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familiarizándose con ellos, lo cual podría ser muy útil para el segundo viaje que pensaba hacer pronto. Contando, pues, con la buena voluntad del cacique Guacanagari, que le prestó para ello muy gustoso sus súbditos, hizo construir una pequeña fortaleza de tierra y madera, en la cual empleó el tablaje y puso los cañones del buque encallado; mandó disparar algunos tiros de cañón para imponer á los Caribes que decían habitaban una parte de la isla; recibió suntuosos regalos del obsequioso cacique, oro en coronas, en pepitas, en planchas y en polvo, papagayos y otras vistosas aves, hierbas aromáticas y medicinales, y otros objetos; tomó varios indios que quisieron venirse con él; encargó mucho á los treinta y nueve hombres que allí dejaba que no incomodasen á los indígenas, antes procurasen hacerse amar de ellos, y despidiéndose de sus compañeros y del amable jefe de aquellos salvajes, dióse á la vela prometiendo volver á verlos muy pronto, y viéndole todos partir con mucha pena, y más los pocos españoles que allí quedaban tan lejos de su patria y aislados de todo el antiguo mundo (4 de enero, 1493).

A los dos días de haber perdido de vista las montañas de Haiti, se encuentra el almirante con la carabela Pinta y con Alonso Pinzón que la comandaba. Explicó Martín Alonso la causa de su separación, asegurando haber sido contra su voluntad, y disimulando Colón su resentimiento, navegaron juntas las dos naves por más de un mes con dirección á España, hasta que se levantó una de aquellas borrascas terribles que suelen poner á prueba en los mares el valor, la serenidad y la destreza de los más esforzados marinos y de los más hábiles y prácticos pilotos. Fué ésta tan espantosa y brava, que todos creyeron ser tragados por las olas y que con ellos iba á quedar sepultada la noticia que traían á Europa de la existencia de un nuevo mundo, que era una de sus mayores aflicciones, y ya no tenían más esperanza que en la misericordia de Dios (1). Por fortuna,

(1) Aquí es donde dice el Itinerario de Colón, que temiendo ya que naufragasen y pereciesen todos tomó el almirante un pergamino, anotó en él brevemente lo que había pasado, rogando al que lo hallase que lo llevara y entregara á los reyes de Castilla; y que envuelto y liado en un hule le metió en un barril de madera, y sin decir á nadie lo que contenía le echó al mar. Primer viaje de Colón, en Navarrete, t. 1, página 152.

En este mismo año de 1852 hemos leído en un diario de Gibraltar, La Marine, la especie siguiente:

«El capitán d'Auberville del buque Chieftam, de Boston, escribe á un periódico americano (al cual dejamos la responsabilidad de esta narración), que hallándose en Gibraltar el 27 de agosto último, para la reparación de su brik, pasó el Estrecho y se dirigió á Africa, con el objeto de cazar y hacer investigaciones de curiosidades geológicas. A su regreso el viento que hacía exigió que aumentaran el lastre del buque, y uno de los marineros al levantar lo que juzgaba ser un fragmento de roca quedó sorprendido al notar lo ligero que era. Al pronto creyeron que sería una piedra pómez; mas Juego vieron que era una caja de cedro; procedieron á abrirla, y hallaron una nuez de coco cubierta de resina, y dentro de ella un pergamino escrito en caractéres góticos casi ininteligibles, y que ninguno de la tripulación pudo descifrar. Recurrieron á un librero americano de Gibraltar, que tenía reputación de inteligente, y éste ofreció desde luego trescientos duros por el pergamino, á lo que se negó el capitán. Entonces el americano le leyó la carta y la tradujo al español. Hallábase dirigida á Fernando é Isabel

después de muchos peligros, calmó la tempestad, pero las dos carabelas se habían apartado y cada cual siguió separadamente su rumbo á España. La del almirante arribó á las aguas de Lisboa, la de Pinzón á Bayona de Galicia. Cristóbal Colón dió noticia de su arribo al rey don Juan II de Portugal; este monarca, aunque en vista del resultado de la expedición se acusaba á sí mismo de no haber aceptado las proposiciones y prohijado la empresa del marino genovés, disimuló su pesar y su envidia y tuvo con Colón las más finas atenciones, haciendo justicia á sus extraordinarias prendas. Después de descansar allí unos días continuó su viaje el almirante, y entró con felicidad en la bahía de Palos de donde había salido, según dejamos ya apuntado. A las pocas horas llegó también Alonso Pinzón con su carabela. Pero este famoso mareante, que venía ya bastante delicado de salud, temeroso además de que Colón intentara algún procedimiento contra él por las pasadas desavenencias, se encerró en su casa, donde murió á los pocos días, con lo que perdió la marina española uno de sus más diestros y arrojados pilotos (1).

Lágrimas de placer y de ternura derramaban Fernando é Isabel al escuchar en su palacio de Barcelona la relación que de palabra les hizo el

con fecha 1493, y decía: «Ya es imposible resistir un día más á la borrasca. Nos hallamos entre España y las islas de Oriente. Si la carabela zozobra, plegue á Dios que álguien pueda hallar este documento.» Está firmado con pulso firme y letra corrida. «Cristóbal Colón.» Esta preciosa reliquia debe haber estado flotando 358 años sobre el Océano.»>

Además de los motivos de desconfianza que para dar crédito á esta anécdota nos ofrecen los caractéres góticos y otras de sus particularidades tenemos lo de la firma Cristóbal Colón «con pulso firme y letra corrida.» La firma del ilustre marino, antes de ser almirante, era X PO FERENS, hecha de mediana letra, y precedida de ciertas cifras é iniciales. Irving, Vida y viajes de Colón, Apéndice número 85.-Después de nombrado almirante se firmaba siempre

S.
S. A. S.

X. M. Y.

EL ALMIRANTE

Y en la institución de su mayorazgo dijo: «Don Diego, mi hijo, ó cualquier otro que heredase este mayorazgo... firme de mi firma... que es una X con una S encima, y una M con una A romana encima, y encima della una S y despues una Y griega con una S encima... como yo agora fago, y se parecerá por mis firmas, de las cuales se hallarán muchas, y por esta parescerá.» Navarrete, t. II, Colección diplomática, pág. 229.

(1) El que desee noticias más extensas y circunstanciadas de este primer viaje de Colón, así como de la naturaleza y calidad de las islas por él descubiertas y costumbres de sus habitantes, puede verlas en su Diario de Viajes, y en sus cartas, insertas en el primer tomo de la Colección de Viajes de don Martín Fernández Navarrete, en la Historia del Almirante por Fernando Colón, en Pedro Mártir, De Rebus Occeanicis, en Herrera, Indias Occidentales, t. I. en la Historia del Nuevo Mundo por Muñoz, en la General y Natural de Indias por Gonzalo de Oviedo, en la del P. Fr. Bartolomé de las Casas, y otros autores que hemos citado.-Ni Mariana, ni Zurita, ni otros cronistas é historiadores dan sino ligerísimas noticias de la célebre y famosa expedición, y el mismo Prescott las ha escaseado en su Historia de los Reyes Católicos, por reservarlas sin duda para las historias particulares de América.

ilustre viajero de estas y otras circunstancias de su expedición. El júbilo embargaba á la reina Isabel cuando le oyó decir que los sencillos habitantes de aquellas islas le parecían muy dispuestos á recibir la luz. del Evangelio, y que allí se abría un ancho campo para difundir la salvadora doctrina del cristianismo. Acabada la relación, durante la cual había tenido Colón la honra desusada de estar sentado delante de los reyes de Castilla, prosternáronse éstos y todos los presentes para dar gracias a Dios por el éxito venturoso de tan grande empresa. Mientras permaneció Colón en Barcelona recibió las más señaladas y honrosas distinciones de la corte y de los reyes. Fernando hacía gala, cuando salía en público, de llevar á su lado al gran almirante. Confiriéronle los monarcas el almirantazgo hereditario y perpetuo; ratificáronle las prerrogativas concedidas el año anterior; ennoblecieron su linaje, dándole el privilegio de usar el título de Don, que, como dice un escritor moderno, no había degenerado aún en palabra de mera cortesía (1); y por último, le hicieron el grande honor de autorizarle para poner en su escudo las armas reales de Castilla y de León, mezcladas y repartidas con otras que asimismo le concedieron de nuevo, con un lema ó divisa que decía: POR CASTILLA Y POR LEÓN NUEVO MUNDO HALLÓ COLÓN (2).

Efecto grande de sorpresa y de admiración causó en toda Europa la noticia del descubrimiento de vastas regiones más allá del Atlántico; todo el mundo envidiaba la gloria del atrevido y sabio cosmógrafo y la fortuna de los reyes de España, al propio tiempo que todos se felicitaban de haber nacido en un siglo en que se había obrado tal maravilla. Continuaba, no obstante, Colón en creer que las tierras descubiertas eran como una dependencia del vasto continente de Asia, y los más de los sabios contemporáneos, así españoles como extranjeros, adoptaron esta errada hipótesis. Así es que se les dió el nombre que conservan de Indias Occidentales, para distinguirlas de las Orientales, y á los naturales del Nuevo Mundo se los llamó indios, nombre que aun llevan.

(1) En el tomo II, pág. 85, de nuestra Historia, dijimos cuál había sido el origen, y cuál el uso que en los primeros tiempos se había hecho del Don.

Réstanos ahora dar noticia del empleo que tuvo en Castilla esta palabra en la edad media. Para lo cual, no necesitamos sino copiar lo que dice el Maestro Gil González Dávila en el capítulo último de su Historia del rey don Enrique III.

«Muchos de los que han visto esta Historia han reparado, que unos se nombran en ella con el título de Don, y otros sin él, siendo grandes caballeros, cabezas y príncipes de sus casas, y me pidieron diese razón de tan grande diferencia. Es de saber que este título de Don, que en nuestro tiempo anda muy fuera de su verdadero uso, solamente se daba á los reyes, infantes, prelados, maestres de órdenes militares, y á los grandes señores, que entonces se llamaban ricos-hombres, y confirmaban los privilegios rodados, y fuera destos se daba en premio de señaladas hazañas, que se hacían en servicio de Dios y de los reyes, ganando reinos, descubriendo nuevos mundos, y poniendo en cadenas reyes bárbaros. El Rey Católico premió con el título de Don al conde de Cabra, alcaide de los Donceles, por haber puesto en prisión al rey Chico de Granada. A Colón se le dieron por haber descubierto el Nuevo Mundo de las Indias Occidentales... etc.>> (2) Oviedo, Historia de Indias, t. I, pág. 31, de la edición de la Academia de la Historia. La lámina 1.a de las que trae al final del volumen representa el escudo de armas de Colón.

Desde luego se procedió á preparar otra segunda expedición para proseguir los descubrimientos, y con más grandeza y con más medios que la primera. Creóse un consejo de Indias, cuya dirección se dió al arcediano de Sevilla don Juan de Fonseca. Establecióse en Sevilla una lonja y en Cádiz una aduana dependiente de ella; principio de la casa de la Contratación de Indias. Se prohibió, con arreglo al sistema mercantil restrictivo de aquel tiempo, ir á Indias, ni menos comerciar allí sin licencia de las autoridades puestas por el gobierno; se hizo provisión de caballos, cerdos, gallinas y otros animales domésticos, de plantas, granos y semillas para trasportarlas y ver de aclimatarlas en las nuevas regiones; de mercancías, espejos, cascabeles, y otros dijes y juguetes para traficar con los naturales; se declaró libres de derechos los artículos necesarios para proveer la armada; se obligó á todos los dueños de barcos en los puertos de Andalucía á tenerlos prontos para la expedición; se alistaron artesanos y mineros para que, provistos unos y otros de los instrumentos de sus oficios, ejerciesen y enseñasen las artes, y descubriesen las riquezas subterráneas encerradas en aquellos países. Nunca los reyes, y menos en este caso, se olvidaban de los intereses de la religión, y así destinaron también doce eclesiásticos, que en calidad de misioneros propagasen la fe, instruyendo en ella aquellos pobres gentiles. Determinóse igualmente enviar los indios que había traído Colón y habían sido bautizados, para que estimulasen á sus compañeros á hacer lo mismo, excepto uno que quedó agregado á la servidumbre del príncipe don Juan, y se recomendó mucho al almirante que procurara fuesen tratados los indígenas de aquellos países con toda consideración y benignidad, y que castigara severamente á los que los vejasen ó molestasen en lo más mínimo.

Para autorizar más la conquista, quisieron los reyes, «aunque para esto no tuviesen necesidad,» como dice un cronista contemporáneo (1), fortalecer su derecho con la sanción pontificia; á cuyo efecto impetraron una bula del papa, que lo era entonces Alejandro VI, el cual no vaciló en otorgarla (3 de mayo, 1493), confirmando á los reyes de Castilla en el derecho de posesión de las tierras ya descubiertas y de las que en lo sucesivo se descubriesen en el Océano Occidental, en atención á los servicios que los monarcas españoles habían hecho á la religión destruyendo en su reino y preservando á Europa de la dominación mahometana. Pero á esta bula siguió inmediatamente otra de una naturaleza bien extraña y singular. A fin de evitar las cuestiones que pudieran ocurrir entre españoles y portugueses sobre derecho de descubrimiento y conquista de las tierras que hubiese en el Océano, trazó el pontífice una línea imaginaria de polo á polo, y declaró pertenecer á los españoles todo lo que descubriesen al Occidente, á los portugueses lo que descubriesen ellos al Mediodía (2).

1) Oviedo, Hist. y lib. citad., cap. VIII.

(2) Navarrete, Colección de Viajes, t. II. Colección Diplomát. núms. 17 y 18.— Oviedo dice también haber visto una copia autorizada de la bula.-Comienza la bula: Inter cætera, y concluye: D. Romæ apud S. Petrum, V. Non. Maji a. D. 1493. Sobre la cual dice Guerra en su Epitome Pontificiarum Constitutionum:—Ducendo lineam à polo arctico ad antarcticum, quæ linea distet à qualibet insularum quæ opellantur de los

No podían desechar los portugueses la mortificante idea de haber sido ellos los primeros que pudieron aprovecharse de la ciencia y de los ofrecimientos de Colón, ni ver sin inquietud y sin envidia el engrandecimiento marítimo de la España debido al hombre que ellos habían desdeñado. Y aunque el almirante á su regreso por Lisboa había declarado que su rumbo y su plan y las instrucciones del gobierno de España eran de alejarse de todos los establecimientos portugueses en la costa de África, andaba, no obstante, el político don Juan II de Portugal discurriendo cómo entorpecer ó desconcertar los descubrimientos de los españoles; y si bien había hecho á Colón una buena acogida y no había dejado de felicitar á los reyes por el éxito de su empresa, tampoco dejaba de hacer armamentos que Fernando é Isabel tuvieron por sospechosos, y que los movieron á enviar por embajador á Lisboa á don Lope de Herrera, con órdenes secretas y facultades especiales para obrar según el empleo que los portugue ses dieran á aquella armada. El astuto don Juan lo comprendió, y como no le convenía chocar directamente con un enemigo tan poderoso, para disipar sus recelos se comprometió á no dejar salir de su reino escuadra alguna en el espacio de dos meses, y para manifestar su deseo de hacer un ajuste amistoso entre ambas naciones, envió una embajada á Barcelona, proponiendo que la línea divisoria de las pertenencias de España y Portugal fuera el paralelo de las Canarias, de modo que el derecho de descubrimiento hacia el Norte fuese de los españoles, quedando el del Sur para los portugueses (1).

Durante estas negociaciones avanzaban los preparativos para la segunda expedición del almirante. La dificultad ahora no era encontrar gente que quisiese embarcarse como la vez primera, sino desembarazarse de la muchísima que á competencia se alistaba cada día, ya por el espíritu aventurero de la época, que concluída la guerra de los moros hallaba en las regiones de un nuevo mundo un vastísimo campo en que desarrollarse, ya por la codicia que habían excitado los objetos traídos por Colón, figurándose muchos que iban á países donde no tenían que hacer otra cosa que recoger oro y riquezas, y algunos iban también impulsados sólo por la curiosidad. Entre los alistados se contaban personas de la casa real, caballeros y gente de clase.

Distinguíase entre éstos el joven caballero Alfonso de Ojeda, primo hermano del inquisidor de su mismo nombre, hijo de una familia noble de Andalucía, que gozaba ya fama de generoso y esforzado, ágil en sus movimientos, de genio fogoso y vivo, tan fácil en irritarse como en perdonar, siempre el primero en toda empresa arriesgada, hombre que ni conocía el temor, ni reparaba en el peligro, que peleaba más por placer que tenía en la pelea que por ambición ni por vanidad, querido de la juventud por sus prendas personales, y uno de los héroes que por sus hazañas

Azores et Cabo Verde centum leucis versus occidentem et meridiem, omnes terras firmas inventas, vel inveniendas, sint vel versus Indiam, vel versus aliam partem quamcumque, dat et assignat Alexander eidem Regi.

(1) Faria y Sousa, Europa portuguesa, t. II.

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