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hacia ilusorio cualquier proyecto dirigido á pacificar las colonias disidentes.

La desorganizacion de la hacienda dejaba en descubierto las necesidades del estado, sin permitir arregladamente verificar la recaudacion; pues no existian los medios de coaccion que proporciona una administracion rígida y buena al mismo tiempo, y sin recaudacion son estériles las mejores teorías en hacienda, al paso que no hay sistema de gobierno que pueda sostenerse sin crédito ó sin dinero (1). El crédito se habia aniquilado, ya profanando la fe de los contratos y la inviolabilidad de los fondos, ya faltando á las mas sagradas obligaciones, ya destruyendo en fin el establecimiento creado para sostenerle.

La industria nacional, aniquilada por los sacudimientos de una guerra desoladora, habia desaparecido; y en vez de proteccion se prodigaban las trabas y los obstáculos; de manera que los manantiales de la riqueza pública, ya escasos, llegaron á secarse

enteramente.

Habiendo vuelto todo al año mil ochocientos ocho, fácil es conocer que la faccion, apoderada del trono, no olvidaria restablecer el tribunal de la inquisicion, como efectivamente se restableció. Pero la corte de Roma, no contenta con este nuevo triunfo, no lo creyó completo, si no resucitaba su antigua influencia, debilitada en tiempos mas felices por sábios españoles, acérrimos defensores de las prerogativas del trono, restableciendo la Compañía de Jesus. Nada de esto era, sin embargo, bastante para ocultar á la perspicaz opinion pública los apuros del erario y la posicion crítica de la monarquía, dando motivo al descontento é inquietud que se notaba sin rebozo.

Pasando de mano en mano llegó el ministerio de hacienda á las de Garay, que convenciendo al rey de la necesidad de arreglar el ramo de su cargo, presentó un proyecto, que aprobado por S. M., fue puesto en egecucion desde primero de Junio (2): no analizaremos este proyecto, aunque despues indicaremos sus resultados. Tampoco atacaremos la memoria del ministro Garay;

(1) En dos años y medio hubo siete ministros de hacienda, y entre ellos D. Felipe Gonzalez Vallejo, depuesto y confinado á Ceuta por diez años con

retencion.

(2) Años de J. C. 1817.

pero sí diremos que el rey no pudo, ni aun tal vez pudo negarse á hacer un nuevo ensayo para la organizacion del erario, ni á pedir las bulas del quince y diez y seis de Abril de este año, para imponer al clero un subsidio de treinta millones de reales, las que se concedieron, aunque procurando la corte romana ostentar en ellas los principios de la inmunidad eclesiástica y los de su esclusiva y soberana autoridad en los bienes del clero. Los males, pues, eran tan graves, tal la decadencia de la riqueza pública, y tal el vacío de una administracion eficaz y uniforme, que tropezando de nuevo el sistema de hacienda con tamaños embarazos, y sobre todo con la dificultad de la recaudacion, no pudo responder á las intenciones que le habian dictado, antes bien el erario hubo de resentirse de los efectos, inevitables en toda variacion, cuando no se cuenta para ello con fondos, que cubriendo los gastos urgentes, permitan al tiempo establecer primero y consolidar despues el nuevo órden económico.

En tan triste situacion debia crecer de dia en dia el descontento público, y en efecto crecia y se multiplicaba. Porlier fue el primero que en mil ochocientos quince ensayó en Galicia el restablecimiento del sistema abolido en el año anterior; pero preso por sus soldados pagó su tentativa revolucionaria, y el gobierno hizo ver, que aunque disuelto, sin fuerza, sin dinero, y combatido por la opinion, en consecuencia de sus propios errores, conservaba una fuerza moral peculiar á España, cuya divisa fue siempre el sufrimiento y la lealtad. No por eso el gobierno, que debia considerar este suceso como indicio de la pública opinion, aprovechándose de la ventaja de haberse terminado á su favor, volvió la vista sobre sus errores, orígen siempre de semejantes movimientos, y así fue que subsistiendo el descontento, renacian nuevas esperanzas en los conspiradores (1).

En efecto, no tardó el general D. Luis Lacy en imitar á

(1) El gobierno despreciaba estas maquinaciones, aunque en medio de sus triunfos Richard y sus compañeros tramaban en Madrid una nueva empresa revolucionaria para variar la forma de gobierno. Richard murió en el cadal

So,

despues de haber manifestado mucha firmeza de carácter en sus declaraciones. En esta causa se renovó el tormento, que hacia años estaba en desuso en España; pues no podia tolerarlo la civilizacion del siglo; y el desgraciado Yandiola sufrió esta prueba terrible de órden del juez de la causa.

Porlier, alzándose en Cataluña; pero su tentativa no tuvo mejor suerte. Abandonado por la mayor parte de los suyos, y preso por algunos destacamentos despachados por el general Castaños, se le formó consejo de guerra, cuya sentencia publicó en estos términos el vencedor de Bailen: «No resulta del proceso que el teniente general D. Luis Lacy sea el que formó la conspiracion que ha producido esta causa, ni que pueda considerarse como cabeza de ella; pero hallándosele con indicios vehementes de haber tenido parte en la conspiracion, y sido sabedor de ella, sin haber practicado diligencia alguna para dar aviso á la autoridad mas inmediata que pudiera contribuir á su remedio, considero comprendido al teniente general D. Luis Lacy en los artículos 26 y 42, título 10, tratado 8.o de las reales ordenanzas: pero considerando sus distinguidos y bien notorios servicios, particularmente en este principado, y con este mismo egército que formó, y siguiendo los paternales impulsos de nuestro benigno soberano, es mi voto que el teniente general D. Luis Lacy sufra la pena de ser pasado por las armas, dejando al arbitrio el que la egecucion sea pública ó privadamente, segun las ocurrencias que pudieren sobrevenir, y hacer recelar el que se alterase la pública tranquilidad.” Trasladado al castillo de Bellver, en Mallorca, fue fusilado el ilustre Lacy, sufriendo una suerte que no podia prever en los campos de Ocaña, donde recogió tantos laureles para su tumba.

El grito dado por Lacy en favor de la constitucion, halló eco en los liberales de Valencia, cuyas logias, de acuerdo con los hermanos de Madrid, trabajaron por derribar el gobierno de Fernando VII. Elío, que no ignoraba estos trabajos, procuró coger el hilo de la conspiracion, desplegando una persecucion activa, cuyas circunstancias describe de este modo el historiador del rey Fernando, en contradiccion con lo que el mismo Elío publicó en su manifiesto: «<Sin causa ni defensa, ni fallo alguno judicial, disponia de la vida de los ciudadanos, dando la órden de muerte en un simple y mezquino retazo de papel. A otros mas calificados acostumbraba llamarlos á su palacio y reconvenirles, golpeandoles con sus propias manos, afrentándoles con bofetadas y dicterios á uso de verdugo, como hizo en mil ochocientos catorce con el inmortal D. Leandro Fernandez de Moratin, á quien osó el mónstruo sacudir con su sacrilega diestra. En los calabozos del castillo de Murviedro renovó los tormentos prohibidos por las leyes,

arrancando con la fuerza del dolor delaciones falsas, que servian para condenar á ciudadanos tranquilos que descansaban en la inocencia. La audiencia de Valencia se opuso á los llamados apremios ó tormentos de Sagunto, y representó al monarca sobre aquel quebrantamiento de las leyes; pero como Elío conservaba tanto prestigio en el ánimo del rey desde los sucesos de mil ochocientos catorce, recibió la audiencia una real órden, para que en vez de entorpecer, ausiliase los procedimientos de Elio, que tenia del monarca las facultades mas ámplias é ilimitadas. Henchia tambien el general las cárceles del santo oficio de presos políticos, creando para juzgarlos una comision mixta, compuesta del regente de la audiencia D. Miguel Modet, y de varios inquisidores." Cualquiera que sea la verdad de estos coloridos, no cabe duda en que el general Elío, arrebatado por la exaltacion de sus opiniones políticas, aumentó con su persecucion atropellada el número de los descontentos, haciéndose instrumento de un partido, cuyos principios sanguinarios é intolerantes influian entonces sobremanera en el ánimo del rey. Elío quiso luchar con el torrente de la revolucion, y pereció en ella. Su tenacidad irritaba mas y mas al partido constitucional, que atropellado injustamente y cansado de una opresion despótica, meditaba los medios de deshacerse de un hombre que era el único obstáculo en Valencia para proclamar sus principios.

Los reformadores recordaban, no solamente sus propios sacrificios en favor de la independencia de la nacion, sino los benefi cios tambien que habia esperimentado el pais bajo el régimen constitucional, y adheridos á un sistema siquiera ilustrado superior cuando menos al estado en que se hallaba por aquella época el pueblo español, habian tomado su defensa con un entusiasmo tal, que creian justificados todos los medios de que pudieran disponer para hacer triunfar sus principios. Querian que la inteligencia fuera el producto de la revolucion; y la revolucion no suele sentarse mas que sobre ruinas. Querian resucitar las brillantes teorías de la revolucion francesa, y el pueblo español no podia olvidar aun que la Francia habia reclinado su cabeza sobre destrozos, despues de haber tributado el mas fanático culto al ídolo de la revolucion. Querian avanzar en un dia, lo que los pueblos solo pueden recorrer en un siglo, aplicando la vida mezquina del hombre á la vida inmensa de las naciones. Sus máximas, poco

que

conocidas ya en un pais, que por desgracia habia olvidado su antigua libertad, debian, pues, necesariamente inspirar, sino aversion, mucho recelo por lo menos á esa multitud bulle en nuestra sociedad aferrada á sus costumbres, á sus recuerdos, y á sus tradiciones. Esta multitud, que acababa de verter su sangre por el rey y por la religion, se hallaba poco dispuesta á adoptar unos principios, que cuando se vieron triunfantes, atacaron mas de una vez á la religion y al rey. Alzóse, pues, un muro de hierro entre los reformadores y los que vulgarmente se llamaron serviles, contando cada fraccion con sus doctrinas, sus apóstoles, sus defensores y sus mártires. Los primeros trataban de empujar la España para que adelantase un siglo, sin contar con que la educacion de los pueblos es lenta, muy lenta; y sosteniendo los segundos con todo el fanatismo de creencias, respetables en verdad, las instituciones que habian regido á sus padres, sin descubrir nada anterior, y sin querer adelantar un paso hacia adelante. La lucha era entonces nueva, y por consiguiente robusta; pues entraban unos y otros en combate con animosidad y con brios, aunque el número no fuese igual. Todos habian sostenido una misma causa; pero de parte del trono quedaron muchos batalladores, si bien no eran pocos los que defendian la nueva fe política. Esta lucha, que por fatalidad no ha terminado todavía, se presentó, pues, en la época á que nos referimos con todos los síntomas de larga duracion; apresurándose á inscribirse en ambas filas los que en algo creian influir, ó por su nombre ó por su ciega adhesion. Los reformadores creyeron, con razon, que el rey hubiera podido haber hecho la felicidad nacional, si se hubiese ceñido al simple cumplimiento del famoso decreto de cuatro de Mayo. En él dijo que aborrecia el despotismo; dijo que juntaria córtes (1); abolió únicamente los decretos depresivos de la autoridad real; y dejó, en fin, mil puertas abiertas al arreglo legal y administrativo; pero no cumplió el decreto. Los errores, pues, no interrumpidos del gobierno, presentaban cada dia mayores y nuevos

(1) En Agosto de 1814 pasó el rey una órden al consejo de Castilla, en la que despues de manifestarle que parecia haber llegado el caso de tratar de la egecucion del decreto de 4 de Mayo, mandaba le consultase el consejo sobre la convocacion de córtes; pero el consejo, sea por indicaciones superiores, ó por otras causas, eludió la cuestion, y entretuvo el tiempo á punto que en 1820 aun no habia evacuado esta consulta. (Miraflores: loc. cit.)

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