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los intereses del pais. «Todo su intento, escribia Cervantes (1), es acuñar y guardar dinero acuñado, y para conseguirlo trabajan y no comen: en entrando el real en su poder, como no sea sencillo, le condenan á cárcel perpétua y á oscuridad eterna: de modo que ganando siempre, llegan y amontonan la mayor cantidad de dinero que hay en España: ellos son su lepra, su polilla, sus picazas y sus comadrejas: todo lo allegan, todo lo esconden y todo lo tragan: considérese que ellos son muchos y que cada dia ganan y esconden poco ó mucho, y que una calentura lenta acaba la vida, como la de un tabardillo, y como van creciendo, se van aumentando los escondedores, que crecen y han de crecer en infinito como la esperiencia lo muestra entre ellos no hay castidad, ni entran en religion ellos ni ellas: todos se casan, todos multiplican, porque el vivir sóbriamente aumenta las causas de la generacion: ni los consume la guerra, ni egercicio que demasiadamente los trabaje, róbannos á pie quedo, y con los frutos de nuestras heredades, que nos revenden, se hacen ricos: no tienen criados, porque todos lo son de si mismos; no gastan con sus hijos en los estudios, porque su ciencia no es otra que la de robarnos." La comun conclusion de estas acusaciones diversas era que solo habia un medio de poner término á los escándalos que afligian á los fieles y á los peligros que hacian correr al estado: la espulsion general de su raza. Mcdida de tantas consecuencias no fue posible sin embargo poner en egecucion hasta el reinado de Felipe III (2).

Gobernaba entonces la vasta diócesis del arzobispado de Valencia D. Juan de Ribera, patriarca de Antioquía y prelado ilustre, no solo por sus evangélicas virtudes, sino tambien por el alto rango que su noble familia ocupaba en la clase mas elevada de la corte española (3).

Una de sus primeras atenciones, al encargarse del gobierno de esta iglesia, fue dirigir á los curas del arzobispado una circular recomendándoles eficazmente á los predicadores que habia designado

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(3) D. Juan de Ribera nació en el año 1532. Fue hijo de D. Pedro ó Perafan de Ribera, primer duque de Alcalá de los Gazules, segundo marqués de Tarifa, y sexto conde de los Molares, adelantado mayor de Andalucía, virey y capitan general de Cataluña, y seguidamente de Nápoles.

para catequizar á los moriscos, acompañando á este escrito una instruccion sobre los medios de que debian valerse para activar su mision. Al mismo tiempo elevó á su magestad una esposicion, de

la

que insertamos los párrafos mas notables: «El estado en que se hallan, dice el venerable patriarca, las cosas de los moriscos del reino de Valencia, es el mismo que tienen las cosas de los moriscos de Aragon y los de toda la corona de España. Y así lo que se dijere de estos, se dice tambien de aquellos." Prosigue el prelado en manifestar la mala fe con que los moriscos recibian el sacramento del bautismo; y siendo público el peligro que amagaba á la nacion, si este pueblo estraño en costumbres, en intereses y en religion permanecia mucho tiempo entre los cristianos viejos, añade que parecia imposible haberse diferido el remedio de él por espacio de tantos años, y continúa así: >>Considérense, pues, las precisas causas que hay, para que V. M. mande tomar en este particular la resolucion que pareciere conveniente, mandando que sus consejos no traten de él perfunctoriamente, sino muy de propósito y como del mayor negocio que tiene, ni ha tenido, ni tendrá su real corona; escluyendo las personas interesadas, por lo mucho que suelen dañar los propios intereses á hacer recta deliberacion en las cosas públicas.

» Véase si, habiéndose perdido España en tiempo del rey D. Rodrigo por el medio de un solo enemigo del rey que acudió á los moros de Africa, no habiendo en toda ella un solo moro; y no siendo moros prácticos en ella por ser estrangeros, está con peligro ahora, que sabemos tiene V. M. noventa mil enemigos, (segun se ha hallado por las listas que se han tomado en tiempo. del rey nuestro señor, que haya gloria) de pelea sin los inútiles, como son mugeres, viejos y muchachos, todos nacidos y criados dentro de España, y así prácticos en nuestros mares y tierras, y sabedores de nuestros bienes y males.

>>Considérese tambien, si estando la corona de España tan aborrecida generalmente, así por la observancia de la fe católica, como por la emulacion que tienen á su grandeza y prosperidad, se debe tener por caso imposible, que nuestros enemigos se juntasen á ofendernos, hallándose con tantos soldados pagados á nuestra costa dentro de España, y soldados ofendidos y agraviados, que pelean por su vida, por su hacienda y por su ley, con rabia y enemistad entrañable. Y véase, si en caso que el turco acometiese

por alguna de estas plazas, y el inglés por las de Portugal y Galicia, y el francés por Navarra ó Aragon á un tiempo, tendria España fuerzas para resistir á los enemigos forasteros y á los domésticos. Este caso no es imposible, antes muy digno de temerse, presuponiéndose que podrian poner á España en este trabajo, sin haber menester hacer esfuerzo en juntar gente; y que bastarian las fuerzas ordinarias de aquellos reyes, pues habrian de servir para divertir las nuestras de manera que quedasen libres las de los moriscos. Y en cuanto al turco, generalmente está recibido en este reino, que si pareciesen aquí ó en las islas cincuenta galeras, se levantarian estos y los de Aragon.

>>Revóquese á la memoria lo que ayer vimos en lo de Granada con solos quinientos ó seiscientos turcos que les vinieron de socorro; caso cierto de grandísima consideracion, con el cual se descubrió, que no valen tanto nuestros españoles en su propia tierra, cuanto trasplantados en las agenas, y se mostró juntamente cuán valerosamente administra las armas á los moriscos el furor y enemistad que tienen con los cristianos; y sobre todo lo mucho que se deben temer los enemigos domésticos; pues vimos que para defendernos de aquellos pocos que estaban metidos en un pequeño rincon de España, y con tan pequeña ayuda, pareció convenir, que la persona real dejase su acostumbrada habitacion y acudiese á favorecer la guerra, y que se enviase por los tercios de Italia y por compañías de alemanes, y se licenciasen los bandoleros de Aragon, y con toda esta prevencion, y con haber costado mas de sesenta mil españoles, se tuvo por acertado no venir á las manos, antes de dar paso libre á los turcos y acomodar á los moriscos. Considérese, pues, lo que fuera, si los moriscos de este reino, los de Aragon y los que estaban sembrados por algunos lugares de Castilla y Estremudura, acudieran á juntarse con los de Granada, ó si en aquella sazon nos tocaran arma en Navarra ó Galicia. Y atiéndase á que de la esperiencia que cobraron entonces, así estos moriscos como los turcos, quedan animados para osar emprender semejantes casos y mayores.

>>>No es de menor consideracion lo que ayer vimos en Cádiz, cuando la armada inglesa ocupó aquella plaza, para conocer el miedo que se tiene de los moriscos, por la prudente prevencion que se hizo en Sevilla, poniendo gente en las colaciones para guarda de los moriscos; mandándoles que no saliesen de sus casas

de noche, juzgando que habia mas que temer de ellos que de los ingleses, y que procurarian juntarse con ellos para ofendernos.

>> Por todo lo sobredicho consta del evidente peligro en que se halla España generalmente, así en lo espiritual como en lo temporal, por la compañía de esta gente; y del particular que tenemos los que vivimos en esta ciudad (Valencia). He oido hablar mucho á las personas de guerra, pareciéndoles, que siempre que los moriscos quisiesen apoderarse de ella, estaria en su mano degollarnos á todos, y lo prueban con razones que convencen."

Enterado el rey de las consideraciones espuestas por el patriarca, consideraciones que en aquellas circunstancias eran de mucho peso, y que aun menos fundadas en nuestro siglo han servido muchas veces de pretesto, apoyado por una respetable mayoría, para condenar á la espatriacion á un partido vencido, aun en el campo de la política; le contestó pidiéndole secretamente su dictámen acerca de los medios de que podria valerse para llevar á efecto el vasto plan de la espulsion. Compelido entonces el arzobispo á manifestar mas esplícitamente su opinion, contestó en seguida á S. M. esplanando su pensamiento, y aduciendo nuevas pruebas de la certeza que tenia en los temores de que una vasta combinacion entre las potencias rivales de España y los moriscos, dispuestos á cada paso á sacudir el yugo de nuestro gobierno, esplotada hábilmente, envolviese el pais en una guerra, cuyo término era probable fuese fatal á nuestros intereses. Notable es la contestacion que el rey dirigió al patriarca, anunciándole que estaba resuelta definitivamente la espulsion, para cuya egecucion en el reino de Valencia le participaba haber despachado al maestre de campo general D. Agustin Megía (1), el cual llegó efectivamente á esta capital á veinte de Agosto.

La presencia de este personage, cuya mision se ignoraba, escitó la atencion general, y dió lugar á infinitos comentarios. Decíase que el objeto de su venida era inspeccionar las fortalezas de la costa para precaver cualquier golpe de mano, con que amagasen los turcos nuestro reino. Aumentó mucho mas la ansiedad pública la llegada á Denia de D. Pedro de Toledo, que conducia cincuenta mil ducados para el virey, que lo era entonces el marqués

(1) Años de J. C. 1609.

de Caracena, y esta circunstancia hizo cundir la alarma en los pueblos, cuyos recelos crecian á cada momento, ora porque se creyesen amenazados por una invasion estraña, ora porque temiesen un levantamiento general de los moriscos. Sin embargo no era el pueblo á quien se podia perjudicar en la importante cuestion que se agitaba en aquellos momentos; pues sus resultados solo debian afectar á los nobles, interesados altamente en la conservacion de los moriscos. La corte conoció desde luego que la espulsion proyectada provocaria el resentimiento de la alta clase de Valencia, y se apresuró á manifestar á sus individuos la mas profunda deferencia, accediendo á sus pretensiones, y complaciéndoles hasta en las mas ridículas exigencias.

Llevábase entre tanto el plan de la espulsion con la mayor reserva, y solo podia observar el público, que el patriarca, en union con el virey, celebraban frecuentes reuniones, y que se tomaban ciertas medidas de precaucion, como en los casos de gran peligro. El pueblo de Valencia, que como el pueblo ateniense, necesita siempre ocuparse de alguna novedad, segun la espresion de S. Lucas (1), no dejaba de comentar estos arcanos políticos, que deseaba penetrar con una ansiedad dificil de contener. Por fin, creyóse llegaba ya el término de tantas combinaciones secretas, cuando se supo en Valencia que el dia quince de Setiembre se habia presentado en nuestras costas una armada numerosa, ocupando seguidamente los Alfaques, Denia y Alicante, mientras avanzaba hácia nuestro reino un cuerpo respetable de caballería, á las órdenes de D. Pedro Pacheco, hermano del virey. Las galeras de España venian mandadas por D. Pedro de Toledo; las de Nápoles por el marqués de Sta. Cruz; las de Sicilia por D. Pedro de Leiva; las de Génova por el duque de Tursis; las de Portugal por D. Antonio Coloma, conde de Elda; las de Cataluña por D. Pedro Domps; y finalmente, la armada real por el almirante D. Luis Fajardo. Esta escuadra, compuesta de sesenta y dos galeras con catorce galeones y cerca de ocho mil soldados de tripulacion, se estacionó en toda la costa, como hemos dicho, sin saberse tampoco el objeto de su espedicion. Estos aprestos militares, las frecuentes

(1) Athenienses autem omnes ad nihil alind vacabant nisi aut dicere, aut audire aliquid novi.

Tом. II.

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