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deliberando acerca de sus proposiciones, cuando algunos tiros disparados casualmente hicieron creer á los soldados del conde que aquello era una escandalosa agresion que pedia venganza. En el acto se puso todo el egército sobre las armas, y por un movimiento simultáneo se dió principio al ataque, que los vecinos de la villa sostuvieron con denuedo y con pasmosa bizarría. No podia, empero, oponer una larga resistencia, siendo por consiguiente fácil al conde verificar el asalto, como lo efectuó, pasando á cuchillo á unos trescientos paisanos, á quienes encontró con las armas en la mano. Los vencedores tambien saquearon é incendiaron algunas casas, llegando oportunamente varios oficiales á un convento de monjas para salvarlas de las llamas, que devoraban rápidamente el edificio, haciéndolas trasladar á Segorbe. La noticia de este suceso provocó contra el conde la animosidad de muchos, que eran ardientemente partidarios del archiduque; y si la conducta que Baset observó en la capital hubiera sido menos ominosa, no tuviera que valerse de los medios mas indecorosos para hacer respetar su autoridad. A la aproximacion del conde desplegó, sin embargo, Baset un teson y actividad increible para poner la ciudad en estado de defensa; dispuso algunas obras por la parte interior para dar mayor fortaleza á sus murallas; levantó baluartes donde le pareció conveniente; colocó artillería donde era necesario; hizo fosos y empalizadas en diferentes puntos, y reglamentos tambien. sobre la parte de la muralla que debia defender cada barrio y gremio; y ; y derribó en fin varios edificios de los arrabales, para impeque desde ellos pudieran ofenderle los contrarios. Pero considerando que las fortificaciones no bastaban para la defensa, si los ciudadanos le negaban su cooperacion, empezó á proceder contra que le parecian afectos á Felipe V; llenó las cárceles de presos; la mas leve sospecha arrastró á algunos al patíbulo; y aterrada la mayoría de la poblacion, obligó á muchas personas respetables á abandonar secretamente la ciudad. La ausencia, pues, de unos, los encierros y miedo de otros y la severidad y violencias de Baset. y de sus parciales para sostenerse, privaron al conde de las Torres de la esperanza de que se le entregase Valencia sin hacer resistencia alguna, y le ponian en el duro trance de valerse de la fuerza. Era preciso, ganando instantes, acercarse á la ciudad, disponer ó fingir ataques por varias partes, enviar destacamentos por todos ó los principales caminos para impedir la introduccion de víveres, tener

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en continua alarma á los defensores, y aumentar por todos los medios los apuros de estos, y la desconfianza que inspiraba Baset, obligándoles por último á entregarse antes de la llegada de Peterboroug. Sin duda esperaba el gobierno la egecucion de estos proyectos, cuando publicó oficialmente, que habiéndose reunido el regimiento de Pozoblanco y las tropas que desembarcaron en la Carbonera, á las del conde de las Torres, como efectivamente se reunieron, entrarian todas en «operacion de consecuencia:" pero el conde, acampado en Moncada, cuya posicion no era la mas oportuna para ofender á Valencia, por hallarse contigua al camino de Barcelona, por donde venia marchando Peterboroug, y no le ofrecia en su dilatada llanura sitio alguno bastante fuerte y semejante á aquellos en que no se habia atrevido á esperar á su egército; permaneció en la mas completa inaccion, contentándose con enviar algunos destacamentos para echar al rio las aguas de las acequias, que sirven para el uso de los molinos y riego de los campos, y rechazar á algunos que trataron de impedirlo. Esto lo publicó el gobierno como una operacion de mucha importancia; pero no lo fue, por el error que cometió el conde en no mantener allí los mismos ó mas numerosos destacamentos para sostener lo que habia hecho; de modo que fácilmente pudo Baset volver el agua á las acequias y evitar todo perjuicio.

Esta conducta del conde no dejó de llamar seriamente la atencion de la corte de Felipe, y en su consecuencia fue relevado del mando del egército, nombrando para reemplazarle al duque de Arcos que no habia seguido la carrera militar; de manera que cuando se publicaba en la gaceta y esperaban todos que, reunidas como estaban estas tropas con las que desembarcaron en la Carbonera y tambien con las que mandaba el duque de Pópuli darian principio á las mas graves operaciones, no hizo el duque de Arcos mas que destacar al coronel Mahoni con su regimiento de caballería á defender á Murviedro del egército inglés, y no hallando medio alguno para egecutarlo le entregó en seguida la villa, abandonando el puesto y dejando libre el paso hasta Valencia. No creyéndose ya seguro el duque en Moncada, donde por falta de reflexion se habia establecido su antecesor, trasladó su cuartel general á Torrente, que está á la otra parte del Turia y mas distante de la ciudad, y aun recelando algun ataque, se retiró á mayor distancia, pasando con su egército á Villamarchante.

En vista de una conducta tan poco militar acudió la oficialidad con varias quejas contra el duque; y Mr. Amelot repitió el desacierto de volver el mando al conde de las Torres. «Se le envió con anticipacion un copioso destacamento de las reales guardias, y tambien parte de la artillería y tren destinado para el recobro de Valencia;" decia el gobierno en su periódico oficial, manifestando poco despues «que los vecinos de esta ciudad esperaban con ansia el egército del rey para rendirse." Pero el conde de las Torres estuvo tan lejos de intentarlo, que poseido, al parecer, de un terror pánico, creyó hallarse aun muy cerca del general inglés, y se dirigió á principios de Marzo (1) con su egército á la Alcudia de Carlet, permaneciendo allí con tanto sosiego, segun dice el padre Miñana, que puso á las tropas como en cuarteles de invierno, y como si empezase éste en el mismo mes de Marzo, y necesitasen de descanso por un viage de tres ó cuatro leguas. Permanecia aun alli en la misma inaccion, cuando pasó por Alcira á una legua de la Alcudia el coronel Nebot con su regimiento y otras tropas, dirigiéndose á Fuente la Higuera, á quien atacó sobre la marcha, destrozó el acueducto que conduce el agua á la villa y acosados de la sed la guarnicion y los vecinos, de suerte que llegaron al estremo de usar del vino para limpiar la carne y amasar la harina, se hubieron de entregar, quedando prisioneros los quinientos soldados castellanos que la presidiaban; mientras el conde de las Torres ó ignoraba las operaciones de los enemigos, ó desdeñaba socorrer á aquella villa, cuyo sitio duró algunos dias. Este suceso no fue bastante para ponerle en accion, á pesar de haber recibido la noticia de que Felipe V tenia sitiado al archiduque en Barcelona; y solo emprendió su movimiento, no hacia Valencia, sino sobre Alcira, de cuya villa se apoderó, cuando supo positivamente que se habia embarcado Peterboroug, para socorrer al pretendiente. Satisfecho no obstante por haber entrado en Alcira, cometió la bajeza de añadir al parte, que habia remitido dando cuenta al gobierno, un segundo correo estraordinario, fingiendo haberse tambien rendido Játiva y haber huido Baset, quedando á su disposicion todo aquel distrito. Parece increible; pero el gobierno, despues de publicar de oficio la entrega de Alcira (2), añade á

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(2) Gaceta de Madrid de 27 de Abril de 1706, núm. 17, cap. de Madrid. 11

TOм. II.

por

continuacion: «con segundo correo del Sr. conde de las Torres se acaba de saber, que la ciudad de Játiva se redujo á la obediencia de S. M.; habiéndola abandonado Baset, y desamparado con ella toda aquella estendida gobernacion." A pesar de la conducta del conde y de la falsedad del parte que habia tenido la desfachatez de remitir al ministerio; consiguió Amelot que le premiase el rey y le hiciera donacion de la villa de Cullera, erigiéndola en marquesado. Pero ni estas gracias pudieron alentar al conde de las Torres: ni la falta de tropas y desaliento de los partidarios del archiduque lograron moverle para proseguir sus operaciones; antes el contrario permaneció sin hacer nada por espacio de un mes, ocupándose únicamente en celebrar su nuevo título con espléndidos convites; y solo se dirigió sobre Játiva, cuando á fines de Mayo circuló la noticia de las desgracias ocurridas al egército del sobede su retirada de Barcelona. Un mes antes habia anunciado rano y la rendicion de Játiva; y ahora, lejos de hallar la ciudad desapercibida, la encontró bien fortificada Ꭹ defendida por el mismo general Baset. Esta era la única empresa de importancia que emprendia despues de algunos meses; y aun el resultado le fue contrario, pues á los pocos dias hubo de abandonar ignominiosamente el sitio; y enviando, en virtud de las órdenes del gobierno, al coronel Mahoni á mandar la plaza de Alicante, se retiró con todo el egército á Castilla, destruyendo las fortificaciones de Alcira y clavando y echando en el Júcar los cañones que no pudo llevarse, y dejando en fin al reino sin un soldado, ni oficial de las tropas reales, abandonado enteramente á las vencedoras huestes del archiduque.

Con la presurosa retirada de las tropas de Felipe V quedó Valencia aterrada y en la mas espantosa confusion, y para colmo de su desgracia, al tiempo de emprender su marcha el conde de las Torres, volvian triunfantes de Barcelona los generales enemigos y su numerosa caballería. La escuadra inglesa que fondeó tambien delante del Grao desembarcó muchas fuerzas, y unidas á las que operaban en Valencia, se estendieron á fuer de un torrente por diferentes partes del reino, estrechando unas el sitio de Peñíscola, y recobrando Baset con otras la villa de Alcira. Guinden se apoderó de Requena y otros pueblos de la entrada de Castilla; otro egército marchó sobre Elche, y tomándola de paso, sorprendió á Orihuela, por la repentina defeccion del marqués del Ráfol, su

gobernador. Ocupado ya militarmente todo el reino; abandonado por los generales y tropas del rey; inutilizada la artillería; ausentes ó presos la mayor parte de los nobles y de los plebeyos mas decididos; sin gefe para mandar; sin medios para defenderse, y rendida la plaza de Alicante, por la traicion de Mahoni, era ya imposible la resistencia. Los pueblos sucumbieron.

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En este estado llegó á Valencia el archiduque Carlos, y se alojó en el palacio arzobispal (1), haciendo antes su entrada pública, sin que su recibimiento ofreciera cosa alguna notable. Diez dias despues determinó prestar el juramento segun nuestros fueros, dando para este acto solemne las órdenes oportunas, que se comunicaron al cabildo por conducto de D. Ramon de Vilana Perlas, su secretario del despacho universal. «Habiendo, dice, el rey nuestro señor resuelto, que la funcion del juramento, que espera prestar el domingo próximo (diez de Octubre), se egecute con toda la solemnidad y pompa correspondiente á este acto; y en atencion á que arzobispo de esta ciudad, á quien pertenece asistir á este ceremonial, se halla ausente; me manda S. M. decir á V. S. I. que será de su real agrado, que el obispo de Segorbe concurra con V. S. I. haciendo los actos que el arzobispo hiciera, si se hallara presente. Y si respecto á la formalidad se ofreciere algun reparo, ya sea por ordenaciones ó prerogativas del cabildo, espera le superará el celo de V. S. I. en esta ocasión, por no ser del real ánimo perjudicarle; antes bien es la voluntad del rey que este egemplar, en tal caso, no sirva de consecuencia." Recibido este oficio se reunió el cabildo el dia ocho, y con escritura que estendió Juan Simian, deliberó y dió facultad, para que en el altar mayor de la iglesia metropolitana celebrase de pontifical el obispo de Segorbe en las funciones que gustase el príncipe, asistiéndole los canónigos. Verificóse en su consecuencia el juramento, y se ordenó una procesion de gracias, que el archiduque vió desde el balcon (plateado para esta solemnidad), de la diputacion, ahora audiencia, y al pasar la imágen de la Virgen de los Desamparados, siguió á pie la procesion, cediendo el palio con que habia hecho su entrada. Durante los cinco meses que permaneció el príncipe en Valencia asistió á todas las grandes funciones eclesiásticas, destinando para mayor pompa de estos actos religiosos su capilla de música. Esta conducta religiosa estaba

(1) Años de J. C. 1706.

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