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aquella desgraciada corre á salvarla un grupo de moros; las contestaciones insolentes de los familiares irritan mas los ánimos; el uno de ellos salva su vida ocultándose; menos afortunado el otro, cae aplastado bajo el peso de una piedra que sobre él lanzan desde una ventana.

La muerte del alguacil fué la señal de la insurreccion de todo el cuartel del Albaycin, cuyas cinco mil casas habitaban esclusivamente los mahometanos. Corrieron á las armas, y reforzados por los moros de los otros puntos de la ciudad, se precipitaron en gran tumulto hácia la Alcazaba, donde habitaba Cisneros, para acabar con el opresor de su libertad y sus agentes. Algunos dias antes aquellos mismos moros quizá habian celebrado su generosidad por aquelas mismas calles que atravesaban entonces rugiendo y sedientos de su sangre. El arzobispo Cisneros mostró una heróica serenidad que revelaba su carácter. A los que trataban de llevarle por un camino. secreto á la ciudadela de Granada, la célebre Alhambra, contestaba que aguardaria en su puesto la corona del martirio y que jamás abandonaria á los que habia comprometido. Animó con su ejemplo á sus gentes á una valerosa resistencia, y arregló con prudencia y con la mayor calma los preparativos de la defensa de su casa. Logró resistir á los asaltos del pueblo durante toda la noche. A la mañana siguiente, al amanecer, el noble conde de Tendilla trajo de la Alhambra doscientos arqueros que salvaron al arzobispo

del peligro llevándoselo á aquella fortaleza. Sin embargo, duro nueve dias todavía la revuelta.

El conde de Tendilla veia el peligro que habia en contemporizar y la imposibilidad de obrar en que se hallaba. Despues de haber calculado sus fuerzas, creyó prudente parlamentar. Envió en señal de paz al Albaycin el escudo de sus armas con un mensagero. Hirieron al mensagero y apedrearon el escudo. Atrincherados en los puntos en que en otro tiempo en las guerras civiles Boabdil habia desafiado á su padre y á su tio, se creian dueños de dictar sus condiciones. Improvisaron un gobierno con cuarenta gefes para dirigir el movimiento con órden. El verdadero rey de Granada era entonces Cisneros; hizo llamar de nuevo á los alfaquíes y trató de calmar con amistosas palabras á la muchedumbre. La conmocion no se aplacaba. Entonces el arzobispo fray Hernando de Talavera hizo una tentativa tan feliz como peligrosa. Fiado en el prestigio de su nombre se presentó en medio de las enfurecidas turbas de los moros, acompañado de un solo capellan que llevaba delante de él la cruz arzobispal. A imitacion del papa San Leon saliendo al encuentro de Atila, entró á pie en el cuartel de los sublevados infieles con el aire tan tranquilo y sereno cual si fuese á predicar las verdades de la fé á hombres deseosos de su salvacion. La vista de un prelado tan afable, tan generalmente querido, aplacó inmediatamente el furor de aquellas gentes irritadas agrupándose las masas en derredor del san

to alfaquí de los cristianos, para besar con reverencia la orla de sus vestiduras.

Aprovechó el conde de Tendilla aquella momen tánea calma enmedio de un furioso huracan, para presentarse tambien ante la muchedumbre, cual un mensagero de paz para mostrar sus benévolas intenciones. Al llegar á la plaza arrojó al pueblo su gorro de grana: el pueblo le contestó con una aclamacion de inmensa alegría. Aquellos dos hombres populares hicieron ver entonces á los moros lo inútil de su empresa contra todo el poder de España, y que solo podia ser origen para ellos de calamidades, mientras que si se sometian inmediatamente, emplearian el conde y el arzobispo toda su influencia para hacer ver que solo se habian alzado en favor de las reales promesas; y para prueba de la sinceridad de sus intenciones, el conde dejó en rehenes en el Albaycin, su esposa y sus dos hijos pequeños.

El pueblo quedó sosegado y tranquilo, y el cadí Cidi-Ceibona dió una satisfaccion á los gobernadores cristianos, mandando demoler las barricadas y entregando á cuatro de los culpados en el asesinato del familiar del arzobispo, los que fueron brevísimamen te juzgados y ahorcados.

Gran disgusto recibieron los Reyes Católicos al saber las noticias de Granada: creian ver perder el fruto de tantas sangrientas guerras, del trabajo de tantos años; empero Cisneros marcha á Sevilla y defiende sus actos con tanta elocuencia y habilidad, que no

solamente merece la aprobacion de la reina Isabel, sino sus elogios redoblando el favor que dispensaba á su confesor. Entonces, por consejo suyo se mandó á Granada un juez comisario, para proponer á los habitantes del rebelado cuartel la alternativa de recibir el bautismo ó ser castigados como culpables de alta traicion. El resultado de esta medida en que se hollaba abiertamente la fé de los tratados, fué que casi todos los moros de la ciudad y de los alrededores de Granada pasaron al cristianismo, algunos huyeron á Berbería, y otros fueron á encastillarse en las ásperas cumbres de la Alpujarra, declarándose en rebelion abierta y tremolando el antiguo pendon de sus reyes para defender la creencia de sus antepasados.

Ni los ruegos ni las promesas del capitan general, ni del arzobispo Talavera, ni los rehenes tan caros á su corazon que habia entregado á los moros heróicamente el conde de Tendilla, pudieron doblegar tan inflexible tenacidad de Isabel y de Fernando, que contrastaba con la admirable moderacion, el discernimiento de los moros granadinos, que devolvieron sanas y salvas á su protector las preciosas prendas de una palabra sincera pero imprudente.

Esta conversion esterior y forzada en que Mahoma vivia siempre en el corazon de aquellos cuyos labios confesaban el nombre de Jesucristo, la miraron los Reyes Católicos como una medida política, cuyo resultado no debia esperarse de la generacion presente, sino de la posteridad de esta.

MORISCOS

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El nuevo y célebre historiador norte-americano Prescott, en su historia de Fernando y de Isabel, emite sobre Cisneros un severo juicio con motivo de esta conversion forzada de los moros, llamando á su modo de obrar obra maestra de casuística monacal, porque alegó la rebelion de los moros como un motivo justo para violar los tratados. Fundábase el arzobispo Cisneros en que los moros habian sido los primeros en violar con su rebelion los tratados, y que ningun gobierno se hallaba obligado á mantener á súbditos rebeldes las ventajas que les hubiera concedido en la condicion de una sumision pacífica y fiel.

El sultan de Egipto, de Siria y de Palestina, á quien en su conflicto habian acudido los moros de Granada viendo la opresion religiosa que pesaba en España sobre los que profesaban sus creencias, amenazó á los Reyes Católicos con represalias y con hacer abrazar el islamismo á los numerosos súbditos cristianos que tenia en sus reinos. Para precaver tamaña desgracia envió la reina Isabel al soberano musulman como embajador estraordinario, al docto Pedro Martir de Angleria, prior de la iglesia de Granada, el que desplegó tanto talento en su difícil mision, que aplacó la cólera del sultan dejando á los cristianos de sus estados en la libertad de sus creencias.

Huyeron muchos habitantes de Granada, y refugiándose en las Alpujarras, hicieron temer á los indomables hijos de las montañas igual suerte que á los de la antigua capital. Tomaron las armas, se apo

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