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tándola sino muy forzado. Pero Cardona lo hizo tan al revés, que sabiendo que los franceses se habían bajado sobre Rávena, abandonó su fuerte y ventajosa posición del Castillo de San Pedro y se fué á buscarlos.

Funesta fué á la causa de la liga la desobediencia del general español al prudente consejo de su monarca. La batalla que se dió á la vista de los muros de Rávena fué la más sangrienta que hacía un siglo había enrojecido los hermosos campos italianos. Era el primer día de la pascua de Resurrección (1512), cuando se oyeron retumbar los cañones de uno y otro campo; la artillería de los enemigos hizo gran destrozo en la hermosa infantería española capitaneada por el conde Pedro Navarro, que imprudentemente la expuso á los tiros de las baterías francesas: mas luego la condujo contra los lansquenetes alemanes armados de largas picas, y arremetiéndoles los españoles con sus espadas cortas tan de cerca que les impedían el uso de sus incómodas armas, les arrollaron y deshicieron, acreditando más que nunca la superioridad de la infantería española. Pero no ayudada por la gente de á caballo, y cargando sobre ella toda la gendarmería francesa, capitaneada por aquel Ivo de Alegre, tan famoso ya en otro tiempo en las guerras con el Gran Capitán, obligaron á los aliados á recogerse con gran pérdida, bien que costara también la vida al caudillo Alegre, como antes había perecido Zamudio y otros valerosos capitanes españoles. Repusiéronse éstos un tanto y arremetieron con tal furia, que llegó á estar otra vez dudosa la batalla, cuando se presentó el joven duque de Nemours. y combatiendo como el más brioso soldado en lo más recio de la pelea, dicidió la victoria en favor de los franceses, bien que la compró con su propia vida: un soldado español le derribó del caballo y le atravesó con su espada, sin que le hubiera servido exclamar: Soy Gastón de Foix, hermano de la reina de Aragón. Pero ya entonces habían muerto los mejores capitanes españoles, otros habían sido hechos prisioneros, y el ejército aliado se retiró deshecho y cansado de pelear (1).

La derrota de Rávena aterró y desconcertó á los de la liga, y más á los venecianos, que se tuvieron por perdidos, juzgando ya á los franceses dueños de toda Italia; pero reanimáronlos las exhortaciones del embaja dor español conde de Cariati. El papa Julio II llegó á vacilar también; y el Rey Católico creyó necesario enviar por capitán general de la liga al Gran Capitán Gonzalo de Córdoba, y así se lo escribió al papa, sabiendo cuánto se había de animar y alegrar el pontífice, que en más de una oca

(1) Afírmase que entre la gente de uno y otro campo murieron hasta diez y ocho mil, entre ellos los caballeros y capitanes más ilustres de Francia, Italia y España. Los más notables españoles que murieron en la batalla de Rávena fueron, el valiente Zamudio, don Juan de Acuña, Jerónimo Loriz, Pedro de Paz, Diego de Quiñones, Jerónimo de Pomar, y casi todos los de infantería. Quedaron prisioneros el cardenal de Médicis, Fabricio Colona, el marqués de Pescara, el conde Pedro Navarro, que había sido herido, el conde de Monteleón, Fernando de Alarcón, los marqueses de Bitonto y de Atella, con otros muchos ilustres y muy señalados caballeros.-Guicciardini, Istoria, libro X.-Bembo, Istoria Veniziana, t. II, lib. XII.-Du Bellay, Memoires. - Brantome, Vies des Homm. Illustr., disc. 6.—Bernáldez, Reyes Católicos, cap. ceXXXI-CCXXXIII. -Zurita, Rey don Hernando, lib. IX. cap. XLI.

sión había querido nombrar general de las tropas de la Iglesia al duque de Terranova, persuadido de que con él, no sólo recobraría á Ferrara, sino que podría hacerse señor de toda Italia. Mas no tardó Fernando en arrepentirse de aquel buen pensamiento, pues tan luego como vió el diferente rumbo que llevaban las cosas de Italia y la decadencia inopinada del poder de los franceses, buscó excusas para mandar suspender la ida del Gran Capitán, y le ordenó que no se moviese de España, con gran sentimiento de aquel insigne caudillo, y con escándalo general y no poca murmuración de la ingratitud é injusticia del rey hacia el más esclarecido de sus servidores.

La victoria de Rávena que parecía deber afianzar la prepotencia francesa en Italia, fué, por el contrario, de peores consecuencias para los de aquella nación que para los vencidos aliados: La muerte de su general produjo rivalidades y discordias entre los capitanes y caudillos, insubordinación é indisciplina entre los soldados. Por otra parte el Rey Católico consiguió en aquella ocasión dos cosas por las que había estado trabajando mucho tiempo hacía, á saber, que el rey de Inglaterra su yerno entrara abiertamente en la liga, y que el emperador hiciera treguas con Venecia. Esto facilitó el paso de un ejército suizo en favor de la confederación, compuesto de unos veinticuatro mil hombres, con diez y ocho piezas de artillería. Perseguidos vigorosamente los franceses por los suizos, y abandonados por los tudescos, que se negaron á seguir sirviendo en sus filas por la seguridad que se les dió de que el emperador se declaraba contra Francia, no sólo perdieron lo que habían conquistado, sino también las ciudades de Lombardía, siendo arrojados de unas y rebelándoseles otras. En tal estado intentó Luis XII introducir la discordia entre los aliados procurando indisponer al Rey Católico con el emperador. Mas deshecha esta intriga por Fernando, volvió el francés su pensamiento á Navarra, donde sostenía el Rey Católico la guerra de que hablaremos después.

Desde que el papa Julio vió el poder de los franceses decaído en Italia y dejó de temerlos, comenzó á dar diverso rumbo á su política y á pensar en confederarse con los otros Estados para arrojar de allí á su vez á los españoles; pues la condición de aquel pontífice, como dice un historiador aragonés, «era tal que con la necesidad queria y suspiraba por el amparo del Rey Católico, y quando estaba fuera della y se veia con alguna pros peridad, tornaba á su natural condicion, que cra no reconocer obligacion de los beneficios recibidos, y pagar con ingratitud (1).» Al efecto no había medio que no empleara: negaba las pagas á los soldados y hacía que los venecianos las negasen también; indisponía á los suizos con los españoles; trataba de estorbar la ida del virrey de Nápoles don Ramón de Cardona con el ejército aliado á Lombardía y detenerle en la empresa de Milán; publicaba que quería hacer la guerra contra el turco, para excusar que el rey de Aragón tuviese ejército en Italia; andaba para todo esto en tratos con los venecianos, y aun con el mismo rey de Francia, y confiando en Venecia y en los suizos proponíase hacer con el rey de España y con el emperador lo mismo que había hecho con el de Francia, diciendo con

(1) Zurita, Rey don Hernando, lib. X. cap. XLVI.

cierto donaire: «¡Buena ganancia fuera la mía con sacar de Italia á los franceses, insolentes y de mal gobierno, pero ricos, y de tal condición que no se podían conservar mucho en un Estado, si en su lugar hubiese de hacer señores á los españoles, soberbios, pobres y valerosos!»>

Con estas disposiciones, y habiendo reemplazado en su ánimo el odio á Fernando y los españoles al que antes tenía á Luis y los franceses, todo eran planes y proyectos contra el rey y la nación española, entre ellos el de concertar al emperador con el rey de Francia contra el de España, hasta abrigar el pensamiento de hacer al emperador rey de Nápoles, con la esperanza de arrojar después de Italia á los alemanes con más facilidad que podía hacerlo con los españoles. Conocía el monarca español estos y otros manejos del inquieto y revolvedor Julio II, y aunque procuraba hacer rostro á todas las complicaciones que aquella conducta producía dentro y fuera de Italia, comprendía también que no podía haber paz y sosiego en la cristiandad, mientras el jefe visible de la Iglesia fuese el que todo lo alteraba y conmovía. En esta situación, en guerra por una parte el rey Fernando con Francia y con Navarra, envuelto por otra su virrey de Nápoles en las que allá en Italia traían entre sí el papa, el emperador. la república de Venecia, los duques de Milán, de Parma y de Ferrara, y en turbación y desasogiego todo, falleció el papa Julio II (20 de febrero, 1513), y le reemplazó en la silla pontificia el cardenal Juan de Médicis, que tomó el nombre de León X.

Desde entonces, y sin que por esto se aquietaran las agitaciones que entre todos los Estados europeos había dejado sembradas la fatal liga de Cambray, tomaron las cosas nuevo giro. Venecia, no pudiendo concertarse con el emperador, por más que en este sentido había trabajado siempre el Rey Católico, se echó en brazos de la Francia, y ajustó un tratado de confederación con el rey Luis (23 de marzo, 1513): lo cual produjo la necesidad de nuevas combinaciones. Fernando el Católico creyó entonces conveniente hacer tregua con el francés, y así se pactó (1.o de abril), con gran disgusto del emperador, el cual en su enojo propalaba que el intento del rey era librar de la guerra á España y que cargase toda sobre Italia, y que á trueque de entorpecer la venida del príncipe Carlos á Castilla, se concertaría el rey su abuelo, no sólo con Francia, sino con el infierno mismo. En efecto, la guerra ardió furiosa en Italia, principalmente en el desgraciado país de Lombardía, donde se hallaban tropas francesas, tudescas, venecianas, florentinas, pontificias, suizas y españolas. Dióse, pues, una reñida y terrible batalla (6 de junio, 1513) cerca de Novara entre franceses y suizos, en la cual aquéllos sufrieron una derrota sangrienta. De sus resultas hubieran tal vez los suizos atravesado la Francia sin oposición hasta París, si por la parte de Borgoña no hubieran sido detenidos y rotos por el señor de Tremouille. Esta fué la salvación de la Francia, y esto produjo un tratado entre suizos y franceses, en que se declaró que el rey de Francia renunciaría al concilio de Pisa, no se entrometería más en los Estados de la Iglesia, no se apartaría de la obediencia á la silla apostólica, y retiraría las guarniciones de Cremona y de Milán.

Los españoles eran los que habían quedado campeando en Lombardía, y el virrey Cardona atravesó sin resistencia el Milanesado, devastó las

tierras de Venecia, llegó á vista de la reina del Adriático, y bombardeó la ciudad. Irritó esto á los venecianos, exasperó al famoso y aguerrido Bartolomé de Albiano su general, en otro tiempo compañero de triunfos de Gonzalo de Córdoba, y se puso en armas todo el país contra los españoles. En su virtud acordaron el virrey Cardona y el marqués de Pescara, jefes del ejército aliado, tomar el camino de Vicenza, llevando consigo más de quinientos carros cargados con los despojos de su correría por las tierras venecianas. Seguíalos Albiano, y parecíale ir tan seguro de la victoria, que mandó pregonar y ordenó á sus soldados que no dejasen un alemán ni un español á vida. Pero se dió la batalla á dos millas de Vicenza (7 de octubre, 1513), y á pesar de la confianza y de la bravura del general enemigo, fué tal el arrojo, el valor y la disciplina de la infantería española, que las armas del Rey Católico ganaron en los campos vicentinos uno de los más completos, señalados y decisivos triunfos que se vieron en aquellos tiempos en las regiones de Italia. Quedaron en poder de los españoles veintidós piezas de artillería, todas las banderas y estandartes y todas las acémilas, con multitud de prisioneros. Murieron sobre cinco mil venecianos, entre ellos casi todos los capitanes, pudiendo decirse que sólo se salvaron Albiano y Gritti, huyendo el uno á Padua y el otro á Treviso (1).

Pareció esto un castigo de aquella república, que estando en liga con España é Inglaterra fué á aliarse con el mayor enemigo que había tenido. El papa León X, viendo á Venecia tan en peligro, envió á requerir amistosamente al rey de Nápoles que sobrescyese en aquella guerra, de la cual no podía resultar beneficio á la cristiandad. Conveníale ya también al emperador, una vez que poseía los lugares que le habían sido aplicados en la liga de Cambray Y como desde el triunfo de los españoles en Vicenza fueron más combatidos los franceses, tuvieron éstos al fin que entregar el castillo de Milán (noviembre, 1513) juntamente con la ciudad de Cremona, y abandonar al fin la Lombardía y toda la Italia.

Tal fué el remate que por entonces tuvieron las largas y complicadas contiendas, negociaciones, alianzas, tratados y guerras, en que se envol vieron casi todas las naciones de Europa. á consecuencia, primero de la liga de Cambray, y después de la Santa Liga. En ellos perdió mucho Venecia, Luis XII sacó por todo fruto el ver sus franceses lanzados de Italia. ganaron poco los demás Estados, y sólo la España, merced á la gran política del Rey Católico, sostuvo su influencia y la alta reputación de que ya gozaban las armas españolas.

(1) Guicciardini, Istoria, lib. XI.--Daru, Hist. de Venise, t. III.-Carta del Rey Católico al arzobispo Deza, en Bernáldez, cap. CCXLII.-Mártir, epist. 523.-Zurita, Rey don Hernando, lib. X, desde el cap. XLIV al LXXVIII.

CAPÍTULO XXVI

CONQUISTA DE NAVARRA

De 1512 á 1515

Situación especial de este reino.-Los reyes doña Catalina y don Juan.-Pretendientes á la corona.- Encontrados intereses y fines de Francia y España respecto á Navarra.-Conducta de sus reyes.-Bula del papa excomulgándolos y privándolos del reino, y por qué.-Proposiciones y requerimiento del Rey Católico.—Situación comprometida de los navarros.-Decláranse por el francés.-Los ingleses en España y con qué objeto: proceder extraño del general inglés.-Resuelve el Rey Católico invadir la Navarra.-El duque de Alba se apodera de Pamplona.-Fuga del rey don Juan á Francia.-Sométese casi todo el reino al aragonés.—Traspone el duque de Alba el Pirineo.-Reembárcanse los ingleses sin haber hecho nada.-Invasión de franceses en Navarra.-Retíranse sin lograr su objeto.—Tregua entre Luis XII y el Rey Católico.-Asegura Fernando la conquista de Navarra. - Incorpora este reino á la corona de Castilla.-Sobre la injusticia ó legitimidad de esta conquista.

Desde que se formaron los dos grandes reinos de Castilla y Aragón, y mucho más desde que las dos monarquías se reunieron bajo un mismo cetro, era de suponer y esperar que el pequeño reino de Navarra, colocado en medio de dos Estados tan poderosos, como eran la Francia y la doble monarquía de Castilla y Aragón, concluyera por ser absorbido por uno de ellos. Y aun era de maravillar que cuando todo marchaba con cierta rapidez hacia la unidad material y política á que era llamada España por sus naturales límites geográficos, conservara el reino navarro tanto tiempo su independencia en medio de la lánguida existencia que iba arrastrando, codiciado por dos tan formidables vecinos, y combatido y destrozado siempre interiormente por los encarnizados partidos de los agramonteses y biamonteses, que accidentalmente alguna vez sosegados, volvían á cada paso á renacer con nueva furia.

Sin embargo, lejos de atentar los Reyes Católicos Fernando é Isabel á la independencia del reino de Navarra, hemos visto ya en otros capítulos de nuestra historia los diversos enlaces que se proyectaron entre los príncipes de Navarra y de Castilla. El mismo Fernando después de la muerte de Isabel había protegido á los reyes doña Catalina y don Juan de Albret (ó de Labrit, como dicen nuestros antiguos historiadores) contra las pretensiones de Juan de Foix, señor de Narbona, tío de la reina doña Catalina, á la corona de Navarra, alegando en su favor la ley sálica, y no queriendo reconocer el derecho de las hembras á suceder en aquel trono. Fernando los había sostenido aún contra los intereses de Luis XII de Francia. Verdad es que por otra parte había favorecido siempre á los disidentes y revoltosos condes de Lerín. condestables de Navarra, cuñado el uno y sobrino el otro del Rey Católico, que de continuo estaban en guerra con sus reyes, y apoderados de algunos estados y fortalezas de aquel reino. También lo es que no se mostró muy escrupuloso Fernando en los

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