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su politica para cimentar el despotismo; y exasperado porque la ciudad se atreviera á esponer á S. M. las equivocaciones é injusticias del primero y segundo decreto, procuró tomar una completa satisfaccion de ella, y aterrar á los demás con el rigor y la prontitud del castigo; y aunque las leyes de España enseñaban lo contrario, declaró no obstante por delito aquella respetuosa esposicion dirigida al soberano, castigando en tiempo de las mayores demostraciones de júbilo que hacia la nacion, con la pena de destierro y las duras prisiones del castillo de Pamplona, al jurado Luis Blanquer, y á D. José Ortiz que la redactó (1). Creyendo que esto no bastaba para asegurar su sistema de gobierno en el reino de Valencia, destinó por comandante suyo al bárbaro Mr. Asfeld, cuyo carácter formaba la crueldad y la avaricia; y envió para su gobierno á otras personas, que, segun cuenta el marqués de S. Felipe, «cometieron tantas tiranías, robos, estorsiones é injusticias, que pudiéramos, añade, formar un libro entero de las vejaciones que Valencia padeció sin tener noticia alguna de ellas el rey, porque á los vencidos ni se les permitia ni el alivio de la queja." Todo esto fue preciso para que un ministro estrangero acabase con la constitucion y la libertad del reino de Valencia. Satisfecho entonces el gobierno de Felipe dirigió inmediatamente sus tiros contra la de Castilla, á quien con tanta prodigalidad llamó leal, é impuso los tributos que creyó necesarios, sin contar con las córtes, como estaba prevenido (2), ni consultar con estas los negocios importantes que se agitaban en aquel tiempo. Los grandes, escluidos de ellas desde mucho antes, no pensaron en vindicar unos derechos que creian no competirles; y solo practicó decididas gestiones el marqués de Villena, que instó de continuo para que se celebrasen córtes (3). Preocupados por otra parte los pueblos castellanos de que sus leyes se hubiesen estendido y gobernasen la corona de Aragon, que consideraban como rival, no advirtieron, ó no quisieron creer, que el mismo golpe que habia destruido las

(1) Miñana, de Bello rust. val., lib. 3.

(2) L. 1 y 1, tít. 7, lib. 6 de las Recopilaciones antiguas que se han omitido en la Novísima Recopilacion, para borrar la memoria de los derechos populares. Nota del Sr. Borrull.

(5) Marqués de S. Felipe, pág. 46.

constituciones de Aragon y de Valencia, destruiria bien pronto la de Castilla.

No encontrando ya oposicion Mr. Amelot, y creyéndose en una situacion asegurada, dispuso que se celebrasen córtes en Madrid en siete de Abril, para jurar al príncipe, sin permitir que se tratase en ellas de ninguno de los ramos de administracion. Faltó entonces á aquellos pueblos el espíritu que se necesitaba para reclamar sus hollados derechos; de modo que al regresar á Francia el ministro Amelot, dejó planteado un sistema de gobierno desconocido en España, y en particular en la corona de Aragon, que borraba la memoria de su antigua libertad. Desde entonces perdió Valencia su inmenso poderio; faltáronle los recursos, porque todos los devoraba la corte; prohibióse en adelante el estudio del derecho de gentes; las córtes, menos libres que las valencianas, fueron un centro donde se recogian las gracias del trono; y el reino, dividido en parcialidades, tuvo que lamentar por espacio de muchos años las consecuencias del nuevo sistema.

Si fuera de nuestro propósito manifestaríamos é impugnaríamos por medio de otros decretos y cartas del Sr. rey D. Felipe V y testimonios de su ministerio y de los historiadores mas afectos á aquel soberano, la fidelidad del reino de Valencia en las guerras de sucesion; pero no podemos prescindir de apuntar en este lugar las opo rtunas reflexiones que sobre esto mismo hace el entendido señor Borrull en su «discurso sobre la constitucion que dió al reino de Valencia su invicto conquistador D. Jaime I." Felipe V, dice el ilustre valenciano, declaró (en el decreto que hemos insertado) no haber incurrido en el delito de rebelion ni el estamento eclesiástico, ni el militar, y en consecuencia de ello, ni el reino: pues componiéndose éste de tres estamentos, y no habiendo otros cuerpos que pudiesen tomar su nombre, era preciso que lo representaran ó la mayor parte de sus tres estamentos ó todos ellos juntos. Si lo representaban la mayor parte de los mismos, fue sin duda fiel el reino, por haberlo sido, como está declarado, dos de dichos tres estamentos. Pero si se considera representarlo los tres estamentos, como lo convence el incontrastable hecho de necesitarse del consentimiento de todos ellos, para que se entendiera consentir el reino, y pudiera establecerse algun fuero ó ley que obligase á dicho reino y á todos sus habitadores; por la misma razon aunque hubiesen delinquido dos estamentos, tampoco

podria atribuirse al reino; y mucho menos en el caso presente en que declaró el rey no haber cometido dicho delito los estamentos eclesiástico y militar, sino el real ó la mayor parte de los pueblos; y así de cualquier modo que se examine la cuestion, aparecerá ser siempre muy contrario á cuanto dictan la razon y el derecho, declarar rebelde al reino, habiendo sido fieles dos de sus estamentos, y por el delito de uno solo castigar á otros dos que no lo merecen, y por ello á todo el reino con la gravísima pena de la abolicion de sus fueros, constitucion y privilegios. Pero es aun mucho mayor la injusticia del decreto en cuestion, por constar tambien no haber cometido aquel delito el estamento real. Con efecto, el reino, la ciudad y los diferentes cuerpos de la misma, estuvieron pidiendo continuamente por espacio de mas de cuatro meses socorros contra el enemigo al ocupar á Denia, y que penetraba tambien por los confines de Cataluña; el ministerio los ofreció fácilmente; pero lejos de cumplirlo, al instante que sabia que entraban algunas tropas en este reino, mandaba que sin detenerse pasaran á Aragon ó Cataluña, sin atender á las representaciones que para suspender estas órdenes se le dirigian. Abandonados, pues, por el gobierno supremo, no pudieron sostenerse los pueblos, siendo, como es público y notorio, lugares abiertos casi todos los de este reino, é incapaces por lo mismo de hacer especial resistencia, y de cometer delito aunque se entregasen al enemigo. Las fortalezas del reino, no obstante de no haberse cuidado el gobierno de ponerlas en buen estado (1), acreditaron bastante la fidelidad de sus naturales; solo habia cuatro en el de Valencia, á saber, Alicante, Peñíscola, el castillo de Montesa y Denia; ésta se entregó al general Baset, por haberse huido el gobernador y no haber dentro de ella algun oficial que pudiera defenderla. Alicante, á impulsos de su lealtad y espíritu de sus vecinos, hizo la mas gloriosa defensa que podia imaginarse en el sitio que le puso Francisco Avila. Peñíscola y el castillo de Montesa, sin mas guarnicion que la de valencianos, resistieron denodadamente y dejaron burlados los esfuerzos que practicaron las tropas aliadas para apoderarse de ellas. Y habiéndose portado con tanta nobleza estas plazas, siendo lugares

(1) Marqués de S. Felipe en sus Coment. de la guerra de Esp., año 1701, pág. 38.

abiertos casi todos los del reino, y no habiéndoles enviado los socorros que pedia y le habia ofrecido el gobierno, no se puede en verdad atribuir la nota de rebeldes á los mismos, y por consiguiente queda tambien libre de ella el estamento real! Publicados sin embargo estos decretos, no pudieron ya los valencianos, dice el canónigo Ortí, borrar la nota de rebeldes, con que la corte les habia señalado, y entre la opresion del pueblo, la humillacion de los nobles, llegó á tal punto la miseria pública, que faltó muy poco para que se cerrasen los templos por el desprecio con que se miraba el culto y el clero. En medio de tantas calamidades el pueblo de Valencia acudia sin embargo á las iglesias para rogar por el triunfo de las armas del rey cuando empezó las campañas siguientes (1), y aun despues de la desgraciada batalla de Zaragoza y entrada de los austriacos en la corte.

A la abolicion de los fueros se siguió el impuesto á todo el reino de una gran contribucion que se cobró hasta el año mil setecientos quince con el nombre de cuarteles de invierno, y despues con el de equivalente de rentas provinciales; que, añadidas á otros impuestos, aumentó la miseria, engrosó las filas de los partidarios del archiduque, y los delegados del gobierno con sus dilapidaciones y desórden de administracion hicieron revivir las pasiones políticas, provocaron nuevas escisiones, obligaron á muchos á abandonar sus hogares; llenáronse de proscritos y de bandoleros las ásperas breñas de nuestras montañas; y no habia camino ni encrucijada, ni árboles solitarios donde todos los dias no se hallasen cadáveres colgados de sus ramas por el encono de los botiflets, llamados así los partidarios del rey Felipe, y maulets (2) los adictos al archiduque. Intolerantes y ensangrentados, como todos los partidos de opiniones exageradas, grabaron sus principios políticos sobre el pecho de sus enemigos con el arma de los asesinos, y levantaron sus respectivas banderas manchadas con la sangre de los justos, á cuya sombra se invocaba el trono de su rey por una parte, los derechos de un pretendiente por otra, y devorando las riquezas del pais proclamando unos y otros la justicia; señalando el asesinato de los pueblos como el sello de un martirio en las aras

(1) Años de J. C. 1708 y 1709.

(2) Distinguíanse los maulets por una cinta blanca, y los botiflets por una

amarilla.

TOM. II.

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de un rey que les arrebataba sus fueros, y ante las tumbas que otro príncipe abria para subir á un trono, donde se sentó Carlos I. Se improvisaron fortunas colosales, y todo era lícito para la ambicion; la rapiña de los funcionarios públicos, el escandaloso desprecio de la justicia y el insultante boato de los que manejaban los caudales de la nacion, hacian creer que el pais era un patrimonio destinado para unos pocos, como premio de sus furiosas declamaciones contra los partidarios de la casa de Borbon ó de Austria; y el poder y las riquezas se transferian de unos á otros, segun las alternativas que ofrecia la lucha de los dos partidos tan ciegos, como fanáticos, y tan perjudiciales á sus principios, como fatales al pais, que por desgracia era victima de su encono. En este estado de efervescencia determinó el rey Felipe en el año siguiente mil setecientos nueve visitar este reino, de tránsito para Zaragoza, pero los cortesanos le hicieron tan ominosa descripcion de la poca fe que le debian inspirar los valencianos, que al llegar á Chiva, estuvo resuelto á proseguir su viage á la capital de Aragon sin entrar en Valencia. Oportunamente los informes del capitan general, duque de S. Pedro, disiparon aquellas sospechas, y verificaron su entrada las personas reales en la tarde del cinco de Mayo, hospedándose seguidamente en el palacio del Real, sin entrar en la ciudad. El entusiasmo del inmenso pueblo que salió á recibirlas y les obsequió estraordinariamente en los pocos dias que permaneció S. M. y la relacion exacta que le hicieron de los pasados acontecimientos las personas mas influyentes, convencieron á Felipe; quien acaso repusiera la abolida constitucion, si su permanencia fuera mas larga y la corte no presentara nuevos obstáculos á las prudentes intenciones del rey. Esto era tanto mas probable, cuanto que un alto personage de la regia comitiva escribió con este motivo lo siguiente: «Los que desean que los dominios del rey se despueblen y que no quede piedra sobre piedra, no pueden disimular el sentimiento que les ha causado el que á SS. MM. les hayan aplaudido tanto en ese pais. Con que no es dudable que aquellos miserables lo desvanecieron; y así fue desgracia para Valencia la corta mansion de los reyes; porque la justicia y verdad, miradas y consideradas de cerca, se ven claras, como son, y sin las sombras que fingen lejos."

A pesar de cuanto llevamos dicho, pocos príncipes ha tenido España mas dignos que Felipe V de ocupar el trono. Amaba á sus

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