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fiscales: Primera. Que se redujese el número de vocales de la cen. tral, por ser el actual contrario á la ley 3.a, partida 2.a, tít. 15, en que, hablándose de las minoridades en los casos en que el rey difunto no hubiese nombrado tutores, dice: «que los guardadores deben ser uno ó tres, ó cinco é non mas." Segunda. La estincion de las juntas provinciales: y tercera, la convocacion de córtes, conforme al decreto dado en Bayona por Fernando VII. Por mas justas que parecian á primera vista estas peticiones, dice el citado historiador, no solo no eran por entonces hacederas, sino que, procediendo de un cuerpo tan desacreditado, achacáronse á odio y despique contra las autoridades populares, nacidas de la insurreccion. Dudóse, pues, de la buena fe con que se habia presentado la propuesta; pues el mismo consejo se habia mostrado hosco mas de una vez al solo nombre de córtes, sin contar con que para esto era preciso tener presente el modo con que debia verificarse su llamamiento, conforme á las mudanzas ocurridas en la monarquía. Jovellanos, empero, no parecia distar mucho de la opinion del consejo; y en la primera sesion de la junta espuso su dictámen, que reprodujo despues en siete de Octubre. Era de parecer el ilustre miembro que se anunciase inmediatamente á la nacion, <«<que seria reunida en córtes luego que el enemigo hubiese abandonado nuestro territorio, y si esto no se verificase antes, para el Octubre de mil ochocientos diez, que desde luego se formase una regencia interina en el dia primero del año inmediato mi ochocientos nueve, que instalada la regencia quedasen existentes la junta central y las provinciales; pero reduciendo el número de los vocales en aquella á la mitad, en estas á cuatro, y unas y otras sin mando ni autoridad, y solo en calidad de ausiliares del gobierno." Aunque apreciado, no se adoptó, sin embargo, este dictámen; pues unos creian que era mas oportuno ocuparse antes en las medidas de guerra, que en las políticas y de gobierno, y á muchos dolíales descender de la elevada posicion á que se habian encumbrado. Las provincias no debian tampoco recibir plausiblemente el número de individuos de que habia de componerse la regencia; pues no podian tener en ella cabida sus representantes. Continuó, pues, la junta central en egercer todo el goce y poderío de la autoridad soberana; y creó una secretaría general á cargo del célebre poeta y buen patriota D. Manuel José Quintana. Desgraciadamente los individuos de aquel cuerpo se dejaron alucinar por el

brillo fastuoso de los honores y condecoraciones, haciendo dar al presidente el tratamiento de alteza, á sus vocales el de escelencia, y el de alteza á la junta en corporacion. Instituyeron tambien una condecoracion ó placa que representaba ambos mundos, y se señalaron el sueldo de doce mil reales, incurriendo por consiguiente en los mismos desaciertos que las juntas de provincia, con la diferencia de que no eran ya las mismas las circunstancias del pais.

Desatentados tambien en los demás decretos, mandaron suspender la venta de manos muertas, y aun se pensó en anular las hechas anteriormente; se nombró inquisidor general y se restablecieron las antiguas trabas de la imprenta. Agotados por otra parte los estraordinarios recursos que facilitaron los pueblos para sostener su movimiento, cuando ya se hallaba de antemano tan desorganizada la administracion pública, no pudo la central resolver en los asuntos de guerra con la actividad propia de un gobierno mas compacto, teniendo que celebrar secretamente sus discusiones por la misma índole de su institucion. Su manifiesto de diez de Noviembre no parece tuvo otro objeto que el de conservar las simpatías de la nacion, trazando con hábil maestría el cuadro del estado de los negocios y la conducta que la junta se habia propuesto seguir. Además de mencionar los remedios prontos y vigorosos que era indispensable adoptar, tratando de mantener para la defensa de la patria quinientos mil infantes y cincuenta mil caballos, hacia concebir tambien la esperanza de que se mejorarian para en adelante nuestras instituciones. Pero este escrito circuló ya demasiado tarde, y el pais habia lamentado ya por consiguiente las mas terribles desgracias, sin que no embargante tantas promesas se hubiesen reforzado los egércitos. Por decreto de la misma junta formaban estos cuatro grandes y diversos cuerpos. Primero. Egército de la izquierda, que debia constar del de Galicia, Asturias, tropas venidas de Dinamarca, y de la gente que se pudiera allegar de las montañas de Santander y pais que recorriese. Segundo. Egército de Cataluña, compuesto de tropas y gentes de aquel principado, de las divisiones desembarcadas de Portugal y Mallorca, y de las que enviaron Granada, Aragon y Valencia. Tercero. Egército del centro, que debia comprender las cuatro divisiones de Andalucía y las de Castilla y Estremadura, con las de Valencia y Murcia que habian entrado en Madrid con el

general Llamas. Tambien habia esperanzas de que obrasen por aquel lado los ingleses en caso de que avanzasen hácia la frontera de Francia. Cuarto. Egército de reserva, compuesto de las tropas de Aragon y de las que durante el cerco de Zaragoza se les habian agregado de Valencia y otras partes. Las circunstancias, sin embargo, hicieron variar estas disposiciones, á medida que los egércitos franceses, variando la forma que tenian, fueron divididos en ocho diversos cuerpos á las órdenes de señalados caudillos, distribuidos del modo siguiente: primer cuerpo, mariscal duque de Bellunc: segundo cuerpo, mariscal Bessieres, duque de Istria: tercer cuerpo, mariscal Moncey, duque de Conegliano: cuarto mariscal Lefebvre, duque de Dantzick: quinto, mariscal Mortier, duque de Treviso: sexto, mariscal Ney, duque de Elchingen: séptimo, el general Saint-Cyr; y octavo, el general Junot, duque de Abrantes. Estos gefes fueron sustituidos algunas veces por otros, como veremos mas adelante; ascendiendo el número total de combatientes á doscientos cincuenta mil infantes y mas de cincuenta mil caballos.

El mismo Napoleon cruzó el Bidasoa el ocho de Noviembre acompañado de los mariscales Soult y Lannes, despues de Dalmacia y Monte-bello. Aquel dia llegó á Vitoria, donde se encontró con su hermano José y su cuartel general.

que

Mientras la junta de Valencia, dedicándose con asiduidad al cumplimiento de la imponente mision que le estaba confiada, procuraba ocurrir al remedio de los males causaba la guerra y los que tenian su origen en las providencias del gobierno anterior, suprimiendo el impuesto sobre el vino, aboliendo el treinteno sobre los frutos que no diezman; haciendo cesar las enagenaciones de los bienes de obras pias; acordando medidas útiles en favor de los vales reales, cuya pérdida enorme aumentaba la ruina de muchas familias; asignando pensiones á las viudas y huérfanos de los que morian en los combates; y concediendo diferentes indemnizaciones á los vecinos honrados de los pueblos del reino á quienes habia arruinado la invasion de los franceses; caminaba ya á su disolucion, impelida por las aberraciones de D. José Caro. Este personage notable, de quien ya hemos hecho mencion estensa en otra parte, era capitan de fragata ó teniente de navío, cuando de órden de Murat pasó á Mahon en compañía del general Salcedo, con el objeto de encargarse este del mando.

de la escuadra que mandaba D. Cayetano Valdés, para conducirla luego á Tolon. Valdés se negó á obedecer, y Caro se trasladó á Valencia á fin de Mayo de este mismo año mil ochocientos ocho, como tambien indicamos en otra ocasion, sin tener noticia de la revolucion que habia estallado en esta capital. Su familia, ó sea la del marqués de la Romana, establecida desde mucho antes en Valencia, aunque oriunda de Mallorca, gozaba entre sus habitantes de indisputable popularidad desde la desgraciada espedicion de Argel en que murió el marqués, padre de D. José Caro, y por lo mucho que se distinguió el año mil setecientos noventa y tres en las provincias Vascongadas contra los franceses su tio D. Ventura. Llegado Caro á Valencia, en compañía del mismo general Salcedo, se presentaron ambos á la junta, y Caro obtuvo inmediatamente el nombramiento de coronel de un regimiento de nueva creacion, á quien dió su nombre, mediando en esto la influencia de Bertran de Lis, á quien estaba unida la familia de Caro por los mas estrechos vinculos de amistad y de confianza. Hemos visto ya la conducta de Caro durante las operaciones militares del mes de Junio, que terminando en la batalla de S. Onofre, le valió el nombramiento de brigadier, á propuesta de Bertran de Lis, así como el conde de la Conquista habia promovido á igual empleo á los coroneles Saint-March y Villena. Despues de la retirada de Moncey, marchó Caro tambien á Madrid con la division valenciana; y hallándose incorporado al egército nuestro que acampaba á la orilla del Ebro antes de la batalla de Tudela, escribió el mismo Caro á Bertran de Lis haciéndole presente la posicion desventajosa, en su concepto, que ocupaba entre tantos oficiales generales, sin hallarse elevado al grado de mariscal de campo. Dispuesto Bertran á emplear en la junta toda su influencia en favor de Caro, presentó la proposicion, en la que apoyaba la solicitud del brigadier, y consiguió, por fin, que se aprobara, á pesar de la tenáz oposicion del conde de la Conquista. Veremos despues cuál fue su conducta, cuando encargado del mando de este reino, cometió tales desaciertos que le obligaron por último á retirarse á Mallorca, donde concluyó sus dias en la oscuridad.

Despues de la desgraciada batalla de Tudela, en la que perdimos dos mil hombres, se retiró Caro con una division de Valencia sobre Cuenca, y la junta dispuso que viniera á la capital para reforzar el cuerpo de egército que tenia á sus órdenes. La accion de

cion,

Tudela, que abrió á los franceses el camino para Madrid, hizo activar la espedicion de Suchet, que cumpliendo las insinuaciones del príncipe de Neufchatel, mayor general de los egércitos de Esрайа, у la órden dada en Córdoba por José Bonaparte el veintisiete de Enero (1), avanzaba sobre nuestro reino; pero recibiendo contraórden, debia, segun ella, dirigirse á Mequinenza y Lérida. No creyó, sin embargo, oportuna el general Suchet esta espedi, y en su consecuencia resolvió continuar su movimiento sobre Valencia. Habia salido ya de Teruel, de cuyas cercanías, arrojada por el general polaco Klopicki la division que D. Pedro Villacampa tenia en Vivel, pudo enseñorearse fácilmente, contribuyendo asimismo al resultado que se proponia, los pocos recursos de D. Pedro García Navarro, situado con sus tropas en la línea de Algar, y de la division de Lerena que se hallaba próxima al Cinca. Suchet, que habia enviado al general Habert con cinco mil hombres para apoderarse de Morella, y marchaba él mismo con nueve mil hácia Segorbe, se detuvo en Albentosa para hacer frente á la fuerza destacada de nuestro egército valenciano, que con algunas guerrillas al mando de D. José Lamar les esperaban en aquel punto. Pelearon los nuestros con fortuna; pero habiendo recibido la órden terminante de retirarse á Valencia, se vieron en la necesidad de desistir de su propósito, verificando con tal rapidéz esta retirada, que dejaron cuatro cañones abandonados en poder de los franceses.

La entrada de estos en el reino, y sobre todo la pérdida de Morella, causó tan profunda sensacion en nuestra capital, que alarmado el pueblo, como si tuviera ya á sus puertas á los legionarios de Napoleon, produjo uno de esos movimientos, cuyo impulso, mas que á una combinacion política, se debe á las circunstancias. Ya desde el comienzo de la revolucion se habian concebido serias sospechas acerca de la sinceridad de principios del capitan general, conde de la Conquista, cuyas opiniones, respecto á los franceses, inspiraban poca confianza, como hemos indicado en otra parte. Aprovechando, pues, este movimiento del pueblo en insurreccion, fue separado del mando por el baron de Sabasona, individuo y comisionado de la junta central en Valencia, nombrando en su lugar á D. José Caro, segundo cabo ya entonces

(1) Años de J. C. 1809.

TOM. II.

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