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suerte, no pudo soportar la honda pena que le causó saber que su firmá había autorizado las más viles calumnias contra un servicio que prestaba el cuerpo á que él pertenecía, al que quería como cosa propia, y ante cuya justa defensa hubiera sacrificado el gobierno de Filipinas y su propia vida. La representación que escribió al Rey con este motivo, y que dejó sin firmar, revela el estado de ánimo de aquel hombre que, respetado por las balas inglesas, no consiguió serlo de la perfidia y villanía.»

El Sr. Montero y Vidal, copiados estos mismos párrafos, por nota, en su Historia general de Filipinas, pone:

<<Fué un pundonoroso y recto gobernador y un cumplido caballero, digno de mejor suerte, siendo harto sensible que el héroe de Trafalgar, en cuyo glorioso combate mandó el navío Santa Ana, viniese á sucumbir por la villana acción relatada.»

Conforme en la estimación el vicealmirante Pavía, y consignando en la Galeria biográfica que Gardoqui ascendió á jefe de escuadra en 14 de Octubre de 1814, acaba su bosquejo diciendo:

«En la elevada posición á que la suerte lo había conducido, dió á conocer que, á más de las aventajadas cualidades que poseía como marino, reunió todas las necesarias á un patricio honrado, un magistrado celoso, laborioso é íntegro: los habitantes de aquellas islas (Filipinas) recuerdan aún su mando y memoria con marcadas muestras de aprecio, y éstas se las mostraron palpablemente cuando tuvo lugar su muerte, ocurrida en el ejercicio de sus altas funciones en 9 de Diciembre del año de 1816.»

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Estado moral de España.-Exposición al Rey.-Malestar.-Conspiraciones.-Viaje de la Corte al litoral.-Venida de la reina D. María Cristina.-Presupuesto exiguo de Marina.—Supresión de las Academias de guardias marinas.-Cádiz puerto franco.-Alteraciones en Europa.-Guerra civil en Portugal.-Independencia de Grecia.-Los franceses conquistan á Argel.-Revolución en su país.— Bélgica se separa de Holanda.-Muerte del rey Fernando VII.—Ruina de la Armada.

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N documento público, la exposición dirigida al Rey desde París por el comisario de Amortización D. Javier de Burgos, pintaba la situación de España en términos con que se abrevian muchas páginas de referencia en los sucesos políticos:

<De vuestra corona, Señor, se han desgajado dos florones magníficos con que Cortés y Pizarro adornaron la de Carlos I. Quince millones de súbditos cuenta hoy menos la monarquía española que contaba en 1808..... Al tráfico inmenso que alimentaban con la metrópoli tan vastas posesiones, ha sucedido un cabotaje mezquino, turbado todos los días por los piratas de aquellos mismos países que deben á la España las artes de la paz y los beneficios de la civilización La multitud de objetos preciosos y exclusivos de cambio que reuníamos en territorio de una extensión de 60 grados al norte y al sur de la Línea, es reemplazada con una corta porción de sacos de lana ó de pipas de vino ó aceite, que son

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hoy nuestros únicos artículos de exportación. Cádiz, ese emporio del comercio del mundo, cuyas aduanas solas, al subir al trono vuestro augusto padre, daban al tesoro real de ciento veinte á ciento cuarenta millones por año, y el tercio á lo menos de la misma suma cuando, reducida á sí misma, desafiaba desde sus invencibles murallas el mayor poder de los tiempos modernos; Cádiz, Señor, es hoy un presidio, de donde se apresuran á emigrar todos los que pueden realizar sus capitales, paralizados por la ocupación extranjera y por la emancipación de nuestras colonias. Barcelona, esa segunda ciudad del comercio, que, multiplicando los productos de su industria fabril y aprovechando los de su industria agrícola, equilibraba las ventajas que debía Cádiz á su posición, está en una situación casi semejante. El comercio de los demás puertos del reino yace en una estancación completa, de que nadie prevé el término, mientras una voluntad eficaz é ilustrada no remueva los obstáculos que los errores y las pasiones oponen á su prosperidad.....

>>Estos males son, sin duda, graves; pero, Señor, hay otro que es tanto mayor, cuanto no todos le reputan mal. Este es el cáncer que devora la monarquía, y sin cuya extirpación ningún poder humano basta, no digo á restablecer su esplendor, pero ni á prolongar su existencia. V. M. adivina sin esfuerzo que hablo de la discordia. A mí, que miro como la primera necesidad el sofocarla, no me toca decir de qué manera empezó á agitar sus teas entre nosotros, ni cómo los errores ó las pasiones han alimentado el incendio violento que ellas ocasionaron. Misionero de paz, sin la cual no hay prosperidad ni ventura, yo disculpo á los autores de las proscripciones sucesivas que en nuestros días han afligido y desolado la España; pero como son la calamidad peculiar de esta época, no es posible, al enumerar nuestros males, dejar de insistir sobre ella. En 1808 era el pueblo quien proscribía, y no siempre podía la autoridad oponerse á sus decisiones tumultuosas. Más tarde, el Gobierno central proscribía á los que obedecían al hombre que la fuerza de las armas había sentado sobre vuestro trono. Más tarde, el que disponía de la fuerza

de aquellas armas proscribía á toda la España adicta á vuestro gobierno en las personas de los diez más ricos y más ilustres españoles que habían emigrado á Cádiz. Por el mismo tiempo se proscribía en Cádiz á todos los que ejercían empleos en las cinco sextas partes de la Península ocupadas por los franceses. En 1814, en la época de la reconciliación universal, cuando todos los soberanos de Europa pactaban en París por un tratado solemne el olvido de lo pasado, la España no disfrutó de este beneficio, que, obtenido, habría evitado quizá la fatal reacción de 1820. V. M. sabe que en las luchas políticas no hay más que un paso de la proscripción á la apoteosis, ó, lo que es lo mismo, de la cárcel al poder. Experimentando en sí mismos la verdad de esta máxima, los hombres de 1820, llevados en triunfo desde sus destierros á la capital del reino, la olvidaron, sin embargo, y empezaron su nueva carrera proscribiendo, primero, á sesenta y nueve de sus colegas antiguos, y después á muchos que en otros tiempos se distinguieron por una lealtad señalada á su Monarca. La reacción, que sigue siempre á las proscripciones, sobrevino, y la restauración prometió días más serenos á la España.

>> Pero, Señor, proscripciones nuevas vinieron á turbar este gozo y á defraudar esta esperanza. Simples bandos de policia privaron de las ventajas comunes á todos vuestros vasallos, á muchos individuos, y aun á clases enteras, que por aquellas medidas fueron designadas á la animadversión pública, y sujetas á penas que sólo los tribunales pueden imponer en los países bien gobernados. Una especie de entre dicho fué fulminado contra milicianos, empleados, militares, frailes secularizados, y contra los que siguieron á los revolucionarios á Sevilla y Cádiz, y después contra los compradores de bienes nacionales, los miembros de diputaciones provinciales, etc. Las disposiciones rigurosas de que fueron objeto los individuos comprendidos en todas estas clases forman una verdadera proscripción; no, á la verdad, del género de las de Sila, que hacía fijar en las esquinas las listas de los que su furor condenaba á muerte y las recompensas que prometía á sus verdugos; no del género de las de Mario, que á una mirada

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hacía derribar por sus satélites las cabezas que le desagradaban; pero aunque más suave, sin duda, la medida administrativa que impuso á millares de personas la pena de destierro forzado, fué una proscripción verdadera que se ha agravado después por la inhabilitación de hecho para servir empleos del Estado y para desempeñar cargos de república, de que ha resultado á los excluídos menoscabo de derechos, mengua de reputación y perjuicio de intereses. Estas medidas, Señor, han enconado los ánimos de los españoles, exacerbado los resentimientos y generalizado una desconfianza recíproca, que, origen exclusivo de la miseria que nos abruma, es al mismo tiempo el obstáculo más insuperable para toda mejora posible. Ellas han empujado á países extranjeros, y aun enemigos, muchos capitales, muchos brazos, muchas cabezas que habrían sido y pueden aún ser útiles á su patria; ellas han indispuesto contra nosotros los hombres ricos de todas las naciones, que, amigos necesarios de la paz, son enemigos ardientes de las medidas que la turban; ellas nos han condenado á la animadversión de las gentes juiciosas é instruidas, que han visto con dolor perdidas para nosotros las lecciones de la historia, y sofocados por el grito de las pasiones los documentos de la experiencia de todos los siglos.

>>Ni son solos estos daños interiores los que tenemos que llorar. Esos seis ú ocho mil proscritos, refugiados en Inglaterra, Francia y la Bélgica, propagan necesariamente en esos países un odio encarnizado contra el Gobierno que les cierra las puertas de su patria. El instinto natural de la equidad obliga á ingleses, franceses y belgas á prodigar la compasión y aun la benevolencia á individuos que no han sido juzgados, y que por esta sola circunstancia aparecen como inocentes. De estos prófugos hay bastantes que en la indigencia con que luchan exhiben un nuevo título á la compasión de las almas generosas; hay otros que, precedidos de una reputación justa ó injusta, van por dondequiera excitando, ya la curiosidad ó la sorpresa, ya la admiración ó el entusiasmo. Todos ellos, abrigados en países constitucionales, se muestran como las víctimas de una tiranía, á la cual atribuyen el descrédito y

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