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espaldas. Con todo eso te hago saber, hermano Panza, repacó D. Quijote, que no hay memoria á quien el tiempo

acabe, ni dolor que muerte no le consuma. ¿ Pues qué mayor desdicha puede ser, replicó Panza, de aquela que aguarda al tiempo que la consuma, y á la muerte que la acabe? Si esta nuestra desgracia fuera de aquellas que con un par de bizmas se curan, aun no tan malo; pero voy viendo, que no han de bastar todos los emplasLos de un hospital para ponerlas en buen término siquiera. Déjate deso, y saca fuerzas de flaqueza, Sancho, respondió D. Quijote, que así haré yo, y veamos cómo está Rocinante, que á lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia. No hay de qué maravillarse deso, respondió Sancho, siendo él tambien caballero andante; de lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas, donde posotros salimos sin costillas. Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas para dar remedio á ellas, dijo D. Quijote : digolo, porque esa bestezuela podrá suplir ahora la falta de Rocinante, llevándome á mí desde aquí á algun castillo, donde sea curado de mis feridas. Y mas que no tendré á deshonra la tal caballería, porque me acuerdo haber leido que aquel buen viejo Sileno, ayo y pedagogo del alegre dios de la risa, cuando entró en la ciudad de las cien puertas iba muy á su plater caballero sobre un muy hermoso asno. Verdad será que él debia de ir caballero como vuestra merced dice, respondió Sancho; pero hay gran diferencia del ir caballero al ir atravesado como costal de basura. A lo cual respondió D. Quijote : Las feridas que se reciben en las batallas, antes dan honra que la quitan; así que, Panza amigo, no me repliques mas, sino como ya te he dicho, levántate lo mejor que pudieres, y ponme de la manera que mas te agradare encima de tu jumento, y vamos de aquí ántes que la noche venga, y nos saltee en este despoblado. Pues yo he oido decir á vuestra merced, dijo Panza, que es muy de caballeros andantes el dormir en los páramos y desiertos lo mas del año, y que lo tieBen á mucha ventura. Eso es, dijo D. Quijote, cuando no pueden mas, ó cuando están enamorados; y es tan verdad esto, que ha habido caballero que se ha estado sobre una peña al sol y á la sombra y á las inclemencias del cielo dos años sin que lo supiese su señora, y uno destos fué Amadis, cuando llamándose Beltenebros se alojó en la Peña Pobre, ni sé si ocho años ó ocho meses, que no estoy muy bien en la cuenta; basta que él estuvo alli haciendo penitencia por no sé qué sinsabor que le hizo la señora Oriana: pero dejemos ya esto, Sancho, y acaba antes que suceda otra desgracia al jumento como Rocinante. Aun ahí sería el diablo, dijo Sancho; y despidiendo treinta ayes y sesenta sospiros, y ciento y veinte pésetes y reniegos de quien allí le habia traido, se levantó, quedándose agobiado en la mitad del camino coino arco turquesco sin poder acabar de enderezarse; y con todo este trabajo aparejó su asno, que tambien habia andado algo distraido con la demasiada libertad de aquel dia: levantó luego á Rocinante, el cual si tuviera lengua con que quejarse, á buen seguro que Sancho ni su amo no le fueran en zaga. En resolucion, Sancho acomodó D. Quijote sobre el asno, y puso de reata á Rocinante, y llevando al asno del cabestro, se encaminó poco mas ó ménos hacia donde le pareció que podia estar el camino real; y la suerte que sus cosas de bien en mejor iba guian

á

do, aun no hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta, que á pesar snyo y gusto de D. Quijote habia de ser castillo. Porfiaba Sancho que era venta, y su amo que no sino castillo, y tanto duró la porfía, que tuvieron lugar siu acabarla de llegar á ella, en la cual Sancho se entró sin mas averiguacion con toda su recua.

CAPITULO XVI.

De lo que sucedió al ingenioso hidalgo en la venta que él imaginaba ser castillo.

El ventero, que vió á D. Quijote atravesado en el asno, preguntó á Sancho qué mal traia. Sancho le respondió que no era nada, sino que habia dado una caida de una peña abajo, y que venía algo brumadas las costillas. Tenia el ventero por mujer á una no de la condicion que suelen tener las de semejante trato, porque naturalmente era caritativa, y se dolia de las calamidades de sus prójimos; y así acudió luego á curar á D. Quijote, y hizo que una hija suya doncella, muchacha y de muy buen parecer, la ayudase á curar á su huésped. Servia en la venta asimismo una moza asturiana, ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta, y del otro no muy sana: verdad es que la gallardia del cuerpo suplia las demas faltas: no tenia siete palmos de los piés & la cabeza, y las espaldas, que algun tanto le cargaban, la hacian mirar al suelo mas de lo que ella quisiera. Esta gentil moza pues ayudó á la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama á D. Quijote en un camaranchon, que en otros tiempos daba manifiestos indicios que habia servido de pajar muchos años, en el cual tambien alojaba un arriero, que tenia su cama hecha un poco mas allá de la de nuestro D. Quijote, y aunque era de las enjalmas y mantas de sus machos, hacia mucha ventaja á la de D. Quijote, que solo contenia cuatro mal lisas tablas sobre dos no muy iguales bancos, y un colchon, que en lo sutil parecia colcha, lleno de bodoques, que á no mostrar que eran de lana por algunas roturas, al tiento en la dureza semejaban de guijarro, y dos sábanas hechas de cuero de adarga, y una frazada cuyos hilos, si se quisieran contar, no se perdiera uno solo de la cuenta. En esta maldita cama se acostó D. Quijote ; y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba abajo, alumbrandoles Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado á partes á D. Quijote, dijo que aquello mas parecian golpes, que caida. No fuéron golpes, dijo Sancho, sino que la peña tenia muchos picos y tropezones, y que cada uno liabia hecho su cardenal; y tambien le dijo: Haga vuestra merced, señora, de manera que queden algunas estopas, que no faltará quien las haya menester, que tambien mo duelen á mí un poco los lomos. ¿Desa manera, respondió la ventera, tambien debistes vos de caer? No caí, dijo Sancho Panza, sino que del sobresalto que tomé de ver caer á mi amo, de tal manera me duele á mí el cuerpo, que me parece que me han dado mil palos. Bien podria ser eso, dijo la doncella, que á mí me ha acontecido mu-. chas veces soñar que caia de una torre abajo, y que nunca acababa de llegar al suelo, y cuando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caido. Alí está el toque, señora, respondió Sancho Panza, que yo sin soñar nada, sino estando mas despierto que ahora estoy, me hallo con

pocos ménos cardenales que mi señor D. Quijote.¿Cómo se llama este caballero? preguntó la asturiana Maritornes. D. Quijote de la Mancha, respondió Sancho Panza, y es caballero aventurero, y de los mejores y mas fuertes que de luengos tiempos acá se han visto en el mundo. ¿Qué es caballero aventurero? replicó la moza. ¿Tan nueva sois en el mundo que no lo sabeis vos? respondió Sancho Panza: pues sabed, hermana mia, que caballero aventurero es una cosa que en dos palabras se ve apaleado y emperador: hoy está la mas desdichada criatura del mundo y la mas menesterosa, y mañana tendrá dos ó 'res coronas de reinos que dar á su escudero. ¿Pues cómo vos, siéndolo'deste tan buen señor, dijo la ventera, no teneis á lo que parece siquiera algun condado? Aun cs temprano, respondió Sancho, porque no há sino un mes que andamos buscando las aventuras, y hasta ahora no hemos topado con ninguna que lo sea, y tal vez hay que se busca una cosa y se halla otra verdad es, que si mi señor D. Quijote sana desta herida ó caida, y yo no quedo contrecho della, no trocaria mis esperanzas con el mejor título de España. Todas estas pláticas estaba escuchando muy atento D. Quijote, y sentándose en el lecho como pudo, tomando de la mano á la ventera, le dijo: Creedme, fermosa señora, que os podeis llamar venturosa por haber alojado en este vuestro castillo á mi persona, que es tal, que si yo no la alabo, es por lo que suele decirse, que la alabanza propia envilece; pero mi escudero os dirá quién soy : solo os digo, que tendré eternamente escrito en mi memoria el servicio que me habedes fecho, para agradecéroslo mientras la vida me durare: y pluguiera á los altos cielos que el amor no me tuviera tan rendido y tan sujeto á sus leyes, y los ojos de aquella hermosa ingrata que digo entre mis dientes, que los desta fermosa doncella fueran señores de mi libertad. Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendian como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban á ofrecimientos y requiebros; y como no usadas á semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban, y agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron, y la asturiana Maritornes curó á Sancho, que no ménos lo habia menester que su amo. Habia el arriero concertado con ella que aquella noche se refocilarian juntos, y ella le habia dado su palabra de que en estando sosegados los huéspedes y durmiendo sus amos, le iria á buscar y satisfacerle el gusto en cuanto le mandase. Y cuéntase desta buena moza, que jamas dió semejantes palabras que no las cumpliese, aunque las diese en un monte y sin testigo alguno, porque presumia muy de hidalga, y no tenia por afrenta estar en aquel ejercicio de servir en la venta; porque decia ella que desgracias y malos sucesos la habian traido á aquel estado. El duro, estrecho, apocado y fementido lecho de D. Quijote estaba primero en mitad de aquel estrellado establo, y luego junto á él hizo el suyo Sancho, que solo contenia una estera de enea y una manta que antes mostraba ser de anjeo tundido que de lana. Sucedia á estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y de todo el adorno de los dos mejores mulos que traia, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo, segun lo dice el autor desta

historia, que deste arriero hace particular mencion, r que le conocia muy bien, y aun quieren decir que algo pariente suyo: fuera de que Cide Hamete Benen fué historiador muy curioso y muy puntual en todas cosas, y échase bien de ver, pues las que quedan ref das, con ser tan mínimas y tan raras, no las quiso p en silencio, de donde podrán tomar ejemplo los toriadores graves, que nos cuentan las acciones corta y sucintamente, que apénas nos llegan á los lab dejándose en el tintero ya por descuido, por malic ignorancia lo mas sustancial de la obra. Bien haya veces el autor de Tablante de Ricamonte, y aquel del libro donde se cuentan los hechos del Conde Tomill y¡ con qué puntualidad lo describen todo! Digo pu que despues de haber visitado el arriero á su rec dádole el segundo pienso, se tendió en sus enjalma se dió á esperar á su puntualísima Maritornes. Ya est Sancho bizmado y acostado, y aunque procuraba dor no lo consentia el dolor de sus costillas, y D. Quijote el dolor de las suyas tenia los ojos abiertos como liel Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no ha otra luz que la que daba una lámpara que colgada medio del portal ardia. Esta maravillosa quietud, y pensamientos que siempre nuestro caballero traia de sucesos que á cada paso se cuentan en los libros au res de sus desgracias, le trujo á la imaginacion una las extrañas locuras que buenamente imaginarse p den; y fué que él se imaginó haber llegado á un fam castillo (que como se ha dicho, castillos eran á su pare todas la ventas donde alojaba ), y que la hija del vent lo era del señor del castillo, la cual vencida de su gen leza se habia enamorado dél, y prometido que aque noche á furto de sus padres vendria á yacer con él buena pieza y teniendo toda esta quimera que él habia fabricado, por firme y valedera, se comenzó á ac tar y á pensar en el peligroso trance en que su hones dad se habia de ver, y propuso en su corazon de no c meter alevosía á su señora Dulcinea del Toboso, aunq la misma reina Ginebra con su dueña Quintañona se pusiesen delante. Pensando pues en estos disparates, llegó el tiempo y la hora (que para él fué menguada, la venida de la asturiana, la cual en camisa y descalz cogidos los cabellos en una albanega de fustan, con ta tos y atentados pasos entró en el aposento donde los tr alojaban, en busca del arriero; pero apénas llegó á puerta cuando D. Quijote la sintió, y sentándose en cama á pesar de sus bizmas y con dolor de sus costilla tendió los brazos para recebir á su fermosa doncella asturiana, que toda recogida y callando iba con las ma nos delante buscando á su querido. Topó con los brazo de D. Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca tirándola hácia sí, sin que ella osase hablar palabra, hizo sentar sobre la cama: tentóle luego la camisa, aunque ella era de arpillera, á él le pareció ser de fini simo y delgado cendal. Traia en las muñecas unas cuen tas de vidrio, pero á él le dieron vislumbres de precio sas perlas orientales: los cabellos que en alguna maner tiraban á crines, él los marco por hebras de lucidisim oro de Arabia, cuyo resplandor al del mismo sol escure cia; y el aliento, que sin duda alguna olia á ensalada fam bre y trasnochada, á él le pareció que arrojaba de su bo ca un olor suave y aromático; y finalmente él la pintoen su imaginacion de la misma traza y modo que lo habia

y

leido en sus libros de la otra princesa que vino á ver al malferido caballero, vencida de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos. Y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto ni el aliento ni otras cosas que traia en sí la buena doncella, no le desengañahan, las cuales pudieran hacer vomitar á otro que no fuera arriero; ántes le parecia que tenia entre sus brazos á la diosa de la hermosura: y teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó á decir : Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habedes fecho; pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir á los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que aunque de mi voluntad quisiera satisfacer á la vuestra, fuera imposible, y mas que se añade á esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada á la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis mas escondidos pensamientos; que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero que dejara pasar en blanco la venturosa ocasion en que vuestra gran bondad me ha puesto. Maritornes estaba congojadísima y trasudando de verse tan asida de D. Quijote, y sin entender ni estar atenta á las razones que le decia, procuraba sin hablar palabra desasirse. El bueno del arriero, á quien tenian despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima por la puerta la sintió, y estuvo atentamente escuchando todo lo que D. Quijote decía, y celoso de que la asturiana le hubiese faltado á la palabra por otro, se fué llegando mas al lecho de D. Quijote, y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones que él no podia entender; pero como vió que la moza forcejaba por desasirse, y D. Quijote trabajaba por tenerla, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto, y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre, y no contento con esto se le subió encima de las costillas, y con los piés mas que de trote se las paseó todas de cabo á cabo. El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dió consigo en el suelo, á cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque habiéndola llamado á voces, no respondia. Con esta sospecha se levantó, y encendiendo un candil, se fué hacia donde habia sentido la pelaza. La moza viendo que su amo venía, y que era de condicion terrible, toda medrosica y alborotada se acogió á la cama de Sancho Panza, que aun dormia, y á allí se acorrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo: ¿Adónde estás, puta? A buen seguro que son tus cosas estas. En esto despertó Sancho, y sintiendo aque bulto casi encima de sí, pensó que tenia la pesadilla, y comenzó á dar puñadas á una y á otra parte, y entre otras alcanzó con no sé cuantas á Maritornes, la cual sentida del dolor, echando á rodar la honestidad, dió el retorno Sancho con tantas, que á su despecho le quitó el sueño; el cual viéndose tratar de aquella manera y sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la mas reñida y graciosa escaramuza del mundo. Viendo pues el arriero á la lumbre del candil del ventero cuál andaba su dama, dejando á D. Quijote acudió á dalle el socorro nece

sario: lo mismo hizd el ventero, pero con intencion diferente, porque fué á castigar á la moza, creyendo sin duda, que ella sola era la ocasion de toda aquella armonía. Y así como suele decirse el gato al rato, el rato á la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero á Sancho, Sancho á la moza, la moza á él, el ventero á la moza, y todos menudeaban con tanta priesa, que no sc daban punto de reposo: y fué lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y como quedaron á escuras, dábanse tan sin compasion todos á bulto, que á do quiera que ponian la mano no dejaban cosa sana. Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero do los que llaman de la Santa Hermandad vieja de Toledo, el cual oyendo asinismo el extraño estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus títulos, y entró á escuras en el aposento diciendo: Téngansc á la justicia, ténganse á la Santa Hermandad; y el primero con quien topó, fué con el apuñeado de D. Quijote, que estaba en su derribado lecho, tendido boca arriba sin sentido alguno, y echándole á tiento mano á las barbas no cesaba de decir: Favor á la justicia; pero viendo que el que tenia asido no se bullia ni meneaba, se dió á entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus matadores, y con esta sospecha reforzó la voz, diciendo: Ciérrese la puerta de la venta, miren no se vaya nadie, que han muerto aquí á un hombre. Esta voz sobresaltó á todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retiróse el ventero á su aposento, el arriero á sus enjalmas,la moza á su rancho; solos los dos desventurados D. Quijote y Sancho no se pudieron mover de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la barba de D. Quijote, y salió á buscar luz para buscar y prender los delincuentes; mas no la halló, porque el ventero de industria habia muerto la lámpara cuando se retiró á su estancia, y fuéle forzoso acudir á la chimenea, donde con mucho trabajo y tiempo encendió el cuadrillero otro candil.

CAPITULO XVII.

Donde se prosiguen los innumerables trabajos que el bravo D. Qufjote y su buen escudero Sancho Panza pasaron en la venta, que por su mal pensó que era castillo.

Habia ya vuelto en este tiempo de su parasismo D. Quijote, y con el mismo tono de voz con que el dia ántes habia llamado á su escudero, cuando estaba tendido en el val de las estacas, le comenzó á llamar diciendo: ¿Sancho amigo, duermes? ¿Duermes, amigo Sancho? ¿Qué tengo de dormir, pesía á mi? respondió Sancho lleno de pesadumbre y de despechio; que no parece sino que todos los diablos han andado conmigo esta noche. Puédeslo creer así sin duda, respondió D. Quijote, porque o yo sé poco, ó este castillo es encantado, porque has de saber... mas esto que ahora quiero decirte, hasme de jurar que lo tendrás secreto hasta despues de mi muerte. Si juro, respondió Sancho. Digolo, replicó D. Quijote, porque soy enemigo de que se quite la honra á nadie. Digo que sí juro, torno á decir Sancho, que lo callaré hasta despues de los dias de vuestra merced, y plega à Dios que lo pueda descubrir mañana. ¿Tan malas obras te hago, Sancho, respondió D. Quijote, que me querrias ver muerto con tanta brevedad? No es por eso, respondió Sancho, sino porque soy enemigo de guardar mucho las cosas, y no querria que se me pudriesen de guarda

das. Sea por lo que fuere, dijo D. Quijote, que mas fio de tu amor y de tu cortesía; y así has de saber que esta noche me ha sucedido una de las mas extrañas aventuras que yo sabré encarecer, y por contártela en breve, sabrás que poco há que á mí vino la hija del señor deste castillo, que es la mas apuesta y fermosa doncella que en gran parte de la tierra se puede hallar. ¡Qué te podria decir del adorno de su persona! Qué de su gallardo entendimiento! Qué de otras cosas ocultas, que por guardar la fe que debo á mi señora Dulcinea del Toboso, dejaré pasar intactas y en silencio! Solo te quiero decir, que envidioso el cielo de tanto bien como la ventura me habia puesto en las manos, ó quizá (y esto es lo mas cierto) que como tengo dicho, es encantado este castillo, al tiempo que yo estaba con ella en dulcísimos y amorosísimos coloquios, sin que yo la viese ni supiese por dónde venía, vino una mano pegada á algun brazo de algun descomunal gigante, y asentóme una puñada en las quijadas, tal que las tengo todas bañadas en sangre, y despues me molió de tal suerte, que estoy peor que ayer cuando los arrieros por demasías de Rocinante nos hicieron el agravio que sabes: por donde conjeturo que el tesoro de la fermosura desta doncella le debe de guardar algun encantado moro, y no debe de ser para mi. Ni para mí tampoco, respondió Sancho, porque mas de cuatrocientos moros me han aporreado, de manera que el molimiento de las estacas fué tortas y pan pintado. Pero dígame, señor, ¿cómo llama á esta buena y rara aventura, habiendo quedado della cual quedamos? Aun vuestra merced ménos mal, pues tuvo en sus manos aquella incomparable fermosura que ha dicho; pero yo¿qué tuve sino los mayores porrazos que pienso recebir en toda mi vida? ¡ Desdichado de mí y de la madre que me parió, que ni soy caballero andante ni lo pienso ser jamas, y de todas las malandanzas me cabe la mayor parte!Luego tambien estás tú aporreado? respondió D. Quijote. ¿No le he dicho que sí, pese á mi linaje? dijo Sancho. No tengas pena, amigo, dijo D. Quijote, que yo haré ahora el bálsamo precioso con que sanarémos en un abrir y cerrar de ojos. Acabó en esto de encender el candil el cuadrillero, y entró á ver el que pensaba que era muerto, y así como le vió entrar Sancho, viéndole venir en camisa y con su paño de cabeza y candil en la mano, y con una muy mala cara, preguntó á su amo: Señor, ¿si será este á dicha el moro encantado que nos vuelve á castigar, si se dejó algo en el tintero? No puede ser el moro, respondió D. Quijote, porque los encantados no se dejan ver de nadie. Si no se dejan ver, déjanse sentir, dijo Sancho: si no, díganlo mis espaldas. Tambien lo podrian decir las mias, respondió D. Quijote; pero no es bastante indicio ese para creer que este que se ve sea el encantado moro. Llegó el cuadrillero, y como los halló hablando en tan sosegada conversacion, quedó suspenso. Bien es verdad que aun D. Quijote se estaba boca arriba sin poderse menear de puro molido y emplastado. Llegóse á él el cuadrillero, y díjole: Pues ¿cómo va, buen hombre? Hablara yo mas bien criado, respondió D. Quijote, si fuera que vos: ¿úsase en esta tierra hablar desa suerte á los caballeros andantes, majadero? El cuadrillero, que se vió tratar tan mal de un hombre de tan mal parecer, no lo pudo sufrir, y alzando el candil con todo su aceite, dió á D. Quijote con él en la cabeza, de suerte que le dejó muy bien descalabrado;

y como todo quedó á escuras, salióse luego, y Sancho Panza dijo: Sin duda, señor, que este es el moro encantado, y debe de guardar el tesoro para otros, y para nosotros solo guarda las puñadas y los candilazos. Así es, respondió D. Quijote, y no hay que hacer caso destas cosas de encantamentos, ni hay para qué tomar cólera ni enojo con ellas, que como son invisibles y fantásticas, no hallarémos de quién vengarnos aunque mas lo procuremos. Levántate, Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero, para hacer el salutífero bálsamo, que en verdad que creo que lo he bien menester ahora, porque se va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado. Levantóse Sancho con harto dolor de sus huesos, y fué á escuras donde estaba el ventero, y encontrándose con el cuadrillero, que estaba escuchando en qué paraba su enemigo, le dijo: Señor, quien quiera que seais, hacednos merced y beneficio de darnos un poco de romero, aceite, sal y vino, que es menester para curar uno de los mejores caballeros andantes que hay en la tierra, el cual yace en aquella cama malferido por las manos del encantado moro que está en esta venta. Cuando el cuadrillero tal oyó, túvole por hombre falto de seso; y porque ya comenzaba á amanecer, abrió la puerta de la venta, y llamando al ventero, le dijo lo que aquel buen hombre queria. El ventero le proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó á D. Quijote, que estaba con la manos en la cabeza quejándose del dolor del candilazo, que no le habia hecho mas mal que levantarle dos chichones algo crecidos, y lo que él pensaba que era sangre, no era sino sudor que sudaba con la congoja de la pasada tormenta. En resolucion, tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza ó aceitera de loja de lata, de quien el ventero le hizo grata donacion; y luego dijo sobre la alcuza mas de ochenta pater-nostres y otras tantas ave-marías, salves y credos, y á cada palabra acompañaba una cruz á modo de bendicion : á todo lo cual se hallaron presentes Sancho, el ventero y cuadrillero, que ya el arriero sosegadamente andaba entendiendo en el beneficio de sus machos. Hecho esto, quiso él mismo hacer luego la experiencia de la virtud de aquel precioso bálsamo que él se imaginaba, y así se bebió, de lo que no pudo caber en la alcuza y quedaba en la olla donde se habia cocido, casi media azumbre, y apenas lo acabó de beber, cuando comenzó á vomitar de manera, que no le quedó cosa en el estómago, y con las ansias y agitacion del vómito le dió un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen solo. Hiciéronlo así, y quedóse dormido mas de tres horas, al cabo de las cuales despertó y se sintió aliviadísimo del cuerpo, y en tal manera mejor de su quebrantamiento, que se tuvo por sano, y verdaderamente creyó que habia acertado con el bálsamo de Fierabras, y que con aquel remedio podia acometer desde allí adelante sin temor alguno cualesquiera ruinas, batallas y pendencias por pe ligrosas que fuesen. Sancho Panza, que tambien tuvo á milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese á él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concedióselo D. Quijote, y él tomándola á dos manos,

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buena fe y mejor talante se la echó á pechos, y envasó bien poco menos que su amo. Es pues el caso, que el estómago del pobre Sancho no debia de ser tan delicado como el de su amo, y así primero que vomitase le dierou tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y viéndose tan afligido y congojado, maldecia el bálsamo y al ladron que se lo habia dado. Viéndole así D. Quijote, le dijo: Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí, que este licor no debe de aprovechar á los que no lo son. Si eso sabía vuestra merced, replicó Sancho, mal haya yo y toda mi parentela, ¿para qué consintió que lo gustase? En esto hizo su operacion el brebaje, y comenzó el pobre escudero á desaguarse por entrambas canales con tanta priesa, que la estera de enea sobre quien se habia vuelto á echar, ni la manta de anjeo con que se cubria, fuéron mas de provecho: sudaba y trasudaba con tales parasismos y accidentes, que no solamente él, sino todos pensaron que se le acababa la vida. Duróle esta borrasca y malandanza casi dos horas, al cabo de las cuales no quedó como su amo, sino tan molido y quebrantado, que no se podia tener; pero D. Quijote, que como se ha dicho, se sintió aliviado y sano, quiso partirse luego á buscar aventuras, pareciéndole que todo el tiempo que allí se tardaba, era quitársele al mundo y á los en él menesterosos de su favor y amparo, y mas con la seguridad y confianza que llevaba en su bálsamo. Y así forzado deste deseo, él mismo ensilló á Rocinante y enalbardó al jumento de su escudero, á quien tambien ayudó á vestir y á subir en el asno: púsose luego á caballo, y llegándose á un rincon de la venta, asió de un lanzon que allí estaba para que le sirviese de lanza. Estábanle mirando todos cuantos habia en la venta, que pasaban de mas de veinte personas : mirábale tambien la hija del ventero, y él tambien no quitaba los ojos della, y de cuando en cuando arrojaba un suspiro que parecia que lo arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban que debia de ser de dolor que sentia en las costillas, á lo menos pensábaulo aquellos que la noche ántes le habian visto bizinar. Ya que estuvieron los dos á caballo, puesto á la puerta de la venta llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo: Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recebido, y quedo obligadísimo á agradecéroslas todos los dias de mi vida. Si os las puedo pagar en haceros vengado de algun soberbio que os haya fecho algun agravio, sabed que mi oficio no es otro sino valer á los que poco pueden, y vengar á los que reciben tuertos, y castigar alevosías: recorred vuestra memoria, y si hallais alguna cosa deste jaez que encomendarme, no hay sino decilla, que yo os prometo por la órden de caballero que recebi, de faceros satisfecho y pagado á toda vuestra voluntad. El ventero le respondió con el mismo sosiego: Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningun agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen solo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias, como de la cena y camas. ¿Luego venta es esta? replicó D. Quijote. Y muy honrada, respondió el ventero. Engañado he vivido hasta aquí, respondió D. Quijote,

T. I.

que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero pues es así que no es castillo sino venta, lo que se podrá hacer por ahora es, que perdoneis por la paga, que yo no puedo contravenir á la órden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto (sin que hasta ahora haya leido cosa en contrario) que jamas pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de dia, en invierno y en verano, á pié y á caballo, con sed y con hainbre, con calor y con frio, sujetos á todas las inclemencias del cielo y á todos los incómodos de la tierra. Poco tengo yo que ver en eso, respondió el ventero; págueseme lo que se me debe, y dejémonos de cuentos ni de caballerías, que yo no tengo cuenta con otra cosa que con cobrar mi hacienda. Vos sois un sandio y mal hostalero, respondió D. Quijote, y poniendo piernas á Rocinante y terciando su lanzon, se salió de la venta sin que nadie le detuviese; y él sin mirar si le seguia su escudero, se alongó un buen trecho. El ventero, que le vió ir y que no le pagaba, acudió á cobrar de Sancho Panza, el cual dijo, que pues su señor no habia querido pagar, que tampoco él pagaria, porque siendo él escudero de caballero andante, como era, la mesma regla y razon corr¿‹ por él como por su amo en no pagar cosa alguna en los mesones y ventas. Amohinóse mucho desto el ventero, y amenazóle que si no le pagaba, que lo cobraria de modo que le pesase. A lo cual Sancho respondió, que por la ley de caballería que su amo habia recebido, no pagaria un solo cornado aun que le costase la vida, porque no habia de perder por él la buena y antigua usanza de los caballeros andantes, ni se habian de quejar dél los escuderos de los tales que estaban por venir al mundo, reprochándole el quebrantamiento de tan justo fuero. Quiso la mala suerte del desdiclado Sancho, que entre la gente que estaba en la venta se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, los cuales casi como instigados y movidos de un mismo espíritu se llegaron á Sancho, y apeándole del asno, uno dellos entró por la manta de la camadel huésped, y echándole en ella, alzaron los ojos y vieron que el techo era algo mas bajo de lo que habian menester para su obra, y determinaron salirse al corral que tenia por límite el cielo, y allí puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron á levantarle en alto, y á holgarse con él como con perro por carnestolendas. Las voces que el misero manteado daba fuéron tantas, que llegaron á los oidos de su amo, el cual deteniéndose á escuchar atentamente, creyó que alguna nueva aventura le venía, hasta que claramente conoció que el que gritaba era su escudero; y volviendo las riendas, con un penado galope llegó á la venta, y hallándola cerrada, la rodeó por ver si hallaba por donde entrar; pero no hubo llegado á las paredes del corral, que no eran muy altas, cuando vió el mal juego que se le hacia á su escudero. Vióle bajar y subir por el aire con tanta gracia y presteza, que si la cólera le dejara, tengo para mí que se riera. Probó á subir desde el caballo á las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado, que aun apearse no pudo, y así desde encima del caballo comenzó á decir tantos denuestos y baldoncs á los que á Sancho manteaban, que no es posible

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