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conquista aún más importante. Después de la muerte del Cid, Valencia había vuelto á caer en poder de los moros, y este reino tan rico, tan fértil, donde la naturaleza parece haberse complacido en dotarlo de todos sus dones, estaba regido por un príncipe Almohade llamado Zeith, hermano de aquel Mahomed vencido en las Navas de Tolosa.

Por aquel tiempo la guerra civil tenía divididos á los habitantes de Valencia. Un príncipe de nombre Zéan, pretendía derribar al soberano reinante, contando para esto con los principales jefes del ejército. El rey de Aragón toma el partido de Zeith, quien había demandado su auxilio, y logra vencer á su competidor en varios combates, apodéranse de paso de muchas plazas fuertes, y dirigiéndose por último á la capital, á la que estrecha por todas partes.

En tan apurado trance, Zéan implora el socorro de Benhud, soberano el más poderoso entre todos los musulmanes de la Península; mas á éste le fué imposible marchar en su auxilio.

Por su parte, los castellanos, guiados por su esclarecido príncipe, habían hecho nuevos progresos en la conquista de la tierra andaluza, haciéndose dueños de buen número de pueblos, y

terminando por poner cerco á la antigua capital de los califas.

Benhud, á menudo batido, mas siempre temible para sus enemigos, así como venerado por los moros andaluces, sus súbditos, reune un ejército poderoso, y se dirige en busca del aragonés, á quien creía más fácil de vencer; cuando uno de sus tenientes le hizo perecer en Almería por medio de una traición, librándose así los reyes cristianos del único caudillo capaz de contenerlos en sus conquistas.

La muerte de Benhud abatió el valor y la esperanza de los cordobeses, que hasta entonces se defendieron con tesón esperando socorro, y pidieron capitulación.

En aquella ocasión, los cristianos abusaron de su victoria, concediendo á los desgraciados musulmanes tan sólo la vida; ordenando, expa-, triarse á todos aquellos que no quisieran abrazar la religión de los vencedores.

Un considerable número de familias, abandonando sus propiedades, y casi sin recurso alguno, salieron llorando de aquella su querida ciudad, que por espacio de quinientos ventidós años, había sido el centro principal de su grandeza, y el asilo de la ciencia y de las artes árabes. Aquellos infortunados en su huída vol

vían de vez en cuando la cabeza, como despidiéndose, para siempre de sus hogares, de sus templos maravillosos y de aquellos jardines magníficos que representaban la constante labor de cinco generaciones.

Los soldados españoles que habían quedado en Córdoba, lejos de conservar las riquezas de todo género que la ciudad encerraba, se dedicaron más bien á destruirlas, cegados como estaban por su intransigencia á todo cuanto provenía de los infieles.

Córdoba, aquella Córdoba suntuosa de los califas de Occidente quedó desierta, y para poblarla se vió obligado Fernando á publicar un decreto concediendo grandes ventajas y privilegios á cuantos cristianos fueran á habitarla. La gran mezquita de Abderramán se convirtió en catedral, y tuvo su obispo y sus prebendados; mas la gran ciudad, como la llamó un poeta árabe, no volvió á recobrar su antiguo esplendor.

No tardó mucho tiempo Valencia en seguir el mismo camino que la capital de Andalucía. Asediado Zean por el intrépido Jaime, no halla modo de salvar su ciudad, pues aun dentro de sus muros tiene que combatir á la fracción de Zeith, que trata de aprovecharse de su situación para destronarle. Por otra parte, la esperanza

de

que le socorriera su aliado el rey de Túnez se ha desvanecido: la flota de éste ha tenido que emprender la fuga perseguida por los buques de Aragón. El monarca valenciano se halla solo peleando con un enemigo poderoso que le cerca, y con los sediciosos que le rodean, y el momento de rendirse ha llegado. Zean propone al aragonés hacerse su tributario; mas el cristiano es inflexible: sólo cesará en su ataque con la entrega de la plaza.

El rey de Valencia evacua la ciudad en com pañía de cincuenta mil musulmanes. Fiel á su palabra, Jaime no sólo le permite llevarse sus tesoros, sino que los defendió contra la avaricia de sus soldados que contemplaban con pesar como se les escapaba el codiciado botín.

Después de la conquista de dos tan ricas y populosas ciudades como Córdoba y Valencia, nada parecía detener ya á los españoles en su triunfal marcha; pues hasta Sevilla, entonces de menor importancia, también estaba amenazada por las tropas de Fernando.

Mas, justamente por este mismo tiempo, surge repentinamente un nuevo estado que hace retardar la época de la total ruina de los moros de España; estado éste que adquirió por espacio de doscientos años una gran celebridad.

ÉPOCA CUARTA

REINO DE GRANADA

DESDE MEDIADOS DEL SIGLO XIII HASTA LA TOTAL EXPULSIÓN DE LOS MOROS EN EL XVI

I

AS sucesivas victorias de los españoles, y

sobre todo, la conquista de Córdoba, habían consternado por completo á los moros. Este pueblo impetuoso é impresionable, que con tanta facilidad se entusiasmaba hasta el frenesí como se abatía ante el más insignificante contratiempo, cuando vió que la cruz triunfante ondeaba sobre el minarete de la gran mezquita de Abderramán, consideróse como perdido y que su poder en España había terminado para siempre: los mismos imanes predicaban pública mente el fin del islamismo.

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