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Grijalva, huen pro, huen pro le haga, para en uno son, yo los junto y los bendigo; y tomando de la mano de la niña, se la acomodaba á D. Félix de lo cual se encolerizó tanto la vieja, que quitándose un chapin, comenzó á dar á la Grijalva como en real de enemigos; la cual viéndose maltratar, echó mano de las tocas de Claudia, y no la dejó pedazo en la cabeza, descubriendo la buena señora una calva mas lucia que la de un fraile, y un pedazo de cabellera postiza que le colgaba por un lado, con que quedó la mas fea y abominable catadura del mundo. Viéndose maltratar así de su criada, comenzó á dar grandes alaridos y voces, apellidando á la justicia; y al primer grito, como si fuera cosa de encantamento, entró por la sala el corregidor de la ciudad, con mas de veinte personas, entre acompañados y corchetes: el cual, habiendo tenido soplo de las personas que en aquella casa vivian, determinó visitallas aquella noche, y habiendo llamado á la puerta, no le oyeron, como estaban embebecidas en sus pláticas, y los corchetes con dos palancas, de que de noche andau cargados para semejantes efectos, desquiciaron la puerta, y subieron tan queditos, que no fuéron sentidos; y desde el principio de los documentos de la tia, hasta la pendencia de la Grijalva estuvo oyendo el corregidor sin perder un punto; y así, cuando entró dijo: Descomedida andais con vuestra ama, señora criada. ¡Y como si anda descomedida esta bellaca, señor corregidor, dijo Claudia, pues se ha atrevido á poner las manos do jamas han llegado otras algunas desde que Dios me arrojó á este mundo! Bien decis que os arrojó, dijo el corregidor, porque vos no sois buena sino para arrojada. Cubríos, honrada, y cúbranse todas, y vénganse á la cárcel. ¡A la cárcel, señor! ¿Por qué? dijo Claudia. ¿ A las personas de mi calidad y estofa úsase en esta tierra tratallas desta manera? No déis mas voces, señora, que habeis de venir sin duda, mal que os pese, y con vos esta señora colegial trilingüe en el desfrute de su heredud. Que me maten, dijo la Grijalva, si el señor corregidor no lo ha oido todo; que aquello de las tres pringües, por lo de Esperanza lo ha dicho. Llegóse en esto D. Félix y habló aparte al corregidor, suplicándole no las llevase, que él las tomaba en fiado, mas no pudieron aprovechar con él los ruegos, ni ménos las promesas.

Empero quiso la suerte que entre la gente que acompañaba al corregidor venían los dos estudiantes manchegos, y se hallaron presentes á toda esta historia; viendo lo que pasaba, y que en todas maneras habian de ir á la cárcel Esperanza, Claudia y la Grijalva, en un instante se concertaron entre sí en lo que habian de hacer; y sin ser sentidos se salieron de la casa, y se pusieron en cierta calle tras canton por donde habian de pasar las presas, con seis amigos de su traza y que luego les deparó su buena ventura, á quienes rogaron les ayudasen en un hecho de importancia contra la justicia del lugar, para cuyo efecto los hallaron mas prontos y listos que si fuera para ir á algun solemne banquete. De allí á poco asomó la justicia con las prisioneras, y ántes que llegasen, pusieron mano los estudiantes con tal brio y denuedo, que á poco rato no les esperó porqueron en la calle, si bien no pudieron librar mas que á la Esperanza: porque así como los corchetes vieron trabada la pe

lea, los que levaban á Claudia y á la Grijalva se fuéron con ellas por otra calle, y las pusieron en la cárcel. El corregidor, corrido y afrentado, se fué á su casa, D. Félix á la suya, y los estudiantes á su posada. Y queriendo el que habia quitado á Esperanza á la justicia gozarla aquella noche, el otro no lo quiso consentir, ántes le amenazó de muerte si tal hiciese.

¡Oh milagros del amor! Oh fuerzas poderosas del deseo! Digo esto, porque viendo el estudiante de la presa que el otro su compañero con tanto ahinco y véras le prohibia el gozalla, sin hacer otro discurso, y sin mirar cuál le estaba lo que queria hacer, dijo: Ahora pues, ya que vos no consentis que yo goce á la que tanto me ha costado, y no quereis que por amiga me entregue en ella, á lo menos no me podréis negar que como á mujer legítima no me la habeis, ni podeis, ni debeis quitar; y volviendo á la moza, á quien de la mano no habia dejado, le dijo: Esta mano, que hasta aquí os he dado, señora de mi alma, como defensor vuestro, ahora, si vos quereis, os la doy como legítimo esposo y marido. La Esperanza, que de mas bajo partido fuera contenta, al punto que vió el que se la ofrecía, dijo que sí y que resí, no una, sino muchas veces, y abrazóle como á su señor y marido. El compañero, admirado de ver tan extraña resolucion, sin decirles nada se quitó de delante y se fué á su aposento. El desposado, temeroso de que sus amigos y conocidos le estorbasen el fin de su deseo y le impidiesen el casamiento, que aun no estaba hecho con las debidas circunstancias, aquella misma noche se fué al meson donde posaba el arriero de su tierra.Quiso la buena suerte de Esperanza que el tal arriero se partia al otro dia por la mañana, con el cual se fuéron; y segun se dijo, llegó á casa de su padre, donde le dió á entender que aquella señora que allí traia era hija de un caballero principal; y que la habia sacado de casa de su padre, dándole palabra de casamiento. Era el padre viejo, y creyó fácilmente cuanto le decia el hijo; y viendo la buena cara de la nuera, sc tuvo por mas que satisfecho, y alabó como mejor supo la buena determinacion de su hijo,

No le sucedió así á Claudia, porque se le averiguô por su misma confesion, que la Esperanza no era su sobrina ni parienta, sino una niña á quien habia tomado de la puerta de una iglesia, y que á ella y á otras, que en su poder habia tenido, las habia vendido por doncellas muchas veces á diferentes personas, y que desto se mantenia y esto tenia por oficio y ejercicio. Averiguósele tambien tener sus puntas de hechicera, por cuyos delitos el corregidor la sentenció á cuatrocientos azotes y á estar en una escalera, con una jaula y coroza en me dio de la plaza; que fué el mejor dia que aquel año tuvieron los muchachos de Salamanca.

Súpose luego el casamiento del estudiante; y aunque algunos escribieron á su padre la verdad del caso y la calidad de la nuera, ella se habia dado con su astucia y discrecion tan buena maña en contentar y servir al viejo suegro, que aunque mayores males le dijeran della, no quisiera haber dejado de alcanzarla por hija: tal fuerza tienen la discrecion y la hermosura. Y tal fin y paradero tuvo la señora Claudia de Astudillo y Quiñones, y talle tengan todas cuantas su vida y proceder tuvieren.

FIN DE LAS NOVELAS EJEMPLARES.

EL INGENIOSO HIDALGO

DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

DEDICATORIA

Al duque de Béjar, marques de Gibraleon, conde de Benalcázar y Bañares, vizconde de la Puebla de Alcocer, señor de las villas de Capilla, Curiel y Burguillos.

Ex fe del buen acogimiento y honra que hace vuestra Excelencia á toda suerte de libros, como príncipe tan inclinado á favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no se abaten al servicio y granjerías del vulgo, he determinado de sacar á luz el Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha al abrigo del clarísimo nombre de vuestra Excelencia, á quien, con el acatamiento que debo á tanta grandeza, suplico le reciba agradablemente en su proteccion, para que á su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudicion de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos, que no conteniéndose en los limites de su ignorancia, suelen condenar con mas rigor y ménos justicia los trabajos ajenos: que poniendo los ojos la prudencia de vuestra Excelencia en mi buen desco, fio que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio.

MIGUEL DE CERVántes Saavedra.

PROLOGO.

DESOCUPADO lector: Sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el mas hermoso, el mas gallardo y mas discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir la órden de naturaleza, que en ella cada cosa engendra su semejante. Y así ¿qué podia engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mio, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo, y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno; bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento, y donde todo triste ruido hace su habitacion? El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu, son grande parte para que las musas mas estériles se muestren fecundas, y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y de contento. Acontece tener un padre un hijo feo y sin gracia alguna, y el amor que le tiene le pone una venda en los ojos para que no vea sus faltas, antes las juzga por discreciones y lindezas, y las cuenta á sus amigos por agudezas y donaires. Pero yo, que aunque parezco padre, soy padrastro de Don Quijote, no quiero irme con la corriente del uso, ni suplicarte casi con las lágrimas en los ojos, como otros hacen, lector carísimo, que perdones ó disimules las faltas que en este mi hijo vieres, pues ni eres su pariente ni su amigo, y tienes tu alma en tu cuerpo y tu libre albedrío como el mas pintado, y estás en tu casa, donde eres señor della, como el rey de sus alcabalas, y sabes lo que comunmente se dice, que debajo de mi manto al rey mato. Todo lo cual te exenta y hace libre de todo respeto y obligacion, y así puedes decir de la historia todo aquello que te pareciere, sin temor que te calumnien por el mal ni te premien por el bien que dijeres della. Solo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de la innumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogios que al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir, que aunque me costó algun trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefacion que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribilla, y muchas la dejé, por no saber lo que escribiria; y estando una suspenso, con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diria, entró á deshora un amigo mio gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntó la causa, y no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que

habia de hacer á la historia de Don Quijote, y que me tenia de suerte, que ni queria hacerle, ni menos sacar á luz las hazañas de tan noble caballero. Porque ¿cómo quereis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo, cuando vea que al cabo de tantos años como fa que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora con todos mis años a cuestas con una leyenda seca como un esparto, ajena de invencion, menguada de estilo, pobre de concetos, y falta de toda erudicion y dotrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platon y de toda la caterva de filósofos, que adiniran á los leyentes, y tienen á sus autores por hombres leidos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué cuando citan la divina Escritura! No dirán sino que son unos santos Tomases y otros doctores de la Iglesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglon han pintado un enamorado distraido, y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oirle ó leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo qué acotar en el margen, ni qué anotar en el fin, ni ménos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos por las letras del A, B, C, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte, y en Zoilo ó Zeuxis, aunque fué maldiciente el uno y pintor el otro. Tambien ha de carecer mi libro de sonetos al principio, á lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas o poetas celebérrimos. Aunque si yo los pidiese á dos ó tres oficiales amigos, yo sé que me los darian, y tales, que no los igualasen los de aquellos que tienen mas nombre en nuestra España.

En fin, señor y amigo mio, prosegui, yo determino que el señor Don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltron y perezoso de an larme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aqui nace la suspension y elevamiento en que me hallastes: bastante causa para ponerme en ella la que de mi habeis oido. Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente y disparando en una larga risa, me dijo: Por Dios, hermano, que ahora me acabo de desengañar de un engaño en que he estado todo el mucho tiempo que há que os conozco, en el cual siempre os he tenido por discreto y prudente en todas vuestras acciones. Pero ahora veo que estáis tan lejos de serio como lo está el cielo de la tierra.

¿Cómo que es posible, que cosas de tan poco momento, y tan fáciles de remediar, puedan tener fuerzas de suspender y absortar un ingenio tan maduro como el vuestro, y tan hecho á romper y atropellar por otras dificultades mayores? A la fe, esto no nace de falta de habilidad, sino de sobra de pereza y penuria de discurso. ¿Quereis ver si es verdad lo que digo? Pues estadme atento, y veréis cómo en un abrir y cerrar de ojos confundo todas vuestras dificultades, y remedio todas las faltas que decis que os suspenden y acobardan para dejar de sacar á la luz del mundo la historia de vuestro famoso Don Quijote, luz y espejo de toda la caballeria andante. Decid, le repliqué yo, oyendo lo que me decia, ¿de qué modo pensais llenar el vacio de mi temor, y reducir á claridad el caos de mi confusion? A lo cual el dijo: Lo primero en que reparais de los sonetos, epigramas ó elogios que os faltan para el principio, y que sean de personajes graves y de titulo, se puede remediar en que vos mismo tomeis algun trabajo en hacerlos, y despues los podeis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al preste Juan de las Indias ó al emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fuéron famosos poetas: y cuando no lo hayan sido, y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detras os muerdan y murmuren desta verdad, no se os de dos maravedis, porque ya que os averiguen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

En lo de citar en las márgenes los libros y autores de donde sacáredes las sentencias y dichos que pusiéredes en vuesta historia, no hay mas sino hacer de manera que vengan á pelo alguwas sentencais ó latines que vos sepais de memoria, ó á lo menos que os cuesten poco trabajo el buscallos, como será poner, tratando de libertad y cautiverio :

Non bene pro toto libertas venditur auro.

Y luego en el márgen citar á Horacio, ó á quien lo dijo. Si tratáredes del poder de la muerte, acudid luego con:

Pallida mors æquo pulsat pede pauperum tabernas,
Regumque turres.

Si de la amistad y amor que Dios manda que se tenga al enemigo, entráos luego al punto por la Escritura divina, que lo podeis hacer con tantico de curiosidad, y decir las palabras por lo ménos del mismo Dios: Ego autem dico vobis: Diligite inimicos vestros. Si tratáredes de malos pensamientos, acudid con el Evangelio. De corde exeunt cogitationes mala. Si de la instabilidad de los amigos, ahí está Caton que os dará su distico:

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Y con estos latinicos y otros tales os tendrán siquiera por gramático, que el serlo no es de poca honra y provecho el dia de hoy. En lo que toca al poner anotaciones al fin del libro, seguramente lo podeis hacer desta manera. Si nombrais algun gigante en vuestro libro, hacelde que sea el gigante Golias, y con solo esto, que os costará casi nada, teneis una grande anotacion, pues podeis poner: El gigante Golias & Goliat fue un filisteo á quien el pastor David mató de una ά gran pedrada en el valle de Terebinto, segun se cuenta en el libro de los Reyes, en el capítulo que vos hallaredes que se escribe.

Tras esto, para mostraros hombre erudito en letras humanas y cosmógrafo, haced de modo como en vuestra historia se nombre el rio Tajo, y veréisos luego con otra famosa anotacion, poniendo: El rio Tajo fué así dicho por un rey de las Españas: tiene su nacimiento en tal lugar, y muere en el mar Océano, besando los muros de la famosa ciudad de Lisboa, y es opinion que tiene las arenas de oro, etc. Si trataredes de ladrones, yo os daré la historia de Caco, que la sé de coro si de mujeres rameras, ahí está el obispo de Mondoñedo, que os prestará á Lamia, Laida y Flora, cuya anotacion os darà gran crédito si de crueles, Ovidio os entregará á Medea: si de encantadoras y hechiceras, Homero tiene á Calipso, y Virgilio á Circe: si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará á sí mismo en sus comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros. Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepais de la lengua toscana, toparéis con Leon Hebreo, que os hincha las medidas; y si no quereis andaros por tierras extrañas, en vuestra casa teneis á Fonseca, Del Amor de Dios, donde se cifra todo lo que vos y el mas ingenioso acertare á desear en tal materia. En resolucion, no hay mas sino que vos procureis nombrar estos nombres, ó tocar estas historias en la vuestra que aqui he dicho, y dejadme á mi el cargo de poner las anotaciones y acotaciones, que yo os voto a tal de llenaros los márgenes y de gastar cuatro pliegos en el fin del libro.

Vengamos ahora á la citacion de los autores que los otros libros tienen, que en el vuestro os faltan. El remedio que esto tiene es muy fácil, porque no habeis de hacer otra cosa que buscar un libro que los acote todos, desde la A hasta la Z, como vos decis. Pues ese mismo abecedario pondréis vos en vuestro libro ; que puesto que á la clara se vea la mentira, por la poca necesidad que vos teníades de aprovecharos dellos, no importa nada; y quizá alguno habrá tan simple que crea que de todos os habeis aprovechado en la simple y sencilla historia vuestra. Y cuando no sirva de otra cosa, por lo menos servirá aquel largo catálogo de autores á dar de improviso autoridad al libro. Y mas, que no habrá quien se ponga a averiguar si los seguistes ó no los seguistes, no yéndole nada en ello. Cuanto mas, que si bien caigo en la cuenta, este vuestro libro no tiene necesidad de ninguna cosa de aquellas que vos decis que le faltan, porque todo él es una invectiva contra los libros de caballerías, de quien nunca se acordó Aristóteles, ni dijo nada S. Basilio, ni alcanzó Ciceron; ni caen debajo de la cuenta de sus fabulosos disparates las puntualidades de la verdad, ni las observaciones de la astrología; ni le son de importancia las medidas geométricas, ni la confutacion de los argumentos de quien se sirve la retórica; ni tiene para qué predicar á ninguno, mezclando lo humano con lo divino, que es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningun cristiano entendimiento. Solo tiene que aprovecharse de la imitacion en lo que fuere escribiendo, que cuanto ella fuere mas perfecta, tanto mejor será lo que se escribiere. Y pues esta vuestra escritura no mira mas que á deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías, no hay para qué andeis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la divina Escritura, fabulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos, sino procurar que á la llana, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oracion y período sonoro y festivo, pintando en todo lo que alcanzáredes y fuere posible, vuestra intencion; dando á entender vuestros concetos, sin intricarlos y escurecerlos. Procurad tambien que leyendo vuestra historia el melancólico se mueva á risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invencion, el grave no la desprecie, ni el prudente deje de alabarla. En efecto, llevad la mira puesta á derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros, aborrecidos de tantos, y alabados de muchos mas; que si esto alcanzasedes, nó habriades, alcanzado poco.

Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decia, y de tal manera se imprimieron en mi sus razones, que sin ponerlas en disputa, las aprobé por buenas, y dellas mismas quise hacer este prólogo, en el cual verás, lector suave, la discrecion de mi amigo, la buena ventura mia en hallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallar tan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso Don Quijote de la Mancha, de quien hay opinion por todos los habitadores del distrito del campo de Montiel, que fué el mas casto enamorado y el mas valiente caballero que de muchos años á esta parte se vió en aquellos contornos. Yo no quiero encarecerte el servicio que te hago en darte á conocer tan notable y tan honrado caballero; pero quiero que me agradezcas el conocimiento que tendrás del famoso Sancho Panza su escudero, en quien á mi parecer te doy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los libros vanos de caballerías están esparcidas. Y con esto, Dios te dé salud, y á mí no olvide. Vale.

AL LIBRO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA,

Si de llegarte á los bue-
Libro, fueres con letu-
No te dirá el boquiru-
Que no pones bien los de-

Mas si el pan no se te cue-
Por ir á manos de idio-
Verás de manos á bo-
Aun no dar una en el cla-
Si bien se comen las ma-
Por mostrar que son curio-

Y pues la experiencia ense-
Que el que á buen árbol se arri-
Buena sombra le cobi-
En Béjar tu buena estre-
Un árbol real te ofre-
Que da principes por fru-
En el cual florece un du-
Que es nuevo Alejandro Ma-
Llega á su sombra, que á osa-
Favorece la fortu-

De un noble bidalgo mancheContarás las aventuA quien ociosas letuTrastornaron la cabe

URGANDA LA DESCONOCIDA.

Damas, armas, caballe-
Le provocaron de mo-
Que cual Orlando furio-
Templado á lo enamora-
Alcanzó á fuerza de bra-
A Dulcinea del Tobo-

No indiscretos hierogli-
Estampes en el escu-
Que, cuando es todo figu-
Con ruines puntos se embi-
Si en la direccion te humi-
No dirá mofante algu-
Que Don Alvaro de Lu-
Que Aníbal el de Carta-
Que el rey Francisco en Espa-
Se queja de la fortu-

Pues al cielo no le pluQue salieses tan ladiComo el negro Juan latiHablar latines rebu

No me despuntes de aguNi me alegues con filoPorque torciendo la boDirá el que entiende la le

AMADIS DE GAULA Á D. QUIJOTE DE LA MANCHA.
SONETO.

Tú, que imitaste la llorosa vida
Que tuve ausente y desdeñado sobre
El gran ribazo de la Peña Pobre,
De alegre á penitencia reducida :

Tú, à quien los ojos dieron la bebida
De abundante licor, aunque salobre,
Y alzándote la plata, estaño y cobre,
Te dió la tierra en tierra la comida :

Vive seguro de que eternamente,
En tanto al menos que en la cuarta esfera
Sus caballos aguije el rubio Apolo,

Tendrás claro renombre de valiente,
Tu patria será en todas la primera,
Tu sabio autor al mundo único y solo.

DON BELIANIS DE GRECIA A D. QUIJOTE DE LA MANCHA,

SONETO.

Rompi, corté, abollé, y dije, y hice
Mas que en el orbe caballero andante;
Fui diestro, fui valiente y arrogante,
Mil agravios vengué, cien mil deshice.
Hazañas di á la fama que eternice;
Fui comedido y regalado amante;
Fué enano para mí todo gigante,
Y al duelo en cualquier punto satisfice.
Tuve á mis piés postrada la fortuna ;
Y trajo del copete mi cordura
A la calva ocasion al estricote.

Mas aunque sobre el cuerno de la luna
Siempre se vió encubrada mi ventura,
Tus proezas envidio, ó gran Quijote.

No un palmo de las ore¿Para qué conmigo flo

No te metas en dibuNi en saber vidas ajeQue en lo que no va ni viePasar de largo es corduQue suelen en caperuDarles á los que graceMas tú quémate las ceSolo en cobrar buena faQue el que imprime necedaDalas á censo perpe

Advierte que es desatiSiendo de vidrio el tejaTomar piedras en la maPara tirar al veci

Deja que el hombre de juiEn las obras que compoSe vaya con piés de ploQue el que saca á luz papcPara entretener donceEscribe á tontas y á lo

LA SEÑORA ORIANA A DULCINEA DEL TOBOSO.
SONETO.

¡Oh quién tuviera, bermosa Dulcinea,
Por mas comodidad y mas reposo,
A Miraflores puesto en el Toboso.
Y trocara su Lóndres con tu aldea!
Ob quién de tus deseos y librca
Alma y cuerpo adornara, y del famoso
Caballero que hiciste venturoso,
Mirara alguna desigual pelea!

Ob quién tan castamente se escapara
Del señor Amadis, como tú hiciste
Del comedido hidalgo Don Quijote!

Que así envidiada fuera, y no envidiara,
Y fuera alegre el tiempo que fué triste,
Y gozara los gustos sin escote.

GANDALIN, ESCUDERO DE AMADIS DE GAULA, A SANCHO
PANZA, ESCUDERO DE D. QUIJOTE.
SONETO.

Salve, varon famoso, á quien fortuna,
Cuando en el trato escuderil le puso,
Tan blanda y cuerdamente lo dispuso,
Que lo pasaste sin desgracia alguna.

Ya la azada ó la hoz poco repuna Al andante ejercicio, ya está en uso La llaneza escudera con que acuso Al soberbio que intenta hollar la luna. Envidio á tu jumento y á tu nombre, Y á tus alforjas igualmente envidio, Que mostraron tu cuerda providencia. Salve otra vez, ó Sancho, tan buen hombre, Que à solo tú nuestro español Ovidio Con buzcorona te hace reverencia.

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