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Amaneció el día 24 en calma, por lo que bajé al punto de la costa que tenía por el través, llamado la Hoyada, á donde debía concurrir el General en jefe, y, estando tratando de estos particulares, á las once del día, empezó á soplar la brisa, en cuyo instante noté se ponían los enemigos á la vela, por lo que inmediatamente me restituí á los buques é hice la señal de zafarrancho, acoderarse y prepararse á batir.

Precedieron varios movimientos indecisos de estos buques, que por algún tiempo me hicieron fluctuar sobre si su objeto sería venirme á atacar, pasar al fondo de la Laguna ó restituirse á su antigua posición de punta de Palma. Cesados éstos, pude conocer que los enemigos, favorecidos del viento y de la marea, desde luego se habían decidido á venirnos á atacar, y que en vista de lo dicho, y considerando el estado poco maniobrero de los buques de mi mando debía esperarlos al ancla, á donde los tenía colocados en buen orden, cosa que no me sería dable conservar ni restablecer dando la vela, y, por lo tanto, me resolví á ello, mandando, sí, á la fuerza sutil diese la vela y se pusiese en aptitud de reforzar y sostener la cabeza septentrional de la línea que formaban los buques de la escuadrilla, punto que preveí sería el primer atacado, como más inmediato al enemigo, y que desde él y prolongando dicha línea debían extender su ataque.

La escuadrilla enemiga formó línea, y abiertos por babor y con vela moderada, se empezaron á mover sobre la nuestra hacia la banda de fuera. Al mismo tiempo su fuerza sutil, á remo y vela, se dirigía, según preveí, en disposición de poder atacar la cabeza de nuestra línea, si la hallaba desamparada, ó bien dirigir á otro punto más ventajoso su ataque, si la encontraba reforzada, pues á todo le daban lugar las circunstancias del tiempo, su grande movilidad al remo y lo bien tripulado de sus esquifazones.

No contento con indicar por señal y con toda anticipación á la fuerza sutil la orden de cubrir la cabeza de nuestra línea y hacer frente á la contraria, envié al guardia marina D. José Malpica en un esquife, para que enterase á D. José Antonio Zavala, comandante de ella, y que montaba la flechera Atrevida. Sabía que por parte de Zavala y la de D. Juan Gelpi, que mandaba la denominada Guaireña, el todo tendría mi exacto cumplimiento, pues disponían de dos buques aparentes para el caso y ser ambos hombres ejercitados y en continuo servicio hacía años en el apostadero de mi mando; así como esperaba poco auxilio de lo restante de nuestra fuerza sutil, reducido á piraguas, que siendo meras embarcaciones de carga, de poco calado y muchos anchos, sin palamenta de remos competentes, corta y malamente dotadas y esquifadas, son tan inútiles al remo como á la vela y sólo buenas para empleadas en su habi

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tual ejercicio, que lo es el de proveer de plátanos y más comestibles á la ciudad de Maracaibo.

Las dos flecheras indicadas, seguidas de los faluchos, trabaron cañoneo con la fuerza sutil enemiga, al tiempo que, ya próxima su escuadrilla á la nuestra, mandé romper el fuego, que se trabó á corta distancia y muy nu trido por todas partes, haciéndose la acción general.

Recelando que los enemigos, prevalidos de la superioridad de su fuerza, intentasen á más emplearla exclusivamente sobre una parte de la nuestra, comisioné al teniente de fragata D. Miguel de Valenzuela para que pasase en el bote de la goleta Zulia á la cabeza meridional de la línea de nuestra escuadrilla, para que á los buques que pudiesen quedar inactivos los hiciese enmendar ó dar la vela, replegándose sobre los demás para reforzarlos; lo que obligó al enemigo á extenderse por toda la línea de ataque tan pronto notaron esta maniobra.

Desde este momento la acción quedó empeñada en todos los puntos del modo más activo y sangriento, con un tremendo fuego de artillería y fusil á quemarropa, ya dando ó recibiendo abordajes, menos las ronceras, piraguas que, por su mala disposición, no pudo Malpica lograr se movie. sen ágilmente, por más que hizo.

Sería tarea imposible referir á V. E. las pruebas de serenidad, valor y heroica constancia con que todos los buques de mi mando sostuvieron una acción contra fuerzas tan decididamente superiores, llevada hasta el punto de que, volados algunos de nuestros buques, varados y echados á pique otros y generalmente desmantelados los demás, fué fuerza sucumbir, y que este evento siguiese el curso indispensable que debía seguir, no mezclándose para alterarlo alguna imprevista y extraordinaria circunstan cia. Sin embargo, expondré á V. E. algunas que le demostrarán el ardimiento, empeño y calor de este combate.

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Merece distinguidas alabanzas la serenidad con que el capitán de la pequeña goleta Rayo, D. Antonio Pascual, graduado de teniente de ejército, sufrió el ataque de de uno de los bergantines enemigos, así como el abordaje de una goleta y fuego de una parte de la fuerza sutil contraria.

El bergantín-goleta Esperanza, mandado por el bravo D. Federico Heytmán, fué abordado por un bergantín, después de acribillado y destruído por el superior y dominador fuego de este buque, teniendo el disgusto de verlo volarse, y según aseguran declaraciones contestes, á resultas de despecho de Heytmán, que había jurado poner fuego á la santabárbara antes que permitir que su buque cayese en poder de los contrarios.

La goleta Zulia, tripulada con la gente de la fragata Constitución (ó Sabina), y mandada por el intrépido D. Pedro Lamaissón, cuya mérito

TOMO IX.

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tengo á V. E. hecho presente en mis anteriores oficios, se distinguió sobremanera en esta acción. Este buque, que no es otra cosa que una mera goleta de carga, fué abordado á un mismo tiempo por dos goletas enemigas y por ambas bandas; mas no se hubieron prolongado borda con borda con él, cuando fueron rendidas.

El bergantín goleta Riego, mandado por el acreditado D. José Cándamo, capitán de milicias, se comportó con el mayor brío, y hubiera sido de desear que un marino tan bravo se hubiese hallado en el caso de poder disponer de una tripulación acostumbrada al ejercicio de la mar más de lo que estaba la suya.

El bergantín San Carlos fué puesto igualmente fuera de combate. Las goletas Mariana, María y Cora, mandadas por los valientes D. José María Montes, antiguo comandante de la flechera Nuestra Señora del Valle; D. Agustín de Castro, que antes de ahora tengo recomendado á S. M., y D. Fernando de Cárdenas, piloto de la clase de particulares, se distinguieron en esta acción; mas todos estos heroicos esfuerzos y sacrificios no pudieron ser bastantes para superar la decidida y ya para entonces demostrada superioridad del enemigo, que aunque prevista y calculada por los inteligentes, necesitaba acrisolarse por la experiencia para los que no lo eran.

Entonces, situado yo con la goleta Especuladora á menos de tiro de pistola, en el claro de entre el bergantín Esperanza, que hacía rato se había volado pasándonos por encima sus destrozos, y de la goleta Zulia, rodeado ya de la fuerza sutil enemiga, suspendí el ancla y traté de reunir á mi alrededor un grupo de buques que, opuesto al enemigo, permitiese á los nuestros zafarse y replegarse sobre Maracaibo, siendo á más mi principal afán librar á la Zulia, sobre la cual había cargado el principal esfuerzo de los contrarios, y para ello empleé las medidas más activas, ya por medio de señales, ya á la voz, ya por los activos y valientes alféreces de fragata D. Cayetano Pilón, D. Pablo Llanes y guardia marina D. Juan Calderón, los que ejecutaron mis órdenes con una serenidad y precisión dignas de todo elogio; mientras que, por otra parte, el teniente de fragata D. Miguel de Valenzuela y guardia marina D. José Malpica obraban en conformidad de las instrucciones que les tenía dado.

Pude de este modo imponer y contener al enemigo, logrando desembarazar á la Zulia, sostener su retirada, así como la de la fuerza sutil, goletas Salvadora, Guajira y Especuladora y flecheras Atrevida y Guaireña, con cuyos buques pude entrar á las cinco de la tarde en el puerto de Maracaibo, perseguido de los enemigos hasta debajo del tiro de la plaza, quedando los demás buques volados, á pique, varados y en poder de los ene

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migos, sin más satisfacción que pueda compensar tan dolorosa pérdida que la de haber dado un público testimonio de nuestra subordinación, y haber vendido caro á los enemigos las ventajas, que han debido únicamente á la superioridad de sus fuerzas.

Nuestra pérdida ha sido considerable, cual puede inferirse de lo dicho y de una acción que aún se sostenía por gente al nadar, arrojada de sus buques; mas no puedo graduarla exactamente, ignorando el número de prisioneros, como el de los que hayan podido coger la costa y salvado. Sí puedo asegurar que la del enemigo debe haber sido tal vez mayor, por lo muy repletos que traían sus buques de tropas, pues aseguran contestes algunos pasados que en los puertos de Altagracia, en la noche del 23 al 24, embarcaron un refuerzo de 900 infantes sobre los que ya tenían en sus bordos.

A las nueve de la noche del 25 salí de Maracaibo en cinco esquifes con los individuos de las dotaciones de la fragata Constitución y corbeta Ceres, que pude recolectar, y evitando los apostaderos de buques, logré llegar al castillo á las once de la mañana siguiente, y cumplidas las órdenes del General en jefe, salí de la barra al mediodía del 27 en un pailebot mercante holandés, dando fondo en los Taques el último de mes. De este surgideró dí la vela en la mañana del 2 del presente con la fragata y corbeta. Dios guarde á V. E. Fragata Constitución, surta en Curazao, á 14 de Agosto de 1823.-Excmo. Sr. D. Miguel Gastón, Jefe superior de las fuerzas navales de la América septentrional.

NÚMERO 2

Relación de la batalla naval de Maracaibo en la <Historia de la revolución hispano-americana» de D. Mariano Torrente.

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Parece que el general Morales estuvo resuelto desde el principio á fiar la suerte de aquella campaña á un combate naval, y se observó que todas sus disposiciones se dirigían á este objeto. El brigadier Calzada había sido enviado por Morales al castillo de la Barra para alejarlo de su persona, temiendo que el estado de pugna en que se hallaban ambos pudiera entorpecer las operaciones de la guerra, y alegando asimismo varias quejas contra el citado Calzada. El capitán de navío D. Angel Laborde pasó el 18 de Julio (1823) con 90 hombres á este punto, dejando en crucero sobre los Taques la fragata Sabina, la corbeta Ceres y el bergantín Hércules, que por su mucha cala no pudieron ser introducidos en la Laguna. Aunque Laborde se esmeró en hacer ver á Morales las funestas consecuencias del cho

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que que trataba de empeñar, se obstinó éste en que se efectuase á todo trance, esperando que el mayor número de sus goletas y la buena calidad de las tropas que pondría á su bordo harían ilusoria la ventaja que le llevaba el enemigo en la mayor altura y capacidad de sus bergantines y en su mejor artillería.

Viendo Laborde que era inútil toda objeción y reparo, y temeroso de que pudiera ser atribuído á cobardía su negativa de salir con dicha escuadrilla á buscar al enemigo, según le había ordenado el citado General por el coronel D. Narciso López, por cuyo conducto le significaba la grave responsabilidad que le resultaría de la falta de cumplimiento á sus irrevocables disposiciones, se arrojó sobre el enemigo, poseído su ánimo de la mayor tristeza y del más funesto presentimiento.

Le esperaba aquél á la otra parte del Tablazo, en punta de Palma; se empeñó un vivo cañoneo en este primer reconocimiento, sin más resultado que el de haber tenido algunos muertos y heridos por ambas partes; si bien, según algunos testigos presenciales, habría podido el jefe realista conseguir en este día un triunfo glorioso si hubiera empeñado un combate formal, que parece se presentaba del modo más favorable.

Situado Laborde en las inmediaciones de Capitán Chico, se estaba disponiendo á dar el ataque general en el día 24, y ya no esperaba más que la entrada del viento para mover sus buques, cuando los enemigos, que lo tuvieron favorable, y tal vez deseosos de anticiparse á los planes de los realistas, se dirigieron sobre éstos, quienes, por hallarse fondeados, fueron inferiores en sus maniobras á los contrarios, los que recorrían libremente la línea y causaban considerables quebrantos.

Ambas partes pelearon, sin embargo, con la mayor obstinación y furor; pero venció quien tenía más elementos para asegurar la victoria; la escuadrilla realista fué completamente destrozada: tres de sus buques se volaron espantosamente; la mayor parte de los demás cayó en poder de los contrarios; cerca de 900 hombres fueron puestos fuera de combate. Ni fué ésta la sola ventaja obtenida por los rebeldes, sino que, representando con reprensible energía una parte de la oficialidad europea contra la marcha del ejército en busca de nuevos riesgos, se vió el general Morales en la precisión de capitular el día 25, mediante pactos sumamente honrosos, en medio de aquella menguada desgracia, habiendo sido uno de ellos su traslación á la isla de Cuba por cuenta de los insurgentes.

Aunque los realistas podían contar todavía con unos 3.000 combatientes, llegaron poco más de 1.000 á Santiago de Cuba; los demás se quedaron en el país, y entre ellos no pocos europeos.

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