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NÚMERO 2

Proyecto de extinción de la piratería formulado por Fr. Gregorio Rodríguez, de la Orden de San Agustín 1.

En cumplimiento al oficio de V. E. de 8 de Junio, sobre si será útil ó no el aumento de dos lanchas y cuatro falúas para proteger las costas de las islas de Panay y Calamianes, y en caso de ser útil, si sería más conveniente que las lanchas y falúas fuesen tripuladas por los mismos pueblos en la forma de sus embarcaciones destinadas al propio objeto, debo decir á V. E. con toda sinceridad que este informe que se me pide es muy superior á mis fuerzas y luces, ya por no haber estado más que nueve años en la isla de Panay, ya porque pasé este tiempo en pueblos alejados de la mar. Con todo, para obedecer á V. E., diré lo que pueda y sepa.

La opinión general en Iloilo, Excmo. Sr., es que las lanchas causan regularmente más daño que provecho. En los nueve años de mi residencia en la isla de Panay, jamás he oído que las lanchas hayan conseguido alguna victoria, no sólo completa, pero ni aun parcial; no hau cogido ni un panco ni un moro, ni han embarazado la salida y entrada de los moros; y así vemos que, no obstante, las divisiones de lanchas y falúas que actualmente existen para perseguir á los moros, éstos tienen el atrevimiento de pasar hasta por frente de la isla del Corregidor, y á la faz del mismo Gobierno, y cuando han pasado los pancos, entonces es cuando salen las lanchas á perseguirlos, que es, como si dijéramos, que salen las tortugas en persecución de los venados.

Yo no conozco, Excmo. Sr., al comandante de la marina sutil, ni sé quién es; pero me admira la nueva división que propone. Si las divisiones hubieran cogido á muchos pancos, y fuesen fuerzas adecuadas para perseguir á los moros, yo sería de opinión que todo el mar del Visaísmo se cubriese de lanchas y falúas; pero al ver los tristes resultados de las cuatro divisiones, no puedo menos de reprobar esta nueva división que se propone, que no servirá sino para aumentar gastos y el número de empleados. Tampoco puedo convenir en que las lanchas y falúas sean tripuladas por los indios de Visayas, porque estos barcos no son propios para el fin que se pretende. Los moros eluden siempre á fuerza de remos la persecución de las lanchas, y en el caso que á éstas les favorezca un viento fresco y favorable, los moros ponen su proa al viento y se burlan de todas las

1 Montero y Vidal, obra citada.

lanchas y falúas; y no por poner indios visayas que tripulen las lanchas y falúas, por esto andarán contra el viento.

Pues entonces, ¿qué remedio se podrá adoptar para impedir el daño que causan los moros? Como la población progresa considerablemente en todas las islas Filipinas, los moros no pueden ya causar los daños que antes causaban cuando saltaban en tierra, entraban en los pueblos, los saqueaban, robaban y hacían muchos cautivos; ahora en todas las playas se halla mucho gentío, y éste se defiende varonilmente, y escarmentados los moros, ya no entran en poblaciones algo considerables. La idea principal del Gobierno debe consistir en la protección del comercio marítimo y alejar cuanto se pueda á los moros. Extinguirlos enteramente es casi imposible, á causa de las infinitas islas é infinitos esteros que se hallan en Visayas, y son lugares aptos para esconderse, y de donde salen para hacer sus raterías.

Disminuirlos, pues, ya sea venciéndolos, ya sea imponiéndolos miedo, es cuanto puede hacer el Gobierno. La experiencia de muchos años nos ha enseñado que usando el Gobierno de lanchas y falúas, ni se les ha vencido ni se les ha impuesto miedo. Esto no es ninguna paradoja, sino una realidad que puedo atestiguar y que voy á manifestar.

La isla de Cebú, por su localidad, antiguamente era muy acosada de los moros, y en la actualidad es la más segura, y muy rara vez pasan los inoros por aquellas inmediaciones. ¿Por qué? Porque algunos pueblos de aquella isla han fabricado barcos á propósito para perseguir á los pancos de los moros, y este simple método ha tenido los mejores resultados. Lo mismo es aparecer algún panco de moros por aquellas inmediaciones, que los pueblos cristianos suenan el tocsin; se embarcan luego los indios que están de semana, se reunen los barcos, que llaman barangayanes, en un lugar y salen á la ofensiva. Como casi siempre han salido victoriosos, lo mismo es verlos los moros, que éstos huyen á toda priesa, y muchas veces no les basta su ligereza, porque los barangayanes andan más que los pancos. Estos son hechos públicos y notorios que nadie los podría negar.

No hace mucho tiempo que algunos pueblos de Cebú remitieron al antecesor de V. E., el Sr. D. Juan Antonio Martínez, los trofeos de una victoria marítima conseguida contra los moros,

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Hay en Cebú un religioso, Fr. Julián Bermejo, cura de Boljoón, que tomó este arbitrio para la seguridad de sus feligreses; pero lo verificó sin más auxilio que sus buenos deseos, su habilidad y ayuda de sus feligreses, sin gastos excesivos de las cajas reales. Su bien meditado plan le salió tan bien que los pueblos colaterales de Argao, Dalaguete y otros imitaron su ejemplo, y con la influencia de los curas los pueblos se ayudan y coope

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ran mutuamente tan bien, que salen continuamente á la persecución de los pancos de moros, y éstos no asoman por la isla de Cebú.

Un arbitrio tan económico y tan fácil al mismo tiempo, ¿por qué no se adopta por el Gobierno ni por los otros pueblos? Tal vez el Gobierno hallará obstáculos en los comandantes, en los oficiales y otros dependientes á quienes cegará la envidia para no ver estos bienes; ni tampoco el Gobierno se habrá instruído de este asunto con aquellos datos necesarios, como pretende instruirse ahora. Otros pueblos no adoptan este método, unos porque no tienen peligro de moros, otros porque sus curas no tienen genio ni aptitud para ello; y si el cura no promueve estas cosas, nadie las promoverá. También se hallan curas con genio y aptitud para ello; pero todo lo abandonan, porque tantas veces se ha inculcado que los curas no deben hacer otra cosa que predicar y confesar, sin quererles conceder la más mínima influencia, que se aburren, sin atreverse á mover y promover cosas útiles para el bien de los pueblos. Hacer una digresión sobre este punto sería desviarme de la cuestión; pero puedo asegurar que si el cura no toma con empeño este y otros asuntos, el Gobierno podrá mandar, pero pocas veces será obedecido, porque estos naturales no son otra cosa que unos niños de escuela, y aun mal educados, y quererlos tratar como hombres hechos y civilizados, es no conocer el carácter de los indios. En lugar, pues, de desanimar y quitar la influencia á los curas, el Gobierno debe sostenerlos, animarlos y darles un lugar de preferencia; los mandamientos a los alcaldes mayores que sean con el visto bueno del cura, y lo mismo los de los alcaldes á los gobernadorcillos, como se ha hecho ahora en la circular de comercio del superior Gobierno á los alcaldes de provincia, que cuesta-bien poco y el Gobierno puede sacar mucha utilidad, ya es un paso muy honorífico á favor de los curas.

Mande el Gobierno que en los pueblos playeros de Visayas se construyan barangayanes para perseguir á los moros; envíe pertrechos de guerra propios para aquellos barcos, y que sea todo con intervención de los curas, y el Gobierno palpará en breve su utilidad y economía. Es cierto que se hallarán curas que, ó por enfermedad, ó por vejez, ó por ineptitud para estas cosas, no podrán cuidar con todo esmero; pero se hallarán muchos que al ver que el Gobierno hace caso de ellos, se animarán en promover todo el bien parà el Estado y para sus feligreses. A lo menos el Gobierno, adoptando este arbitrio, no experimentará latrocinios ni fraudes, porque los curas podrán ser tachados de otros vicios propios de la flaqueza hu-mana, pero no de ladrones; y lo más que podrá suceder será alguna parcialidad para favorecer á sus criados y muchachos, y darles á ganar alguna s.y cosa, prefiriéndolos á otros sujetos más aptos y más dignos. Pero esta de

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bilidad se encuentra regularmente en todos los hombres, y no es fácil poderla desarraigar.

Los moros salen á corso de cristianos con la esperanza de cautivarlos y sacar algún provecho de sus robos y venta de cristianos. Si se estimula á los indios con algún lucro, saldrán éstos alegres en busca de moros. Si salen los de Cebú sin este estímulo y esperanza, ¿con cuánto más gusto no saldrán si se les promete algún premio? Soy de parecer, Excmo. Sr., que se publique en las Visayas que por cada panco de moros que cojan los cristianos, el Gobierno, por medio de sus curas, les dará 30, 40 ó 50 pesos, según el grandor. Y puesto que los cristianos no podemos vender á los moros, el Gobierno dará por cada moro aprehendido por los indios, 2, 4 ó 6 pesos. Estos pequeños premios, que el Gobierno dará gustoso, es indecible cuánto animará á los indios visayas, porque éstos no temen pelear con los moros. Por el pequeño interés de un real por un caván de langosta, en tiempo en que todas las islas estaban llenas de aquel insecto, los indios corrían por todas partes en busca de langosta, y ello es que se extinguió entonces; y aunque el Gobierno pagó como 30.000 pesos (que suman 240.000 cavanes de langosta), se dieron por bien empleados y consiguió una buena cosecha. Es de advertir que el pago de dichos cavanes de langosta corrió todo por manos de los curas, y no se habló que hubiese fraudes ni enredos, y los indios quedaron muy contentos con esta medida que tomó el Gobierno. Del mismo modo, los premios á los indios que aprehendan pancos ó moros vivos, deben correr por manos de los curas de los pueblos á donde pertenezcan los barangayanes. Además, los indios destinados á la persecución de los moros deben estar exentos de los polos y servicios, y aun de tributo, pues todo lo merecen unos hombres que sin sueldo alguno se destinan á este oficio. Entiendo que esta medida que propongo será más útil que las divisiones de lanchas, porque tendrán mejores resultados. Será, además, mucho más económica, que es lo que pretende el Gobierno, pues los gastos se reducirían á ayudar la construcción de los barangayanes, que no sería cosa mayor, pues se fabricarían en los mismos pueblos en donde se hallan las maderas y en donde los jornales son más baratos, y á los pertrechos de guerra. En cuanto á los premios, tampoco serían gastos oxorbitantes; y aun cuanto más exorbitantes fuesen, tanto mejor sería para el bien de las islas, pues acabarían con los pancos de moros si á 40 pesos de premio por cada uno se gastasen, verbigracia, 10.000 pesos.

Me he extendido más de lo que pensaba, Excmo. Sr.; pero tengo la confianza de que V. E. disimulará mis desaciertos; en la inteligencia que he dado mi parecer con bastante extensión, como V. E. me lo en

cargó en su oficio, y con aquella claridad que corresponde á un sacerdote. Si V. E. juzga alguna cosa digna de atención en mi informe, doy por bien empleado el poco trabajo que he tenido, y si no, V. E. hará lo que más convenga para el bien público de estas islas.

Manila 28 de Junio de 1826.-Fray Gregorio Rodriguez, presidente.

NUMERO 3.

Muerte del jefe de escuadra D. José Gardoqui en Filipinas.

Trata con bastante extensión de los incidentes referidos en el texto la Memoria sobre la Marina en Filipinas, escrita con arreglo al programa para la Exposición de Filipinas de 1887, por el secretario de la sección cuarta, teniente de navio D. José Rodriguez Trujillo. Manila, 1887.

«Si mal efecto, dice, había causado á los funcionarios de Hacienda la creación en 1800 del apostadero, la real orden última (de 1813) quitándoles la marina corsaria é incorporándola á la Real, fué golpe que no pudieron soportar; sobre todo, lo que más les dolió fué la pérdida del apoyo del Gobernador, que siendo ahora un brigadier de la Armada, comandante al mismo tiempo del apostadero, había de comprender la injusticia de sus ataques y deshacer sus maquinaciones.

»Había sido, y era, el principal autor de ellas el contador del tribunal de Hacienda D. Joaquín Cirilo de las Cajigas, quien, por cierto, dejó gran fortuna á sus descendientes, que aun figuran como ricos en el país, á pesar de la subdivisión de aquella fortuna; mientras los jefes y oficiales de Marina que en aquella época aquí sirvieron, á pesar de haber llegado algunos a ocupar altos puestos en la Armada, no legarón á sus descendientes más que pobreza y honor. Este contador promovió muchos disgustos al Sr. Gardoqui como superintendente de Hacienda y jefe á la vez del apostadero, poniéndolo en los mayores aprietos y dificultades, que siempre resolvió con el mayor acierto.....

»Dejo á la consideración de los que leen la explosión de alegría que en Manila motivó el conocimiento de esta soberana resolución (de 23 de Marzo de 1815, suprimiéndolo) entre los enemigos del apostadero, y la triste sorpresa é indignación que produjo en el ánimo de Gardoqui, sobre todo al saber cuál había sido el verdadero origen de esta medida. Su disgusto fué tan grande, que le causó la muerte, falleciendo en Navotas el 9 de Enero de 1816.

>>Tan valiente, tan honrado y tan pundonoroso jefe, digno de mejor

TOMO IX,

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