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res la gloriosa empresa que iba á dejar escapar de las manos, y de que tal vez se aprovechara algún otro monarca, insistiendo mucho Luis de Santángel en recomendar las prendas que concurrían en Cristóbal Colón, y la ventaja de otorgar unos premios que cuando se dieran los tendría sobradamente merecidos. Isabel examinó de nuevo el proyecto, le meditó y se decidió á proteger la grandiosa empresa. Menos resuelto ó más receloso Fernando, vacilaba en adoptarla en atención á lo agotado que habían dejado el tesoro los gastos de la guerra. Pues bien, dijo entonces la magnánima Isabel, no expongáis el tesoro de vuestro reino de Aragón: yo tomaré esta empresa á cargo de mi corona de Castilla, y cuando esto no alcan zare, empeñaré mis alhajas para ocurrir á sus gastos. ¡Magnánima resolución, que decidió de la suerte de Castilla, que había de engrandecer á España sobre todas las naciones, y que había de difundir el glorioso nombre de Isabel por todos los ámbitos del globo y por todas las edades (1)!

Un correo fué despachado á alcanzar á Colón, que iba ya á dos leguas de Granada, y conducirle á Santa Fe, donde los reyes le manifestaron que aceptaban sus condiciones. En su virtud se concluyó en 17 de abril (1492) un tratado entre los reyes de España y Cristóbal Colón, bajo las bases siguientes: 1. Que Colón y sus herederos y sucesores gozarían para siempre el empleo de almirante en todas las tierras y continentes que pudiese descubrir ó adquirir en el Océano: 2. Que sería virrey y gobernador de todas aquellas tierras y continentes con privilegio de proponer tres sujetos para el gobierno de cada provincia, uno de los cuales elegiría el soberano: 3. Que tendría derecho á reservar la décima parte de todas las riquezas ó artículos de comercio que se obtuviesen por cambio, compra ó conquista dentro de su almirantazgo, deduciendo antes su coste: 4.a Que él ó su lugarteniente serían los solos jueces de todas las causas y litigios que oca sionara el tráfico entre España y aquellos países: 5.a Que pudiera contribuir con la octava parte de los gastos para el armamento de los buques que hubieran de ir al descubrimiento, y recibir la octava parte de las utilidades (2).

Hecho este convenio, la reina Isabel, con su maravillosa actividad, procedió á dar las órdenes necesarias para llevar á efecto la expedición, que había de salir del pequeño puerto de Palos, cuyos habitantes estaban obligados á mantener cada año dos carabelas para el servicio público. La tercera la proporcionó el almirante mismo con ayuda del guardián de la Rábida y de su amigo el rico comerciante y constructor de aquel puerto Alonso Pinzón. A esto se reducía la flota que había de ir á través del grande Océano á descubrir nuevos mundos. Los mismos habitantes del país tenían tan poca confianza en el éxito del viaje, que fué necesario dar seguro por cualesquiera crímenes á los que se resolviesen á embarcarse, hasta dos meses después de su regreso (3). Merced á esta y otras concesio

(1) Fernando Colón, Hist. del Almirante, cap. XIV. - Muñoz, Hist. del Nuero Mundo, lib. II.-Herrera, Dec. I, lib. I.-Navarrete, Viajes, Introduccion, pág. 93. (2) Además, en 8 de mayo nombraron á su hijo Diego paje del príncipe don Juan, le hicieron otras gracias y mercedes muy singulares, y le dieron muy señaladas pruebas de su aprecio antes de su salida.

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(3) Real cédula de 30 de abril.

nes, fueron venciendo su repugnancia los marineros andaluces, y aun así tardó tres meses en estar dispuesta la flotilla. «Parecía, dice un elocuente escritor, que un genio fatal, obstinado en luchar contra el genio de la unidad de la tierra, quería separar para siempre estos dos mundos que el pensamiento de un sólo hombre trataba de unir (1).»

Por último, en la madrugada del 3 de agosto, después de haber confesado y comulgado la pequeña armada, según la piadosa costumbre de los

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viajeros españoles, se dió á la vela el intrépido almirante en el mayor de los tres buques, al cual se puso por nombre Santa María. La primera de las dos carabelas, llamada la Pinta, iba mandada por Alonso Pinzón, y la segunda nombrada, la Niña, por su hermano Francisco. Componíase la tripulación de unas ciento veinte personas, contados noventa marineros,

(1) Lamartine, part. I, núm. 24.

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