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en armonía con su vida privada; tenia siempre abierta la puerta á cuantos deseaban verle comer; daba audiencia pública todas las semanas; remediando los desórdenes cometidos por sus generales: y su diversion favorita era la caza en el lago de la Albufera, repitiendo frecuentemente y con entusiasmo, que en todos sus viages no habia pasado otros momentos tan gratos, como los que contaba sobre las tranquilas aguas de aquel lago delicioso y poético. Esta popularidad y su trato dulce y franco y su rígida administracion de justicia escitaron las simpatías de los valencianos, que á pesar del disgusto con que sufrian su dominacion, no pudieron menos de admirarle y respetar su poder, que respeta ba tambien por su parte los fueros venerables del pais.

Permaneció el archiduque en Valencia hasta el siete de Marzo en que verificó su salida para Barcelona en medio de un furioso aguacero, dejando la ciudad tranquila, organizado el egército, y exactamente pagados los empleados públicos, de modo que, como dice el autor de los Reparos críticos, no se ha visto jamás este pueblo ni tan rico, ni tan abundante; inundáronle de reales de á ocho los ingleses, y de cruzados de oro y plata los portugueses (que mandó despues recoger el rey, reduciéndolos á menos valor) en suma muy considerable, sin los muchos que fundieron los plateros por su buen peso y quilates. Este estado no fue, sin embargo, de larga duracion; porque ganada la batalla que hará célebre el dia veinticinco del siguiente Abril (1), se encargó del mando del egército el duque de Orleans, quien destacó en seguida al caballero Asfeld para reducir á Játiva, mientras avanzaba con el resto del egército y en compañía del duque de Berwick hácia Requena, con el objeto de recobrar á Valencia. Al llegar á Chiva despachó el duque un trompeta á la capital, que se hallaba ya puesta sobre las armas, inquietos los ánimos, y alentados los numerosos partidarios de Felipe; pero silenciosa la mayoría leal por la resolucion imponente de la guarnicion compuesta en su totalidad de micaletes, que al frente de una canalla grosera, se amotinaron en la plaza de la Catedral, pidiendo unos que se tocase á somaten, otros buscando armas y dictando todos los medios de una defensa tan inútil como imposible. Afortunadamente se presentó entonces á los grupos Don Melchor Mascarós, y fingiendo tomar parte en el motin, se dejó

(1) Años de J. C. 1707.

oir, y pudo conducirlos á la casa de las armas ó ciudadela, donde armó á algunos y aparentando un entusiasmo decidido, les diseminó por la muralla, mientras que los clavarios de los gremios, á la cabeza de los artesanos y en combinacion con Mascarós, establecieron numerosos retenes en las plazas públicas, hicieron salir de la ciudad á los micaletes y escoltaron al trompeta hasta dejarlo fuera del término de la poblacion. Estas precauciones bastaron para restablecer la tranquilidad pública, y tranquila por fin la capital, solo se dejaba oir en las calles la armonía grave de las letanías que las comunidades religiosas cantaban en medio de un imponente silencio. Entonces salieron comisionados por la ciudad Don Isidoro Gilart, obispo ausiliar, D. Melchor Gamir y D. José Monsoriu, caballeros, y Francisco Franch, ciudadano, y se presentaron al duque de Orleans que les recibió de la manera mas atenta delicada. La comision espuso desde luego el objeto de su mision, ofreciendo un donativo de cincuenta mil doblones, que se entregaron despues religiosamente; y prometiendo el duque por su parte respetar las vidas y los intereses y lo demás que el rey tuviera á bien disponer. Arreglada de este modo la entrega de Valencia, dejó el duque el mando del egército al de Berwick, quien dueño poco despues de la capital, nombró por gobernador á D. Antonio del Valle, y por capitan general al mencionado Asfeld.

y

Entregábase Valencia al entusiasmo que habian producido los triunfos de las armas de Felipe, mientras sus generales recorrian el reino desalojando á los enemigos de las plazas que poseian. Uno de los puntos, que por su aproximacion á la capital, llamó desde luego la atencion fue la ciudad de Játiva, que impudentemente asegurara el conde de las Torres haber reducido á la obediencia. Defendian á la sazon este pueblo ochocientos ingleses y diferentes partidas de micaletes, gente atrevida, valiente y avezada á los rigores de la vida militar, aumentándose poco despues su número con cuatrocientos mas, capitaneados por el famoso José Marco que, atendido el castigo que merecian sus crímenes, era conocido por el Penjadet (diminutivo de ahorcado). Mandaba la plaza, con el carácter de gobernador, D. Miguel Purroi, natural de Zaragoza, nombrado por el marqués de la Corzana, virey de Valencia durante la dominacion austriaca, por constarle su adhesion al partido del archiduque y su tenacidad en las empresas mas difíciles. que el gobernador tomó posesion de su destino, dispuso varias

Así

fortificaciones, fosos y otras obras para la mejor defensa de la ciudad; prohibió, bajo pena de la vida, que se hablase de su rendicion, , y se valió de las mas activas diligencias para descubrir y castigar á los que permanecian fieles á Felipe; y desde luego hizo sufrir un penoso encierro á las personas mas notables del pueblo, á los eclesiásticos mas condecorados, sin esceptuar de sus medidas arbitrarias á las mismas religiosas, arrancándolas violentamente de sus pacíficos retiros, y llegando al estremo de sacar de su cama á una anciana religiosa, sin consideracion á su edad y á hallarse con la extrema-uncion (1).

Estos suplicios y multitud de prisiones de los sugetos mas respetables de todas las clases, indican que no era tan numeroso en Játiva el partido que apoyaba al archiduque. Así lo conocieron Asfeld y demás generales, y así tambien lo publicó de oficio el mismo gobierno (2): «Alcira y Játiva, decia el ministerio, quedan en defensa por tener ingleses de guarnicion, y no haberse concedido á la del castillo de Játiva la capitulacion que pedia despues que se tomó la villa: pero la falta de víveres y artillería los sujetará. Los jurados de estas dos villas vinieron á dar la obediencia; en que se reconoce que son los estrangeros no mas los que hacen la resistencia, con muy pocos de los paisanos que se dan por perdidos." Tal era el espíritu público de aquella ciudad, y tal la disposicion de su gobernador, cuando se presentó delante de sus murallas el general Asfeld con un egército respetable. Este gefe era uno de los hombres mas á propósito para sostener ciegamente un partido estremo; pues todo lo sacrificaba á sus principios y á la desmedida ambicion que le devoraba. Francés al servicio de España vino á medrar, durante la guerra de sucesion, y al retirarse despues á Francia impuso una contribucion exorbitante para

(1) Los presos fueron los siguientes: los canónigos D. Felix Jordán, Don Leonardo y D. Felix Cebrian; los beneficiados D. Felix Menor, D. Eusebio Llinás, mosen José Boscá y otros; los religiosos Fr. Gimen Ruiz, Fr. Matías Calot, Fr. José Mollá y el maestro Navarro; D. Pascual Fenollet, conde de Olocau, D. José y D. Gaspar Cebrian, D. Pedro Benlloch, D. Gregorio Faster, D. Manuel Menor, Bernardo Cami, Juan Bautista Sanchis, Luis Mollá, Bartolomé Salcedo, Pedro Juan Albinia, Pedro Juan Aliaga, Juan Garrido, Francisco Camarena y José Oliver. Fueron condenados á garrote D. Francisco Soler, D. Onofre José Soler, Pedro Mollá y Joaquin Peris.

(2) Gaceta de Madrid de 24 de Mayo de 1707, núm. 21, cap. de Madrid.

los gastos de su viage, llegando su codicia hasta el esceso de encarcelar á los alcaldes que no habian satisfecho la cuota señalada. Tan cruel, como avaro, no hallaba nada de repugnante en el horroroso espectáculo de los suplicios, y por una víctima mas, aunque inocente, no cejaba en sus planes.

Los primeros ataques de Asfeld no obtuvieron ninguna ventaja, porque estaba bien defendido el vasto recinto que entonces ceñia á Játiva; pero la falta de artillería hizo conocer bien pronto á los sitiados que su resistencia no podia ser de larga duracion. Esto no obstante, rechazaron muchas veces al enemigo, que redoblando sus esfuerzos y dirigiendo bien su artillería, abrió brecha el veinticuatro de Mayo. El gobernador no cejó sin embargo á la vista de las ventajas tan fácilmente obtenidas por los filipistas, y así se defendió de calle en calle, resistiendo con bravura el asalto, que se dió el mismo dia, hasta que pudo retirarse en buen órden al castillo, salvando consigo los intereses y las personas de los comprometidos de su partido. No era posible empero conservarse en esta posicion,. y así, mientras resolvia los medios de conseguir una honrosa capitulacion, las tropas vencedoras cometieron en la desgraciada ciudad los mas escandalosos atentados. Robaron los templos, saquearon las casas mas notables, atropellaron á toda clase de ciudadanos, y no parecia, sino que un egército estrangero hollaba las calles de un pueblo criminal y digno de esta devastacion. Un bando publicado por Asfeld en los momentos de la mas horrorosa agonía aseguraba el perdon á los que habian abrazado la causa del archiduque, esceptuando únicamente á los que llamaba gefes principales del partido austriaco. La rendicion del castillo, que se verificó á los pocos dias, quedando la guarnicion prisionera de guerra, hizo creer á los habitantes de aquel antiguo pueblo, que acabarian por fin las tropelías, que el bando de amnistía no bastó para concluir; pero fueron vanas sus esperanzas: porque en medio de tan lisongero porvenir, y cuando volvian á abrirse los templos y los ciudadanos principiaban á regresar á sus desiertos hogares, apareció inopinadamente un bando, en que se hacia saber á los vecinos abandonasen sin dilacion su patria; pues por órden superior se iba á arrasar la ciudad. Figúrese cuál seria el terror de los consternados habitantes; el llanto era general; los ancianos debian abandonar en sus últimos dias el suelo que les vió nacer: iba á perecer su patria; lo mandaba su mismo rey; ¡era su crímen digno de tan

horroroso castigo! En vano hombres, mugeres, niños y

ancianos

se prosternaron delante del general estrangero; en vano los sacerdotes invocaban su proteccion; todo era inútil: nada tenia que ver el general con un pueblo que no hablaba su lengua; y así acto continuo mandó sacar de las iglesias las reliquias, las imágenes, los vasos sagrados y las alhajas, y trasladar á Carcagente á las monjas de Sto. Domingo y Sta. Clara en número de ciento; y tomando otras precauciones para llevar á cabo con mayor seguridad su espantosa disposicion. Apenas cundió hasta Valencia la órden terrible de destruir aquella noble ciudad, honor del reino por su ilustre antigüedad y por haber sido patria de altos personages, se apresuraron la diputacion, la ciudad y el cabildo eclesiástico á despachar algunos comisionados respetables, para que intercediesen con el general francés suplicándole suspendiese la órden hasta la nueva resolucion del rey. Hallándole inflexible, dirigió el cabildo una reverente esposicion á S. M. por conducto del duque de Medinaceli, á quien escribieron lo siguiente:

«La confianza en que nos tiene constituidos el conocido favor que todo este reino confiesa deber á V. E., como á su primera y principal representacion, y tan amante de él y de esta santa iglesia, nos precisa á valernos de la poderosa interposicion de V. E. para templar la justa indignacion de S. M. en el castigo, que de órden suya pretende egecutar el general Asfeld en la ciudad de Játiva, arrasándola toda y demoliendo sus edificios; cuya egecucion, á mas de ser en conocido daño á muchos inocentes y fieles vasallos de S. M. que en ella ha tenido, y daño irreparable á su real corona, por el que se sigue de despoblarse sus reinos, es mucho mas perjudicial á la iglesia y á lo sagrado: pues aunque aquel caballero insinuó á las representaciones que se le hicieron por parte de la ciudad, diputacion y cabildo eclesiástico, se reservarian las iglesias y monasterios de esta general devastacion es muy difícil el conseguirlo, por el gran peligro que se reconoce, por mas prevenciones que se hagan, de que una vez prendido el fuego en las casas, no pase á maltratar y quemar los templos, y lo acredita lo que él mismo hizo, disponiendo se saquen de las iglesias los vasos sagrados, la plata y las demás alhajas dedicadas al culto divino; pues si no hubiera este peligro, mas seguras estarian en los templos. El desconsuelo que han de tener aun los mas finos y leales vasallos de S. M. en la egecucion de tan rigorosa órden, y la obligacion

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