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moneda existían otros impuestos en especie; y ya se podrá colegir á cuanto se elevarían éstos en un pueblo agricultor y laborioso, poseedor del más rico país del universo. Las minas de oro, de plata, de plomo y otros preciados metales, que abundaban sobre todo en Andalucía, constituía otra no despreciable fuente de re

cursos.

Y el comercio enriquecía á súbditos y sobe.. ranos. Aquél dividíase en varios ramos: seda, aceite, azúcar, cochinilla, hierro, lana, la mejor ésta por entonces conocida, ámbar gris, alcarabea, amianto, antimonio, talco, marquesita, cristal de roca, azafrán, azufre, gengibre. Todas estas mercancías eran objeto de muchas é importantes transacciones y daban ocupación á un número considerable de individuos. El coral, que entonces se pescaba en las costas de Anda. lucía; las perlas, en particular las de Cataluña; los rubies, de los que se habían descubierto dos minas, una en las cercanías de Málaga y otra en Berja; todos estos productos, ora en bruto, ya manufacturados, eran transportados á Africa, á Egipto, al extremo Oriente.

Los emperadores de Constantinopla, obligados aliados de los califas de Córdoba, favorecían este comercio, que venía á aumentar el muy im

portante que se hacía por las extensas costas de la Península, de Italia y Francia.

Las artes, hijas naturales del comercio, aña. dieron un nuevo brillo al reinado de Abderramán. Los palacios, los jardines, de gran renombre en todo el mundo, las mismas fiestas magníficas y suntuosas de su corte, atraían de todas partes á artistas y arquitectos. Era, pues, Córdoba, por decirlo así, como el centro de la industria y el asilo de las ciencias. La geometría, la astronomía, la química, la medicina, tenían sus escuelas, que después se hicieron célebres, y de las cuales salieron, entre otros, Averróes y Abenzóar.

Los poetas, los filósofos, los médicos árabes, gozaban de tal fama, que Alfonso el Grande, rey de Asturias, deseando hallar hombres capaces de instruir a su hijo, el príncipe Ordoño, tuvo que recurrir á preceptores moros, á pesar de la diferencia de religión; y uno de los sucesores de aquel rey, Sancho, de León, atacado de una hidropesía, considerada por los suyos como incurable, no tuvo inconveniente en ir á Córdoba en persona, para ponerse en manos de los cirujanos de su enemigo Abderramán, los cuales consiguieron curarle. Este hecho singular en aquellos tiempos de tan terribles guerras de razas, hace tanto honor á los sabios musulmanes

por su acierto y su humanidad, como al califa por su generosidad y al rey cristiano por su noble confianza,

Tal era el estado de Córdoba bajo el reinado de Abderramán III. Este ocupó el trono más de cincuenta años, y ya se ha visto como supo gobernar. Pero nada podría dar una idea de las cualidades de este príncipe, y hasta qué punto estaba elevado sobre el nivel de los demás sus contemporáneos, como el escrito trazado por su propia mano, que se halló entre sus papeles después de su muerte, el cual decía así: «Cincuenta años han pasado desde que empecé á ocupar el califato. Riquezas, honores, placeres, de todo he gozado, y todo me ha hastiado. Los reyes, mis rivales, me estiman, me respetan y hasta me envidian. Cuanto los hombres desean me lo ha concedido el cielo. Y me he puesto á calcular, y he contado los días en que verdaderamente he sido dichoso durante tan largo espacio de aparente felicidad, y su número no pasa de catorce. Mortales ¡ved lo que es el poder, el mundo y la vida humana! »

Este monarca tuvo por sucesor á su hijo primogénito Abul-Abbas Al-Hakhen, quien, lo mismo que su padre, tomó el título de Emir al munemín.

III

El coronamiento de Hakhem se efectuó con gran pompa en la villa de Azarah. El nuevo califa recibió el juramento de fidelidad de los jefes de la guardia scytha, cuerpo de ejército muy importante compuesto de extranjeros, y que fué creado por Abderramán III. Los hermanos, los parientes todos del monarca, los visires, y el primero entre éstos el hadjed, los eunucos blancos y negros, los arqueros y coraceros de la guardia, juraron asimismo obedecer al soberano. Esta ceremonia terminó con los funerales de Abderramán, cuyo cuerpo fué trasladado á Córdoba para ser enterrado en el panteón de sus abuelos.

Hakhem no poseía las dotes militares de su padre, pero tan hábil y prudente como éste, logró vivir tranquilamente; su reinado fué el de la paz y la justicia.

Los esfuerzos, la vigilancia de Abderramán, habían apagado las discordias entre los suyos.

Luego, los reyes cristianos, divididos y en pugna unos contra otros, no pensaban en inquietar á los moros. La tregua pactada por éstos con Castilla y León sólo una vez se rompió, y en ésta, el califa que mandaba en persona sus tropas, obtuvo la victoria, y aun conquistó algunos pueblos á los españoles.

Durante el resto de su reinado, Hakhem se dedicó casi por completo á hacer felices á sus vasallos, á cultivar las ciencias, á acumular en su palacio una cantidad inmensa de libros, y sobre todo á hacer cumplir y respetar las leyes.

Estas leyes eran tan pocas en número como sencillas. Entre los moros no existía en rigor código civil, sino que era el mismo religioso del que se servían en su caso. Su jurisprudencia se reducía á la aplicación de los principios contenidos en el Alcorán. El califa, como jefe supremo de la religion, podía, sí, interpretar dichos principios, pero nunca infringirlos. Todas las semanas, una vez por lo menos, oía en audiencia pública las quejas de sus vasallos, interrogaba á los acusados, y sobre el terreno disponía el castigo de los culpables. Los gobernadores nombrados por él para las provincias y las ciudades, mandaban militarmente, percibían los impuestos, administraban justicia en su nombre, y res

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