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cialmente lo describan y ensalcen, conservando su memoria para futura enseñanza 1.

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Entró el rey José Napoleón en Madrid el 20 de Julio, seguido de los notables que le ayudaron en Bayona á componer la Constitución política de la era nueva; acompañado de los ministros que iban á constituir su Gobierno; rodeado de tropas imperiales, sin cuya masa difícilmente llegara á la capital, porque ya por entonces y desde que la nueva de las renuncias de la Casa Real borbónica circuló, por todos lados se juntaban gentes ansiosas de combatir por la patria y por la religión. Lo mismo en Asturias que en Valencia, en Cataluña que en Galicia ó Castilla, en las Baleares y en las Cananarias, el nombre de Fernando VII, engañado y cautivo, ejercía el mágico efecto de borrar diferencias de linaje, de confundir los espíritus, de aunar en las ciudades, como en las aldeas y en los campos, á las clases de la sociedad en el mismo sentimiento de aversión al yugo francés. Todo, en verdad, hombres, dinero, valor, talento, todo se acoplaba para salvar el principio de la independencia 2.

Faltaba en el movimiento algo que lo encaminara; faltábale cabeza y dirección, notándose más que nada la ausencia de concordia, falta perdurable entre españoles. Formadas desde un principio juntas populares en las ciudades, el estrecho círculo de su influencia, la rivalidad entre las vecinas, la expansión de la hez, que consideraba rotos los frenos de la obediencia, implantaron una especie de anarquía, acompañada de sucesos lamentables. En Cádiz asesinó el populacho al

* Memorias históricas sobre Fernando VII, por Michael J. Quin, traducidas por D. Joaquin Garcia Jiménez.-Valencia, 1840. En 8.o

-Historia de la vida y reinado de Fernando VII de España, con documentos justificativos, órdenes reservadas, cartas, etc., sin nombre de autor (atribuída á D. Estanislao de Kostka Bayo).—Madrid, 1842. Tres tomos en 4.o

—Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, por el Conde de Toreno. Segunda edición.-Madrid, 1848. Cuatro tomos en 4.o

-Guerra de la Independencia. Historia militar de España de 1808 à 1814, por el general D. José Gómez de Arteche.-Madrid, 1868-1897. Van publicados trece tomos. —Memorias de D. Antonio Alcalà Galiano, publicadas por su hijo.—Madrid, 1886. En 4.o

2 El general Gómez de Arteche.

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gobernador D. Francisco Solano, Marqués del Socorro; en Cartagena se ensañó con el respetable octogenario D. Francisco de Borja, Marqués de los Camachos, Capitán general del departamento, que había dispensado toda clase de beneficios á aquel pueblo de su naturaleza, arrastrando el cadáver por las calles. Bástame citar las dos tragedias horrorosas, por haberse representado en capitales marítimas.

De todos modos, quedaron los campos deslindados desde la proclamación del rey José. A su lado, con la protección y fuerza incontrastable del Emperador de los franceses, unos pocos españoles, que, dicho sea en puridad, no eran ni de los menos ilustrados, ni de los menos dignos, ni de los menos amantes de la patria. Enfrente la inmensa mayoría de la nación, para la que los desafectos, á su parecer, distinguidos con el título depresivo é infamante de afrancesados, aparécían como objeto de odio superior al de los extranjeros en que se apoyaban. Éstos, á su vez, con igual pasión sañuda, calificaron á los adversarios de insurrectos y bandidos (brigands), resultando de la encontrada opinión que la lucha, teniendo tanto de civil ó interna como de resistente á la imposición extraña, degeneró en guerra feroz de exterminio.

El tiempo ha calmado suficientemente las pasiones para que se pueda definir con imparcialidad lo que unos y otros defendían. Los afrancesados (llamémoslos así) juzgaban que la desaparición de la dinastía borbónica y entrada en España de los ejércitos imperiales servirían de fundamento al progreso, de que se notaba harta necesidad para şalvar la distancia á que el pueblo español se había quedado de los demás de Europa, y hacíaselo presumir el orden, supuesto corolario de la presencia de tropas aguerridas en número á que fuera locura tratar de resistir; la integridad del territorio, garantida por el componedor del mapamundi; la gobernación de un soberano experimentado y culto; las libertades que la nación empezaría á gustar. Para el partido español (en redundancia), ante la dignidad de la patria, el respeto á la majestad hereditaria y la adhesión á la familia real, nada había que considerar. Tratándose de adelantos, bastábase para implantarlos, y

aunque así no fuera, tenía los males propios por mejores que los bienes ofrecidos con ajena y sospechosa mano.

Con los últimos, es decir, con la gran masa del país, se significó conforme el personal de la Marina, separadas muy cortas excepciones. El insigne general Mazarredo aceptó del rey José el cargo de Secretario del despacho de la Armada, y dispuesto a servir su causa con la buena fe, con la actividad y la competencia de sus antecedentes, puso en juego la respetabilidad, el influjo de las amistades y relaciones, el valimiento de la autoridad para adquirirle parciales, sin poder vencer la repugnancia que á ponerse á sus órdenes mostraron jefes y subalternos, dispuestos, en general, á renunciar antes los empleos y destinos que disfrutaban por los servicios anteriormente prestados. Don José Justo Salcedo, teniente general, jefe de la escuadra de Cartagena, exonerado en el departamento por manifestarse pronto á cumplir las órdenes napoleónicas de conducirla á Tolón, y D. Pedro Obregón, preso en Ferrol por sospechoso de anuencia á las novedades, fueron las únicas personas de alta jerarquía marítima comprendidas en la calificación de afrancesados. De aquí, de esta casi unánime resistencia al reconocimiento del que consideraban rey intruso, se siguió que, pudiendo José Napoleón, con su Gobierno, organizar fuerzas de ejército, no consiguieron tener un sólo bajel de guerra en que arbolar la nueva bandera de su soberanía '.

En las tres capitales marítimas hubo excesos lamentables de ardor patriótico en los momentos de su explosión: después, los arsenales proveyeron al armamento popular; facili

' Por decreto expedido en Vitoria á 12 de Julio de 1808, modificó el rey Jósé el símbolo nacional, determinando: «Las armas de la Corona en adelante constarán de un escudo dividido en seis cuarteles, el primero de los cuales será el de Castilla, el segundo el de León, el tercero el de Aragón, el cuarto el de Navarra, el quinto el de Granada y el sexto el de las Indias, represetando éste, según la antigua costumbre, por los dos globos y dos columnas, y en el centro de todos estos cuarteles se sobrepondrá por escudete el águila que distingue á nuestra imperial y real familia.» Este escudo se bordó sobre las banderas de seda blanca de las tropas. En el Museo Naval se conserva la del 6.o regimiento de línea hispano-francés, conquistada en la Serranía de Ronda por el jefe de escuadra D. José Serrano Valdenebro.

taron sus recursos para la formación de cuerpos de ejército, y los departamentos los fomentaron contribuyendo con los batallones de infantería de Marina, con las brigadas de artillería, con compañías de zapadores sacadas de individuos voluntarios de maestranza, con cuanto abarcaban.

Los jefes y oficiales que no tenían ocupación en servicios del instituto siguieron el movimiento general, haciéndose útiles, bien en el campo del honor como caudillos ó simples soldados, bien acudiendo á necesidades que podía satisfacer el conocimiento y la cultura suyas, que eran muchas, por haber quedado los pueblos huérfanos de autoridad; las plazas de guerra, los parques, los almacenes y las fábricas de armas y municiones, en poder de los invasores; las comunicaciones cortadas, y, lo de peor remedio, las cajas vacías. Oficiales de Marina, pasando definitivamente á los cuadros del Ejército ó conservando la calidad de procedencia, mandaron divisiones, brigadas, regimientos, batallones y compañías 1; otros establecieron fundiciones y artefactos; algunos presidieron las juntas de alzamiento popular ó se pusieron á la cabeza de los alistados; no faltaron en su número defensores de los intereses nacionales en el extranjero con carácter diplomático; bas

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1 Sería prolijo citarlos, tantos fueron; baste hacerlo del jefe de escuadra don Juan José Garcia, que mandó una división en el ejército del Marqués de la Romana; el de la misma clase, D. Felipe Jado Cagigal, uno de los héroes de Trafalgar, que rigió otra, habiendo empezado á batirse como voluntario; D. José Serrano Valdenebro, que mandó la Legión de Marina, compuesta de seis batallones, con los que hizo campaña lucida en la Serranía de Ronda; D. José de la Serna, muerto en acción á la cabeza del 6.o regimiento de Marina; D. Francisco de Beránger, D. José Meléndez Bruna, D. Ramón Romay, que mandaron otros; D. Antonio Pilón y D. José Primo de Rivera, distinguidos en la dirección de artillería de campaña y plaza; D. Miguel Ricardo de Álava, en el Estado Mayor; don José Caro y Sureda, D. Cayetano Valdés, D. José del Río Eligio, alabados por su arrojo.....

* En las islas Baleares fundó y dirigió fábrica de fusiles D. Pedro de la Riva Agüero.

'El respetable bailio D. Antonio Valdés, la de León; D. Gabriel Ciscar, la de Cartagena.

* El teniente de navio D. José Miranda, en Asturias; D. Dionisio Capaz, en Ayamonte; D. Juan Villavicencio y Puga, capitán de navío, anciano y retirado, en Vigo.

5 Á Londres fué enviado el general D. Juan Ruiz de Apodaca, como ministro

tantes hubo designados para los cargos espinosos de virreyes, generales y gobernadores de las posesiones en Indias, y no pocos en el gobierno supremo del reino cuando se fué consolidando1

Trazadas las líneas generales del cuadro en que se encierra la conmoción del año 1808, señalaremos las que particularmente manifiestan la acción y concurso de la Armada en los acontecimientos.

Estaban al ancla en la bahía de Cádiz desde el mes de Octubre de 1805 los restos de la escuadra francesa que combatió en Trafalgar: cinco navíos y una fragata; de cuyo mando se encargó el vicealmirante Rosily. Habían sido carenados los buques en el arsenal de la Carraca; repuestos de cuanto necesitaron después de la batalla, á costa del Gobierno español, y completadas las tripulaciones con la gente de los navíos que naufragaron á la boca del puerto; de modo que se encontraban en excelente disposición de servicio, esperando les consintiera salir á prestarlo algún descuido de la escuadra inglesa, que no había dejado un solo día de bloquear el saco con fuerzas superiores.

Españoles había en el puerto otros cinco navíos, gobernados por D. Juan Ruiz de Apodaca, si iguales en número, muy diferentes en el armamento; faltos de gente y en completo. olvido de pagas y recursos, por cuya falta se habían desarmado é introducido en los caños de la Carraca los demás de la escuadra.

A fines de Mayo de 1808, con noticia de haberse instalado en Sevilla la Junta, que se intituló Suprema de España é Indias, se alborotó el pueblo de Cádiz, pidiendo la proclamación del rey Fernando VII, la declaración de guerra á Francia y el ataque inmediato á aquellos navíos cuyas insignias insultaban á la población, pareciendo dispuestas á ejecutar los designios del usurpador. El capitán general de Anda

plenipotenciario de la Junta central, para negociar la paz y alianza con Inglaterra;

á Constantinopla, con igual categoría, el capitán de navio D. Juan Javat.

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1 Sucesivamente merecieron nombramiento de regentes D. Antonio de Escaño, D. Pedro Agar, D. Gabriel Ciscar y D. Juan Maria Villavicencio.

2 Véase t. VIII.

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