. Cosme Alvarez, coronel de Nápoles, y el teniente D. Cosme Ramcukern que no quisieron volver por ser franceses.

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