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CAPITULO L.

De las discretas altercaciones que D. Quijote y el canónigo tuvieron, con otros sucesos.

Cides, y otros caballeros semejantes, destos que dicen las gentes que á sus aventuras van. Si no, díganme tambien que no es verdad que fué caballero andante el valiente lusitano Juan de Merlo, que fué á Borgoña, y se combatió en la ciudad de Ras con el famoso señor de Charní, llamado mosen Pierres, y despues en la ciudad de Basilea con mosen Enrique de Romestan, saliendo de entrambas empresas vencedor y lleno de honrosa fama; y las aventuras y desafíos que tambien acabaron en Borgoña los valientes españoles Pedro Barba, y Gutierre Quijada (de cuya alcurnia yo deciendo por línea recta de varon), venciendo á los hijos del conde de San Polo. Niéguenme asimismo que no fué á buscar las aventuras á Alemania D. Fernando de Guevara, donde se combatió con Micer Jorje, caballero de la casa del duque de Austria. Digan que fuéron burla las justas de Suero de Quiñones, del Paso; las empresas de mosen Luis de Falces contra D. Gonzalo de Guzman, caballero casteIlano, con otras muchas hazañas hechas por caballeros cristianos destos y de los reinos extranjeros, tan auténticas y verdaderas, que torno á decir, que el que las negase careceria de toda razon y buen discurso. Admirado quedó el canónigo de oir la mezcla que D. Quijote hacia de verdades y mentiras, y de ver la noticia que tenia de todas aquellas cosas tocantes y concernientes á los hechos de su andante caballería; y así le respondió: No puedo yo negar, señor D. Quijote, que no sea verdad algo delo que vuestra merced ha dicho, especialmente en lo que toca á los caballeros andantes españoles; y asimismo quiero conceder que hubo doce Pares de Francia; pero no quiero creer que hicieron todas aquellas cosas que el arzobispo Turpin dellos escribe: porque la verdad dello es que fuéron caballeros escogidos por los reyes de Francia, á quien llamaron Pares por ser todos iguales en valor, en calidad y en valentía: á lo ménos si no lo eran, era razon que lo fuesen, y era como una religion de las que ahora se usan de Santiago ó de Calatrava, que se presupone que los que la profesan, han de ser ó deben ser caballeros valerosos, valientes y bien nacidos; y como aliora dicen caballero de San Juan ó de Alcántara, decian en aquel tiempo caballero de los doce Pares, porque fuéron doce iguales los que para esta religion militar se escogieron. En lo de que hubo Cid no hay duda, ni ménos Bernardo del Carpio; pero de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muy grande. En lo otro de la clavija que vuestra merced dice del conde Pierres, y que está junto á la silla de Babieca en la armería de los reyes, confieso mi pecado, que soy tan ignorante ó tan corto de vista, que aunque he visto la silla, no he echado de ver la clavija, y mas siendo tan grande como vuestra merced ha dicho. Pues allí está sin duda alguna, replicó D. Quijote, y por mas señas dicen que está metida en una funda de vaqueta, porque no se tome de moho. Todo puede ser, respondió el canónigo, pero por las órdenes que recebi, que no me acuerdo haberla visto; mas puesto que conceda que está allí, no por eso me obligo á creer las historias de tantos Amadises, ni las de tanta turbamulta de caballeros como por ahí nos cuentan, ni es razon que un hombre como vuestra merced, tan honrado y de tan buenas partes, y dotado de tan buen entendimiento, se dé á entender que son verdaderas tantas y tan extrañas locuras como las que están escritas en los disparatados libros de caballerías.

Bueno está eso, respondió D. Quijote: los libros que están impresos con licencia de los reyes, y con aprobacion de aquellos á quien se remitieron, y que con gusto general son leidos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados é ignorantes, de los plebeyos y caballeros, finalmente de todo género de personas de cualquier estado y condicion que sean, ¿habian de ser mentira; y mas llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las bazañas, punto por punto y dia por dia, que el caballero hizo, ó caballeros hicieron? Calle vuestra merced, no diga tal blasfemia, y créame, que le aconsejo en esto lo que debe de hacer como discreto; si no, léalos, y verá el gusto que recibe de su leyenda. Si no, dígame: ¿ hay mayor contento que ver, como si dijésemos, aquí ahora se muestra delante de nosotros un gran lago de pez hirviendo á borbollones, y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima, que dice: «<Tú, caballero, quien quiera que seas, que el temeroso »lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que de>>bajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor >>de tu fuerte pecho, y arrójate en mitad de su negro y >>encendido licor; porque si así no lo haces, no serás >>digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y >>contienen los siete castillos de las siete Fadas que de»bajo desta negregura yacen?» ¿Y que apénas el caballero no ha acabado de oir la voz temerosa, cuando sin entrar mas en cuentas consigo, sin ponerse á considerar el peligro á que se pone, y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose á Dios y á su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa? Allí le parece que el cielo es mas trasparente, y que el sol luce con claridad mas nueva: ofrécesele á los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra á la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pa jarillos, que por los intricados ramos van cruzando. Aquí descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líqui dos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido y puras perlas semejan. Acullá ve una artificiosa fuente, de jaspe variado y de liso mármol compuesta; acá ve otra á lo brutesco ordenada, adonde las menudas conchas de las almejas con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con órden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas, hacen una variada labor, de manera que el arte imitando á la naturaleza parece que allí la vence. Acullá de improviso se le descubre un fuerte castillo ó vistoso alcázar, cuyas murallas son de macizo oro, las almenas de diamantes, las puertas de jacintos: finalmente, éles de tan admirable compostura, que con ser la materia de que está formado no ménos que de diamantes, de car

buncos, de rubies, de perlas, de oro y de esmeraldas, es de mas estimacion su hechura; y ¿ hay mas que ver despues de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen número de doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora á decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar, y tomar luego la que parecia principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago, y llevarle sin hablarle palabra dentro del rico alcázar ó castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos, y vestirle una camisa de cendal delgadísimo, toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un manton sobre los hombros, que por lo ménos, ménos dicen que suele valer una ciudad, y aun mas? ¿Qué es ver pues cuando nos cuentan que tras todo esto le llevan á otra sala, donde halla puestas las mesas con tanto concierto, que queda suspenso y admirado? Qué el verle echar agua á manos, toda de ámbar y de olorosas flores distilada? Qué el hacerle sentar sobre una silla de marfil? Qué verle servir todas las doncellas, guardando un maravilloso silencio? Qué el traerle tanta diferencia de manjares, tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito á cuál deba de alargar la mano? ¿Cuál será oir la música, que en tanto que come suena, sin saberse quién la canta ni adónde suena? ¿Y despues de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizá mondándose los dientes como es costumbre, entrar á deshora por la puerta de la sala otra mucho mas hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero, y comenzar á darle cuenta de qué castillo es aquel, y de cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al caballero, y admiran á los leyentes que van leyendo su historia? No quiero alargarme mas en esto, pues dello se puede colegir, que cualquiera parte que se lea de cualquiera historia de caballero andante ha de causar gusto y maravilla á cualquiera que la leyere; y vuestra merced créame, y como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere, y le mejoran la condicion, si acaso la tiene mala. De mí sé decir, que despues que soy caballero andante, soy valiente, comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos; y aunque há tan poco que me ví encerrado en una jaula como loco, pienso por el valor de mi brazo, favoreciéndome el cielo, y no me siendo contraria la fortuna, en pocos dias verme rey de algun reino, adonde pueda mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra: que mia fe, señor, el pobre está inhabilitado de poder mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea; y el agradecimiento que solo consiste en el deseo, es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras. Por esto querria que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasion donde me hiciese emperador, por mostrar mi pecho haciendo bien á mis amigos, especialmente á este pobre de Sancho Panza, mi escudero, que es el mejor hombre del mundo, y querria darle un condado que le tengo muchos dias há prometido, sino que temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado. Casi estas últimas palabras oyó Sancho á su amo, á quien dijo: Trabaje vuestra merced, señor D. Quijote,

en darme ese condado tan prometido de vuestra merced como de mí esperado, que yo le prometo que no me falte á mí habilidad para gobernarle ; y cuando me faltare, yo he oido decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los señores, y les dan un tanto cada año, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el señor se está á pierna tendida, gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa; y así haré yo, y no repararé en tanto mas cuanto, sino que luego me desistiré de todo, y me gozaré mi renta como un duque, y allá se lo hayan. Eso, hermano Sancho, dijo el canónigo, entiéndese en cuanto al gozar la renta; empero al administrar justicia, ha de entender el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intencion de acertar; que si esta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines ; así suele Dios ayudar al buen deseo del simple, como desfavorecer al malo del discreto. No sé esas filosofías, respondió Sancho Panza, mas solo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabria regirle, que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que mas, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo, y siéndolo haria lo que quisiese, y haciendo lo que quisiese haria mi gusto, y haciendo mi gusto estaria contento, y en estando uno contento no tiene mas que desear, y no teniendo mas que desear acabóse, y el estado venga, y adios y veámonos, como dijo un ciego á otro. No son malas filosofías esas, como tú dices, Sancho, dijo el canónigo; pero con todo eso hay mucho que decir sobre esta materia de condados. A lo cual replicó D. Quijote: Yo no sé qué haya mas que decir, solo me guio por muchos y diversos ejemplos que podria traer á este propósito, de caballeros de mi profesion, que correspondiendo á los leales y señalados servicios que de sus escuderos habian recebido, les hicieron notables mercedes, haciéndoles señores absolutos de ciudades y ínsulas: y cuál hubo que llegaron sus merecimientos á tanto grado, que tuvo humos de hacerse rey. Pero ¿para qué gasto tiempo en esto, ofreciéndome un tan insigne ejemplo el grande y nunca bien alabado Amadis de Gaula, que hizo á su escudero conde de la ínsula Firme, y así puedo yo sin escrúpulo de conciencia hacer conde á Sancho Panza, que es uno de los mejores escuderos que caballero andante ha tenido? Admirado quedó el canónigo de los concertados disparates (si disparates sufren concierto) que D. Quijote habia dicho, del modo con que habia pintado la aventura del caballero del Lago, de la impresion que en él habian hecho las pensadas mentiras de los libros que habia leido, y finalmente le admiraba la necedad de Sancho, que con tanto ahinco deseaba alcanzar el condado que su amo le habia prometido. Ya en esto volvian los criados del canónigo, que á la venta habian ido por la acémila del repuesto, y haciendo mesa de una alhombra y de la verde yerba del prado, á la sombra de unos árboles se sentaron, y comieron allí, porque el boyero no perdiese la comodidad de aquel sitio, como queda dicho. Y estando comiendo, á deshora oyeron un recio estruendo y un son de esquila,, que por entre unas zarzas y espesas matas que allí junto estaban sonaba, y al mismo instante vieron salir de entre aquellas malezas una hermosa cabra, toda la piel manchada de negro, blanco y pardo: tras ella venía un cabrero dándole voces, y diciéndole palabras á su uso, para que se detuviese ó al rebaño

para volver á nuestro apero. Parece que lo entendió la cabra, porque en sentándose su dueño se tendió ella junto á él con mucho sosiego, y mirándole al rostro daba á entender que estaba atenta á lo que el cabrero iba diciendo, el cual comenzó su historia desta manera.

CAPITULO LI.

Que trata de lo que contó el cabrero à todos los que llevaban á D. Quijote.

volviese. La fugitiva cabra, temerosa y despavorida, se | Recuéstate junto á mí, manchada, que tiempo nos queda vino á la gente como á favorecerse della, y allí se detuvo. Llegó el cabrero, y asiéndola de los cuernos, como si fuera capaz de discurso y entendimiento, le dijo: Ah cerrera, cerrera, manchada, manchada, ¿y cómo andais vos estos dias de pié cojo? ¿Qué lobos os espantan, hija? ¿No me diréis qué es esto, hermosa? ¿ Mas qué puede ser? sino que sois hembra, y no podeis estar sosegada; que mal haya vuestra condicion y la de todas aquellas á quien imitais. Volved, volved, amiga, que si no tan contenta, á lo ménos estaréis segura en vuestro aprisco ó con vuestras compañeras ; que si vos que las habeis de guardar y encaminar, andais tan sin guia y tan descaminada, ¿en qué podrán parar ellas? Contento dieron las palabras del cabrero á los que las oyeron, especialmente al canónigo, que le dijo: Por vida vuestra, hermano, que os sosegueis un poco, y no os acucieis en volver tan presto esa cabra á su rebaño; que pues ella es hembra, como vos decis, ha de seguir su natural distinto por mas que vos os opongais á estorbarlo. Tomad este bocado, y bebed una vez, con que templaréis la cólera, y en tanto descansará la cabra; y el decir esto y el darle con la punta del cuchillo los lomos de un conejo fiambre, todo fué uno. Tomólo y agradeciólo el cabrero, bebió y sosegóse, y luego dijo: No querria que por haber yo hablado con esta alimaña tan en seso, me tuviesen vuestras mercedes por hombre simple, que en verdad que no carecen de misterio las palabras que le dije. Rústico soy, pero no tanto que no entienda cómo se ha de tratar con los hombres y con las bestias. Eso creo yo muy bien, dijo el cura, que ya yo sé de experiencia que los montes crian letrados, y las cabañas de los pastores encierran filósofos. A lo ménos, señor, replicó el cabrero, acogen hombres escarmentados; y para que creais esta verdad, y la toqueis con la mano, aunque parezca que sin ser rogado me convido, si no os enfadais dello, y quereis, señores, un breve espacio prestarme oído atento, os contaré una verdad que acredite lo que ese señor (señalando al cura) ha dicho, y la mia. A esto respondió D. Quijote : Por ver que tiene este caso un no sé qué de sombra de aventura de caballería, yo por mi parte os oiré, hermano, de muy buena gana, y así lo harán todos estos señores por lo mucho que tienen de discretos, y de ser amigos de curiosas novedades que suspendan, alegren y entretengan los sentidos, como sin duda pienso que lo ha de hacer vuestro cuento. Comenzad pues, amigo, que todos escucharémos. Saco la mia, dijo Sancho, que yo á aquel arroyo me voy con esta empanada, donde pienso hartarme por tres dias, porque he oido decir á mi señor D. Quijote, que el escudero de caballero andante ha de comer cuando se le ofreciere hasta no poder mas, á causa que se le suele ofrecer entrar acaso por una selva tan intricada, que no aciertan á salir della en seis dias, y si el hombre no va harto ó bien proveidas las alforjas, allí se podrá que dar, como muchas veces se queda, hecho carne momia. Tú estás en lo cierto, Sancho, dijo D. Quijote; véte adon-hija y con palabras generales, que ni le obligaban ni nos

de quisieres, y come lo que pudieres, que yo ya estoy satisfecho, y solo me falta dar al alma su refaccion, como se la daré escuchando el cuento deste buen hombre. Así la darémos todos á las nuestras, dijo el canónigo, y luego rogó al cabrero que diese principio á lo que prometido habia. El cabrero dió dos palmadas sobre el lomo á la cabra, que por los cuernos tenia, diciéndole:

Tres leguas de este valle está una aldea, que aunque pequeña, es de la mas ricas que hay en todos estos contornos, en la cual habia un labrador muy honrado, y tanto, que auuque es anejo al ser rico el ser honrado, mas lo era él por la virtud que tenia, que por la riqueza que alcanzaba. Mas lo que le hacia mas dichoso, segun él decia, era tener una hija de tan extremada hermosura, rara discrecion, donaire y virtud, que el que la conocia y la miraba, se admiraba de ver las extremadas partes con que el cielo y la naturaleza la habian enriquecido. Siendo niña fué hermosa, y siempre fué creciendo en belleza, y en la edad de diez y seis años fué hermosísima. La fama de su belleza se comenzó á extender por todas las circunvecinas aldeas; ¿qué digo yo por las circunvecinas no mas, si se extendió á las apartadas ciudades, y aun se entró por las salas de los reyes y por los oídos de todo género de gente, que como á cosa rara ó como á imágen de milagros de todas partes á verla venían? Guardábala su padre y guardábase ella; que no hay candados, guardas ni cerraduras que mejor guarden á una doncella que las del recato propio. La riqueza del padre y la belleza de la hija movieron á muchos, así del pueblo como forasteros, á que por mujer se la pidiesen; mas él, como á quien tocaba disponer de tan rica joya, andaba confuso sin saber determinarse á quien la entregaria de los infinitos que le importunaban; y entre los muchos que tan buen deseo tenian fuí yo uno, á quien dieron muchas y grandes esperanzas de buen sucesoconocer que el padre conocia quién yo era, el ser natural del mismo pueblo, limpio en sangre, en la edad floreciente, en la hacienda muy rico, y en el ingenio no ménos acabado. Con todas estas mismas partes la pidió tambien otro del mismo pueblo, que fué causa de suspender y poner en balanza la voluntad del padre, á quien parecia que con cualquiera de nosotros estaba su hija bien empleada; y por salir desta confusion, determinó decírselo á Leandra (que así se llama la rica que en miseria me tiene puesto), advirtiendo que pues los dos éramos iguales, era bien dejar á la voluntad de su querida hija el escoger á su gusto : cosa digna de imitar de todos los padres que á sus hijos quieren poner en estado. No digo yo que los dejen escoger en cosas ruines y malas, sino que se las propongan buenas, y de las buenas que escojan á su gusto. No sé yo el que tuvo Leandra; solo sé que el padre nos entretuvo á entrambos con la poca edad de su

desobligaban tampoco. Llámase mi competidor Anselmo, y yo Eugenio, porque vais con noticia de los nombres de las personas que en esta tragedia se contienen, cuyo fin aun está pendliente, pero bien se deja entender que ha de ser desastrado. En esta sazon vino á nuestro pueblo un Vicente de la Roca, hijo de un pobre labrador del mismo lugar, el cual Vicente venía de las Italias y de

un monte, desnuda en camisa, sin muchos dineros y preciosísimas joyas que de su casa habia sacado. Volviéronla á la presencia del lastimado padre, preguntáronle su desgracia, confesó sin apremio que Vicente de la Roca la habia engañado, y debajo de palabra de ser su esposo la persuadió que dejase la casa de su padre, que él la llevaria á la mas rica y mas viciosa ciudad que habia en todo el universo mundo, que era Nápoles; y que ella mal advertida y peor engañada le habia creido, y robando á su padre, se le entregó la misma noche que habia faltado, y que él la llevó á un áspero monte, y la encerró en aquella cueva donde la habian hallado. Contó tambien cómo el soldado sin quitarle su honor, le robó cuanto tenia, y la dejó en aquella cueva, y se fué: suceso que de nuevo puso en admiracion á todos. Dificil, señor, se hizo de creer la continencia del mozo; pero ella lo afirmó con tantas véras, que fuéron parte para que el desconsolado padre se consolase, no haciendo cuenta de las riquezas que le llevaban, pues le habian dejado á su hija con la joya que si una vez se pierde, no deja esperanza de que jamas se cobre. El mismo dia que pareció Leandra, la despareció su padre de nuestros ojos, y la llevó á encerrar en un monasterio de una villa que está aquí cerca, esperando que el tiempo gaste alguna parte de la mala opinion en que su hija se puso. Los pocos años de Leandra sirvieron de disculpa de su culpa, á lo menos con aquellos que no les iba algun interes en que ella fuese mala ó buena; pero los que conocian su discrecion y mucho entendimiento no atribuyeron á ignorancia su pecado, sino á su desenvoltura y á la natural inclinacion de las mujeres, que por la mayor parte suele ser desatinada ó mal compuesta. Encerrada Leandra, quedaron los ojos de Anselmo ciegos, á lo ménos sin tener cosa que mirar que contento les diese; los mios en tinieblas, sin luz que á ninguna cosa de gusto les encaminase. Con la ausencia de Leandra crecia nuestra tristeza, apocábase nuestra paciencia, maldeciamos las galas del soldado, y abominábamos del poco recato del padre de Leandra. Finalmente, Anselmo y yo nos concertamos de dejar el aldea, y venirnos á este valle, donde él apacentando una gran cantidad de ovejas suyas propias, y yo un numeroso rebaño de cabras tambien mias, pasamos la vida entre los árboles, dando vado á nuestras pasiones, ó cantando juntos alabanzas ó vituperios de la hermosa Leandra, ó suspirando solos y á solas, comunicando con el cielo nuestras querellas. A imitacion nuestra otros muchos de los pretendientes de Leandra se han venido á estos ásperos montes usando el mismo ejercicio nues

otras diversas partes de ser soldado. Llevóle de nuestro lugar, siendo muchacho de hasta doce años, un capitan que con su compañía por allí acertó á pasar, y volvió el mozo de allí á otros doce vestido á la soldadesca, pintado con mil colores, lleno de mil dijes de cristal y sutiles cadenas de acero. Hoy se ponia una gala y mañana otra; pero todas sutiles, pintadas, de poco peso y ménos tomo. La gente labradora, que de suyo es maliciosa, y dándole el ocio lugar es la misma malicia, lo notó, y contó punto por punto sus galas y preseas, y halló que los vestidos eran tres de diferentes colores, con sus ligas y medias; pero él hacia tantos guisados é invenciones dellos, que si no se los contaran, hubiera quien jurara que habia hecho muestra de mas de diez pares de vestidos y de mas de veinte plumas y no parezca impertinencia y demasía esto que de los vestidos voy contando, porque ellos hacen una buena parte en esta historia. Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en nuestra plaza, y allí nos tenia á todos la boca abierta pendientes de las hazañas que nos iba contando. No habia tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado habia muerto mas moros que tiene Marruecos y Túnez, y entrado en mas singulares desafíos, segun él decia,que Gante y Luna, Diego García de Paredes y otros mil que nombraba, y de todos habia salido con vitoria, sin que le hubiesen derramado una sola gota de sangre. Por otra parte mostraba señales de heridas, que aunque no se divisaban, nos hacia entender que eran arcabuzazos dados en diferentes recuentros y facciones. Finalmente con una no vista arrogancia llamaba de vos á sus iguales y á los mismos que le conocian, y decia que su padre era su brazo, su linaje sus obras, y que debajo de ser soldado al mismo rey no debia nada. Añadiósele á estas arrogancias ser un poco músico, y tocar una guitarra á lo rasgado, de manera que decian algunos que la hacia hablar; pero no pararon aquí sus gracias, que tambien la tenia de poeta, y así de cada niñería que pasaba en el pueblo componia un romance de legua y media de escritura. Este soldado pues que aquí he pintado, este Vicente de la Roca, este bravo, este galan, este músico, este poeta fué visto y mirado muchas veces de Leandra desde una ventana de su casa que tenia la vista á la plaza/Enamoróla el oropel de sus vistosos trajes, encantáronla sus romances, que de cada uno que componia daba veinte traslados; llegaron á sus oídos las hazañas que él de sí mismo habia referido; y finalmente, que así el diablo lo debia de tener ordenado, ella se vino á enamorar dél ántes que en él naciese presuncion de solicitarla. Y como en los casos de amor no hay ninguno que con mas facili-tro, y son tantos, que parece que este sitio se ha con

dad se cumpla que aquel que tiene de su parte el deseo de la dama, con facilidad se concertaron Leandra y Vicente; y primero que alguno de sus muchos pretendientes cayese en la cuenta de su deseo, ya ella teníale cumplido, habiendo dejado la casa de su querido y amado padre, que madre no la tiene, y ausentándose de la aldea con el soldado, que salió con mas triunfo desta empresa que de todas las muchas que él se aplicaba. Admiró el suceso á toda la aldea, y aun á todos los que dél noticia tuvieron yo quedé suspenso, Anselmo atónito, el padre triste, sus parientes afrentados, solicita la justicia, los cuadrilleros listos: tomáronse los caminos, escudrináronse los bosques y cuanto habia, y al cabo de tres dias hallaron á la antojadiza Leandra en una cueva de

vertido en la pastoral Arcadia, segun está colmado de pastores y de apriscos, y no hay parte en él donde no se oiga el nombre de la hermosa Leandra. Este la maldice y la llama antojadiza, varia y deshonesta; aquel la condena por fácil y lijera; tal la absuelve y perdona, y tal la justifica y vitupera; uno celebra su hermosura, otro reniega de su condicion; y en fin, todos la deshonran, y todos la adoran, y de todos se extiende á tanto la locura, que hay quien se queje de desden sin haberla jamas hablado, y aun quien se lamente y sienta la rabiosa enfermedad de los celos, que ella jamas dió á nadie, porque, como ya tengo dicho, ántes se supo su pecado que su deseo. No hay hueco de peña, ni márgen de arroyo, ni sombra de árbol, que no esté ocupada de algun pastor

que sus desventuras á los aires cuente: el eco repite el nombre de Leandra donde quiera que pueda formarse : Leandra resuenan los montés, Leandra murmuran los arroyos, y Leandra nos tiene á todos suspensos y encantados, esperando sin esperanza, y temiendo sin saber de qué tememos. Entre estos disparatados, el que muestra que ménos y mas juicio tiene, es mi competidor Anselmo, el cual teniendo tantas otras cosas de que quejarse, solo se queja de ausencia, y al son de un rabel que admirablemente toca, con versos donde muestra su buen entendimiento cantando se queja. Yo sigo otro camino inas fácil, y á mi parecer el mas acertado, que es decir mal de la lijereza de las mujeres, de su inconstancia, de su doble trato, de sus promesas muertas, de su fe rompida, y finalmente del poco discurso que tienen en saber colocar sus pensamientos é intenciones: y esta fué la ocasion, señores, de las palabras y razones que dije á esta cabra cuando aquí llegué, que por ser hembra la tengo en poco, aunque es la mejor de todo mi apero. Esta es la historia que prometí contaros. Si he sido en el contarla prolijo, no seré en serviros corto : cerca de aquí tengo mi majada, y en ella tengo fresca leche y muy sabrosísimo queso, con otras varias y sazonadas frutas, no ménos á la vista que al gusto agradables.

CAPITULO LII.

De la pendencia que D. Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los diciplinantes, á quién dió felice fin á costa de su sudor.

General gusto causó el cuento del cabrero á todos los que escuchadole habian. Especialmente le recebió el canónigo, que con extraña curiosidad notó la manera con que le habia contado, tan léjos de parecer rústico cabrero, cuan cerca de mostrarse discreto cortesano; y así dijo que habia dicho muy bien el cura en decir que los montes criaban letrados. Todos se ofrecieron á Eugenio, pero el que mas se mostró liberal en esto fué D. Quijote, que le dijo: Por cierto, hermano cabrero, que si yo me hallara posibilitado de poder comenzar alguna aventura, que luego luego me pusiera en camino porque vos la tuviérades buena, que yo sacara del monesterio (donde sin duda alguna debe de estar contra su voluntad) á Leandra, á pesar del abadesa y de cuantos quisieran estorbarlo, y os la pusiera en vuestras manos para que hicierades della á toda vuestra voluntad y talante; guardando pero las leyes de caballería, que mandan que á ninguna doncella le sea fecho desaguisado alguno aunque yo espero en Dios nuestro Señor, que no ha de poder tanto la fuerza de un encantador malicioso, que no pueda mas la de otro encantador mejor intencionado, y para entónces os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesion, que no es otra sino de favorecer á los desvalidos y menesterosos. Miróle el cabrero, y como vió á D. Quijote de tan mal pelaje y catadura, admiróse, y preguntó al barbero que cerca de sí tenia: Señor, ¿quién es este hombre, que tal talle tiene y de tal manera habla? ¿Quién ha de ser, respondió el barbero, sino el famoso D. Quijote de la Mancha, desfacedor de agravios, enderezador de tuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas? Eso me semneja, respondió el cabrero, á lo que se lee en los libros de caballeros andantes, que hacian todo eso que deste hombre vuestra merced

dice, puesto que para mí tengo, ó que vuestra merced se burla, ó que este gentil hombre debe de tener vacíos los aposentos de la cabeza. Sois un grandísimo bellaco, dijo á esta sazon D. Quijote, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy mas lleno que jamas lo estuvo la muy hideputa, puta que os parió: y diciendo y haciendo, arrebató de un pan que junto á sí tenia, y dió con él al cabrero en todo el rostro con tanta furia, que le remachó las narices; mas el cabrero, que no sabía de burlas, viendo con cuántas veras le maltrataban, sin tener respeto á la alhombra ni á los manteles ni á todos aquellos que comiendo estaban, saltó sobre D. Quijote, y asiéndole del cuello con entrambas manos, no dudara de ahogarle, si Sancho Panza no llegara en aquel punto, y le asiera por las espaldas, y diera con él encima de la mesa, quebrando platos, rompiendo tazas, y derramando y esparciendo cuanto en ella estaba. D. Quijote, que se vió libre, acudió á subirse sobre el cabrero, el cual lleno de sangre el rostro, molido á coces de Sancho, andaba buscando á gatas algun cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza; pero estorbáronselo el canónigo y el cura; mas el barbero hizo de suerte, que el cabrero cogió debajo de sí á D. Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mojicones, que del rostro del pobre caballero llovia tanta sangre como del suyo. Reventaban de risa el canónigo y el cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros, como hacen á los perros cuando en pendencia están trabados: solo Sancho Panza se desesperaba, porque no se podia desasir de un criado del canónigo que le estorbaba que á su amo no ayudase. En resolucion, estando todos en regocijo y fiesta, sino los dos aporreantes que se carpian, oyeron el son de una trompeta tan triste, que los hizo volver los rostros hácia donde les pareció que sonaba; pero el que mas se alborotó de oirle fué D. Quijote, el cual, aunque estaba debajo del cabrero harto contra su voluntad, y mas que medianamente molido, le dijo: Hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mias, ruégote que hagamos treguas no mas de por una hora, porque el doloroso son de aquella trompeta que á nuestros oídos llega, me parece que á alguna nueva aventura me llama. El cabrero, que ya estaba cansado de moler y ser molido, le dejó luego, y D. Quijote se puso en pié volviendo asimismo el rostro adonde el son se oia, y vió á deshora que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco á modo de diciplinantes. Era el caso, que aquel año habian las nubes negado su rocío á la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacian procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo á Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese; y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba, venia en procesion á una devota ermita que en un recuesto de aquel valle habia. D. Quijote, que vió los extraños trajes de los diciplinantes, sin pasarie por la memoria las muchas veces que los habia de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que á él solo tocaba como á caballero andante el acometerla : y confirmóle mas esta imaginacion pensar que una imágen que traian cubierta de luto, fuese alguna principal señora que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines. Y como esto le cayó en las mientes, con gran lijereza arremetió á Rocinante que

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