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sería la aflicción de la joven viuda, recién venida á país extranjero, y cuál el dolor de una madre tan amorosa y tierna como la reina Isabel, por más medios que se emplearan para prepararla á recibir el terrible golpe. No es maravilla que traspasara como un dardo los corazones de la esposa de los padres la muerte de un príncipe que apesadumbró profundamente á todos los españoles, que cifraban en sus bellas dotes intelectuales y morales las más lisonjeras esperanzas para el porvenir de la monarquía. Muchas fueron las demostraciones públicas con que la nación manifestó su sentimiento. La corte vistió un luto más riguroso de lo que acostumbraba: enarboláronse banderas negras en las puertas y en los torreones de las ciudades; cerráronse por cuarenta días todas las oficinas y oficios públicos y privados, «y fueron. dice un cronista, las honras y obsequias las más llenas de duelo y tristeza que nunca antes en España se entendiese haberse hecho por príncipe ni por rey ninguno (1).»

Fundábase algún consuelo en el estado de preñez en que se quedó la princesa Margarita, y en la esperanza de que podría nacer un heredero varón. Mas esta esperanza se desvaneció también muy pronto, malpariendo la ilustre viuda una niña, con lo cual llegó á su último punto la aflicción general. La desconsolada Margarita, por más pruebas de cariño y por más halagos que recibía de los padres de su difunto esposo, no tuvo ya gusto para permanecer en España, é instigada al propio tiempo por los flamencos de su servidumbre, determinó volverse á su tierra. Verémosla más adelante casada otra vez, y otra vez viuda. desempeñando importantes cargos políticos con el talento y la discreción de que en su juventud había mostrado ya estar adornada

Muerto sin sucesión el príncipe de Asturias, heredaba la corona según las leyes de Castilla su hermana mayor doña Isabel, reina de Portugal. Mas no tardó en saberse que contra toda razón y derecho el archiduque Felipe de Austria, casado con doña Juana, había tomado para sí y para su esposa el título de príncipes de Castilla, apoyado por el emperador su padre. Esta injustificada usurpación, que descubría ya los proyectos ambiciosos de la casa de Austria, y contra la cual protestaron inmediatamente los Reyes Católicos, movió á estos monarcas á llamar apresuradamente á los reyes de Portugal sus hijos para que recibiesen en las cortes de Castilla el reconocimiento y título de príncipes de Asturias y de herederos de estos reinos. Partieron, pués, los reales esposos de Lisboa (fin de marzo, 1498). Desde su entrada en Extremadura hasta Toledo, donde estaban convocadas las cortes, todo fué agasajos y obsequios prodigados á porfía por los monarcas españoles y por los grandes y señores castellanos. A 29 de abril, ante los prelados, nobles, caballeros y procuradores de las

su preceptor Pedro Mártir, los médicos le habían aconsejado que se apartara por algún tiempo de su joven esposa, remedio á que se opuso la reina, llevando por conciencia al extremo aquella máxima evangélica: quos Deus conjunxit, homo non separet.—Opus Epistolarium, epistol. 176.

(1) Su cadáver fué enterrado en el convento de Santo Tomás de la ciudad de Ávila. -Mártir, Opus Epist.-Marinco, Cosas memorables.--Blancas, Coronaciones. —Abarca, Reyes de Aragón, Rey XXX, cap. x.-Zurita, Rey don Hernando, lib. III, cap. VI.

ciudades de Castilla congregados en la gran basílica de Toledo, se reconoció y juró á la princesa doña Isabel, reina de Portugal, por sucesora legítima de los reinos de Castilla, León y Granada para después de los días de la reina doña Isabel su madre, y al rey don Manuel de Portugal su esposo por príncipe, y después por rey.

Seguidamente partió la corte para Zaragoza, donde el rey don Fernando había convocado cortes de aragoneses para el 2 de junio, con objeto de que hiciesen igual reconocimiento por lo respectivo á aquellos reinos. Acompañaban á los reyes y príncipes de España y Portugal los principales personajes eclesiásticos y seglares de ambas naciones. Pero allí ocurrieron dificultades que no debían sorprender, nacidas de los usos y costumbres de aquel reino en materia de sucesión, y de la fidelidad y constancia de los aragoneses en la observancia de sus costumbres y fueros. Así fué que cuando don Fernando, en sesión del 14 de junio, sentado en su solio, propuso á las cortes aragonesas el reconocimiento de su hija primogénita como heredera de los reinos de la corona de Aragón á falta de hijos varones, por más que apeló con muy dulces palabras á su amor y fidelidad, y ofreció que les tendría muy en memoria aquel servicio, opusieronle desde luego con su natural franqueza los inconvenientes de alterar la costumbre del país, confirınada por los testamentos de varios reyes, por la cual no eran admitidas á la sucesión de aquellos reinos las hembras. Prolongáronse con tal motivo las cortes, bien á pesar del rey don Fernando, suscitándose las cuestiones y debates que ya en otros semejantes casos se habían sostenido, y citando cada cual ejemplos y alegando razones en pro y en contra de la sucesión femenina, según la opinión ó el interés de cada uno (1). Un camino se hallaba para conciliar los deseos de todos, aunque algo dilatorio, que era una cláusula del testamento del último rey de Aragón don Juan II, por la cual se daba derecho de sucesión, en el caso de no tener el rey hijos varones, á los descendientes varones de sus hijas, ó sea á los nietos; y como doña Isabel se hallaba en cinta y en meses ya mayores, convendría diferir la resolución por si naciese un hijo, con lo cual se disiparían las dudas y cortarían las discordias.

Así aconteció para alegría y para pesar de los Reyes Católicos. El 23 de agosto, reunidas todavía las cortes, dió á luz la reina de Portugal un príncipe, mas con la triste fatalidad de que con el gozo del nacimiento del hijo se juntara el llanto de la muerte de la madre. A la hora de su alumbramiento expiró la princesa Isabel; terrible golpe para sus padres, aun no recobrados del amargo pesar de la pérdida de su único y querido hijo. Las esperanzas de los españoles se concentraron todas en el recién nacido, á quien se puso por nombre Miguel, de la iglesia parroquial en que se bautizó (4 de setiembre). El rey don Manuel de Portugal, su padre, dejó el título de príncipe de Castilla, y ya ni unos ni otros tuvieron dificultad en

(1) Todos los fundamentos que por una parte y otra se expusieron en estas cortes acerca de la famosa y siempre debatida cuestión de la exclusión de las hembras para suceder en el trono aragonés, y que no fueron sino una explanación de los que dejamos expuestos en varios lugares de nuestra historia, se hallan extensamente tratados en el tomo V de los Anales de Zurita, Rey don Hernando, lib. III, cap. xxx.

reconocer y jurar al infante don Miguel como sucesor y legítimo heredero de los reinos de Castilla y de Aragón. Así se verificó tan pronto como la reina Isabel se halló un tanto aliviada de una enfermedad que tan repetidas y grandes pesadumbres le habían ocasionado. Fué, pues, jurado el tierno príncipe (22 de setiembre) por los cuatro brazos del reino reunidos en el salón de la casas de la diputación, nombrándose á sus abuelos Fernando é Isabel guardadores del futuro heredero, y obligándose éstos solemnemente, en cuanto podían, á que cuando el príncipe niño llegase á mayor edad juraría por sí mismo guardar y conservar al reino de Aragón sus fueros y libertades. Celosos siempre de éstas los aragoneses, hicieron también una solemne protesta para que aquel reconocimiento no causase perjuicio á sus fueros, usos, privilegios y costumbres, y que se entendiese que no por eso fuesen obligados á jurar los primogénitos antes de los catorce años, en conformidad á lo que las leyes del reino disponían (1).

Al año siguiente (enero, 1499) fué reconocido también el príncipe don Miguel y jurado heredero de los reinos de León y Castilla en las cortes de Ocaña; y los portugueses le juraron á su vez en las de Lisboa (16 de marzo) como legítimo sucesor de aquel reino. De esta manera un príncipe niño venía á reasumir en sí el derecho de unir en su cabeza las coronas de las tres principales monarquías españolas, Portugal, Castilla y Aragón; combinación que deseaban hacía mucho tiempo los Reyes Católicos, y de que se alegraban los pueblos de Castilla, no obstante que hubiese sido producida por bien tristes causas y acontecimientos, pero que miraban con recelo los portugueses, temerosos de perder con la unión á mayores Estados su importancia y su independencia (2). Pronto quedaron desvanecidas las esperanzas de los unos y los temores de los otros, y malograda la única ocasión que hasta entonces se había presentado de unirse en una misma cabeza, sin guerras, sin hostilidades, sin menoscabo de la independencia y sin mortificación del amor nacional, las coronas de los tres reinos de la península española llamados por la naturaleza á formar una gran familia y una sola monarquía. No habían acabado para los Reyes Católicos los infortunios y las pérdidas de familia, que inutilizaban y frustraban todos sus planes en punto á la sucesión futura del reino. Todo se trocó y deshizo con el fallecimiento del tierno príncipe en Granada (20 de julio, 1500), y la sucesión de los reinos de Castilla recayó por esta serie de fatales defunciones en la princesa doña Juana, esposa del archiduque Felipe de Alemania.

Todavía, no queriendo los Reyes Católicos renunciar á las ventajas de una buena y amistosa relación con el vecino reino de Portugal, lograron enlazar otra vez con su familia al monarca viudo don Manuel por medio del matrimonio que se concertó (abril de 1500) con la infanta doña María,

(1) Blancas, Coronaciones, cap. XIX.-Zurita, ubi sup.-Bofarull, Condes de Barcelona, t. II, pág 335.

(2) Antes de jurar al príncipe exigieron los portugueses al rey la declaración de que en caso de llegar á reunirse los dos reinos no les quitaría la administración de la justicia y de la hacienda de Portugal, y que por ningún título y en ningún tiempo sería dado sino á portugueses, entendiéndose lo mismo en las alcaidías y tenencias de las villas y castillos, de lo cual les dió el rey su privilegio sellado.

hija tercera de aquellos reyes, con quien antes de su casamiento con la princesa Isabel había estado ya tratado. Tal fué el interés y el afán con que Fernando é Isabel procuraron las colocaciones más ventajosas para sus hijos, tal la política con que manejaron este asunto, haciéndole uno de los resortes más importantes de sus planes, y tal el estado y situación creada por aquellos enlaces al terminar el siglo XV (1).

(1) Además de los hijos legítimos que hemos mencionado, tuvo don Fernando el Católico otros cuatro naturales, á saber: don Alfonso de Aragón, que nació en 1469 de doña Aldonza Roig, vizcondesa de Evol, el cual fué arzobispo de Zaragoza: doña Juana de Aragón, habida de una señora de la villa de Tárrega, que casó con el gran condestable de Castilla don Bernardino Fernández de Velasco; y dos llamadas Marías, la una hija de una señora vizcaína, y la otra de una portuguesa, y ambas fueron religiosas y prioras del convento de Agustinas de Santa Clara de Madrigal.--Bofarull, Condes de Barcelona, t. II, pág. 341.

A esta doña Juana de Aragón había tratado su padre de casarla en Escocia. Tenemos á la vista una larga carta del rey don Fernando (copiada en el archivo de Simancas, Tratados con Inglaterra, Legajo 1) á sus embajadores don Diego de Vergara y el Doctor de Puebla, en la cual se halla el siguiente curioso párrafo relativo á este asunto: «Y quanto á lo que vos el doctor fecistes en Escocia en lo que toca al casamiento, bien creimos que con buena intencion vos movistes á decir lo que digistes, pero no fué bien desir que doña Juana era fija legítima de casamiento secreto, porque ya vedes quanto inconveniente puede traer aquello; por ende procurad luego como su embaxada sepa antes que parta para acá, de vos antes que de otro, que no es legítima, porque es imposible, veniendo por donde decís que han de venir, no haya quien ge lo diga, y aun nosotros ge lo diriamos, pero podesle desir que es fija natural que fué avida antes del matrimonio, y esto por ellos sabido, si quisieren venir para asentar esto de doña Juana, y non para demanda otra de nuestras fijas, vengan, aunque se haya de acrescentar en el dote de doña Juana fasta en otro tanto quanto de acá llevastes, segund nos lo escribistes; pero si llegado esto al cabo vierdes que no verná la embaxada de manera alguna para esto de doña Juana, solo porque non se quiebre la pendencia con el rey de Escocia, por el bien que viene dello al rey de Inglaterra, porque no se concierten con rey de Francia, pues decís que ellos se tienen por tanta parte que nos farán dar á Rosellon: entretenedlos disiendo: acábese primero lo de Rosellón, y entonces le daremos una de nuestras fijas, y porque creemos que esto de Rosellón non podrán acabar con el rey de Francia, todo el tiempo que se detoviese en la negociacion dello se deterná de concertar con el rey de Francia, podrá ser que del todo se desconcierte con él sobre ello.>>

el

CAPÍTULO XIII

CISNEROS -REFORMA DE LAS ÓRDENES RELIGIOSAS

De 1493 á 1498

Confesores y consejeros de la reina Isabel.—Virtudes y carácter del obispo don Fr. Fernando de Talavera.-Idem del gran cardenal don Pedro González de Mendoza: su muerte.-Fray Francisco Jiménez de Cisneros.-Su nacimiento, estudios y carrera. -Cómo y por qué fué preso por el arzobispo de Toledo: su carácter independiente. -Cisneros en Sigüenza.—Toma el hábito en la orden de San Francisco.-Su vida penitente y austera: sus virtudes.-Cisneros en los conventos del Castañar y de Salceda-Elígenle guardián de su convento.-Cómo fué nombrado confesor de la reina.—Su virtuosa abnegación.—Medita la reforma de las órdenes religiosas: dificultades que encuentra.-Es nombrado arzobispo de Toledo: tenacidad con que se resiste á aceptar la mitra: oblíganle la reina y el papa.-Notable ejemplo de independencia y de justificación.-Vida ascética, frugal y penitente de Cisneros.-Prosiguen la reina y el arzobispo la obra de la reforma.-Dulzura de Isabel y severidad de Cisneros.—Medios que emplean sus enemigos para desacreditarle con la reina: sigue Isabel protegiéndole.-Obstáculos para la reforma; oposición del cabildo de Toledo: resistencia de los franciscanos: breves del papa.-Perseverancia de la reina y del arzobispo.-Superan las dificultades, y reforman las órdenes religiosas.-Reforma del clero secular.

No basta á los príncipes y á los soberanos y jefes de las naciones para regir con acierto un grande Estado, guiarse por sus propias luces y talento. Por grande y privilegiado que sea éste, y por luminosas que se supongan aquéllas, necesitan rodearse de varones doctos y de consejeros prudentes, que, ó los ayuden con su consejo, ó les inspiren ideas saludables, ó sepan ejecutar y dar cumplida cima á sus pensamientos. De la elección acertada ó inconveniente de las personas depende la buena ó mala dirección de los asuntos públicos y el éxito feliz ó desgraciado de los más graves negocios. Esta fué precisamente una de las dotes en que sobresalió más la reina Isabel, y en que más se mostró la discreción y buen juicio de aquella gran señora. No solamente tuvo un admirable tino, resultado de la penetración de su ingenio, para conocer y elevar los sujetos de más valer por sus virtudes y su talento y llevarlos cerca del trono, sino también para darles aquel grado de autoridad, y dispensarles aquella honra y consideración á que su saber y sus prendas los hacían acreedores.

Limitándonos ahora á los que escogió para directores de su conciencia, cargo de la primera importancia en aquel tiempo, y al que era como inherente un influjo grande en los negocios del Estado, aparte de una lamentable excepción, en la que precisamente tuvo menos participación su voluntad (1), siempre se pronunciarán con veneración y respeto los nombres de don Fr. Fernando de Talavera y de don Pedro González de Mendoza. Nada más merecido y justificado, y nada más honroso para la

(1) La de Fr. Tomás de Torquemada, que lo fué en la primera edad de aquella ilustre princesa.

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