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ca con su ejército á Alfonso y le vence en esta primera batalla. Luego, volviendo sus armas contra Bénabed, toma á Córdoba y pone sitio á Sevilla. Ya esta ciudad iba á ser asaltada, cuando el virtuoso Bénabed tomando una resolución heroica, va á entregarse al marroquí, salvando así á sus súbditos de los horrores del pillaje, pero sacrificando su corona así como su libertad. Al monarca sevillano siguió toda su familia, compuesta de cien hijos.

El bárbaro Almoravid llevó su crueldad hasta hacer cargar de cadenas al anciano monarca; y temiendo que sus pueblos, que tanto le amaban por su extremada bondad, se levantaran en su favor, dispuso que fuera trasladado á Africa, donde sus hijas se vieron obligadas á trabajar con sus manos para mantener á su padre y á sus hermanos. El infortunado Bénabed vivió seis años en el destierro, sin desear su trono más que por sus queridos súbditos; no soportando la vida, sino por sus amados hijos, y dedicando mucha parte de su tiempo en escribir sentidas poesías, en las que consuela á su familia, y recordando su pasada grandeza, muéstrase como ejemplo á los poderosos que fian en la fortuna.

Dueño ya de Sevilla y de Córdoba, Ben-Tessefin no tardó mucho en someter á los demás

pequeños estados musulmanes. Reunidos los moros bajo el mando de aquel poderoso monarca, llegaron á constituir un serio peligro para sus vecinos. Así lo comprendieron los españo. les, pues suspendiendo sus particulares querellas hicieron alianza entre sí para defenderse de los agarenos. Sucedía esto precisamente en aquel tiempo en que el sentimiento religioso de Europa llegó á su apogeo, cuando los guerreros de la cristiandad abandonaban sus familias y sus hogares para ir á pelear contra los infieles. Raimundo de Borgoña y su pariente Enrique, ambos de la estirpe real de Francia, así como el conde de Tolosa y otros caballeros, seguidos de numerosos vasallos, atravesaron los Pirineos, y fueron á alistarse bajo las banderas del rey de Castilla.

Los africanos llevaron desde luego la peor parte en los encuentros habidos, y Ben-Tessefin se vió obligado á emprender la huída, embarcándose para el Africa. En agradecimiento á los que de tal suerte le habían ayudado, Alfonso otorgó sus hijas en matrimonio: la mayor Urraca, casó con Raimundo de Borgoña, de la cual tuvo un hijo que fué después rey de Castilla; Teresa, fué esposa de Enrique, llevando en dote las tierras que éste había conquistado, además

de las que pudiera adquirir en Portugal, teniendo de aquí origen este reino; Elvira se unió al otro Raimundo, conde de Tolosa, quien la llevó consigo á la Tierra Santa, en donde con su valor fundó un nuevo Estado.

Excitados por este ejemplo, otros franceses acuden después para ayudar al rey de Aragón, Alfonso el Batallador, el cual había puesto cerco á Zaragoza; logrando al cabo entre todos apoderarse de este antiguo reino de los moros.

El hijo de Enrique de Borgoña, Alfonso I, rey de Portugal, tan célebre en la historia por su denodado valor, aprovechándose de una escuadra compuesta de buques ingleses, germanos y flamencos, que iban á la guerra de Tierra Santa, pone sitio á Lisboa, y después de varios encuentros encarnizados toma por asalto la plaza; desde entonces es ésta la capital del reino lusitano.

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También por este tiempo, los reyes de Castilla y de Navarra extendieron sus conquistas. Los moros eran arrojados de todas partes, sus mejores plazas eran ocupadas, sin que los Almoravides hicieran grandes esfuerzos por recobrarlas.

Estaban por aquel tiempo los príncipes Almoravides muy ocupados en combatir en su

mismo territorio á un nuevo y terrible enemigo. Eran éstos unos sectarios de la religión de Mahoma, cuyo jefe, Tomrut, bajo pretexto de restablecer en su primitiva pureza la doctrina del profeta, iba preparándose el camino para el trono, lo que consiguió al fin, destronando la antigua dinastía. Dueños de Marruecos los vencedores Almohades, que así se denominaron, empezaron por destruir la raza de sus enemigos, según bárbara costumbre del Africa.

Y hay que admirar cómo en medio de tanta división, de tantas guerras y trastornos, seguíanse cultivando las bellas artes en Córdoba para gloria de los sarracenos. Ciertamente que esta población no tenía la vida ni el esplendor del tiempo de Abderramán, pero sus renombradas escuelas de filosofía, de medicina y aun de retórica, subsistían, y de ellas salieron durante el siglo XII muchos hombres notables, entre ellos Abenzóar y el famoso Averróes. El primero tan entendido en medicina como en cirugía y farmacia, vivió, según se dice, ciento treinta y cin co años, habiendo dejado escritas diversas obras muy estimadas entre los sabios. El segundo, médico también, pero al mismo tiempo filósofo, poeta, jurisconsulto y comentador, adquirió una gran reputación que los siglos han confir

mado. La misma división que éste hizo del tiempo de su vida, puede ser ya objeto de profunda meditación; en su juventud fué apasionado por los placeres, y cultivó la poesía; ya en edad madura, quemó los versos que había escrito, estudió legislación y ocupó una plaza de juez; cuando empezó á envejecer, se ocupó en la medicina; y, en fin, al llegar al último tercio de su existencia, se entregó con entusiasmo á la filosofía, abandonando toda otra ocupación. Averroes fué el primero que extendió entre los moros el gusto por la ciencia y la literatura griegas, debiéndose á él una hermosa traducción al árabe y unos comentarios muy razonados de las obras de Aristóteles; así como también escribió diversos libros de filosofía y medicina, y gozó de la gloria de ilustrar á los hombres y serles útil al propio tiempo.

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