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carnado de los turbantes y albornoces. De vez en cuando, pasaban á la ligera algunas literas herméticamente cerradas, conducidas por mozos negros ó berberiscos: aquí iban las mujeres del harén de algún señor granadino. Los magnates de la corte, los Wazires, los Kaydes, los miembros del Meschuar ó Consejo, así como los oficiales del ejército y los ciudadanos ricos, llegaban montados en caballos ó mulas lujosamente enjaezados.

La ancha plaza en que iba á tener lugar la justa, estaba rodeada de una fuerte empalizada formando círculo, cuyo centro era el destinado para los combatientes.

Detrás de las vallas se elevaban las gradas para el pueblo, y más arriba, sostenida por gruesas vigas pintadas de verde, la plataforma, dividida en varios compartimientos reservados para los nobles. Un lujo oriental, y casi desordenado, reinaba en estos últimos departamentos, siendo sobre todo de notar el destinado para el monarca moro, en el que abundaban con verdadera profusión las telas de seda y de Damasco, cuajadas de pasamanería y bordados en oro y plata, y los cache

mires de brillantes colores, orlados y adornados de bellísimos arabescos y delicadas filigranas cordobesas.

En el balcón de este aposento se hallaba sentado un personaje de continente severo; su rostro era de un color muy subido, casi prieto, y sus ojos, negros y grandes, tenían el mirar, si apacible ó frío, también desdeñoso ó altanero. Su cabeza estaba cubierta con un turbante encarnado cuajado de rica pedrería, y de sus hombros caía una especie de manto blanco finísimo: era éste Aben-Abdallah. A su lado izquierdo ocupaba otro asiento un joven casi imberbe, en cuyo pálido semblante, de aspecto algo ceñudo, estaban marcadas las huellas de una reciente enfermedad; el cual era Mohamed, el príncipe heredero. Detrás de éstos, de pie, y en actitud respetuosa, aparecían varios personajes de la corte: el Hagile, el primero entre los jeques, el comandante de la guardia y seis ó siete oficiales, uno de los cuales sostenía en sus manos el estandarte del reino granadino, que era de rica seda de un amarillo claro, con la simbólica granada á medio abrir, formando sus granos hermosos

rubíes, sobre los que reverberaban los rayos del refulgente sol.

Todas las miradas se hallaban fijas sobre el monarca, esperando con ansiedad el que éste hiciera la señal para dar comienzo á la fiesta. Al fin, Abdallah levantó su mano derecha, y en el mismo instante diversas trompas guerreras atronaron el espacio.

Por una de las puertas laterales de la plaza, salían poco después seis heraldos, montados en caballos blancos con grandes penachos levantados del mismo color; y llegados que hubieron frente al monarca, aquéllos hicieron un ceremonioso saludo, y se dirigieron para hacer el despejo, dando varias vueltas alrededor del circo, y retirándose en el mismo orden y previa idéntica ceremonia.

De nuevo déjase oir el áspero sonido de las cornetas, y en el mismo momento, y por opuestos lados, aparecen dos lucidos escuadrones, cada uno compuesto de ocho caballeros con otros tantos silahdares (escuderos).

Estos escuadrones eran: de Ronda, los que marchaban á la derecha; de Guadix y Baza, los de la izquierda.

Llevaban los primeros por distintivo, una ancha cinta de seda jalde bordada en plata, y colocada en forma de banda sobre el pecho; sus corceles eran potros de la Serranía, de poca alzada, muy vivos, ágiles y fuertes; del blanco turbante pendía una gran pluma de color amarillo, vistiendo estos caballeros anchos calzones de terciopelo granate y una especie de jubón corto de lana fina de Lorca, pero no llevaban jaique ni albornoz; su calzado eran borceguíes bajos de piel de gamuza, sujetos con correas muy finas á la pierna, que iba cubierta con polainas de cabritilla mate. Los escuderos, aunque también vestidos de ricas telas de forma muy parecida á la de sus señores, diferían de éstos en cuanto al color, y en que carecían del distintivo de nobleza, cual era la banda y el plumero; siendo sus estribos y espuelas de acero bruñido, ́ cuando los de aquéllos lo eran de plata y oro.

El traje de los que componían el segundo escuadrón guardaba analogía con el de los de Ronda, diferenciándose empero, en que la pluma de aquéllos era de color azul claro y de violeta la banda. Cuanto á los caballos,

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eran píos, finos, esbeltos, de miembros flexibles y cabeza pequeña; oriundos de los desiertos de Africa y criados en la taha de Purchena. Tanto la crín como la cola de éstos y de los rondeños, estaba sujeta por medio de lazos y moños, formados con cintas multicolores artísticamente entretejidas con hilillos de oro.

Estos paladines, que eran los que aquella tarde habían de tomar parte en la contienda, sólo empuñaban como arma ofensiva y defensiva, una varilla larga y flexible desprovista de todo hierro.

Cuando los dos escuadrones hubieron llegado al medio de la plaza, los caballos tomaron el paso corto, y al estar bajo el palco regio se desplegaron en dos alas; después, y á un tiempo, paráronse en firme, saludaron cortesmente los caballeros al monarca, y volvieron por el mismo orden al sitio de salida, situándose cada bando á un lado de la puerta principal.

La ansiedad de los espectadores por presenciar la justa era cada vez mayor, y según su particular punto de vista, cada cual presa

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