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XII

LA ESPULSION DE LOS MORISCOS CONSIDERADA

BAJO EL AS

PECTO ECONOMICO, POLITICO Y RELIGIOSO, Y SUS CONSECUENCIAS PARA ESPAÑA.

No fué tanto el mal que originó á España la pérdida de esta crecidísima parte de su poblacion, por su número como por la clase y la índole de la poblacion espulsada, que era precisamente la de los agricultores, comerciantes é industriales, la poblacion en fin mas productora y la mas contribuyente. El cultivo del azúcar, del algodon y de los cereales, la cria del gusano de la seda en que tan aventajados eran los moriscos, quedó enteramente abandonada en las fértiles campiñas de Valencia, Murcia y Granada. Las fá. bricas de papel, de sedas, de paños que tenian en los castillos, tuvieron que cerrarse, porque no habituados los españoles á las artes y á la industria, miraban con desden y desprecio el ejercicio de aquellas

artes que habian acaparado para sí y con gran provecho los moriscos.

No solo aquellos infelices sufrieron persecucion bajo el pretesto religioso en España, sino que tambien se vieron espuestos á los ultrages, y hasta al martirio en algunas regiones de Africa. Eran poco cristianos para la España: eran demasiado cristianos para Africa. La situacion de estos desgraciados era violenta, terrible, insoportable.

Los males que ocasionó á la España la espulsion de los moriscos fueron tan graves, tan intensos, que el trascurso de dos siglos y medio no ha bastado para reponerla enteramente de ellos.

Los efectos de la espulsion se hicierou sentir poderosamente en el órden económico, en el político, y en el religioso.

En el órden económico se vió privada la nacion de la poblacion mas útil, productora y con. tribuyente; vió desaparecer con aquella emigracion mas de cien millones de reales que llevó consigo la raza proscripta, y ocasionó sobre la escasez del numerario que ya padecia España un gran mal. Costó el trasporte de los moriscos al Africa ochocientos mil ducados, y á pesar de la prohibicion favorecidos los moriscos por el embajador de Francia que les dió en secreto letras, esportaron al marchar muchos millones, dejando gran cantidad de moneda falsa que afectó al comercio, y la fortuna pública. Los campos quedaron sin cultivo, y en valde se trataba de que

los nuevos colonos aprendieran el cultivo de las tierras porque los que habian dejado para este objeto, segun la pragmática de la espulsion, triste y vergonzosa confesion por cierto para el pais, no se prestaban á enseñarlos de buena fé, ni ellos tenian el amor al trabajo, ni ponian en las labores la aficion que los antiguos propietarios del terreno.

Los señores territoriales perdieron mucho de sus rentas, y España, falta de labradores, no reemplazó jamás los que perdió en la espulsion. Una triste y pronta esperiencia vino á comprobar el funesto error cometido con aquella medida. El hambre se hizo sentir de una manera horrorosa en el año inmediato de 1610. El clero vió perdidas gran parte de sus rentas, y hubo hasta diez y ocho señores de los mas considerables á quienes tuvo el rey que señalar pensiones alimenticias porque habian quedado arruinados. En vano el marqués de Caracena ofreció á los labradores, que se hicieron venir de Galicia y otros puntos á poblar los lugares desiertos, todas las ventajas posibles. Ni los labradores llegaban en número suficiente, ni sabian dar la cultura conveniente á las tierras; y en vez de las poblaciones ricas que antes ocupaban el reino de Valencia hubo que escribir en el mapa de este hermoso pais la palabra despoblado. Disminuido considerablemente el patrimonio de los grandes, dejaron desiertos sus castillos, que fueron el albergue de los ladrones que se establecieron alli con una seguridad espantosa. El robo se organizó como una

profesion ordinaria, y el contrabando, su inseparable compañero, levantó á su lado su frente con tanta audacia como éxito. Las fortalezas feudales habian sido derribadas, y sus dueños, que no podian defenderse en sus estados por la falta de vasalios, se concentraron en las ciudades. La industria falta de los brazos inteligentes que la animaban se arruinó cerrándose las fábricas, quedando parados los talleres. Fué pues la espulsion de los moriscos económicamente considerada una medida calamitosa.

Como medida política y de seguridad para el Estado, en vano se buscará la justificacion en las conspiraciones supuestas que fraguaron los moriscos, de que les acusó el arzobispo Rivera y que tanto hizo valer en el ánimo débil del supersticioso Felipe III, la codicia de un ministro inepto como el duque de Lerma. No era, como se vió, el poder de los moriscos valencianos tan grande, que hubiese podido hacer vacilar nunca los fundamentos de la monarquía española, ni tampoco estas conspiracioues tenian tanta estension y medios que hubieran podido ser indomables. No era este, pues, un motivo para condenar al esterminio á una raza entera, á tantas generaciones.

Además, los moriscos espulsados produjeron otra clase de males á España mas funestos que los que se pretendia evitar con su espulsion, males que cubrieron sus costas de luto y desolacion por muchos años. Animados los moriscos del mas profundo ódio

contra los españoles, tratados de la manera horrorosa que hemos visto antes y en los momentos de su espulsion, muchos de ellos entraron al servicio de los otomanos en sus galeras y se dedicaron á ejercer la piratería, recorriendo con preferencia las costas de España. Los fastos de los bárbaros corsarios nos presentan ejemplos de esta verdad. Amurates Bayobi, natural de Albacete de la Mancha, fué un pirata célebre, cogido en las costas de Sicilia el 21 de octubre de 1623; mandaba diez galeras del Gran Señor con cuatro mil hombres que sembraban el terror en las costas del Mediterraneo, en España y en Sicilia.

Hasta que se estinguió completamente la raza de los moriscos españoles, adquirió gran preponderancia la piratería en el Mediterráneo. Arraez Blanquillo devastó durante diez años las costas de España hasta que cayó en manos de sus enemigos el año 1623. Al mismo tiempo un carbonero, que vivia antes pacíficamente en Osuna, Aboul-Alí, era el terror del Mediterráneo poniendo en consternacion repetidas veces las costas de Valencia, habiendo convertido la espulsion de su pais á un pobre carbonero en un terrible marino. En 1624 tres galeotas, mandadas por un zapatero de Ciudad-Real, Amurates Quibir-Guadiano, saquearon todas las costas del reino de Valençia y de la Italia. Estos ejemplos prueban que si á los moriscos los creyó Felipe III peligrosos en España, lo fueron mas espulsados de ella. Si tan enemigos los creia el monarca y su imbécil ministro, fué un error grande dejar

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