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ENVIANDO á vuestra Excelencia los dias pasados mis comedias, ántes impresas que representadas, si bien me acuerdo, dije, que Don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir á besar las manos á vuestra Excelencia; y ahora digo, que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si él allá llega me parece que habré hecho algun servicio á vuestra Excelencia, porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan á que le envíe, para quitar el amago y la náusea que ha causado otro Don Quijote, que con nombre de Segunda Parte se ha disfrazado y corrido por el orbe ; y el que mas ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, ó por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque queria fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y queria que el libro que se leyese fuese el de la Historia de Don Quijote : juntamente con esto me decia que fuese yo á ser el rector del tal colegio. Preguntéle al portador, si su Majestad le habia dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento. Pues, hermano, le respondi yo, vos os podeis volver á vuestra China á las diez, ó á las veinte, ó á las que venis despachado, porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; ademas que sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador, y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande conde de Lemos, que sin tantos titulillos de colegios ni rectorías me sustenta, me ampara y hace mas merced que la que yo acierto á desear. Con esto le despedí, y con esto me despido, ofreciendo á vuestra Excelencia Los Trabajos de Pérsiles y Sigismunda, libro á quien daré fin dentro de cuatro meses, Dco volente; el cual ha de ser, ó el mas malo, ó el mejor que en nuestra lengua se haya compuesto quiero decir, de los de entretenimiento; y digo que me arrepiento de haber dicho el mas malo, porque segun la opinion de mis amigos, ha de llegar al extremo de bondad posible. Venga vuestra Excelencia con la salud que es deseado, que ya estará Pérsiles para besarle las manos, y yo los piés, como criado que soy de vuestra Excelencia. De Madrid último de octubre de mil seiscientos y quince. Criado de vuestra Excelencia.

MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.

PROLOGO.

VÁLAME Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre, ó quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas, riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote digo de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas, y nació en Tarragona. Pues en verdad que no te he de dar este contento, que puesto que los agravios despiertan la cólera en los mas humildes pechos, en el mio ha de padecer excepcion esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido; pero no me pasa por el pensamiento: castiguele su pecado, con su pan se lo coma, y allá se lo haya. Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, ó si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, y no en la mas alta ocasion que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas á lo menos en la estimacion de los que saben dónde se cobraron que el soldado mas bien parece muerto en la batalla, que libre en la fuga; y es esto en mi de manera, que si ahora me propusieran y

facilitaran un imposible, quisiera ántes haberme hallado en aquella faccion prodigiosa, que sano ahora de mis heridas, sin haberme hallado en ella. Las que el soldado muestra en el rostro y en los pechos, estrellas son que guian á los demas al cielo de la honra, y al de desear la justa alabanza; y hase de advertir que no se escribe con las canas, sino con el entendimiento, el cual suele mejorarse con los años. He sentido tambien que me llame invidioso, y que como á ignorante me describa qué cosa sea la invidia, que en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino á la santa, á la noble y bien intencionada: y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir á ningun sacerdote, y mas si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupacion continua y virtuosa. Pero en efecto le agradezco á este señor autor el decir que mis novelas son mas satíricas que ejemplares, pero que son buenas, y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo. Paréceme que me dices que ando muy limitado, y que me contengo mucho en los términos de mi modestia, sabiendo que no se ha de añadir afliccion al afligido, y que la que debe de tener este señor sin duda es grande, pues no osa parecerá campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traicion de lesa majestad. Si por ventura llegares á conocerle, dile de mi parte que no me tengo por agraviado, que bien sé lo que son tentaciones del demonio, y que una de las mayores es ponerle á un hombre en el entendimiento que puede componer y imprimir un libro, con que gane tanta fama como dineros, y tantos dineros cuanta fama, y para confirmacion desto quiero que en tu buen donaire y gracia le cuentes este cuento.

Habia en Sevilla un loco, que dió en el mas gracioso disparate y tema que dió loco en el mundo. Y fué, que hizo un cañuto de caña puntiagudo en el fin, y en cogiendo algun perro en la calle, ó en cualquiera otra parte, con el un pié le cogia el suyo, y el otro le alzaba con la mano, y como mejor podia le acomodaba el cañuto en la parte que soplándole, le ponia redondo como una pelota, y en teniéndolo de esta suerte le daba dos palmaditas en la barriga, y le soltaba diciendo á los circunstantes (que siempre eran muchos): Pensarán vuesas mercedes ahora que es poco trabajo hinchar un perro. Pensará vuesa merced ahora que es poco trabajo hacer un libro. Y si este cuento no le cuadrare, dirásle, lector amigo, este, que tambien es de loco y de perro. Habia en Córdoba otro loco, que tenia por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, ó un canto no muy liviano, y en topando algun perro descuidado se le ponia junto, y á plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro, y dando ladridos y aullidos no paraba en tres calles. Sucedió pues, que entre los perros que descargó la carga fué uno un perro de un bonetero, á quien queria mucho su dueño. Bajó el canto, dióle en la cabeza, alzó el grito el molido perro, viólo y sintiólo su amo: asió de una vara de medir, y salió al loco, y no le dejó hueso sano, y á cada palo que le daba decia: Perro ladron, ¿á mi podenco? ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro? Y repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho un alheña. Escarmentó el loco, y retiróse, y en mas de un mes no salió á la plaza, al cabo del cual tiempo volvió con su invencion y con mas carga. Llegábase donde estaba el perro, y mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer, ni atreverse á descargar la piedra, decia: Este es podenco, ¡guarda! En efecto, todos cuantos perros topaha, aunque fuesen alanos ó gozques, decia que eran podencos, y así no soltó mas el canto. Quizá desta suerte le podrá acontecer á este historiador, que no se atreverá á soltar mas la presa de su ingenio en libros, que en siendo malos son mas duros que las peñas. Dile tambien que de la amenaza que me hace que me ha de quitar la ganancia con su libro, no se me da un ardite, que acomodándome al entremes famoso de la Perendenga, le respondo que me viva el veinticuatro mi señor, y Cristo con todos: viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandad y liberalidad bien conocida contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pié ; y vívame la suma caridad del ilustrísimo de Toledo D. Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no haya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra mí mas libros que tienen letras las coplas de Mingo Revulgo. Estos dos príncipes, sin que lo solicite adulacion mia, ni otro género de aplauso, por sola su bondad han tomado á su cargo el hacerme merced y favorecerme, en lo que me tengo por mas dichoso y mas rico que si la fortuna por camino ordinario me hubiera puesto en su cumbre. La honra puédela tener el pobre, pero no el vicioso: la pobreza puede anublar á la nobleza, pero no escurecerla del todo; pero como la virtud dé alguna luz de si, aunque sea por los inconvenientes y resquicios de la estrecheza, viene à ser estimada de los altos y nobles espíritus, y por el consiguiente favorecida; y no le digas mas, ni yo quiero decirte mas á tí, sino advertirte que consideres que esta segunda parte de Don Quijote que te ofrezco, es cortada del mismo artífice y del mismo paño que la primera, y que en ella te doy á Don Quijote dilatado, y finalmente muerto y sepultado, porque ninguno se atreva á levantarle nuevos testimonios, pues bastan los pasados, y basta tambien que un hombre honrado haya dado noticia destas discretas locuras, sin querer de nuevo entrarse en ellas: que la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen, y la carestia, aun de las malas, se estima en algo. Olvidábaseme de decirte, que esperes el Pérsiles, que ya estoy acabando, y la segunda parte de Galatea.

CAPITULO PRIMERO.

SEGUNDA PARTE.

De lo que el cura y el barbero pasaron con D. Quijote cerca de su enfermedad.

CUENTA Cide Hamete Benengeli en la segunda parte desta historia y tercera salida de D. Quijote, que el cura y el barbero se estuvieron casi un mes sin verle, por no renovarle y traerle á la memoria las cosas pasadas; pero no por eso dejaron de visitar á su sobrina y á su ama, encargándolas tuviesen cuenta con regalarle, dándole á comer cosas confortativas y apropiadas para el corazon y el celebro, de donde procedia segun buen discurso toda su mala ventura; las cuales dijeron que así lo hacian, y lo harian con la voluntad y cuidado posible, porque echaban de ver que su señor por momentos iba dando muestras de estar en su entero juicio de lo cual recebieron los dos gran contento por parecerles que habian acertado en haberle traido encantado en el carro de los bueyes, como se contó en la primera parte desta tan grande como puntual historia en su último capítulo; y así determinaron de visitarle y hacer experiencia de su mejoría, aunque tenian casi por imposible que la tuviese, y acordaron de no tocarle en ningun punto de la andante caballería, por no ponerse á peligro de descoser los de la herida que tan tiernos estaban. Visitáronle en fio, y balláronle sentado en la cama, vestida una almilla de bayeta verde, con un bonete colorado toledano, y estaba tan seco y amojamado, que no parecia sino hecho de carne momia. Fuéron dél muy bien recebidos, preguntáronle por su salud, y él dió cuenta de sí y della con mucho juicio y con muy elegantes palabras; y en el discurso de su plática vinieron á tratar en esto que llaman razon de estado y modos de gobierno, enmendando este abuso y condenando aquel, reformando una costumbre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo moderno ó un Solon flamante, y de tal manera renovaron la república, que no pareció sino que la habian puesto en una fragua y sacado otra de la que pusieron; y habló D. Quijote con tanta discrecion en todas las materias que se tocaron, que los dos examinadores creyeron indubitadamente que estaba del todo bueno y en su entero juicio. Halláronse presentes á la plática la sobrina y ama, y no se hartaban de dar gracias a Dios de ver á su señor con tan buen entendimiento; pero el cura, mudando el propósito primero, que era de no tocarle en cosa de caballerías, quiso hacer de todo en todo experiencia si la sanidad de D. Quijote era falsa ó verdadera, y asi de lance en lance vino á contar algunas nuevas que habian venido de la corte, y entre otras dijo que se tenia por cierto que el turco bajaba con tina poderosa armada, y que no se sabía su designio ni adónde habia de descargar tan gran nublado; y con este temor, con que casi cada año nos toca arma, estaba puesta en ella toda la Cristiandad, y su Majestad habia hecho proveer las costas de Nápoles y Sicilia y la isla de Malta.

A esto respondió D. Quijote: Su Majestad ha heclio como prudentísimo guerrero en provcer sus estados con tiempo, porque no le halle desapercebido el enemigo; pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de una prevencion, de la cual su Majestad la hora de ahora debe de estar muy ajeno de pensar en ella. Apénas oyó esto el cura, cuando dijo entre sí: Dios te tenga de sn mano, pobre D. Quijote, que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad. Mas el barbero, que ya habia dado en el mismo pensamiento que el cura, preguntó á D. Quijote cuál era la advertencia de la prevencion que decia era bien se hiciese; quizá podria ser tal que se pusiese en la lista de los muchos advertimientos impertinentes que se suelen dar á los príncipes. El mio, señor rapador, dijo D. Quijote, no será impertinente sino perteneciente. No lo digo por tanto, replicó el barbero, sino porque tiene mostrado la experiencia que todos ó los mas arbitrios que se dan á su Majestad, ó son imposibles ó disparatados, ó en daño del rey ó del reino. Pues el mio, respondió D. Quijote, ni es imposible ni disparatado, sino el mas fácil, el mas justo y el mas mañero y breve que puede caber en pensamiento de arbitrante alguno. Ya tarda en decirle vuesa merced, señor D. Quijote, dijo el cura. No querria, dijo D. Quijote, que le dijese yo aquí ahora y amaneciese mañana en los oídos de los señores consejeros, y se llevase otro las gracias y el premio de mi trabajo. Por mí, dijo el barbero, doy la palabra para aquí y para delante de Dios de no decir lo que vuesa merced dijere á rey ni á Roque ni á hombre terrenal : juramento que aprendí del romance del cura que en cl prefació avisó al rey del ladron que le habia robado las cien doblas y la su mula la andariega. No sé historias, dijo D. Quijote; pero sé que es bueno ese juramento en fe de que sé que es hombre de bien el señor barbero. Cuando no lo fuera, dijo el cura, yo le abono y salgo por él, que en este caso no hablará mas que un mudo, so pena de pagar lo juzgado y sentenciado. Y á vuesa merced, ¿quién le fia, señor cura? dijo D. Quijote. Mi profesion, respondió el cura, que es de guardar secreto. Cuerpo de tal, dijo á esta sazon D. Quijote, ¿ hay mas sino mandar su Majestad por público pregon que se junten en la corte para un dia señalado todos los caballeros andantes que vagan por España, que aunque no viniesen sino media docena, tal podria venir entre ellos, que solo bastase á destruir toda la potestad del turco? Esténme vuesas mercedes atentos, y vayan conmigo. ¿Por ventura es cosa nueva deshacer un solo caballero andante un ejército de doscientos mil hombres, como si todos juntos tuvieran una sola garganta ó fueran hechos de alfeñique? Si no, diganme, ¿cuántas historias están llenas destas maravillas? Habia, en hora mala para mí, que no quiero decir para otro, de vivir hoy el famoso D. Belianis ó alguno de los del innumerable linaje de Amadis de Gaula, que si alguno destos hoy viviera, y con el turco se afrontara, á

fe que no le arrendara la ganancia; pero Dios mirará por su pueblo, y deparará alguno que si no tan bravo como los pasados andantes caballeros, á lo menos no le será inferior en el ánimo; y Dios me entiende y no digo mas. ¡Ay! dijo á este punto la sobrina, que me maten si no quiere mi señor volverá ser caballero andante. A lo que dijo D. Quijote Caballero andante he de morir, y bajeó suba el turco cuando él quisiere y cuan poderosamente pudiere, que otra vez digo que Dios me entiende. A esta sazon dijo el barbero: Suplico á vuesas mercedes que se me dé licencia para contar un cuento breve que sucedió en Sevilla, que por venir aquí como de molde me da gana de contarle. Dió la licencia D. Quijote, y el cura y los demas le prestaron atencion, y él comenzó desta

manera:

tidos, que eran nuevos y decentes; y como él se vió vestido de cuerdo y desnudo de loco, suplicó al capellan que por caridad le diese licencia para ir á despedirse de sus compañeros los locos. El capellan dijo que él le queria acompañar y ver los locos que en la casa habia. Subieron en efecto, y con ellos algunos que se hallaron presentes; y llegado el licenciado á una jaula adonde estaba un loco furioso, aunque entonces sosegado y quieto, le dijo: Hermano mio, mire si me manda algo, que me voy á mi casa, que ya Dios ha sido servido, por su infinita bondad y misericordia, sin yo merecerlo, de volverme mi juicio; ya estoy sano y cuerdo, que acerca del poder de Dios ninguna cosa es imposible: tenga grande esperanza y confianza en él, que pues á mí me ha vuelto á mi primero estado, tambien le volverá á él si en él confía yo tendré cuidado de enviarle algunos regalos que coma, y cómalos en todo caso, que le hago saber que imagino, como quien ha pasado por ello, que todas nuestras locuras proceden de tener los estómagos vacíos y los celebros llenos de aire: esfuércese, esfuércese, que el descaecimiento en los infortunios apoca la salud y acarrea la muerte. Todas estas razones del licenciado escuchó otro loco que estaba en otra jaula, frontero de la del furioso, y levantándose de una estera vieja donde estaba echado y desnudo en cueros, preguntó á

En la casa de los locos de Sevilla estaba un hombre á quien sus parientes habian puesto allí por falta de juicio era graduado en cánones por Osuna; pero aunque lo fuera por Salamanca, segun opinion de muchos, no dejara de ser loco. Este tal graduado, al cabo de algunos años de recogimiento, se dió á entender que estaba cuerdo y en su entero juicio, y con esta imaginacion escribió al arzobispo suplicándole encarecidamente y con muy concertadas razones le mandase sacar de aquella miseria en que vivia, pues por la misericordia de Dios habia ya cobrado el juicio perdido; pero que sus parien-grandes voces quién era el que se iba sano y cuerdo. El tes por gozar de la parte de su hacienda le tenian alli, y á pesar de la verdad querian que fuese loco hasta la muerte. El arzobispo, persuadido de muchos billetes concertados y discretos, mandó á un capellan suyo se informase del retor de la casa, si era verdad lo que aquel licenciado le escribia, y que asimismo hablase con el loco, y que si le pareciese que tenia juicio le sacase y pusiese en libertad. Hízolo así el capellan, y el retor le dijo que aquel hombre aun se estaba loco, que puesto que hablaba muchas veces como persona de grande entendimiento, al cabo disparaba con tantas necedades, que en muchas y en grandes igualaban á sus primeras discreciones, como se podia hacer la experiencia hablándole. Quiso hacerla el capellan, y poniéndole con el loco habló con él una hora y mas, y en todo aquel tiempo jamas el loco dijo razon torcida ni disparatada, ántes habló tan atentadamente, que el capellan fué forzado á creer que el loco estaba cuerdo; y entre otras cosas que el loco le dijo fué que el retor le tenia ojeriza por no perder los regalos que sus parientes le hacian, porque dijese que aun estaba loco y con lucidos intervalos, y que el mayor contrario que en su desgracia tenia era su mucha hacienda, pues por gozar della sus enemigos ponian dolo y dudaban de la merced que nuestro Señor le habia hecho en volverle de bestia en hombre. Finalmente, él habló de manera que hizo sospechoso al retor, codiciosos y desalmados á sus parientes, y á él tan discreto, que el capellan se determinó á llevársele consigo á que el arzobispo le viese y tocase con la mano la verdad de aquel negocio. Con esta buena fe el buen capeIlan pidió al retor mandase dar los vestidos con que alli habia entrado el licenciado : volvió á decir el retor que mirase lo que hacia, porque sin duda alguna el licenciado aun se estaba loco. No sirvieron de nada para con el capellan las prevenciones y advertimientos del retor para que dejase de llevarle : obedeció el retor viendo ser órden del arzobispo, pusieron al licenciado sus ves

licenciado respondió: Yo soy, hermano, el que me voy, que ya no tengo necesidad de estar mas aquí, por lo que doy infinitas gracias á los cielos, que tan grande merced me han hecho. Mirad lo que decis, licenciado, no os engañe el diablo, replicó el loco, sosegad el pié, y estáos quedito en vuestra casa, y ahorraréis la vuelta. Yo sé que estoy bueno, replicó el licenciado, y no habrá para qué tornar á andar estaciones. ¿Vos bueno? dijo el loco: ahora bien, ello dirá, andad con Dios; pero yo os voto á Júpiter, cuya majestad yo represento en la tierra, que por solo este pecado que hoy comete Sevilla en sacaros desta casa y en teneros por cuerdo, tengo de hacer un tal cas tigo en ella, que quede memoria dél por todos los siglos de los siglos, amen. ¿No sabes tú, licenciadillo menguado, que lo podré hacer, pues como digo soy Júpiter tonante, que tengo en mis manos los rayos abrasadores con que puedo y suelo amenazar y destruir el mundo? Pero con sola una cosa quiero castigar á este ignorante pueblo, y es con no llover en él ni en todo su distrito y contorno por tres enteros años, que se han de contar desde el dia y punto en que ha sido hecha esta amenaza en adelante. ¿Tú libre, tú sano, tú cuerdo, y yo loco,! yo enfermo, y yo atado? Así pienso llover como pensar aliorcarme. A las voces y á las razones del loco estuvieron los circunstantes atentos; pero nuestro licenciado, volviéndose á nuestro capellan y asiéndole de las manos, le dijo: No tenga vuesa merced pena, señor mio, ni haga caso de lo que este loco ha dicho, que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, que soy Neptuno, el padre y el dios de las aguas, lloveré todas las veces que se me antojare y fuere menester. A lo que respondió el capellan: Con todo eso, señor Neptuno, no será bien enojar al señor Júpiter: vuesa merced se quede en su casa, que otro dia, cuando haya mas comodidad y mas espacio, volverémos por vuesa merced. Rióse el retor y los presentes, por cuya risa se medio corrió el capellan: desnudaron al licenciado, quedóse er casa y acabóse el cuento.

¡Pues este es el cuento, señor barbero, dijo D. Quijote, que por venir aquí como de molde no podia dejar de contarle? ¡Ah, señor rapista, señor rapista, y cuán ciego es aquel que no ve por tela de cedazo! ¿Y es posible que vuesa merced no sabe que las comparaciones que se hacen de ingenio á ingenio, de valor á valor, de hermosura á hermosura y de linaje á linaje son siempre odiosas y mal recebidas? Yo, señor barbero, no soy Neptuno, el dios de las aguas, ni procuro que nadie me tenga por discreto no lo siendo; solo me fatigo por dar á entender al mundo en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaba la órden de la andante caballería; pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron á su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes. Los mas de los caballeros que ahora se usan, ántes les crujen los damascos, los brocados y otras ricas telas de que se visten, que la malla con que se arman: ya no hay caballero que duerma en los campos sujeto al rigor del cielo, armado de todas armas desde los piés á la cabeza, y ya no hay quien sin sacar los piés de los estribos, arrimado á su lanza, solo procure descabezar, como dicen, el sueño, como lo hacian los caballeros andantes : ya no hay ninguno que saliendo deste bosque entre en aquella montaña, y de allí pise una estéril y desierta playa del mar, las mas veces proceloso y alterado, y hallando en ella y en su orilla un pequeño batel sin remos, vela, mástil ni jarcia alguna, con intrépido corazon se arroje en él, entregándose á las implacables olas del mar profundo, que ya le suben al cielo y ya le bajan al abismo, y él, puesto el pecho á la incontrastable borrasca, cuando ménos se cata se halla tres mil y mas leguas distante del lugar donde se embarcó, y saltando en tierra remota y no conocida le suceden cosas dignas de estar escritas, no en pergaminos sino en bronces; mas ahora ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía y la teórica de la práctica de las armas, que solo vivieron y resplandecieron en las edades del oro y en los andantes caballeros. Si no, díganme, ¿quién mas honesto y mas valiente que el famoso Amadis de Gaula? Quién mas discreto que Palmerin de Ingalaterra? Quién mas acomodado y manual que Tirante el Blanco? Quien mas galan que Lisuarte de Grecia? Quién mas acuchillado ni acuchillador que D. Belianis? Quién mas intrépido que Perion de Gaula, ó quién mas acometedor de peligros que FeJixmarte de Hircanía, ó quién mas sincero que Esplandian, quién mas arrojado que D. Cirongilio de Tracia, quién mas bravo que Rodamonte, quién mas prudente que el rey Sobrino, quién mas atrevido que Reinaldos, quién mas invencible que Roldan, y quién mas gallardo y mas cortés que Rugero, de quien decienden hoy los duques de Ferrara, segun Turpin en su cosmografia? Todos estos caballeros, y otros muchos que pudiera decir, señor cura, fuéron caballeros andantes, luz y gloria de la caballería. Destos, ó tales como estos, quisiera yo que fueran los de mi arbitrio, que á serlo, su Majestad se hallara bien servido y ahorrara de mucho gasto, y el turco se quedara pelando las barbas; y con

esto me quiero quedar en mi casa, pues no me saca el capellan della; y si Júpiter, como ha dicho el barbero, no lloviere, aquí estoy yo, que lloveré cuando se me antojare: digo esto porque sepa el señor bacía que le entiendo. En verdad, señor D. Quijote, dijo el barbero, que no lo dije por tanto, y así me ayude Dios como fué buena mi intencion, y que no debe vuesa merced sentirse. Si puedo sentirme 6 no, respondió D. Quijote, yo me lo sé. A esto dijo el cura: Aun bien que yo casi no he hablado palabra hasta ahora, y no quisiera quedar con un escrúpulo, que me roe y escarba la conciencia, nacido de lo que aquí el señor D. Quijote ha dicho. Para otras cosas mas, respondió D. Quijote, tiene licencia el señor cura, y así puede decir su escrúpulo, porque no es de gusto andar con la conciencia escrupulosa. Pues con ese beneplácito, respondió el cura, digo que mi escrúpulo es, que no me puedo persuadir en ninguna manera á que toda la caterva de caballeros andantes que vuesa merced, señor D. Quijote, ha referido, hayan sido real y verdaderamente personas de carne y hueso en el mundo; ántes imagino que todo es ficcion, fábula y mentira, y sueños contados por los hombres despiertos, 6 por mejor decir medio dormidos. Ese es otro error, respondió D. Quijote, en que han caido muchos que no creen que haya habido tales caballeros en el mundo, y yo muchas veces con diversas gentes y ocasiones he procurado sacar á la luz de la verdad este casi comun engaño; pero algunas veces no he salido con mi intencion, y otras sí sustentándola sobre los hombros de la verdad: la cual verdad es tan cierta, que estoy por decir que con mis propios ojos ví á Amadis de Gaula, que era un hom- ▾ brealto de cuerpo, blanco de rostro, bien puesto de barba, aunque negra, de vista entre blanda y rigurosa, corto de razones, tardo en airarse, y presto en deponer la ira; y: del modo que he delineado á Amadis pudiera á mi parecer pintar y describir todos cuantos caballeros andantes andan en las historias del orbe, que por la aprension que tengo de que fuéron como sus historias cuentan, y por las hazañas que hicieron y condiciones que tuvieron, se pueden sacar por buena filosofia sus facciones, sus colores y estaturas. ¿Qué tan grande le parece à vuesa merced, mi señor D. Quijote, preguntó el barbero, bia de ser el gigante Morgante? En esto de gigantes, respondió D. Quijote, hay diferentes opiniones, si los ha habido ó no en el mundo; pero la Santa Escritura, que no puede faltar un átomo en la verdad, nos muestra que los hubo, contándonos la historia de aquel filisteazo de Golías, que tenia siete codos y medio de altura, que es una desmesurada grandeza. Tambien en la isla de Sicilia se han hallado canillas y espaldas tan grandes, que su grandeza manifiesta que fuéron gigantes sus dueños, y tan grandes como grandes torres; que la geometría saca esta verdad de duda. Pero con todo esto no sabré decir con certidumbre qué tamaño tuviese Morgante, aunque imagino que no debió de ser muy alto; y muéveme á ser deste parecer hallar en la historia donde se hace mencion particular de sus hazañas, que muchas veces dormia debajo de techado; y pues hallaba casa donde cupiese, claro está que no era desmesurada su grandeza. Así es, dijo el cura, el cual gustando de oirle decir tan grandes disparates, le preguntó que qué sentia acerca de los rostros de Reinaldos de Montalvan y de D. Roldan, y de los demas doce Pares de Francia, pues todos ha

de

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