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tran á sus diputados por haber vendido en las Córtes sus derechos. La insurreccion cunde á todas las ciudades de Castilla, Andalucía y Galicia. Los gefes populares reunieron en poco tiempo un fuerte ejército estableciendo entre ellos una forma de union, asociacion ó comunidad, de donde tomaron el nombre de Comuneros. Formaron una junta en Avila, donde enviaron las ciudades sus diputados, y tomando el nombre de la Santa Liga comenzaron á deliberar sobre los negocios del estado, atacando el nombramiento de un estrangero para la regencia de Castilla, como contrario á las leyes fundamentales del reino, y deponiéndole de sus funciones.

Padilla intenta poner al frente de las comunidades á la reina doña Juana, retirada en Tordesillas desde la muerte de su esposo, empero aquella pobre loca no dió señales de salir de su antigua sombría melancolía, y no pudo con sus actos prestar apoyo alguno á la revolucion. Cárlos hace algunas concesiones desde Alemania, ofrece un perdon general, exhorta á la nobleza á sostener su causa y la de la aristocracia contra las pretensiones de los comuneros, y nombra al almirante y condestable de Castilla regente del reino con Adriano.

Los comuneros formularon en un famoso memorial sus peticiones, entre ellas, que las propiedades de los nobles se sometiesen á las mismas contribuciones y cargas que las del pueblo. La nobleza que entró en la liga, cuando se trataba solo de coartar la

autoridad real, abandonó un partido cuyo triunfo le hubiera sido funesto porque proclamaba la libertad y la igualdad ante la ley, y se colocó al lado del trono. El mando del ejército comunero se dió á don Pedro Giron, uno de los grandes de Castilla, desairando á Padilla, preferencia singular cuando se trataba de ensalzar al pueblo sobre los grandes. El desgraciado éxito de sus primeras operaciones le hacen en breve dejar el mando. Padilla vuelve á ser proclamado general, toma por asalto á Torrelobaton y lo entrega al pillage. Empiezan á conferenciar realistas y comuneros. Disgustada de la inaccion una parte de las tropas de Padilla, y deseosa de gozar en paz el botin de Torrelobaton, abandona el campo de la liga. Los regentes avanzan contra Padilla, cuyo campo habia debilitado la defeccion. En vano intentó retirarse sobre Toro y evitar la batalla. Alcanzado en los campos de Villalar, en vano hace prodigios de valor. Su artillería colocada por malicia ó por impericia en un terreno fangoso, le es inútil, quedando completamente derrotado. Padilla, Bravó y Maldonado, dos de los gefes mas principales, capitanes de las tropas de Segovia y de Salamanca, cayeron prisioneros, y fueron degollados como traidores. La mayor parte de las provincias pidieron gracia, dando Valladolid el ejemplo. Publicóse una amnistía general esceptuando á las cabezas, que fueron todos presos y

muertos.

Aunque el espíritu de rebelion no dejó de propa

garse á Aragon, don Juan de Lanuza impidió que degenerase en una insurreccion positiva.

Al mismo tiempo que ardia en los campos de Castilla la guerra de las comunidades, otra asociacion de tendencias y de índole diametralmente opuesta, se formaba en medio de arroyos de sangre en el reino de Valencia bajo el nombre de Germanía, asociacion formada por los plebeyos y dirigida especialmente contra la nobleza. Tendió la mano á los comuneros por una de esas contradicciones que e-plican bastante los espedientes ordinarios de la política.

Los estragos de una fatal epidemia tenia consternada á Valencia. Abandonaron la ciudad huyendo de la peste las autoridades y casi todos los nobles y personas mas notables. Corria la voz al mismo tiempo de que se preparaba en Argel un desembarco de los moros en las costas valencianas. Con arreglo á las disposiciones de Fernando el Católico se pusieron sobre las armas los artesanos y las gentes del pueblo para prepararse á la defensa. Atribuíanse las calamidades que afligian á Valencia á la cólera divina irritada por los vicios que se cometian, especialmente el de sodomía, que miraba el pueblo con horror. El 7 de agosto, de 1519, predicando en la catedral un fraile francisco, tomó por testo lo horrendo de este pecado y el castigo que Dios enviaria á los pueblos que contasen en su seno á los manchados con el crímen que en la antigua ley hizo llover el fuego del cielo sobre las malditas ciudades de Sodoma y Go

morra. Inflamóse el fanático celo de los oyentes consternados con las calamidades de la peste.

Concluido el sermon, corrieron á casa de un panadero á quien la voz pública designaba como mancillado con aquel delito, se apoderaron de él y lo arrastraron á la plaza de la catedral, donde hicieron una hoguera y lo quemaron vivo, rechazando la intervencion del clero que en procesion y con la hostia sagrada salió en vano á arrancarles su víctima. Al dia siguiente el gobernador don Luis Cabanillas, que se hallaba en Murviedro, vino á Valencia para instruir el proceso. Sucedió lo que acontece siempre, que cuando la masa de una poblacion ha tomado parte, no se obtiene prueba alguna contra los particulares.

Orgullosos los del pueblo con aquel triunfo, comenzaron á formarse en escuadras y armarse bajo el modelo de la milicia efectiva, creada por el cardenal Cisneros, y tomaron en su lenguage el nombre de la santa germania, calificándose asi su asociacion ó hermandad. El pretesto que tomaron para esta asocia. cion, debia conciliarles, asi como su nombre, las simpatías de las gentes religiosas, y sobre todo de los frailes, de los que muchos se alistaron en ella. Proclamaron armarse contra los moros, proporcionándose asi el medio de alzarse contra los protectores de los moros, los nobles, á quienes odiaban de

muerte.

Las clases del pueblo estaban en Valencia tirani

zadas por la clase noble, hacia algunos años. Habia el pueblo atesorado en el sufrimiento y en el silencio, caudal inmenso de ódio, porque era inútil toda queja, y escusada toda demanda de justicia. Las leyes no tenian ninguna fuerza, y el obispo Sandoval, al hacer una pintura de las vejaciones que los nobles hacian sufrir á los del pueblo dice: «Si un oficial hacia » una ropa, los caballeros le daban de palos, porque pedia »que le pagasen la hechura: y si se iba á quejar á la jus»ticia, costábale mas la querella que el principal.»

Estos agravios hubieran bastado para disculpar á la germanía, si se hubiese limitado á no ser mas que una asociacion para la reparacion legal de las injurias, por lo que muchas personas honradas y pacíficas adoptaron desde luego la idea de aquella hermandad ó cofradía. El gran vicio de las asociaciones populares, es que concluyen siempre por separarse de su objeto.

Una vez puesta la máquina en movimiento, las gentes aviesas y de malas pasiones se apoderan de su direccion. Muy á los principios comenzaron á descubrir su verdadero objeto. Al entrar los agermanados, juraban sostenerse mútuamente contra la nobleza, y sacrificar á este fin sus bienes y sus haciendas.

Un cardador anciano llamado Juan Lorenzo, á quien el pueblo miraba con singular deferencia, propuso en memoria de Cristo y de sus doce apóstoles, que se formase una junta de trece artesanos que dirigiesen todos los negocios para la defensa del reino

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