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Para perpetuar la memoria de la espulsion de los moriscos de Valencia, suceso que llenaba de orgullo á aquel imbécil y corrompido ministro, se puso, y aun se conserva, en la sala capitular de Valencia una gran lápida de mármol el 21 de setiembre de 1609.

¡En esa lápida, mentiroso monumento para engañar á la posteridad, si con sangre no lo desmintiese la historia, se dice, despues de satisfacer la vanidad de los que intervinieron en la espulsion, grabando en ella sus nombres, que este grande acontecimiento se verificó casi sin ruido, sine ullo pene tumultu. Los torrentes de sangre que corrieron en Valencia, el horror de la Europa culta, el grito de reprobacion, que no ha bastado á acallar el trascurso de dos siglos y medio se alzan para desmentir tan servil adulacion.

El historiador Gaspar Escolano, este hombre tan autorizado que habia presenciado la mayor parte de los sucesos, pará terminar la relacion de ellos, dice estas memorables palabras: «y por tanto queda dado fin á las antigüedades del reino de Valencia, con el nuevo estado en que se halla, hecho de reino el mas florido de España en un páramo seco y deslucido por la espulsion de los moriscos. >>

Tambien el arzobispo Rivera quiso consagrar con un acto religioso este gran suceso, estableciendo una procesion todos los años, y señalando para esto una parte de sus rentas.

XI.

ESPULSION DE LOS MORISCOS

EN LOS DEMAS REINOS DE

ESPAÑA.

Espulsados los moriscos de Valencia, se dió un decreto para espulsar los de Andalucía y Murcia el 9 de diciembre de 1609, y otro el dia 18 de enero de 1610. Se encargó su ejecucion al marqués de San German, el cual de autoridad propia abrevió el plazo de treinta dias que el rey habia concedido, á veinte. Los moriscos andaluces se habian prevenido con tiempo y habian pasado mas de veinte mil secretamente al reino de Fez. Permitían seles llevar los hijos de cualquiera edad, si marchaban á paises católicos; empero si preferian emigrar á Africa, tenian que dejar en España á los menores de siete años. Con estas condiciones salieron de las Andalucías ochenta mil moriscos.

En vano los diputados de Murcia se dirigen al

rey, pidiendo la suspension de la salida de los moriscos del reino, para no ver perdidas las artes y abandonada la agricultura; el rey y el duque de Lerma no oian reclamaciones, ni atendian á razon alguna. Los moriscos de Murcia fueron espulsados por don Luis Fajardo en número de mas de quince mil personas.

Los de Aragon fueron tambien arrojados del suelo que los vió nacer, y el encargado de la ejecucion del decreto que les lanzaba del reino, espedido en 27 de abril de 1610, fué el marqués de Aytona, que le ejecutó sin que el rey ni el ministro oyesen á los comisionados que los diputados de Aragon les mandaron para que lo revocase. Todas las fuerzas marítimas y terrestres de Valencia concurrieron á la espulsion de los moriscos aragoneses, en quienes se temia mas fuerte resistencia que en los valencianos, y que, sin embargo, se dejaron mansamente conducir por los comisarios, que abusaron de tal modo de ellos que, como dice fray Marco de Guadalajara Xavierre en su Memorable espulsion y justísimo destierro de los moriscos de España, hasta tuvieron que pagar el agua que bebian en los rios y la sombra á que se cobijaban bajo de los árboles. Setenta y cuatro mil fueron los moriscos espulsados de Aragon, pertenecientes á trece mil ochocientas noventa y tres familias. Embarcáronse en los Alfaques, y otros entraron en Francia por Navarra y Canfranc, teniendo que pagar diez escudos por cabeza.

Los moriscos catalanes fueron tambien espulsados, dándoles el plazo de tres dias para evacuar el pais, autorizando á cualquiera que encontrase alguno de ellos por los caminos ó fuera de poblacion, para que pudiera capturarlos, desbalijarlos, y matarlos en caso de resistencia, sin incurrir en pena alguna. Asi salieron de Cataluña cincuenta mil moriscos por el puerto de la Rápita desde el 29 de mayo al 10 de setiembre.

Los de Castilla, la Mancha y Estremadura, que se hallaban mas confundidos con los cristianos viejos y eran menos sospechosos y temibles, parecia que podian haberse salvado de la dura pena de ser lanzados de España. Mas la estincion de la raza morisca se hallaba decretada. Se determinó, pues, su espulsion, mandándoles que no pasasen por Valencia, Aragon, ni Andalucía. Concedióseles, sin embargo, por una gracia muy especial, el que los obispos pudieran dar licencia para quedarse en España á aquellos que se hubiesen hecho notar por cristianos viejos en su lenguage, en su trage, en las costumbres y en la observancia de la religion y frecuencia de los sacramentos. Aun con estas escepciones, salieron de las Castillas cien mil moriscos.

Por último, dos poblaciones aisladas, que habian sido esceptuadas aun en el edicto de 22 de marzo de 1612, fueron comprendidas en la espulsion. El conde de Salazar arrojó del valle de Ricote, en el reino de Murcia, dos mil quinientos moriscos, y del Campo de

Calatrava, mil ciento, á pesar de que gozaban privilegio de cristianos viejos desde los tiempos de la reina Isabel la Católica.

S

Is absolutamente imposible determinar á punto fijo el número de los moriscos que salieron de España. Los autores están discordes desde doscientos setenta mil á un millon. Escolano y el P. Guadalajara le fijan en seiscientos mil; fray Jaime Bleda en quinientos mil; Salazar y Mendoza en trescientos sesenta mil, y Fonseca cn setenta mil. Los cálculos mas fundados son de que el número mas aproximado fué el de un millon, debiendo contarse los que antes se habian fugado á Fez y los que habian perecido víctimas de la barbárie y de la codicia de los soldados, muriendo otros ajusticiados en los patíbulos, ó sepultados en los calabozos de la Inquisicion.

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