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Justo es sentar que si no en tanto grado como los de la Marina, sufrían en general los españoles gran necesidad, devastado como estaba el país después de cuatro años de guerra en todas las provincias. Aun en las de Castilla, tenidas por granero del reino, había escasez, significándose en 1812 con aprietos que le distinguieron con el nombre de año del hambre 1. Pero en el interior algo se fueron remediando, al paso que en el litoral, desde que Cádiz se vió libre y se mandaron desarmar las fuerzas sutiles en que consistió su principal defensa, la gente marinera, la maestranza, los empleados en los departamentos cayeron en mayor postración, pospuestos por menos necesarios, al parecer, de los que disponían del Erario, y ocurrió que, habiendo que preparar una expedición de tropas contra Tarragona (bien desdichada por cierto) y que apoyar desde el golfo de Cantabria á los ejércitos del Norte, se encomendara por necesidad el servicio á las escuadras inglesas.

Desacuerdo entre los poderes vino á producir en 1813 la destitución de la Regencia, volviendo á componerla en parte los marinos Agar y Ciscar (8 de Marzo), cuyos buenos deseos no bastaron tampoco á aliviar la suerte de sus compañeros de carrera. El nuevo ministro de Marina D. Francisco Osorio, en breve representación á las Cortes', exponía el mismo año: «No hay Marina. Los arsenales están en ruinas; el personal en abandono y orfandad; á nadie se paga.» No tenía otra cosa que explicar.

Cuanto añadir pudiera desde el día en que, reinstalados en

'Lafuente hace esta triste pintura de la población: «Los desperdicios de cualquier alimento se buscaban con ansia, y eran objeto de permutas y cambios. Devorábanse y aun se disputaban los tronchos de berzas, y aun hierbas que en tiempos comunes ni siquiera se daban á los animales. Hormigueaban los pobres por calles, plazas y caminos, y eran pobres hasta los que ocupaban puestos decentes y empleos regulares en el Estado. La miseria se veía retratada en los rostros; en el interior de las familias antes acomodadas pasaban escenas dolorosas y que partian las entrañas; en las calles se veía andar como ahilados, y á veces caer desfallecidos, niños, mujeres y hombres. La capital misma presentaba un aspecto acaso más horrible que cualquiera otra población, y un escritor afirma haber sido tal la mortandad, que desde Septiembre de 1811, hasta Julio de 1812, se enterraron en Madrid unos veinte mil cadáveres.>>

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Madrid el Gobierno y las Cortes, perdido de vista el horizonte de la mar por los diputados, y pasadas á la historia las memorias de lo que había hecho la Marina para mantener el lugar de sus sesiones, las dedicaban al debate de cuestiones estériles. Preciso será suplir lo que callaba, continuando la narración enojosa y triste; mas antes interesa seguir el curso de los sucesos que rápidamente se desarrollaba.

Napoleón, vencido en Rusia, más por los rigores de la estación que por las armas, se vió precisado á retroceder á París, encontrándose al fracasar con toda Europa enfrente. La fortuna comenzaba á mostrarle la espalda, y es ocasión ésta que anima á los hombres tímidos á enseñar la cara. Prusia, Suecia, Holanda, Austria, toda Europa, he dicho, entró en la coalición reformada contra el avasallador intratable, poniendo á última prueba sus talentos y energía. Como se vió obligado á llamar hacia sí á una gran parte de los ejércitos que tenía en la Península, los hispano-anglo-lusitanos arrollaron al resto, empujándolo hacia el Pirineo hasta darle alcance en las inmediaciones de Vitoria, en cuyos campos un triunfo sangriento, decisivo, acabó de deshacerlo, y consintió recobrar el inmenso convoy en que el rey José con sus secuaces llevaban á Francia el despojo de los templos, de los monasterios, de los museos, archivos, de cuanto de valor habían visto en las ciudades ó pueblos en que dominaron, aunque fuera un día (21 de Junio de 1813)'.

Un año más de lucha y emociones todavía consumó la obra comenzada por el pueblo en el de 1808. España, asociada con

1 «¡Qué de pedrería y alhajas! (escribe el conde de Toreno). ¡Qué de vestidos y ropas! ¡Qué de caprichos al uso del día! ¡Qué de bebidas también y manjares! ¡Qué de municiones y armas! ¡Qué de objetos, en fin, de vario linaje quedaron desamparados al arbitrio del vencedor, esparcidos muchos por el suelo, y alterados después ỏ destruídos! Atónitos igualmente andaban y como espantados los españoles del bando de José que seguían al ejército enemigo, y sus mujeres y sus niños, y las familias de los invasores, poniendo unos y otros en el cielo sus quejidos y sus lamentos.>>>

<<Perdieron (dice por su parte Bayo) 151 cañones, 8.000 hombres, entre muertos y heridos, y 1.000 prisioneros. Abandonaron el coche de José, que para escaparge montó á caballo; las cajas militares llenas de dinero; la espada del Principe, regalada por la ciudad de Nápoles, y el b.stón del mariscal Jourdan...........»:

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las demás naciones por medio de Tratados sucesivos de amistad 1, se vió al fin libre de invasores, triunfante y satisfecha. Y así diz que quedó el gallo de Morón.

Tiene la palabra uno de nuestros historiadores modernos ': «Sus armas triunfaron en la lucha material: sus pueblos, flacos é inertes poco antes, arrollaron á las invencibles legiones, y su tierra quedó libre de soldados y gobernantes extranjeros; pero este mismo suceso, esta misma lucha, precipitó los males de la discordia entre sus propios hijos, y fué el primer paso para el vencimiento de la gran causa que había defendido. Hay más: los herederos de la escuela reformadora del siglo xvi, si bien no habían modificado ninguno de sus principios, podían con el tiempo transcurrido, con la ciencial acumulada, vestir sus engañadoras ideas con nuevos seductores atavíos; en vez de panegirizar como entonces el absolutismo de los reyes, ensalzaban ahora los derechos populares y humillaban á la nada la dignidad del solio; aunque servían de rodillas al César de Francia, proclamaban con voz atronadora la libertad y la igualdad; los monarcas con sus paulatinas usurpaciones, los gobiernos con sus excesos, con sus errores, habían proporcionado poderosas armas á los mismos que poco antes los adularan y excitaran por aquella senda, y de ahí que el ataque fuese más rudo, más motivado, y la defensa menos compacta, menos legítima. Todo esto se observó en España: empañado el esplendor del solio, descontentos los pueblos, poseída la juventud de vagas y fogosas aspiraciones, el gran conflicto fué la crisis, el movimiento brusco, según expresión de Balmes, con que se decide la cristalización de los cuerpos. De aquel momento data nuestra moderna gloria; pero también el comienzo de una larga cadena de desastres que no ha terminado todavía. Napoleón

1 Con Suecia, en 19 de Marzo de 1813; con Prusia, en 20 de Enero de 1814; con Francia, suspendiendo las hostilidades, en 23 de Abril; con Inglaterra, en 5 de Julio; con Francia, de paz definitiva, en 20 del mismo mes; con Dinamarca, en 14 de Agosto. Todos en la Colección de Cantillo.

• Don Victor Gebhardt, Historia general de España y de sus Indias. Tomo VI, Barcelona, 1863.

fué vencido; la idea en él personificada acabó por alcanzar la victoria.>>

Esto en lo inmaterial, haciendo caso omiso de la disposición de los ánimos en las colonias; si se tratara de representar también cómo estaban al fin de la guerra los pueblos y campos por donde pasaron y repasaron los enemigos y los aliados, habría de decirse que los había pisado el caballo de Atila.

APÉNDICE AL CAPÍTULO III

Exposición sobre el estado de la Marina hecha á la Regencia del reino
for el ministro Vázquez Figueroa en 20 de Octubre de 1812.

La triste experiencia de lo pasado; el recelo, más triste aún, pero fundado, de lo que podría suceder en lo futuro, y el convencimiento pleno en que estoy de la necesidad de atender à la Marina nacional, si no con predilección, al menos no con tanto abandono como se ha visto, me impelen á hacer á V. A. una exposición tan sencilla é ingenua como interesante y necesaria, no para descargo de la responsabilidad que me pueda caber en el día de mañana, porque harto notorio es cuanto he instado por mi parte, cuanto he clamado desde que me encargué del Ministerio, para mejorar la amarguísima situación de esta clase de fuerza nacional, sino con el objeto de hacer un bien á la patria, al mismo tiempo que á tantos beneméritos individuos, víctimas tristes del abandono, del desconsuelo y de la miseria más espantosa. Este es, pues, como he dicho, el objeto que me mueve, y los sanos deseos que asisten á V. A. son los que me infunden una confianza segura de que el resultado había de corresponder infalible y completamente á la fuerza de los incesantes clamores con que se pide el remedio para tantos males, por cuantos han conocido antes y conocen ahora la Marina española y su influencia, tanto en lo militar y político cuanto en lo económico é industrioso de la nación.

Demostrado tengo á V. A. hasta la evidencia en las varias Memorias que he formado con su anuencia para presentar al soberano Congreso que la nación española jamás podrá ser nación independiente al par que libre sin una respetable fuerza naval; que sin ella no será ni rica ni comer

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ciante, y que, dé consiguiente, tampoco será ni opulenta ni industriosa. Por lo tanto, me abstendré de entrar en estos pormenores, con mucha más razón hallándome persuadido de que V. A. posee los mismos sentimientos, y sólo me contraeré á las circunstancias críticas del día, para que no se crea, ni que yo pretendo edificar ahora en su total el soberbio y magnífico edificio de la Marina, ni que yo me desentiendo de reparar y sostener los restos que nos quedan: lo primero, si bien utilísimo y apreciable, se debe mirar como inoportuno, y lo segundo, aunque no correspondiente á lo que debe ser, á lo menos asegurará los cimientos para época más afortunada.

(Aquí examina las fuerzas que se necesitan, clasifica los destinos, detalla el costo de las carenas y construcciones, y prosigue su discurso.)

De este modo, no dude V. A. que insensiblemente llegaría día en que la nación pudiera contar con algo, en vez de que hoy apenas tiene con. qué salir de los apuros. Si hubiéramos tenido disponibles ocho navíos y 12 fragatas no más, es bien seguro que el servicio de tropas á América hubiera sido menos costoso y más rápido, y que uno de aquéllos, y no un extranjero, con mengua nuestra, hubiera traído de Lima los últimos caudales; los enemigos no hubieran señoreado por más de dos años nuestras dilatadas costas; la Cataluña disfrutaría de mejor suerte, y quizás, quizás Valencia no lloraría cautiva la suerte que experimenta. La Marina española habría sostenido más su buen nombre y lo habría afirmado con muchas ventajas para la patria; pero pues estos males no tienen ya remedio, deben hacernos más avisados en lo sucesivo.

Si esto no se logra, si la Marina no es considerada como una atención, ó lo es como una de poco aprecio; si el espíritu público no se decide justamente en su favor, y si el Gobierno, cualquiera que sea, no la abriga y la pone á cubierto de la maledicencia, de la intriga y de la envidia, no se dirá jamás que hay Marina, no se cuente con posesiones ultramarinas, renúnciese á la felicidad que se prometen los famosos puertos con que contamos, y preparémonos á ser el desprecio y ludibrio de cuantos quieran insultar á esta opulenta, aventajada y predilecta monarquía.

Siempre ha sido, y ahora más que nunca es un problema entre cuantos piensan y discurren, que por más que se palpan los beneficios de la Marina; por más que se haya sacrificado en todos tiempos; por más que todos los gobiernos se hayan penetrado de la justicia con que se ha clamado y clama, jamás ha sido atendida; antes, al contrario, se ha pretendido de hecho aniquilarla por cuantos medios ha podido sugerir la más completa ignorancia, por no decir mala fe, Confieso á V. A. que yo mismo mẹ abismo en un caos de confusiones cuando considero tan equivocada con

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