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El cardenal de Borbon y su ministro de estado, abandonados en sus alojamientos por la indiferencia de la córte, se limitaban á informarse de la salud de S. M., que se estaba restableciendo de un ataque de gola, y sin tomar parte en los acontecimientos que se multiplicaban á su alrededor, cuyo torrente iba á sepultar en sus ondas la constitucion de Cádiz. El dia cuatro de Mayo, víspera de abandonar S. M. á Valencia, espidió el famoso decreto, declarando, que no solamente no juraba ni accedia á la constitucion, pero ni á decreto alguno de las córtes generales y estraordinarias, teniendo sus decretos por nulos y de ningun valor y efecto (1).

Con la misma fecha espidió otro decreto, mandando prender á un número considerable de diputados y otras personas, segun una nota que acompañaba á la misma real órden; pero estos dos decretos no se publicaron por entonces, y el rey salió de Valencia el dia cinco en compañía de los infantes D. Carlos y D. Antonio, custodiado por una division del segundo egército al mando del general Elío. Durante su tránsito hasta Madrid, recibió S. M. las mayores pruebas de adhesion.

Llegado el rey á Madrid, mandadas cerrar las córtes, presas muchas de las personas mas distinguidas del congreso, destrozada por un motin popular la lápida de la constitucion, y emigrados á Francia muchos personages que pudieron salvarse de esta proscripcion, apareció, por fin, el dia once fijado en las esquinas el manifiesto en forma de decreto, fechado el cuatro en Valencia, y que nosotros insertamos en el apéndice, como el documento mas importante de aquella época.

Publicado este decreto, concluyó aquel gobierno, de cuyas manos, sea como quiera, recibia el rey la monarquía independiente y libre de las huestes de Bonaparte, dando con esta caida el triunfo á una nueva faccion, que no miraba en nada el respeto á las prerogativas del trono, sino su ambicion el interés de que volviesen á aparecer antiguos abusos, á cuya sombra vivian: la conciencia de algunos de ellos no podrá desmentir el resultado de estas observaciones.

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Encarcelados los corifeos del partido liberal y disuelto el gobierno constitucional, empieza una nueva época, mucho mas fecunda en errores que la anterior. Si el mencionado decreto de

(1) Véase el apéndice.

cuatro de Mayo daba esperanzas de ver reformar abusos antiguos, los primeros síntomas hicieron pronto perderlas. Volver todo al estado en que se hallaba el gobierno en mil ochocientos ocho fue la base del proceder legal y administrativo. Apareció de nuevo el consejo de Castilla: los capitanes generales, chancillerías, audiencias, alcaldes mayores, corregidores y otras autoridades recobraron sus funciones; pero la naturaleza de esta organizacion poco perfecta, no podia dejar de influir en la dificultad de su reorganizacion, faltándola la fuerza de la costumbre, que una vez perdida no puede recobrarse.

¿Cuáles, pues, fueron los resultados? Sin instituciones, sin leyes fijas, antes bien vagas y esparcidas en voluminosos códigos, acostumbrado el pueblo al desórden y á la inobediencia, elemento el mas fuerte de la guerra de la independencia, era preciso esperimentar ó las consecuencias de una verdadera disolucion social, ó establecer al menos una administracion pública vigorosa, que restableciendo el órden, acostumbrase de nuevo al pueblo á la subordinacion y á la obediencia al gobierno; adoptóse el primer término, como medio indispensable para que la faccion dominante asegurase su triunfo, y los efectos fueron los que precisamente deben tocarse cuando se quebrantan los principios en que estriba la organizacion social. Prueba de este desquiciamiento fue el suceso acaecido en Valencia, cuando sentado ya Fernando en el trono, dejó el gobierno del estado en manos de Eguía. Acababa de ser Elio nombrado por el rey capitan general de este reino, cuando recibió el teniente de rey de esta plaza una órden con la estampilla y firma del entonces ministro de la guerra Eguía, prescribiéndole que inmediatamente arrestára en la ciudadela al nuevo capitan general; cuya órden se transmitió tambien con igual objeto á Sevilla y Cádiz, para que procedieran al arresto de los generales Villavicencio y conde del Abisbal. Atónito el teniente de rey de Valencia por una órden tan imprevista, suspendió su egecucion hasta consultar al gobierno sobre una medida, que indudablemente produciria los mas fatales resultados. La contestacion no podia dejar de ser satisfactoria, pues declaraba el gobierno haber sido aquella órden suplantada, volviendo en su consecuencia Elío á entrar en el goce de su autoridad, en los momentos precisos en que el partido constitucional comenzaba á ser violentamente perseguido en España, con un encarnizamiento ilimitado y terrible;

y

toda la península ofrecia el mas completo desórden en su administracion. En medio de tanto conflicto presentaba nuestro reino de Valencia el aspecto mas deplorable por las numerosas cuadrillas de bandoleros que lo infestaban, y como sucede generalmente despues de esos grandes trastornos sociales, en cuyas revueltas alza su cabeza la desmoralizacion. Al encargarse Elio del mando de Valencia, llevaba consigo los recuerdos de cuarenta años de buenos servicios, y como militar no habia recibido desaprobacion alguna por parte del gobierno. Dotado de una alma enérgica é inflexible y de una rígida austeridad, sus principios políticos eran tan severos, como las costumbres de la antigua monarquía.

Su única desgracia fue haber alcanzado una época que no comprendió, poniéndose en lucha abierta con las pasiones políticas, tanto mas ciegas, cuanto mas santificadas por las circunstancias y los tiempos. Bajo el reinado del gran Carlos I hubiera sido Elio un héroe distinguido; Felipe II no hubiera dudado admitirle en sus consejos. En igualdad de circunstancias, solo Elio tuvo una suerte desgraciada; al paso que las sombras de Lacy y de Porlier, generales beneméritos, parece que enmudecieron en sus sepulcros sepultando en sus tinieblas la venganza: y los que cortaron el hilo de sus vidas, pudieron pasar por delante de sus tumbas ensangrentadas, sin tener que volver la cabeza al insulto de los transeuntes. Vidal y sus compañeros, siquier fuesen ciudadanos de alta recomendacion, no prestáran tantos servicios como Lacy y Porlier; y sin embargo fue vengada su muerte. ¡Desgraciado del que manda en tiempos tan calamitosos!

Habíanse, pues, organizado en el reino de Valencia varias cuadrillas de facinerosos, bajo tales reglas y precauciones, que escedian á cuantas se habian conocido hasta entonces: reglamentados y subordinados hasta cierto punto los bandoleros, no solamente saquearon las casas solitarias de los campos, sino que se atrevieron tambien á invadir las poblaciones, llegando al estremo de poner en alarma á Játiva y Sueca, cuyos habitantes se vieron mas de una vez robados impunemente por aquellos misteriosos asesinos, que pululaban en todas partes. Durante la noche egecutaban sus empresas, acompañando generalmente el robo con el asesinato. Sorprendian á las familias pacíficas, tiznados los rostros, y dándose nombres desconocidos para no ser descubiertos jamás. Algunas veces usaban del tormento para obligar á sus víctimas á

confesar el lugar donde tenian depositados sus intereses. Consistia aquel tormento en una hoguera que solian encender en cualquier punto de la casa allanada, y sentando al desgraciado dueño con los pies descalzos junto á las llamas, se colocaba un bandolero detrás, puñal en mano para contener al infeliz que, abrasado y medio tostados los pies, hacia algun esfuerzo para huir de aquel fuego devorador. Al dia siguiente quedaban únicamente los restos de aquellos sacrificios nocturnos, y los ladrones continuaban tranquilos en sus casas sin que nada pudiera rastrearse de sus crimenes. En vano se hacian pesquisas, en vano se preguntaba á los vecinos: estos temian la venganza y callaban por necesidad. De este modo, en menos de dos años, fueron atacados y robados mas de cien pueblos, y no pasaban de tres los cómplices que se habian descubierto, y sin que hubiera arrestado un solo malhechor. Los clamores de los pueblos, la inseguridad de los caminos, las continuas quejas de la misma capital llegaron hasta el trono, y el rey espidió órdenes terminantes para el esterminio de aquella raza misteriosa y funesta, encargando al general Elio el mayor celo y actividad, y que emplease los medios que creyera conducentes para poner fin á tan escandalosos escesos. El general los empleó efectivamente, y desplegó tal persecucion, que á fines del año mil ochocientos diez y nueve, no se oia ya haberse hecho ni un robo, ni un asesinato, y los caminos y casas de campo eran tan respetadas como la misma capital. Acaso llagarian á ciento los que se ajusticiaron en todo el reino, y otros tantos habria presos cuando se proclamó la constitucion, logrando la mayor parte su completa libertad, titulándose patriotas y manchando con su presencia la sociedad, que justamente les habia antes rechazado de su seno. Dijose que Elio se valia de los tormentos mas atroces para descubrir á los delincuentes; pero fuera esto una exageracion de sus enemigos, ó realmente hubiera sucedido así, el resultado de la persecucion desplegada por el general, produjo los mas bellos efectos. Quedó tranquilo el pais, y los hombres de bien se apresuraron á felicitar á Elío por el esterminio de los ladrones, que publicada la constitucion volvieron á aparecer, y que, como veremos, obligó al célebre D. Bernardino Martí á cazarles por todas partes, á fuer de bestias salvages.

Al mismo tiempo que con incansable afan se dedicaba Elio á la persecucion de los malhechores, procuró reanimar el comercio,

que se hallaba en su última agonía, y como él mismo dice en su manifiesto, sacó de miseria mas de cuatrocientos labradores, pagándoles los caballos que se les tomaron en la requisicion, conversando con ellos en sus barracas y en las de los pobres pescadores. Hermoseó la capital con una amena glorieta, allanó todas las salidas de la capital, compuso el camino del Grao, practicó una obra costosa en las torres de Cuarte, puso en estado de defensa el castillo de Sagunto, y levantó una hermosa batería de mampostería en la orilla del mar para escuela práctica de la artillería restableció la pesca del bòu, á pesar de la oposicion del gobierno proyectó el camino de las Cabrillas, el puerto de Cullera y un canal de comunicacion desde Valencia á dicho puerto: cerró con verjas el jardin que llaman del Real, y la rigidéz de Elio llegó hasta el punto de no eximir á nadie, por mas privilegiado que fuese, del servicio de bagages y alojamiento, á pesar de los reales decretos, que consiguieron algunos para libertarse de tan penosa carga. A su celo se debió la propagacion de la vacuna, dedicándose él mismo á inocular á los niños, en medio del cúmulo de atenciones que le rodeaban.

Si el reino de Valencia parecia reposar algun tanto, despues de la terrible lucha que acababa de agotar casi del todo sus fuerzas; manejado el estado ya por Eguía, ya por Lozano de Torres, ya, en fin, rodeado y circunscripto el rey á oir el lenguage de la ineptitud y de las pasiones, la nacion caminaba á un nuevo abismo en que debia sumergirse (1).

El egército, contra sus esperanzas, vió con dolor premiar mas la exageracion de opiniones políticas que las heridas gloriosas recibidas en el campo del honor. La marina, abandonada del todo,

(1) Macanáz fue el primer ministro de gracia y justicia despues de la vuelta del rey. Sospechando S. M. de su lealtad, fue en persona á su casa, le sorprendió sus papeles, y le mandó en Noviembre de 1814 preso al castillo de S. Antonio de la Coruña. A Macanáz sucedió D. Tomás Moyano, de quien se cuenta colocó en un solo dia treinta parientes suyos. Este fue reemplazado en el ministerio por el insigne aventurero Lozano de Torres, y despues por el marqués de Mataflorida.

El primer ministro de la guerra fue Eguía; le reemplazó Ballesteros, y á este, que fue destinado de cuartel á Valladolid, el apreciable marqués de Campo-Sagrado, que duró poco tiempo, volviendo á ocupar otra vez el ministerio el general Eguía.

TOM. II.

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