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oportunas, eficaces y prontas para adunar los esfuerzos y oponer una resistencia vigorosa. Las circunstancias, que á cada momento se complicaban, parecian haber puesto en accion al marqués, y todo hacia esperar un plan de defensa, capáz de contener á Baset, hasta la llegada de los socorros ofrecidos solemnemente en la última comunicacion del rey, cuando la llegada del duque de Cansano empeoró la situacion y produjo por fin la rendicion de la capital. Venia el duque con la mision de mandar las operaciones militares de la plaza, si se verificaba el sitio con que la amenazaba Baset! y no fue sin duda desacertada esta medida del gobierno, atendiendo á que el virey, mas avezado á las intrigas palaciegas, que á las combinaciones de campaña, no hubiera podido dirigir en circunstancias difíciles la defensa de una ciudad populosa. Sabida por el público la mision del duque de Cansano, se presentaron en su alojamiento los sugetos mas influyentes de la poblacion, poniendo á su disposicion sus intereses y personas, y formando en el acto algunas compañías de infantería y caballería, cuyos gefes se nombraron seguidamente, recayendo la eleccion en diferentes personages que habian servido ya en algunas campañas. Aquella misma noche recibió la ciudad un parte del virey anunciando la aproximacion del general Baset, que con la actividad propia de un oficial acreditado, y necesaria en estas espediciones atrevidas, salió de Oliva, atravesó, sin detenerse, los pueblos abiertos que hallaba de paso; sorprendió á Alcira, y seis dias despues de la traicion de Nebot, se hallaba ya al anochecer del quince de Diciembre á pocas leguas de la capital. En los primeros momentos de confusion, inevitable en un gran pueblo abandonado á sí mismo, se observó sin embargo que los ciudadanos de todas clases se presentaron al virey y al duque de Cansano, que se hallaban reunidos en el palacio arzobispal, y á gritos pedian gefes, pedian armas, y exigian medidas eficaces para prepararse á la defensa, mientras las compañías de los gremios, con sus estandartes al frente, se situaban sin direccion ninguna en varios puntos de la muralla, esperando con impaciencia á los oficiales que las debian mandar. Durante el tumulto que tronaba delante del palacio arzobispal, no dejaron de circular entre la multitud agrupada, arremolinada y confusa, las mas alarmantes noticias, que exageradas por el miedo de unos y la ignorancia de otros, aumentaron la vocería y el desórden. Así se pasó la noche del quince, sin que el virey, como

autoridad superior, ni el duque, como gefe entonces de la plaza, adoptasen ninguna medida que indicase al menos que se trataba de atender á la defensa. Amaneció por último el dia diez y seis, y el pueblo continuaba alarmado, cuando se presentó un oficial despachado por Baset, anunciando que tenia que hablar al consejo de la ciudad: ésta acudió inmediatamente al virey para que determinase si le oiria ó no. A una consulta de tantas consecuencias contestó el virey esquivando el compromiso y renunciando el cargo que desempeñaba y del que se juzga ba despojado desde la llegada del duque de Cansano, á cuya deliberacion remitia la consulta del consejo. Estraña fue y contradictoria esta resolucion del marqués de Villagarcía, que seis dias antes impidiera, que la ciudad acordase providencia alguna para su defensa, declarando incumbirle á él, como á virey, y sin embargo queria, sin licencia del soberano, abandonar el mando, precisamente cuando la ciudad no podia ya adoptar ninguna disposicion, teniendo los enemigos á sus puertas. Insistió el consejo y procuró disuadirle de tan imprudente resolucion; pero resentido el amor propio del marqués por la confianza que el rey acababa de dispensar al duque, que por respeto al mismo, tampoco quiso encargarse del mando en aquella crisis, se atrevió á contestar con poca reflexion: «Si los jurados tienen ya entregada la ciudad ¿para qué vienen con representaciones?" Calumnia infame, que los comisionados del consejo rechazaron con indignacion, supuesto que además de los sacrificios públicos y privados que habia hecho el pueblo de Valencia, reciente existia tambien la carta del rey, que siete dias antes daba á los jurados las mas singulares gracias por sus servicios, añadiendo, que los tendria en memoria para favorecerles. Si el virey aseguraba que los jurados habian tratado ya de la entrega de la ciudad, ¿por qué no procedió ni aun al arresto de alguno de ellos? ¿Podia el mismo marqués dar fe á sus propias palabras, cuando habia visto tantas esposiciones inútilmente dirigidas al gobierno y tantos esfuerzos para poner la ciudad en estado de defensa? Acaso el marqués era el único, en quien recaia la responsabilidad de las desgracias que pudieran ocurrir, pues apático é indiferente por una parte, y por otra puerilmente resentido por la presencia del duque de Cansano, ni supo adoptar alguna providencia, ni quiso arrostrar los compromisos, cuando todo el pueblo se hallaba dispuesto á sostenerse y disputar á Baset la rendicion de Valencia.

Prueba del buen comportamiento de los jurados fue, que recobrada la ciudad por las armas de Felipe, volvieron á egercer sus cargos, escepto Onofre Esquerdo, que se adhirió al partido de los austriacos (1), y en este caso, los principios políticos de un individuo en nada perjudicaban la reputacion de aquel cuerpo respetable.

No contentos sin embargo los jurados con haber recibido este desaire, que mancillaba su nunca desmentido pundonor, llama ron á los electos del cabildo eclesiástico, á los del reino y á los diputados, y sin hacer mencion de la impolítica resolucion del virey, les rogaron unieran sus instancias á las del consejo, á fin de inclinar al marqués á que declarára, si debia ó no admitirse al oficial parlamentario. Entonces ya no pudo Villagarcía esquivar una contestacion, y dijo solamente, que nada se perdia en oir al oficial; el cual fue admitido inmediatamente, y en nombre de su general propuso la entrega de la plaza. El consejo no se creyó sin embargo facultado para decidir esta proposicion, y dió cuenta al virey; pero este funcionario, cada vez mas apurado por las circunstancias que le rodeaban, hizo saber á los jurados, que él habia dejado de ser virey, y por consiguiente podia proceder en este negocio, segun le pareciera mejor (2). Desairados tambien esta vez los jurados, y trasmitida al pueblo la última resolucion del virey, acudieron los nobles, seguidos de la multitud, al alojamiento del duque de Cansano, pidiendo que se pusiera al frente de la fuerza armada, segun habia dispuesto el soberano; y este paso fue inútil tambien, como lo habian sido los anteriores; porque el duque, indeciso al ver el comportamiento del virey, permaneció simple espectador de los acontecimientos que se desplegaban á su vista. Durante estas negociaciones, que solo entorpecian mezquinos intereses particulares, lograron los secretos partidarios del archiduque prender fuego en las cárceles de la torre de Serranos, y escapando los numerosos presos que contenian, se confundieron con el pueblo, aumentaron la gritería, y discurriendo por todas partes, pedian la entrega de la ciudad, exagerando el poder del

(1) D. José Ortí en su diario manuscrito; y véase la órden de 3 de Junio de 1707, que contiene el nombramiento de otros jurados.

(2) Véase el edicto del Dr. Damian Cerdá, de 7 de Noviembre de 1711, sobre confiscacion de bienes de los rebeldes.

general Baset, cuyos parciales dirigian los grupos de los asesinos, para aterrar al pueblo, que en tan terribles momentos dudaba de todo, temia á todos, y nada podia ya resolver. No puede concebirse una situacion mas angustiosa que la que ofrecia entonces la populosa Valencia: combatíala un general del archiduque, hijo de la misma ciudad, que contaba en el pueblo parientes y apasionados, y que mandaba un cuerpo de tropas austriacas y otro de españolas, ausiliado además por una horda de malhechores de todo el reino que se le habian juntado, y que acostumbrados á una vida de pillage y de asesinatos, eran los mas á propósito para las empresas arriesgadas; mientras la poblacion, abandonada por el virey y por el duque de Cansano, no tenia otros gefes militares que los respetables jurados, que no conocian el arte de la guerra; y entregada á la anarquía producida por la fuga de los presos, presentaba un cuadro de verdadera desolacion. Podia en este estado defenderse la capital del reino? El marqués de S. Felipe aseguró que no podia resistir; el exacto historiador italiano que escribió los hechos de aquella guerra, dice que el magistrado no tenia fuerza para sostenerse, y el mismo gobierno afirmó, anunciando la entrega de Valencia, que esta se debió á «su desprevenida turbacion;" manifestando con esto que no fue culpa del pueblo, sino del virey y del duque, á quien cumplia disponer los medios y prevenciones de defensa.

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Cediendo, pues, á la necesidad y lamentable abandono en que se hallaban, redactaron las capitulaciones los jurados, junto con los electos del cabildo eclesiástico y de la nobleza, y aprobadas por el enemigo, entregaron las llaves de la ciudad con las formalidades de estilo; observándose que en la capitulacion no se daba al pretendiente mas que el título de archiduque, como es de ver en la escritura que recibió el mismo dia diez y seis Juan Simian, síndico del cabildo.

Aceptadas y ratificadas las condiciones de la capitulacion por ambas partes, fueron en nombre de la ciudad á entregar sus llaves D. Felipe Lino de Castelví, cuarto conde de Carlet, y D. Vicente Boil, primer marqués de la Escala. Así se rindió Valencia, sin que antes la abandonára el virey, marqués de Villagarcía, no vacilando la mayor parte de la nobleza valenciana, ni abriendo las puertas furioso el pueblo, como asegura en sus comentarios el marqués de S. Felipe; porque los nobles cumplieron con su deber,

y solo el conde de Cardona, teniente general de la órden de Montesa, educado en la corte del archiduque, se mostró parcial de su causa; pero no hostil á la de Felipe. Los demás individuos de aquella clase y de la del clero, y las personas mas influyentes del pueblo, no solo no apoyaron al pretendiente, sino que se retiraron tambien de la capital, despues de la entrada de Baset. El regente y demás ministros de la audiencia, que precisamente eran todos valencianos, abandonaron la ciudad y renunciaron sus cargos, quedando únicamente D. Vicente Pascual, D. Eleuterio Torres, D. Francisco Faus y D. Manuel Mercader retirados á la vida privada, mientras duró la dominacion austriaca, como refiere el historiador Miñana (1). Pocos dias despues se salió tambien el arzobispo con algunos individuos del alto clero, y por no dejar la diócesis se fortificó en Biar, donde permaneció hasta que dominado todo el reino por los enemigos, se refugió en Castilla.

El duque de Cansano fue detenido, sin saberse el motivo, y enviado en seguida á Barcelona; sufriendo igual suerte otras personas de elevada posicion, pero cuya lealtad podia perjudicar á los planes de los dominadores. Baset comprendia que su causa no habia encontrado simpatías bastantes para hacer respetar buenamente su conducta, y trató de adquirir prosélitos, bajando su atencion á la canalla mas soez y despreciable. Para captarse mejor su voluntad, puso en libertad á los presos por causas comunes en las cárceles de S. Narciso, estendiendo esta gracia á los que no pudieron fugarse de las de Serranos. Esta chusma, engrosada por cuantos perillanes polulaban en esta gran poblacion, y que lo mismo proclamaban entonces al archiduque, como antes á Felipe, dirigida por Barco, ayudante de Baset, cometió las mayores tropelías, allanando y saqueando las casas de algunos franceses avecindados en Valencia; hasta que muchos vecinos honrados, formando espontáneamente diferentes patrullas, les acosaron sin tregua, y concluyeron con aquellos bandidos, que no tenian otra opinion que la del dueño, que arrojaba el pan a sus pies.

Mientras la capital, entregada á los horrores de la anarquía,

(1) De Bello rust. valent.: hemos visto el manuscrito original de esta elegante historia latina, que se conserva en esta universidad, y que antes perteneció al Sr. Borrull.

Том. II.

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