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Cristo. Tambien se mandaba rescatar á costa del erario público á los esclavos moros convertidos.

En cuanto salieron los reyes de Granada, tomó Jimenez de Cisneros una autoridad absoluta. No dice la historia con qué título. Si fué una usurpacion, el crédito que gozaba con los reyes y en el pueblo, basta para esplicar como nadie se le opuso. El arzobispo Hernando Talavera consintió con tanta mas voluntad. cuanto que lo único que le interesaba era el honor de Dios, la salvacion de las almas y no su autoridad esclusiva en su diócesis. El arzobispo de Toledo mas enérgico, menos tolerante que el de Granada, comenzó la conversion de los moros por los mismos medios que tan buen resultado habian dado á Talavera, empero pervirtiéndolos para darles una accion mas pronta. Llamó al palacio de la Alcazaba á los principales alfaquíes ó sacerdotes moros, asi como á sus sábios promoviendo con ellos conferencias religiosas, dejándoles entrever los favores del gobierno si abrazaban el cristianismo y sus rigores si persistian en conservar la fé de Islan. Para acrecentar la influencia de sus palabras hacia á los mas sensuales ricos regalos de telas y vestidos de púrpura y de seda á la usanza mora, ó de muebles y trages al estilo español. El arzobispo, Jimenez de Cisneros, á pesar de las cuantiosas rentas de su obispado, no pudo sostener tanta generosidad sin hipotecar para muchos años despues las rentas de su mitra. Ensalzábase con entusiasmo la pródiga generosidad del prelado de To

ledo. La conversion de un gran número de alfaquíes arrastró tras sí la de muchísimos moros que á porfía enviaban aquellos á Cisneros para merecer mas grande recompensa, siendo tanto el número de prosélitos que se hicieron de este modo, que en un solo dia, el 18 de diciembre de 1499, bautizó Cisneros en la iglesia del Salvador á cuatro mil personas.

Como en las grandes misiones Cisneros confirió este sacramento, no por ablucion, sino por aspersion, y datando orgullosamente desde este dia la conversion de Granada, instituyó anualmente una festividad en su memoria, que se celebraba en Toledo y en Granada al mismo tiempo que la de la de la espectacion al parto de la Vírgen María. En poco tiempo una parte considerable de Granada adoptó el cristianismo, y comenzó á presentar un esterior enteramente cristiano. Entonces comenzó á dejarse oir el sonido de las campanas, prohibido á los sarracenos bajo pena de multa, y el arzobispo Jimenez de Cisneros, á quien se atribuia esta mudanza, fué llamado por los moros el alfaquí campanero.

Semejantes resultados habian necesariamente de provocar una reaccion de parte de los moros mas fervorosos. Mientras algunos alfaquíes abandonaban asi la causa del profeta, otros, y con ellos las personas mas distinguidas, viendo con profundo dolor la ruina de que se hallaba amenazada la fé de sus padres y queriendo impedir la desercion de los suyos al cristianismo, trataron de predicar al pueblo la fidelidad

al culto de Mahoma. Las predicaciones de los doctores de la ley musulmana, se hallaban prohibidas por las leyes de Castilla, en la ley segunda, título veinticinco, libro sesto de la séptima Partida. Granada se hallaba, sin embargo, bajo un régimen escepcional. Al capitular no habian comprendido fuese prohibido á sus sacerdotes afirmarlos con su palabra en la fé de Mahoma. Trataron, pues, de oponer tribuna á tribuna. Cisneros, cuyo genio no se arredraba ante ningun género de oposicion hizo encarcelar á los que levantaban mas alto la voz. Pasando con indiscreto celo los límites del tratado entre la corona y los moros, hizo instruir por fuerza á los presos en la fé cristiana por medio de sus capellanes, tratando con severidad á los que se resistian. El zegrí Azaator, rico y altivo moro de los que mas se habian distinguido durante la guerra, descendiente de la célebre familia de Abenhamar, tan celebrada por los poetas, y que gozaba de gran consideracion entre los suyos, fué encerrado en un calabozo, y el encargado de su conversion, Pedro Leon, capellan del arzobispo, lo trató cargándolo de grillos, y haciéndolo ayunar de tal modo y con tal rigor que, depuesta su arrogancia, con humildad mas ó menos verdadera, pidió el bautismo, y haciendo alusion al nombre del que le habia catequizado, decia que Cisneros no tenia mas que soltar su Leon, y en pocos dias quedaria convertido el moro mas obstinado. El zegrí, que en el bautismo recibió el nombre de Gonzalo de

Fernandez, en memoria de un combate que habia tenido antes en los llanos de Granada con Gonzalo Fernandez de Córdoba, se mostró toda su vida un celoso defensor de la religion cristiana. Se unió con fidelidad inviolable á Jimenez de Cisneros y el arzobispo le empleó en una multitud de negocios, que exigian un celo ardiente y consumada prudencia. El ejemplo del zegrí y sus palabras causaron sensacion tan profunda, que muchos se apresuraron á abrazar el cristianismo. Estos resultados hicieron concebir á Jimenez la esperanza de estirpar muy pronto el islamismo en Granada.

Desdeñó los consejos de los que menos impacientes querian aguardar del porvenir la victoria completa de la fé. Creyó que tardar y aguardar, era hacerse culpable con los moros de la condenacion de sus almas. Quiso con un solo golpe anonadar el islamismo. Hizo quemar en medio de la plaza pública de Bivarrambla cuantos libros árabes pudo recoger de las bibliotecas públicas, de las librerías particulares, y los que le habian entregado los alfaquíes, sin tener en cuenta que algunos eran preciosos monumentos de caligrafia, maravillas de pintura, y prodigios de encuadernacion. Solo se salvaron de las llamas trescientas obras de medicina, que mas tarde fueron depositadas en la universidad de Alcalá.

Asi perecieron en un solo dia los tesoros intelectuales de toda una nacion. Desde entonces no pudo un moro granadino trasmitir á la posteridad el menor

dato de las cosas de su tiempo. El mas sábio de los orientalistas, Conde, dice que fueron ochenta mil los volúmenes incendiados, siendo muy sensible que esta accion, comparable con la del incendio de la biblioteca de Alejandría por el califa Omar, no hubiera sido esta vez cometida por un bárbaro ignorante, sino por uno de los mas grandes amigos de las ciencias, y esto precisamente en los momentos en que con sus propios recursos alzaba una nueva universidad en Alcalá de Henares....

Enconáronse los ánimos en los moros que se sen tian humillados y proclamaban en alta voz que se faltaba á las promesas reales, á los privilegios que se les habian concedido. Creció este odio con los medios que desplegó Cisneros, que se habia hecho conferir poderes especiales por el inquisidor general fray Diego de Deza, arzobispo de Sevilla, sucesor del célebre Torquemada, contra los renegados y sus hijos, á quien los moros llamaban elches. Creia que por ser hijos de renegados cristianos podia reclamarlos por fuerza la Iglesia; y por otra parte les hacian arrebatar sus hijos para educarlos en la religion cristiana contra la voluntad de sus padres. Atesorábase el odio en el corazon de los moros; debia estallar de un momento á otro.

Dos familiares del arzobispo Cisneros, de los que diariamente prendian y maltrataban á los moros, fueron un dia al Albaycin para conducir á la cárcel á una jóven sirviente, á una elche. A los gritos de

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