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regladas así las cosas concurrimos el príncipe y yo al cuarto del rey en cierto dia y á cierta hora, y s. m. se cerró con nosotros en su gabinete. Ea, dijo al príncipe, reconoced vuestra falta, y mereced el perdon. Hizome entonces sus excusas mi contrario, y presentóme el baston que tenia en la mano. Tomad d. Pompeyo, ese baston, me dijo el rey, y no os detenga mi presencia para no tomar venganza de vuestro honor ultrajado. Yo os levanto la palabra que me disteis de no maltratar al príncipe. No, señor, respondí yo: basta que se haya sujetado á ser apaleado por mí: un español ofendido no pide mayor satisfaccion. Pues bien, repuso el rey, ya que los dos os dais por satisfechos, podreis ahora tomar libremente el partido que se acostumbra entre caballeros segun el proceder regular. Medid vuestras espadas para terminar el duelo. Eso es lo que yo deseo vivamente, dijo el príncipe en tono alterado y descompuesto, porque solo esto es capaz de consolarme del vergonzoso paso que acabo de dar.

Dichas estas palabras se retiró lleno de cólera y de confusion, y dos horas despues me envió á decir que me esperaba en cierto sitio escusado. Acudí á él, y le encontré muy prevenido para reñir bien. Tenia unos cuarenta y cinco años, y no le faltaba destreza ni valor. Podíase decir

con verdad que era igual el partido entre los dos. Venid, d. Pompeyo, me dijo, y terminemos de una vez nuestras diferencias. Uno y otro debemos estar furiosos, vos por el tratamiento que os hice, y yo por haberos pedido perdon. Diciendo esto echó mano á la espada arrebatadamente, y tanto, que no me dió tiempo para responderle. Tiróme dos ó tres estocadas con la mayor viveza; pero tuve la fortuna de parar los golpes. Acometile despues, y conocí que reñia con un hombre tan diestro en defenderse como en acometer, y no sé lo que hubiera sucedido á no haber tropezado el príncipe, y caido de espaldas cuando se defendia retirandose. Paréme inmediatamente luego que le \ví en tierra, y le dije que se levantase. ¿Por que razon me perdonais? me preguntó él. Me ofende mucho esa piadosa generosidad. Tambien quedaria muy obscurecida mi gloria, le respondi yo, si quisiera aprovecharme de vuestra desgracia; vileza que no cabe en un corazon noble y español. Levantaos, vuelvo á decir, y prosigamos nuestro duelo.

No, d. Pompeyo, me dijo mientras se iba levantando, despues de un rasgo tan noble no me permite mi honor empuñar la espada contra Que diria el mundo de mí, si tuviera la desgracia de pasaros el corazon? Tendríame

VOS.

por un villano cobarde, si quitaba la vida á quien me pudo dar la muerte. No puedo, pues, armarme contra vuestra vida; ántes bien mi gratitud ha convertido en dulces y amorosos afectos los furiosos movimientos que agitaban mi corazon. Don Pompeyo, cesemos ya de aborrecernos; poco dije; seamos amigos. Ah, señor! exclamé yo, y con que gusto acepto una proposicion tan gustosa! Desde este instante os juro una sincerisima amistad, y para daros desde luego la prueba mas concluyente os prometo no poner mas los pies en casa de doña Hortensia, aun cuando ella lo deseara. No admito la promesa, dijo él, antes bien yo quiero cederos aquella dama. Es mas razon que yo os la abandone, puesto que su inclinacion es natural por vos. No, no, le interumpí; vos la amais, y los favores que me dispensase podrian inquietaros, y así quiero sacrificarla á vuestra paz y quietud. Ob, español, lleno de nobleza y generosidad! exclamó transportado Radzivil, y estrechandome entre sus brazos; me encanta, me hechiza ese vuestro nobilísimo modo de pen

sar.

¡Oh, y que remordimientos de corazon siento al oirlo! Con que dolor, y con cuanta vergüenza se me viene á la memoria el villano ultrage que os híce! Paréceme ahora muy ligera la satisfaccion que os dí en el gabinete del

rey. Quiero repararla de un modo mas público, para borrar enteramente la infamia. Tengo una sobrina, de cuya mano puedo absolutamente disponer; yo os la ofrezco; es una heredera rica, no tiene mas que quince años, y todavía es mas hermosa que jóven.

Hice al príncipe todos los cumplimientos, y le dí todas aquellas gracias que me podia inspirar el honor de entrar en su familia; y pocos dias despues me casé con su sobrina. Toda la corte se congratuló con aquel señor, por haber hecho la fortuna de un caballero á quien habia cubierto de ignominia; y mis amigos se alegraron conmigo del feliz remate de una aventura que prometia mas doloroso y mas funesto desenlace. Desde entonces, señores mios, vivo con el mayor gusto en Varsovia. Mi esposa me ama, y yo la amo. Su tio me da cada dia nuevos testimonios de su amistad; y puedo asegurar sin ostentacion que estoy bien puesto en el ánimo y en la gracia del rey. Prueba es de su estimacion la importancia del negocio que de su órden me ha traido á Madrid.

HISTORIA DEL PASTOR MARCELIO.

A este tiempo sintieron una voz, cuya suavidad los deleitó maravillosamente. Pararonse atentos á escucharla, y volviendo los ojos hacia donde resonaba, viéron un pastor que muy fatigado venía hacia la fuente á guisa de congojado caminante. Poco despues llegó el pastor tan cansado y afligido, que pareció (la fortuna doliendose de él) haberle ofrecido aquella clara fuente, y la compañia de Diana para algun alivio de su pena. Porque como en tan calorosa siesta, tras el cansancio del fatigoso camino, vido la amenidad del lugar, el sombrio de los árboles, la verdura de las yerbas, la lindeza de la fuente, y la hermosura de Diana, le pareció reposar un rato, aunque la importancia de lo que buscaba y el deseo con que tras ello se perdia, no daban lugar á descanso ni entretenimiento. Diana entonces le hizo las gracias y cortesías que conforme á los zelos de Delio (que presente estaba) se podian hacer, y tuvo grande cuenta con el extrangero pastor, asi porque en su manera le pareció tener merecimiento, como porque le vió lastimado del mal que ella tenia. Y como Diana desease conocerle, y saber la causa de los amores de él, y

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