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los ojos, para que no les imputasen á delito los dulces afectos de la sangre ó de la amistad!

«Al llegar al puente entresacaron los decrépitos, y conducidos con escolta los depositaron en el convento de S. Agustin, y los otros en número de mil y quinientos siguieron su camino con direccion á Murviedro, sin comunicarles ninguna órden ni pre

vencion.

«Desfallecidos por la falta de alimento, cansancio y ansiedad de espíritu, llegaron los prisioneros á aquella villa, y fueron encerrados en la iglesia del convento de S. Francisco, sitiando el edificio con bayonetas, y sin pensar en los medios de sostenerles en medio de su fatiga.

«Sagunto, aquella ciudad famosa, destruida y restablecida por Anibal, era el depósito de los rehenes españoles que habian recibido los cartagineses en sus guerras. Esta honrosa prision de la flor de la juventud española fue ocupada por otros españoles no menos ilustres, que permanecieron encerrados todo el siguiente dia, en que se decidió sacrificar á los negros manes de los agresores, que mordieron el polvo al pie de aquella inexpugnable fortaleza, á las cinco víctimas de la rendicion de la ciudad.

«<Llegó por fin el dia diez y ocho de Enero, y entre siete y ocho de la mañana se les hizo formar por órdenes, y el comandante llamó aparte á los prelados para comunicarles la órden del mariscal, de que fuesen fusilados en el acto Fr. Pedro Pascual Rubert, provincial de la Merced; Fr. José de Jérica, guardian de capuchinos; y los lectores Fr. Gabriel Pichó, maestro de novicios; Fr. Faustino Igual y Fr. Vicente Bonet, dominicos, y que así les mandasen salir de las filas.

«Salidos con efecto al frente, les dijo el comandante, ocultando bajo un aparente desden y severidad la compasion, que su pesar se asomaba á sus ojos: manda el señor mariscal que ustedes cinco sean fusilados en el instante. Profunda y terrible fue la sensacion que estas cortas palabras produjeron en los cinco religiosos, por cuyos rostros circuló la palidéz y el frio horroroso de la muerte; pero el P. Rubert les alentó diciéndoles con energía: ¿de qué nos aprovechan las máximas y preceptos evangélicos, si ahora nos dejamos señorear y oprimir de un inútil temor? La muerte es un paso inevitable, á que debemos estar dispuestos continuamente noche y dia, desde que nacemos. En seguida fueron

conducidos entre dos filas de granaderos, con enternecimiento de los presentes, por delante de la cisterna, al lugar del suplicio, inmediato á las paredes del convento. Les concedieron por cortos momentos confesores de su órden, cuando menospreciadas todas las justificaciones y sentidas plegarias, ninguna esperanza podia ya salvar su vida.

«Al despedirse de los confesores, se abrazaron en silencio con la mas enérgica espresion, y cercados de bayonetas se arrodillaron en fila delante de los soldados destinados para este acto. El P. Jérica, tomando con la mano derecha el Crucifijo que llevaba en el pecho, derramaba abundantes lágrimas, mientras los demás desgraciados compañeros dirigian sus súplicas al Dios de sus padres en aquellos momentos de terrible agonía. El primero que cayó á la señal dada por el comandante, fue el P. Bonet el mas jóven de todos, que solo precedió unos minutos á los demás, que cayeron simultáneamente bañados en su propia sangre; produciendo las descargas de fusilería una dolorosa impresion en los demás religiosos, que esperaban aterrados su suerte, sepultados en aquel silencio solemne y angustioso, que produce una terrible y lúgubre cavilacion.”

Sacrificados estos desgraciados sacerdotes hicieron continuar á los demás la marcha hasta Francia en compañía de otros prisioneros de guerra, fusilando á los que se rezagaban en el camino, sin respeto á la edad, á las enfermedades ni á la fatiga.

La entrega de Valencia fue el principio de otras calamidades. El general Montbrun, despachado por el mariscal Marmont en ausilio de Suchet, llegó á Almansa con tres divisiones, dos de infantería y una de caballería, el mismo dia en que capituló Blake. No siendo necesario, pues, que continuara su marcha, intentó caer sobre Alicante, que creyó desamparada y abatida con la reciente conquista de Suchet. Felizmente los generales españoles Mahy y Freire, que habian abandonado el primero las orillas del Júcar y el segundo el campo de Requena, se encontraban en las inmediaciones de aquella plaza, y burlaron la tentativa del ene· migo; pero en desquite asoló éste el pais por donde dió la vuelta, echando cuantiosas derramas y causando las mas duras estorsiones. Denia, mas desatendida por los nuestros, fue abandonada, sin oponer apenas resistencia, por su gobernador D. Estévan Echenique, y ocupada por la tropa de Suchet, al mismo tiempo que

el general Soult, hermano del mariscal, entraba en Murcia á veintiseis de Enero. Celebraba este gefe en un espléndido banquete el plausible acontecimiento de su entrada en aquella ciudad, cuando de improviso se metió por sus calles el intrépito D. Martin de la Carrera al frente de cien caballos, debiendo verificarlo por otros puntos algunos españoles mas, segun estaba convenido. Aturdido el francés, en medio de los vapores de la mesa, tomó sus armas, y tropezando al principio de una escalera, la bajó con mas rapidéz de lo que la urgencia del caso requeria. Vinieron los suyos á las manos con los cien ginetes de la Carrera que, descargando terribles cuchilladas sobre cuantos franceses hallaba al paso, realmente recordaba los héroes fabulosos de la Tabla Redonda y de otras consejas de la caballería. Sus soldados le sostuvieron con admirable esfuerzo; pero faltándole los demás con quienes contaba, uno á uno, y oprimidos por el número de sus contrarios, fueron cayendo á tierra. Quedó solo la Carrera, contra quien se lanzaron seis franceses, reduciéndole á un estrecho círculo: defendióse, sin embargo, con serenidad y valor, matando á dos y batiéndose con los demás, hasta que herido de un pistoletazo y de varios sablazos, desangrado y sin aliento, cayó difunto en la calle de S. Nicolás. Jóven digno de mejor fortuna: su noble espíritu y su gallarda presencia iba á la par con la firmeza de su corazon. El egército español lloró su muerte. A esta desgracia se agregó otra por los mismos dias, menos sensible en verdad por la pérdida material que por la infamia de quien la produjo. El general Severoli, enviado por Suchet, se presentó el veinte de Enero delante de Peñíscola. Marítima esta plaza, y labrada sobre el gigante peñon que le sirve de base, podia resistir un largo sitio, y ofrecia todas las probabilidades de una defensa obstinada. El veintiocho se aproximó el estrangero solo á seiscientas toesas, desde donde arrojaba algunas bombas; pero noticiosos los franceses por un pliego interceptado de que el gobernador D. Pedro García Navarro no se hallaba resuelto á sostener un largo sitio, entraron con él en negociaciones, y el indigno español les entregó la plaza el cuatro de Febrero, con la única condicion de que les permitiera retirar á cada uno donde quisiera. Navarro se pasó á los contrarios, mereciendo de ellos muchas distinciones, debidas á su bajeza y adulacion, y comió el pan del estrangero, aunque le repugnase su amargura. Este egemplo escandaloso dado al egército Том. ІІ.

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español por un militar que se contaba en sus filas, era tanto mas sorprendente, cuanto que las calamidades públicas, y nuestras mismas derrotas, lejos de desanimar á los pueblos, les alentaba por el contrario á sostener con nuevos brios una guerra, de suyo desastrosa, valiéndose triunfar de cuantos medios podian dis

para

poner (1).

(1) Durante la permanencia de Suchet en Valencia, y cuando la division de Mazuchelli ocupaba parte del Aragon y su centro con el general el pueblo de Sarrion, se observó una desercion tan pronunciada en aquella division, que en veinte dias faltaron de sus filas cerca de 600 hombres. Las mas esquisitas diligencias de gefes y subalternos en averiguacion del autor de tamaño mal, fueron infructuosas, hasta que atraido por el premio ofrecido, un soldado puso en conocimiento de su comandante al autor, sus cómplices medios de que se valian.

y

De una casa miserable, cuyo corral cerraba la muralla de Sarrion por la parte que mira á Valencia, era dueña Ana Sanz, que la habitaba con su marido cojo y tan maltratado por los años y la miseria, que estaba imposibilitado para el trabajo: su muger contaba mas de sesenta años, y como no tuviesen otros bienes que la citada casita, se mantenian de la caridad pública. Precisamente Ana Sanz, movida de un amor patrio, cuyo desinterés solo podia graduarse en aquella gloriosa época, dotada de una sagacidad poco comun y muy rara en la ninguna educacion que habia recibido y en su miserable modo de vivir, sin ningun temor que la arredrase, supo concebir y llevar á cabo tan difícil empresa.

Cercada su casa oportunamente con fuerza considerable, se la cogió infraganti, y fue llevada con su marido á la guardia de prevencion. Formado el consejo que los habia de juzgar, aquel desgraciado matrimonio nombró por su defensor al honradísimo y distinguido patriota Sr. D. Baltasar Lopez Cuevas, cuya casa ocupaba Mazuchelli. Todos los medios de que Ana Sanz se valió para manejar tan árduo proyecto, no fueron otros que atraer para su casa á los soldados á la caida de la tarde, ponderarles las desgracias que les esperaban en un pais levantado en masa contra ellos; ofrecerles que los haria llevar á punto donde tendrian paz, seguridad y abundancia de todo; decirles muchas veces provecicos, provecicos hijicos; pasarles su huesosa y asquerosa mano por la cara, darles algun mendrugo de pan de los que recogia de la limosna, y luego volverse á su marido con aire decidido y voz firme diciéndole anda cojo y lleva á estos provecicos: el cojo marchaba, los reclutas le seguian y salian al campo por un agujero practicado en la pared del corral; los acompañaba por aquellas montañas como una legua de camino, donde se encontraban con la guerrilla de D. N. Peregil, que se encargaba de ellos y los dirigia al reino de Valencia por la parte del Toro y la Yesa, donde se formó un batallon de mas de 600 plazas, obra de la Sanz.

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Perdido el reino de Valencia, nombró la regencia comandante general de esta provincia á D. Francisco de Copons y Navia; dando impulso á las partidas sueltas, que poco despues de ocupada la capital, comenzaron á circular por algunos parages, siendo la mas notable la dicha del Fraile, porque su capitan. Fr. Asencio Nebot era efectivamente uno de los descalzos de San Francisco. Semejante al Empecinado, Duran, Villacampa y otros,

Conociendo D. Baltasar Lopez las dificultades, ó mejor diremos, la imposibilidad de poder salvar á los dos procesados, puso todo su conato en hacer aparecer demente á Ana, pero el consejo desestimando toda prueba ofrecida, los condenó á ser fusilados por la espalda á las cuatro horas de notificada la sentencia, confiscados sus bienes y quemada y arrasada la casa. Viendo Lopez cuán burladas habian salido sus esperanzas, se quejó agriamente al general de lo improcedente que habia obrado el consejo, condenando á muerte á una infeliz demente, sin admitir prueba ninguna. Persuadido el general de las fundadas quejas del defensor, cuyas prendas habia tenido lugar de conocer en el tiempo que ocupaba su casa, pasó al consejo una órden para que suspendiese la egecucion de la Sanz, hasta que fuesen evacuadas debidamente las justificaciones ofrecidas por su defensor; mientras que el ayudante encargado comunicaba la órden al consejo. Mazuchelli trataba de tranquilizar á Lopez, asegurándole bajo de su palabra, que en semejante estado su defendida no seria castigada. A poco volvió el ayudante con una comunicacion del consejo en que manifestaba al general, que segun el código penal la sesion no se levantaria hasta despues de egecutada la sentencia. Incontinenti mandó Mazuchelli al consejo que hiciera egecutar la sentencia en cuanto al marido, y la suspendiera respecto á la muger, hasta haberlo consuitado con el mariscal Suchet, como lo verificaba en el acto por medio de un estraordinario: éste volvió á las once de la noche del segundo dia con una fuerte reprehension para Mazuchelli, y la órden para que á la media hora de enterado de ella se cumpliese la sentencia del consejo en todas sus partes, y hecho se le diese cuenta. Disgustado Mazuchelli hizo llamar á Lopez, á quien manifestó la órden terminante que habia recibido del mariscal, y su pesar por no poder cumplirle la palabra que le habia dado: empero aumentando el valor en el aragonés á proporcion que crecia el riesgo y las dificultades para poder salvar á su defendida, contestó al general, que si era un caballero y queria cumplir lo mas sagrado para el hombre, la misma premura de la órden y la hora, lo facilitaban todo: persuadido Lopez de cuán interesantes eran aquellos momentos y del caballeroso carácter de su huésped, le instó con razones tales, que el general le dijo por fin: usted ha triunfado; y llamando á un ayudante de su confianza, le enteró de la órden del mariscal y le añadió: todo debe egecutarse en el acto, pero bajo las órdenes del señor D. Baltasar: vayan ustedes. Por el camino Lopez comunicó al ayudante su proyecto de

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