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Valencia habian faltado enteramente al juramento de fidelidad (1). Veremos mas adelante si fue justa esta sospecha; pues si la capital de nuestro reino abrió sus puertas al egército del archiduque, fue por la falta de recursos y el abandono en que se hallaba todo el pais, y segun la descripcion que hace del estado deplorable que ofrecia la península al principiarse la guerra el marqués de San Felipe el ministerio, ó mejor, «el embajador francés, se descuidó del continente de España y de sus fronteras.... sin que se atendiese á fortificar y presidiar las plazas marítimas de Andalucía, Valencia y Cataluña, que eran las llaves del reino.... ruinosos los muros de sus fortalezas; aun tenia Barcelona abiertas las brechas que hizo el duque de Vandome; y desde Rosas hasta Cádiz no habia alcázar ni castillo, no solo presidiado, pero ni montada su artillería. La misma negligencia se admiraba en los puertos de Vizcaya y Galicia; los almacenes vacíos; faltaban fundidores de armas.... Así dejaron este reino los austriacos, y así lo dejaban ahora los que gobernaban en España (2)." Añadiremos á esto que el puerto de Vigo, donde los enemigos incendiaron nuestra flota en mil setecientos dos, estaba solo protegido por dos torres antiguas, que algunos cañonazos bastaban para arruinar: la plaza de Cádiz se hallaba desmantelada, y la de Gibraltar tenia únicamente ochenta hombres de guarnicion, cuando la sitiaron los ingleses en mil setecientos cuatro. Necesitábase además de alguna tropa regimentada para la defensa, y no habia cuerpo alguno regular en nuestro reino. Y aunque en otros confiaba el ministerio en las milicias urbanas, advierte juiciosamente el marqués de S. Felipe ser un error suyo, por no tener mas disciplina militar que haber inscrito por fuerza sus nombres en un libro, y obligar á los labradores y guardas de ganado á tener un arcabuz. Pero en Valencia no quedaba ni aun este mezquino recurso; pues no existia en el pais cuerpo alguno de milicias que pudiera defenderlo.

querian que se verificase sin publicar decreto formal, por no exasperar los ánimos. Así lo refiere el marqués de S. Felipe.

(1) Decreto de 29 de Junio de 1707.

(2) Marqués de S. Felipe, Comentarios de la guerra de Esp. Citamos á este autor, á los PP. Miñana y Belando, á D. José Ortí y al autor de los Reparos críticos contra los Comentarios del marqués de S. Felipe, por haber sido todos ellos muy afectos á Felipe V.

No contento tampoco el omnipotente Amelot con dejar á nuestro reino en el mismo abandono que á los demás de la monarquía, se negó tambien á prestarle los socorros que necesitaba, que le habia ofrecido, y que espontáneamente facilitaba á otras provincias, entregándolo á la ineptitud de una autoridad militar, incapáz de mandar en unas circunstancias críticas y tumultuosas. Hallábase de virey en Cataluña D. Francisco Velasco, militar acreditado, y con el mismo carácter mandaba en Aragon el conde de S. Estévan de Gormaz, que habia adquirido una gran reputacion por su valor y pericia militar, y que puesto al frente de alguna tropa y paisanos persiguió infatigablemente á los enemigos, sin omitir trabajo para asegurar la tranquilidad de los pueblos de aquel reino; y á fin de ponerlo mas á cubierto de una invasion, envió el gobierno al príncipe de Sterclaes, capitan de guardias de corps, con doce mil hombres, y luego al mariscal de Tesse. Lo mismo debia practicar en el reino de Valencia, siendo cierto que en momentos críticos y difíciles, y durante un tiempo de revueltas, no todas las autoridades pueden sostenerse en el mando; mas á pesar de esto se verificó lo contrario, mandando por virey al marqués de Villagarcía, que dedicado á la diplomacia y á la lucha tortuosa y somera de las córtes, desconocia completamente su posicion como militar.

Tal era el aspecto que ofrecia el reino de Valencia cuando se presentó en estos mares la grande armada inglesa que conducia al archiduque; y á fin de probar fortuna desembarcó alguna gente en Altea (1). Entre los invasores no faltaban algunos que, teniendo simpatías en el pais, procuraron circular con bastante éxito las noticias mas absurdas, que sus parciales hicieron valer. No faltaban motivos para censurar la conducta del gobierno de Felipe V que, mas atento á conservar el círculo de sus clientes que la independencia y seguridad de la monarquía, aprovechaban los dias de su dominacion, para acrecer sus intereses particulares, sacrificando todo lo demás á su egoismo. Presidido nuestro gobierno por un estrangero, que no comprendia el carácter de la nacion española, trató de cambiar súbitamente sus costumbres, sus leyes y sus recuerdos; encontrando tambien almas mezquinas que, haciendo escarnio de nuestra antigüedad, se esforzaron en trasportar

(1) Años de J. C. 1705.

á nuestro pais los vicios de la corte de Luis XIV, procurando ridiculizar todo lo que no llevaba el sello de las cortesanas de Versalles. Un pueblo antiguo y grande no olvida tan pronto su pasado poder faltará á una generacion el cuadro de las virtudes de otra; pero por instinto será altivo; y este orgullo noble, que los estrangeros han llamado ferocidad, es el verdadero tipo de aquella grandeza que, lejos de morir en la desgracia, adquiere por el contrario mayor energía, é impone en su misma resignacion. ¡Cuántos males datan para la España desde principios del siglo XVIII!

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No faltaban, empero, á los invasores numerosos parciales que, afecto á la casa de Austria, ó porque no podian transigir con las ideas dominantes en el reinado de Felipe, apoyaron desde luego el triunfo de los estrangeros, cuando por primera vez pisaron en Altea el territorio valenciano. Alucinóse al pueblo con la esperanza de la exencion de diferentes contribuciones, y se le hizo creer que, derribada la influencia francesa junto con el sucesor de Carlos II, nada le quedaba que desear en su ambicion. A pesar de esta y otras promesas, que cuestan poco al que las ofrece, apenas lograron los austriacos conseguir un escaso número de hombres, que unidos á las tropas que habian desembarcado en Altea marcharon sobre Denia, mientras la armada parecia dirigirse al mis. mo punto. Tan alarmante nueva fue comunicada á quince de Agosto por el virey, marqués de Villagarcía, á los diferentes cuerpos establecidos en la capital; y desde luego el reino, la diputacion y cabildo eclesiástico y secular, enviaron por estraordinario diferentes representaciones al rey, haciendo ostensible su fidelidad y los deseos de sacrificarse en su servicio; y en vista de las apuradas circunstancias en que la invasion austriaca habia puesto al reino, y que apenas permitian el tiempo necesario para levantar nuevos tercios y darles la instruccion conveniente, suplicaron al soberano en veintiuno del mismo mes, que se sirviera enviarles cuatrocientos caballos de los regimientos mas disciplinados, á quienes la ciudad y el reino ofrecieron mantener. Enterado el rey no se contentó con agradecer y aceptar su ofrecimiento, sino que en su contestacion del veintiocho añadia, que por lo deseaba la conservacion de vasallos tan leales, habia mandado pasar á este reino mil ochocientos caballos (1).

que

(1) La ciudad en la representacion que dirigió al rey en 1707 pidiendo la revocacion del decreto de abolicion de fueros.

Entre tanto llegaron á Denia las tropas que habian desembarcado y algunos paisanos que se les agregaron se presentaron delante del puerto, para intimidar mas á los defensores, algunos navíos de la armada inglesa (1): se intimó la rendicion: huyó vergonzosamente el gobernador de la plaza (2); y hallándose sin gefe que pudiera dirigir la defensa (3), sin guarnicion que la sostuviera, y sin las provisiones necesarias para oponer alguna resistencia (4), se vió en la precision de entregarse á los enemigos, los cuales nombraron en el acto por gobernador á D. Juan Bautista Baset, que venia en la armada, y que escapado años antes de Valencia se hallaba al servicio del emperador en la elevada clase de mariscal de campo. El objeto de los enemigos fue aprovecharse de los conocimientos que Baset conservaba en el pais, para atraer á los pueblos á su partido, y conseguir por su medio mas prontos resultados.

La pérdida de Denia causó una profunda sensacion en todo el reino; pero lejos de producir sus consecuencias un inútil desaliento, hizo activar por el contrario la formacion de varias compañías de infantería y caballería que, apenas organizadas, fueron mandadas inmediatamente á la vista de Denia para contener los progresos del enemigo. Fue nombrado para dirigir sus operaciones el conde de Cervellon, gobernador entonces de Valencia, que , que ausiJiado con oportunidad por el duque de Gandía y el mariscal de campo D. Luis de Zúñiga, se apoderó, despues de un ataque bien sostenido, del puerto de Sagra y rio del Molinell, que habian fortificado los enemigos, haciendo cuatrocientos prisioneros, y obligando á los demás á encerrarse desordenadamente dentro de los muros de Denia (5). Durante esta operacion, cuyos primeros resultados parecian facilitar la recuperacion de Denia, llegó á la capital la noticia de que se acercaba á nuestras fronteras el teniente general D. José Salazar con la division de mil ochocientos caballos, ofrecidos por el gobierno; pero cuando todos esperaban

(1) P. Belando, Hist. civ. de Esp., tom. 1.°

(2) Miñana, de Bello rust. Val. lib. 1.o

(3) El autor de los Rep. crit. marqués de S. Felipe y el P. Miñana, el cual añade que Baset la fortificó en seguida: diligentius munivit.

(4) Los autores citados.

(5) El mismo año 1705.

que

con la mayor impaciencia la llegada de este importante refuerzo, se recibió por estraordinario la órden del ministerio, mandando la caballería existente en este reino pasase á marchas forzadas á Cataluña. Viendo desvanecidos por de pronto los medios de defensa que se consideraban tan precisos, se apresuraron todas las corporaciones de Valencia à repetir sus instancias suplicando al rey se compadeciera del peligro que amagaba á este pais, que le era tan adicto, y se sirviera mandar que permaneciesen en él aquellas tropas por el breve tiempo que parecia bastante para recobrar la plaza de Denia; acudiendo al mismo tiempo con iguales representaciones al virey para que dispusiera la permanencia de aquella division, mientras el gobierno dictaba una resolucion que en su concepto debia ser favorable. Fueron vanos, empero, todos los esfuerzos de su lealtad, porque solo pudieron obtener la siguiente contestacion del rey, fecha veintiocho de Setiembre: «Ha parecido responderos, dice, que atendiendo á vuestro consuelo, he resuelto, que por ahora quede en ese reino el mariscal de campo D. Luis de Zúñiga con dos escuadrones de caballería, y que se mantenga en él el tiempo conveniente; habiendo dado otras providencias que entendereis del marqués de Villagarcía, mi lugarteniente general, por lo que deseo la quietud de tan fieles vasallos, cuya fineza me deja con toda gratitud (1)." Pero no se vieron ya otras providencias mas que las de quedarse el general Zúñiga, y el regimiento de caballería de D. Rafael Nebot, marchando hácia Aragon las demás tropas. Esta conducta simulada del gobierno impidió el recobro de Denia, que fácilmente hubiera podido lograrse entonces, ballándose ya bloqueada, desprovista de víveres, imperfectas sus fortificaciones y sus defensores consternados por la victoria del conde de Cervellon; de suerte, que segun la opinion de este gefe era inevitable su rendicion á los primeros ataques. Quedando Denia, pues, en poder de los enemigos, se hallaba precisado el rey á dividir sus fuerzas, sin poderlas dirigir á Aragon ó á Cataluña, porque tenia que mantener algunas delante de aquella plaza; al mismo tiempo que dejaba al enemigo en libertad para practicar en su puerto el desembarco de cuantas

(1) El autor de los Rep. crít. copia la representacion del cabildo eclesiástico al rey, y la respuesta de S. M. y la del conde de Frigiliana, presidente entonces del consejo de Aragon.

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