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CAPÍTULO VIII

EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS

1492

Edicto de 31 de marzo expulsando de los dominios españoles todos los judíos no bautizados.--Plazo y condiciones para su ejecución.-Salida general de familias hebreas, -Países y naciones en donde se derramaron.-Cuadros horribles de las miserias. penalidades y desastres que sufrieron.-Cálculo numérico de los judíos que salieron de España.-Juicio crítico del famoso edicto de expulsión: bajo el punto económico: bajo el de la justicia y la legalidad.-Examínase la verdadera causa del ruidoso decreto.-Júzgase la conducta de los reyes al sancionarle.-Efectos que produjo.

Resonaban todavía en las calles de Granada y en las bóvedas de los templos nuevamente consagrados al cristianismo los cantos de gloria con que se celebraba el triunfo de la religión, cuando la mano misma que había firmado la capitulación de Santa Fe, tan amplia y generosa para los

zaron también, y adoptaron los nombres de don Fernando y don Juan con el apellido de Granada. Con el tiempo fueron trasladados á Castilla con título y rentas de infantes. Don Fernando de Granada casó con doña María de Sandoval, biznieta del primer duque del Infantado, y murió sin sucesión en Burgos en 1512. Don Juan de Granada enlazó con doňa Beatriz de Sandoval, prima de la anterior, hija del conde de Castro. Sus descendientes emparentaron también con las familias más nobles de España. Los duques de Granada conservaron el linaje y blasón de los reyes Alhamares.

El principe Cid Hiaya. Este noble y valeroso defensor de Baza abrazó igualmente la religión de Jesucristo, y tomó el nombre bautismal de Don Pedro de Granada Venegas. Fué alguacil mayor de Granada, y obtuvo la insignia de la orden y caballería de Santiago. Permaneció algún tiempo en aquella ciudad, pero agraviado de los reyes, que le hicieron renunciar sus posesiones antiguas sin indemnizarle, se retiró á Andarax, donde murió en 1506. Su hijo y sus dos hijas también abjuraron la fe de Mahoma. Aquél, llamado don Alonso de Granada, casó de primeras nupcias con la ilustre doǹa María de Mendoza, y su descendencia radica hoy en la casa de los marqueses de Campotejar. De segundas nupcias enlazó con doña María Quesada, y sus descendientes pertenecen hoy también á ilustres casas españolas.-Pueden verse más noticias genealógicas de estas familias en Galindez de Carvajal, Memorial ó Registro breve, etc., Salazar de Mendoza, Crón. del Gran Cardenal, y sobre todo en escrituras y árboles genealógicos sacados del archivo de Simancas, y de las casas de Campotejar y Corvera. Lafuente Alcántara las cita en su Historia de Granada, t. IV, cap. XVIII.

PERSONAJES CRISTIANOS.-El condestable de Castilla, don Pedro Fernández de Velasco, bajó al sepulcro con la dulce y muy reciente satisfacción de dejar á Granada en poder de sus reyes, pues falleció el mismo día 6 de enero.

El adelantado de Andalucía, don Pedro Enríquez, gozó también poco tiempo el placer de ver concluída una guerra en que tanta parte había tenido, sobrecogiéndole la muerte en el camino de Granada á Sevilla en un ventorrillo junto á Antequera.

El duque de Alburquerque, don Beltrán de la Cueva, antiguo favorito de Enrique IV, falleció también aquel mismo año de 1492, después de haber visto cuán inmensos beneficios trajo á España la atinada resolución de haber hecho reina de Castilla á la prin

vencidos musulmanes, firmaba un edicto que condenaba á la expatriación, á la miseria, á la desesperación y á la muerte muchos millares de familias que habían nacido y vivido en España. Hablamos del famoso edicto expedido en 31 de marzo, mandando que todos los judíos no bautizados saliesen de sus reinos y dominios en el preciso término de cuatro meses, en

cesa Isabel con preferencia á doña Juana la Beltraneja, que la fama popular suponía hija suya.

El marqués de Cádiz y el duque de Medina-Sidonia. ¡Coincidencia admirable y singular! En una misma semana de agosto de aquel año memorable, y según algunos en el mismo día (el 28), descendieron puede decirse simultáneamente á la tumba los dos ilustres y antiguos rivales y enemigos encarnizados, después nobles y generosos amigos, don Rodrigo Ponce de León y don Enrique de Guzmán, los dos más poderosos magnates de Andalucía, campeones esclarecidos en la guerra contra los moros, y á quienes la hábil y virtuosa Isabel con su industria y sagacidad había convertido de adversarios terribles en amigos leales y tiernos, de vasallos revoltosos en esforzados capitanes y en terror de los enemigos de la fe.

El marqués duque de Cádiz, nervio y alma, y como el Aquiles de esta famosa guerra, que desde su principio hasta su fin, desde la sorpresa de Alhama hasta la rendición de Granada se encontró en todas las batallas, y se señaló por su esfuerzo en todos los combates; el más cumplido caballero castellano, amante de sus reyes, amado de sus vasallos y galante con las damas, tan activo para adquirir bienes como pródigo en gastarlos; este insigne campeón de su religión y de su patria, sobrevivió poco á la conquista de Granada, muriendo todavía en buena edad (49 años) á consecuencia de sus largas fatigas y padecimientos, y como si este soldado de la fe,·lo mismo que su amigo el de Medina-Sidonia, vencidos los guerreros de Mahoma, hubieran cumplido su misión sobre la tierra.

Muchos son los cronistas de los siglos XV y XVI que nos dan noticias acerca de la guerra de Granada. Sin embargo, nuestros lectores habrán observado que en lo general hemos dado la preferencia y escogido por guías entre los contemporáneos, á Hernando del Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, que acompañó á la reina en sus expediciones militares; á Andrés Bernáldez, cura de los Palacios junto á Sevilla, que estuvo en íntimas relaciones con el marqués de Cádiz y con los principales señores de Andalucía, y pudo ver la mayor parte de los sucesos; á Pedro Mártir de Angleria, á quien trajo de Roma á España el conde de Tendilla, que presenció el sitio de Baza, acompañó al ejército en las campañas posteriores, y tuvo cátedras después en varias universidades del reino; á los ilustrados Lucio Marineo y Antonio de Lebrija, dos de los literatos más eruditos de su tiempo, sin perjuicio de valernos de los demás cronistas é historiadores que hemos citado, y de los documentos que se conservan en los archivos de Simancas y en otros particulares.-De entre los modernos historiadores, los que á nuestro juicio tratan los sucesos de esta guerra con más juicio, método, orden, extensión y claridad, son William Prescott, en su History of the reign of Ferdinand and Isabella, the catholic, perfectamente vertida al español por el académico señor Sabau y Larroya, y Lafuente Alcántara en la suya, De la ciudad y reino de Granada, éste con más latitud, pues dedica á ella cerca de 330 páginas.-El erudito anglo-americano Washington Irving en la Crónica de la Conquista de Granada, Chronicle of the Conquest of Granada, ha embellecido la relación de los importantes acontecimientos de este período dándole cierta forma épica, ó sea de lo que los extranjeros llaman romance; pero como dice un ilustrado escritor, extranjero también, «haciendo justicia á la brillantez de sus descripciones y á su habilidad dramática, no se sabe en qué clase ó categoría colocar su libro, pues para romance hay en él demasiada realidad, y para crónica no hay bastante.»>

cuyo plazo se les permitía vender, trocar ó enajenar todos sus bienes muebles y raíces, pero prohibíaseles sacar del reino y llevar consigo oro, plata, ni ninguna especie de moneda.

Esta dura y cruel medida contra los israelitas, tan contraria al carácter compasivo y humano de la bondadosa Isabel, y tan en contradicción. con las generosas concesiones que el mismo Fernando acababa de hacer

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en su capitulación á los mahometanos, había de ser sin remisión ejecutada y cumplida, bajo la pena de confiscación de todos sus bienes, y con expreso mandamiento á todos los súbditos de no acoger, pasado dicho término, en sus casas, ni socorrer ni auxiliar en manera alguna á ningún judío. En su virtud, los desgraciados hebreos se prepararon á hacer el forzoso sacrificio de desamparar la patria en que ellos y sus hijos habían nacido, la tierra que cubría los huesos de sus padres y de sus abuelos, los

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hogares en que habían vivido bajo el amparo de la ley, y el suelo á que por espacio de muchos siglos habían estado adheridos ellos y sus más remotos progenitores, para ir á buscar á la ventura en naciones extrañas una hospitalidad que no solía concederse á los de su raza, un rincón en que poder ocultar la ignominia con que eran arrojados de los dominios

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españoles. Vanas eran cualesquiera tentativas de los proscritos para corjurar la tormenta que sobre sus cabezas rugía. El terrible inquisidor Torquemada esgrimía sobre ellos las armas espirituales de que se hallaba provisto, y por otro edicto de abril prohibía á todos los fieles tener trato ni roce, ni aun dar mantenimiento á los descendientes de Judá, pasados

los cuatro meses (1). No había compasión para la raza judaica: el clero predicaba contra ella en templos y plazas, y los doctores rabinos apelaban también á la predicación para exhortar á los suyos á mantenerse firmes en la fe de Moisés, y á sufrir con ánimo grande la prueba terrible á que ponía sus creencias el Dios de sus mayores. Así lo comprendió ese pueblo indómito y tenaz, pues casi todos prefirieron la expatriación al bautismo. Antes de cumplir el edicto, iban, como sucedió en Segovia, á los osarios

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ó cementerios en que descansaban las cenizas de sus padres, y allí estaban días enteros llorando sobre las tumbas y deshaciéndose en tiernos lamentos (2).

(1) Dice Llorente, y de él sin duda lo tomó Prescott, que los judíos ofrecieron á los reyes treinta mil ducados de oro con tal que anularan el edicto: pero que entrando Torquemada en el salón en que recibían al comisionado de los hebreos, sacó un crucifijo de debajo de los hábitos, y presentándolo á los monarcas les dijo: Judas Iscariote vendió á su maestro por treinta dineros de plata: vuestras altezas le van á vender por treinta mil: aquí está, tomadle y vendedle. Y arrojándole sobre la mesa, se salió de la sala.-El ofrecimiento de los judíos no nos parece inverosímil: lo que nos lo parece más, es que el inquisidor, por mucha que fuera su confianza con los reyes, sc propasara á hablarles con aquel atrevimiento sin excitar su enojo y su correspondiente correctivo. Diremos aquí de paso, que extrañamos que el moderno historiador de Granada, señor Lafuente Alcántara, tan celoso investigador y narrador tan puntual de las cosas de aquel reino, no haga mención siquiera del famoso edicto de expulsión de los judíos, que aunque general para todos los de España fué expedido en aquella ciudad, y produjo allí mismo tan graves resultados.

(2) Colmenares, Hist. de Segovia, cap xxxv.

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