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la tordilla y póngase en salvo. Oido lo cual por Sancho,
con lágrimas en los ojos le suplicó desistiese de tal em-
presa, en cuya comparacion habian sido tortas y pan
pintado la de los molinos de viento, y la temerosa de los
batanes, y finalmente todas las hazañas que habia aco-
metido en todo el discurso de su vida. Mire, señor, de-
cia Sancho, que aquí no hay encanto ni cosa que lo val-
ga, que yo he visto por entre las verjas y resquicios de
la jaula una uña de leon verdadero, y saco por ella que
el tal leon, cuya debe de ser la tal uña, es mayor que
una montaña. El miedo á lo menos, respondió D. Qui-
jote, te le hará parecer mayor que la mitad del mundo.
Retirate, Sancho, y déjame, y si aquí muriere ya sabes
nuestro antiguo concierto : acudirás á Dulcinea, y no te
digo mas. A estas añadió otras razones con que quitó las
esperanzas de que no habia de dejar de proseguir su des-
variado intento. Quisiera el del Verde Gaban oponérse-
le, pero vióse desigual en las armas, y no le pareció cor-
dura tomarse con un loco, que ya se lo habia parecido
de todo punto D. Quijote, el cual volviendo á dar priesa
al lconero, y áreiterar las amenazas, dió ocasion al hidal-
go á que picase la yegua, y Sancho al rucio, y el carre-
tero á sus mulas, procurando todos apartarse del carro lo
mas que pudiesen, ántes que los leones se desembanas-
tasen. Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aque-
Ha vez sin duda creia que llegaba en las garras de los leo-
nes: maldecia su ventura, y llamaba menguada la hora
en que le vino al pensamiento volver á servirle; pero no
por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para
que se alejase del carro. Viendo pues el leonero que ya
los que iban huyendo estaban bien desviados, tornó á
réquerir y á intimar á D. Quijote lo que ya le había re-
querido é intimado, el cual respondió que le oia, y que
no se curase de mas intimaciones y requerimientos, que
todo sería de poco fruto, y que se diese priesa. En el es-
pacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera, es-
tuvo considerando D. Quijote si sería bien hacer la ba-
talla ántes á pié que á caballo, y en fin se determinó de
hacerla á pié, temiendo que Rocinante se espantaria con
la vista de los leones: por esto saltó del caballo, arrojó
la lanza y embrazó el escudo, y desenvainando la espa-
da, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazon
valiente se fué á poner delante del carro, encomendán-
dose á Dios de todo corazon, y luego á su señora Dulci-
nca. Y es de saber, que llegando á este paso el autor desta
verdadera historia exclama y dice: ¡Oh fuerte y sobre
todo encarecimiento animoso D. Quijote de la Mancha,
espejo donde se pueden mirar todos los valientes del
mundo, segundo y nuevo D. Manuel de Leon, que fué
gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué pa-
labras contaré esta tan espantosa hazaña, ó con qué ra-
zones la haré creible á los siglos venideros, ó qué ala-
banzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque
sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú á pié, tú
solo, tú intrépido, tú magnánimo, con sola una espada,
y no de las del Perrillo cortadoras, con un escudo, no
de muy luciente y limpio acero, estás aguardando y
atendiendo los dos mas fieros leones que jamas criaron
las africanas selvas. Tus mismos hechos sean los que te

otros, pero como estos ninguno : son hembra y macho, el macho va en esta jaula primera, y la hembra en la de atras, y ahora van hambrientos porque no han comido hoy, y así vuesa merced se desvie, que es menester llegar presto donde les démos de comer. A lo que dijo D. Quijote, sonriéndose un poco: ¿Leoncitos à mi? ? ¿A mí leoncitos, y á tales horas? Pues por Dios que han de ver esos señores que acá los envían, si soy yo hombre que se espanta de leones. Apeãos, buen hombre, y pues sois el leonero, abrid esas jaulas, y ecliadme esas bestias fuera, que en mitad desta campaña les daré á conocer quién es D. Quijote de la Mancha, á despecho y pesar de los encantadores que á mí los envían. Ta, ta, dijo á esta sazon entre sí el bidalgo: dado ba señal de quién es nuestro buen caballero; los requesones sin duda le han ablandado los cascos y madurado los sesos. Llegóse en esto á él Sancho, y dijole : Señor, por quien Dios es, que vuesa merced haga de manera que mi señor D. Quijote no se tome con estos leones, que si se toma, aquí nos han de hacer pedazos á todos. ¿ Pues tan loco es vuestro amo, respondió el hidalgo, que temeis y creeis que se ha de tomar con tan fieros animales? No es loco, respondió Sancho, sino atrevido. Yo haré que no lo sea, replicó el hidalgo; y llegándose á D. Quijote, que estaba dando priesa al leonero que abriese las jaulas, le dijo: Señor caballero, los caballeros andantes han de acometer las aventuras que prometen esperanza de salir bien dellas, y no aquellas que de todo en todo la quitan; porque la valentía que se entra en la juridicion de la temeridad, inas tiene de locura que de fortaleza; cuanto mas que estos leones no vienen contra vuesa merced, ni lo sueñan: van presentados á su Majestad, y no será bien detenerlos ni impedirles su viaje. Váyase vuesa merced, señor hidalgo, respondió D. Quijote, á entender con su perdigon manso y con su huron atrevido, y deje, á cada uno hacer su oficio: este es el mio, y yo sé si vienen á mí ó no estos señores leones; y volviéndose al leonero, le dijo: Voto á tal, don bellaco, que si no abris luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro. El carretero, que vió la determinacion de aquella armada fantasma, le dijo: Señor mio, vuesa merced sca servido por caridad dejarme desuncir las mulas, y ponerme en salvo con ellas antes que se desenvainen los leones, porque si me las matan quedaré rematado para toda mi vida, que no tengo otra hacienda sino este carro y estas mulas. ¡Oh hombre de poca fe! respondió D. Quijote: apéate y desunce, y haz lo que quisieres, que presto verás que trabajaste en vano, y que pudieras ahorrar desta diligencia. Apeóse el carretero y desunció á gran priesa, y el leonero dijo á grandes voces: Séanme testigos cuantos aquí están, como contra mi voluntad y forzado abro las jaulas y suelto los leones, y de que protesto á este señor, que todo el mal y daño que estas bestias hicieren corra y vaya por su cuenta, con mas mis salarios y derechos, Vuestras mercedes, señores, se pongan en cobro ántes que abra, que yo seguro estoy que no me han de hacer daño. Otra vez le persuadió el hidalgo que no hiciese locura semejante, que era tentar á Dios acometer tal disparate. A lo que respondió D. Quijote, que él sabía lo que hacia. Respondióle el hidalgo que lo mi-alaben, valeroso manchego, que yo los dejo aquí en su rase bien, que él entendia que se engañaba. Aliora, seTor, replicó D. Quijote, si vuesa merced no quiere ser øyente desta que á su parecer ha de ser tragedia, pique

punto por faltarme palabras con que encarecerlos. Aquí cesó la referida exclamacion del autor, y pasó adelante anudando el hilo de la historia y diciendo, que habiendo

visto el leonero ya puesto en postura á D. Quijote, y que no podia dejar de soltar al leon macho, so pena de caer en la desgracia del indignado y atrevido caballero, abrió de par en par la primera jaula donde estaba, como se lia dicho, el leon, el cual pareció de grandeza extraordinaria y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo fué revolverse en la jaula donde venía echado, y tender la garra, y desperezarse todo : abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro; hecho esto, sacó la cabeza fuera de la jaula, y miró á todas partes con los ojos hechos brasas, vista y ademaṇ para poner espanto á la misma temeridad. Solo D. Quijote lo miraba atentamente, deseando que saltase ya del carro y viniese con él á las manos, entre las cuales pensaba hacerle pedazos.

Hasta aquí llegó el extremo de su jamas vista locura; pero el generoso leon, mas comedido que arrogante, no haciendo caso de niñerías ni de bravatas, despues de haher mirado á una y á otra parte, como se ha dicho, volvió las espaldas y enseñó sus traseras partes á D. Quijote, y con gran flema y remanso se volvió á echar en la jaula: viendo lo cual D. Quijote mandó al leonero que le diese de palos, y le irritase para echarle fuera. Eso no haré yo, respondió el leonero, porque si yo le instigo, el primero á quien hará pedazos será á mí mismo. Vuesa merced, señor caballero, se contente con lo hecho, que es todo lo que puede decirse en género de valentía, y no quiera tentar segunda fortuna: el leon tiene abierta la puerta, en su mano está salir ó no salir; pero pues no ha salido hasta ahora, no saldrá en todo el dia : la grandeza del corazon de vuesa merced ya está bien declarada: ningun bravo peleante, segun á mí se me alcanza, está obligado á mas que á desaliar á su enemigo y esperarle en campaña; y si el contrario no acude, en él se queda la infamia, y el esperante gana la corona del vencimiento. Así es verdad, respondió D. Quijote : cierra, amigo, la puerta, y dame por testimonio, en la mejor forma que pudieres, lo que aquí me has visto hacer; conviene á saber, cómo tú abriste al leon, yo le esperé, él no salió, volvíle á esperar, volvió á no salir, y volvióse á acostar. No debo mas, y encantos afuera, y Dios ayude á la razon yá la verdad, y á la verdadera caballería, y cierra, como he dicho, en tanto que hago señas á los buidos y ausenles para que sepan de tu boca esta hazaña. Hizolo así el leonero, y D. Quijote poniendo en la punta de la lanza el lienzo con que se habia limpiado el rostro de la lluvia de los requesones, comenzó á llamar á los que no dejaban de huir ni de volver la cabeza á cada paso, todos en tropa y antecogidos del hidalgo; pero alcanzando Sancho á ver la señal del blanco paño, dijo: Que me maten si mi señor no ha vencido á las fieras bestias, pucs nos llama. Detuviéronse todos, y conocieron que el que hacia las señas era D. Quijote, y perdiendo alguna parte del micdo, poco a poco se vinieron acercando hasta donde claramente oyeron las voces de D. Quijote, que los llamaba. Finalmente, volvieron al carro, y en llegando dijo D. Quijote al carretero: Volved, hermano, á uncir vuestras mulas y á proseguir vuestro viaje; y tú, Sancho, dale dos escudos de oro para él y para el leonero, en recompensa de lo que por mí se han detenido. Esos daré yo de muy buena gana, respondió Sancho; pero ¿qué se han hecho los Icones? ¿Son muertos ó vivos? Entonces el

leonero menudamente y por sus pausas contó el fin de la contienda, exagerando, como él mejor pudo y supo, el valor de D. Quijote, de cuya vista el leon acobardado no quiso ni osó salir de la jaula, puesto que habia tenido un buen espacio abierta la puerta de la jaula, y que por haber él dicho á aquel caballero que era tentar á Dios irritar al leon para que por fuerza saliese, como él queria que se irritase, mal de su grado, y contra toda su voluntad habia permitido que la puerta se cerrase. ¿Qué te parece desto, Sancho, dijo D. Quijote, hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible. Dió los escudos Sancho, unció el carretero, besó las manos el leonero á D. Quijote por la merced recebida, y prometióle de contar aquella valerosa hazaña al mismo Rey cuando en la corte se viese. Pues si acaso su Majestad preguntare quién la hizo, diréisle que el Caballero de los Leones: que de aquí adelante quiero que en este se trueque, cambie, vuelva y mude el que hasta aquí he tenido del caballero de la Triste Figura; y en esto sigo la antigua usanza de los andantes caballeros, que se mudaban los nombres cuando querian ó cuando les venía á cuento. Siguió su camino el carro, y D. Quijote, Sancho y el del Verde Gaban prosiguieron el suyo. En todo este tiempo no habia hablado palabra D. Diego de Miranda, todo atento á mirar y á notar los hechos y palabras de D. Quijote, pareciéndole que era un cuerdo loco, y un loco que tiraba á cuerdo. No habia aun llegado á su noticia la primera parte de su his, toria, que si la hubiera leido, cesara la admiracion en que lo ponian sus hechos y sus palabras, pues ya supiera cl género de su locura; pero como no la sabía, ya le tenia por cuerdo y ya por loco, porque lo que hablaba era concertado, elegante y bien dicho, y lo que hacia disparatado, temerario y tonto; y decia entre sí: ¿Qué mas locura puede ser que ponerse la celada llena de requesones, darse á entender que le ablandaban los cascos los encantadores? ¿Y qué mayor temeridad y disparate que querer pelear por fuerza con leones? Destas imaginaciones y deste soliloquio le sacó D. Quijote, diciéndole: ¿Quién duda, señor D. Diego de Miranda, que vuesa merced no me tenga en su opinion por un hombre disparatado y lo co? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa: pues con todo esto, quiero que vucsa merced advierta, que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero á los ojos de su rey en la mitad de una gran plaza dar una lanzada con felice suceso á un bravo toro: bien parece un caballero armado de resplandecientes armas pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, ó que lo parezcan, entretienen y alegran, y si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos estos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras con intencion de darles dichosa y bien afortunada cima, solo por alcanzar gloriosa fama y duradera. Mejor parece, digo, un caballero andante socorriendo á una viuda en algun despoblado, que un cortesano caballero requebrando á una doncella en las ciudades. Todos los caballeros tienen sus particulares eiercicios: sirva á las damas el cor

y

tesano, autorice la corte de su rey con libreas, sustente los caballeros pobres con el espléndido plato de su mesa, concierte justas, mantenga torneos, y muéstrese grande, liberal y magnífico, y buen cristiano sobre todo, ý desta manera cumplirá con sus precisas obligaciones; pero el andante caballero busque los rincones del mundo, éntrese en los mas intricados laberintos, acometa á cada paso lo imposible, resista en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los hielos no le asombren leones, ni le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos, que buscar estos, acometer aquellos, y vencerlos á todos, son sus principales Y verdaderos ejercicios. Yo pues, como me cupo en suerte ser uno del número de la andante caballería, no puedo dejar de acometer todo aquello que á mi me pareciere que cae debajo de la juridicion de mis ejercicios; y así el acometer los leones que ahora acometi, derechamente me tocaba, puesto que conocí ser temeridad exorbitante; porque bien sé lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero ménos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde: que así como es mas fácil venir el pródigo á ser liberal, que el avaro, así es mas fácil dar el temerario en verdadero valiente, que no el cobarde subir á la verdadera valentía; y en esto de acometer aventuras, créame vuesa merced, señor D. Diego, que antes se ha de perder por carta de mas que de ménos; porque mejor suena en las orejas de los que lo oyen: el tal caballero es temerario y atrevido, que no: el tal caballero es tímido y cobarde. Digo, señor D. Quijote, respondió D. Diego, que todo lo que vuesa merced ha dicho y hecho, va uivelado con el fiel de la misma razon, y que entiendo que si las ordenanzas y leyes de la caballería andante se perdiesen, se hallarian en el pecho de vuesa merced como en su mismo depósito y archivo; y démonos priesa, que se hace tarde, y lleguemos á mi aldea y casa, donde descansará vuesa merced del pasado trabajo, que si no há sido del cuerpo, ha sido del espíritu, que suele tal vez redundar en cansancio del cuerpo. Tengo el ofrecimiento á gran favor y merced, señor D. Diego, respondió D. Quijote; y picando mas de lo que hasta entonces, serian como las dos de la tarde cuando llegaron á la aldea y á lá casa de D. Diego, á quien D. Quijote llamaba el caballero del Verde Gaban.

CAPITULO XVIII.

De lo que sucedió á D. Quijote en el castillo ó casa del caballero del Verde Gaban, con otras cosas extravagantes.

Halló D. Quijote ser la casa de D. Diego de Miranda ancha como de aldea; las armas empero, aunque de piedra tosca, encima de la puerta de la calle, la bodega en el patio, la cueva en el portal, y muchas tinajas á la redonda, que por ser del Toboso le renovaron las memorias de su encantada y trasformada Dulcinea; y sospirando sin mirar lo que decia, ni delante de quién estaba, dijo:

¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
Dulces y alegres cuando Dios queria!

Oh tobosescas tinajas, que me habeis traido á la memoria la dulco prenda de mi mayor amargura! Oyóle de

cir esto el estudiante poeta hijo de D. Diego, que con su madre labia salido á recebirle, y madre y hijo quedaron suspensos de ver la extraña figura de D. Quijote, el cual apeándose de Rocinante fué con mucha cortesía á pedirle las manos para besárselas, y D. Diego dijo: Recebid, se ñora, con vuestro sólito agrado al señor D. Quijote de la Mancha, que es el que teneis delante, andante caballero, y el mas valiente y el mas discreto que tiene el mundo. La señora, que D.* Cristina se llamaba, le recebió con muestras de mucho amor y de mucha cortesía, y D. Quijote se le ofreció con asaz de discretas y comedidas razones. Casi los mismos comedimientos pasó con el estudiante, que en oyéndole hablar D. Quijote le tuvo por discreto y agudo. Aqui pinta el autor todas las circuns tancias de la casa de D. Diego, pintándonos en ella lo que contiene una casa de un caballero labrador rico; pero al traductor desta historia le pareció pasar estas y otras semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el propósito principal de la historia, la cual mas tiene su fuerza en la verdad, que en las frias digresiones. Entraron á D. Quijote en una sala, desarmóle Sancho, quedó en valones y en jubon de camuza, todo bisunto con la mugre de las armas: el cuello era valona á lo estudiantil, sin almidon y sin randas; los borceguíes eran datilados y encerados los zapatos. Ciñóse su buena espada, que pendia de un tahalí de lobos marinos; que es opinion que muchos años fué enfermo de los riñones: cubrióse un herreruelo de buen paño pardo; pero ántes de todo, con cinco calderos ó seis de agua (que en la cantidad de los calderos hay alguna diferencia) se lavó la cabeza y rostro, y todavía se quedó el agua de color de suero: merced á la golosina de Sancho y á la compra de sus negros requesones, que tan blanco pusieron á su amo, Con los referidos atavíos y con gentil donaire y gallardía salió D. Quijote á otra sala donde el estudiante le estaba esperando para entretenerle en tanto que las mesas se ponian, que por la venida de tan noble huésped queria la señora D. Cristina mostrar que sabía y podia regalar á los que á su casa llegasen. En tanto que D. Quijote se estuvo desarmando, tuvo lugar D. Lorenzo (que así se llamaba el hijo de D. Diego) de decir á su padre: ¿Quién dirémos, señor, que és este caballero que vuestra merced nos ha traido á casa? que el nombre, la figura y el decir que es caballero andante, á mí y á mi madre nos tiene suspensos. No sé lo que te diga, hijo, respondió D. Diego solo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos : háblale tú, y toma el pulso á lo que sabe, y pues eres discreto juzga de su discrecion ó tontería lo que mas puesto en razon estuviere, aunque para decir verdad, ántes le tengo por loco que por cuerdo. Con esto se fué D. Lorenzo á entretener á D. Quijote, como queda dicho, y entre otras pláticas que los dos pasaron dijo D. Quijote á D. Lorenzo : El señor D. 'Diego de Miranda, padre de vuesa merced, me ha dado noticia de la rara habilidad y sutil ingenio que vuesa merced tiene, y sobre todo que es vuesa merced un gran poeta. Poeta bien podrá ser, respondió D. Lorenzo, pero grande, ni por pensamiento: verdad es que yo soy algun tanto aficionado á la poesía y á leer los buenos poetas; pero no de manera que se me pueda dar el nombre de grande que mi padre dice. No me parece mal esa humildad, respondió D. Quijote, porque

no hay poela que no sea arrogante, y piense de sí que es el mayor poeta del mundo. No hay regla sin excepcion, respondió D. Lorenzo, y alguno habrá que lo sea y no lo piense. Pocos, respondió D. Quijote; pero dígame vuesa merced, ¿qué versos son los que ahora trae entre maBos, que me ha dicho el señor su padre que le traen algó inquieto y pensativo? Y si es alguna glosa, á mí se me entiende algo de achaque de glosas, y holgaria saberlos; ysies que son de justa literaria, procure vuesa merced levar el segundo premio, que el primero siempre se lleva el favor ó la gran calidad de la persona; el segundo sele lleva la mera justicia, y el tercero viene á ser segundo, y el primero á esta cuenta será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades ; pero con todo esto, gran personaje es el nombre de primero. Hasta ahora, dijo entre si D. Lorenzo, no os podré yo juzgar por loco, vamos adelante, y díjole : Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas; ¿qué ciencias ha pide? La de la caballería andante, respondió D. Quijote, que es tan buena como la de la poesía, y aun dos deditos mas. No sé qué ciencia sea esa, replicó D. Lorenzo, y hasta ahora no ha llegado á mi noticia. Es una ciencia, replicó D. Quijote, que encierra en si todas ó las mas ciencias del mundo, á causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y conmutativa, para dar á cada uno lo que es suyo y lo que le conviene: ha de ser teólogo, para saber dar razon de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adonde quiera que le fuere pedido: ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas; que no ha de andar el caballero andante á cada triquete buscando quien se las cure : ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas son pasadas de la noche, y en qué parte y en qué clima del mundo se halla: ha de saber las matemáticas, porque á cada paso se le ofrecerá tener necesidad dellas; y dejando aparte que ha de estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, decendiendo á otras menudencias, digo, que ha de saber nadar, como dicen que nadaba el peje Nicolas ó Nicolao: ha de saber errar un caballo, y aderezar la silla y el freno; y volviendo á lo de arriba, ha de guardar la fe á Dios y á su dama: ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y finalmente mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante, porque vea vuesa merced, señor D. Lorenzo, si es ciencia mocosa la que aprende el caballero que la estudia y la profesa, y si se puede igualar á las mas estiradas que en los ginasios y escuelas se enseñan. Si eso es así, replicó D. Lorenzo, yo digo que se aventaja esa ciencia á todas. ¿Cómo si es asi? respondió D. Quijote. Lo que yo quiero decir, dijo D. Lorenzo, es que dudo que haya habido ni que los haya ahora caballeros andantes y adornados de virtudes tantas. Muchas veces he dicho lo que vuelvo á decir ahora, respondió D. Quijote, que la mayor parte de la gente del mundo está de parecer de que no ha habido en él caballeros andantes; y por parecerme á mi que, si el cielo milagrosamente no les da á entender la verdad de que los hubo y de que los hay, cualquier trabajo que se tome

ha de ser en vano, como muchas veces me lo ha mos-
trado la experiencia, no quiero detenerme ahora en sa-
car á vuesa merced del error que con los muchos tiene;
lo que pienso hacer es rogar al cielo le saque dél, y le dé
á entender cuán provechosos y cuán necesarios fuéron
al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos,
y cuán útiles fueran en el presente si se usaran; pero
la
triunfan ahora por pecados de las gentes la pereza,
ociosidad, la gula y el regalo. Escapado se nos ha nues-
tro huésped, dijo á esta sazon entre sí D. Lorenzo: pero
con todo eso él es loco bizarro, y yo sería mentecato flojo
si así no lo creyese. Aquí dieron fin á su plática porque
los llamaron á comer. Preguntó D. Diego á su hijo qué
habia sacado en limpio del ingenio del huésped. A lo que
él respondió: No le sacarán del borrador de su locura
cuantos médicos y buenos escribanos tiene el mundo: él
es un entreverado loco lleno de lucidos intervalos. Fué-
ronse á comer, y la comida fué tal como D. Diego habia
dicho en el camino que la solia dar á sus convidados,
limpia, abundante y sabrosa; perode lo que mas se con-
tenló D. Quijote fué del maravilloso silencio que en toda
la casa habia, que semejaba un monasterio de cartujos,
Levantados pues los manteles, y dadas gracias á Dios y
agua á las manos, D. Quijote pidió ahincadamente á
D. Lorenzo dijese los versos de la justa literaria. A lọ
que él respondió: Por no parecer de aquellos poetas que
cuando les ruegan digan sus versos los niegan, y cuando
no se los piden los vomitan, yo diré mi glosa, de la cual
no espero premio alguno, que solo por ejercitar el inge-
nio la he hecho. Un amigo y discreto, respondió D. Qui-
jote, era de parecer que no se habia de cansar nadie en
glosar versos, y la razon, decia él, era, que jamas la
glosa podia llegar al texto, y que muchas ó las mas veces
iba la glosa fuera de la intencion y propósito de lo que
pedia lo que se glosaba; y mas que las leyes de la glosa
eran demasiadamente estrechas, que no sufrian interro-
gantes, ni dijo, ni diré, ni hacer nombres de verbos, ni
mudar el sentido, con otras ataduras y estrechezas con
que van atados los que glosan, como vuesa merced debe
de saber. Verdaderamente, señor D. Quijote, dijo D. Lo-
renzo, que deseo coger á vuesa merced en un mal latin
continuado, y no puedo, porque se me desliza de entre
las manos como anguila. No entiendo, respondió D. Qui-
jote, lo que vuesa merced dice ni quiere decir en eso
del deslizarme. Yo me daré á entender, respondió D. Lo-
renzo, y por ahora esté vuesa merced atento á los versos
glosados y á la glosa, que dicen desta manera:

Si mi fué tornase à es,
Sin esperar mas será,
O viniese el tiempo ya
De lo que será despues.
GLOSA.

Al fin como todo pasa,
Se pasó el bien que me dió
Fortuna un tiempo no escasa,
Y nunca me le volvió,
Ni abundante, ni por tasa.
Siglos há ya que me ves,
Fortuna, puesto a tus pies;
Vuélveme å ser venturoso,
Que será mi sér dichoso
Si mi fué tornase á es.

No quiero otro gusto ó gloria,
Otra palma ó vencimiento,
Otro triunfo, otra victoria,
Sino volver al contento,
Que es pesar en mi memoria.

Si tú me vuelves allá,
Fortuna, templado está
Todo el rigor de mi fuego,
Y mas si este bien es luego,
Sin esperar mas será.

Cosas imposibles pido,
Pues volver el tiempo á ser
Despues que una vez ha side,
No hay en la tierra poder
Que à tanto se haya extendido.
Corre el tiempo, vuela y va
Lijero, y no volverá,
Yerraria el que pidics,
O que el tiempo ya se fucse,
O viniese el tiempo ya.

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En acabando de decir su glosa D. Lorenzo se levantó en pié D. Quijote, y en voz levantada, que parecia grito, asiendo con su mano la derecha de D. Lorenzo, dijo: Viven los cielos donde mas altos están, mancebo generoso, que sois el mejor poeta del orbe, y que mereceis estar laureado, no por Chipre ni por Gaeta, como dijo un poeta, que Dios perdone, sino por las academias de Aténas, si hoy vivieran, y por las que hoy viven de Paris, Bolonia y Salamanca. Plega al cielo que los jucces que os quitaren el premio primero, Febo los asaetee, y las musas jamas atraviesen los umbrales de sus casas. Decidme, señor, si sois servido, algunos versos mayores, que quiero tomar de todo en todo el pulso á vuestro admirable ingenio. ¿No es bueno que dicen que se holgó D. Lorenzo de verse alabar de D. Quijote, aunque le tenia por loco? ¡Oh fuerza de la adulacion, á cuanto te extiendes, y cuán dilatados límites son los de tu jurisdicion agradable! Esta verdad acreditó D. Lorenzo, pues condescendió con la demanda y deseo de D. Quijote, diciéndole este soneto á la fábula ó historia de Piramo y Tisbe:

SONETO.

El muro rompe la doncella hermosa
Que de Piramo abrió el gallardo pecho;
Parte el amor de Chipre, y va derecho
A ver la quiebra estrecha y prodigiosa.

Habla el silencio allí, porque no osa
La voz entrar por tan estrecho estrecho;
Las almas si, que amor suele de hecho
Facilitar la mas dificil cosa.

Salió el deseo de compas, y el paso

De la imprudente virgen solicita

Por su gusto su muerte ved qué historia.

Que à entrambos en un punto, ¡oh extraño caso!
Los mata, los encubre y resucita

Una espada, un sepulcro, una memoria.

Bendito sea Dios, dijo D. Quijote habiendo oido el soneto á D. Lorenzo, que entre los infinitos poetas consu→ midos que hay, he visto un consumado poeta, como lo es vuesa merced, señor mio, que asi me lo da á entender el artificio deste soneto. Cuatro dias estuvo D. Quijote regaladísimo en la casa de D. Diego, al cabo de los cuales le pidió licencia para irse, diciéndole que le agradecia la merced y buen tratamiento que en su casa habia recebido: pero que por no parecer bien que los caballeros andantes se dén muchas horas al ocio y al regalo, se queria ir á cumplir con su oficio, buscando las aventuras, de quien tenia noticia que aquella tierra abundaba, donde esperaba entretener el tiempo hasta que llegase el dia de las justas de Zaragoza, que era el de su derecha derrota ; y que primero habia de entrar en la cueva de Montesinos, de quien tantas y tan admirables cosas en aquellos contornos se contaban, sabiendo é inquiriendo asimismo el nacimiento y verdaderos manantiales de las siete lagunas llamadas comunmente de Ruidera. D. Diego y su hijo le alabaron su honrosa determinacion, y le dijeron que tomase de su casa y de su hacienda todo lo que en grado le viniese, que le servirian con la voluntad posible, que á ello les obligaba el valor de su persona y la honrosa profesion suya. Llegóse en fin el dia de su partida, tan alegre para D. Quijote como triste y aciago para Sancho Panza, que se hallaba muy

bien con la abundancia de la casa de D. Diego, y rehusaba de volver á la hambre que se usa en las florestas y despoblados, y á la estrecheza de sus mal proveidas alforjas: con todo esto las llenó y colmo de lo mas necesario que le pareció, y al despedirse dijo D. Quijote á D. Lorenzo: No sé si he dicho á vuesa merced otra vez, y si lo he dicho lo vuelvo à decir, que cuando vuesa merced quisiere ahorrar caminos y trabajos para llegar á la inaccesible cumbre del templo de la fama, no tiene que hacer otra cosa sinó dejar á una parte la senda de la poesia algo estrecha, y tomar la estrechísima de la andante caballería, bastante para hacerle emperador en daca las pajas. Con estas razones acabó D. Quijote de cerrar el proceso de su locura, y más con las que añadió diciendo: Sabe Dios si quisiera llevar conmigo al señor D. Lorenzo para enseñarle cómo se han de perdonar los sugetos, y supeditar y acocear los soberbios, virtudes anejas á la profesion que yo profeso; pero pues no lo pide su poca edad, ni lo querrán consentir sus loables ejerci eios, soló me contento con advertirle á vuesa merced, que siendo poeta podrá ser famoso si se guia mas por el parecer ajeno que por el propio; porque no hay padreni madre á quien sus hijos le parezcan feos, y en los que lo son del entendimiento corre mas este engaño. De nuevo se admiraron padre y hijo de las entremetidas razonesde D. Quijote, ya discretas y ya disparatadas, y del tema y teson que llevaba de acudir de todo en todo á la busca de sus desventuradas aventuras, que las tenia por fin y blanco de sus deseos. Reiteráronse los ofrecimientos y comedimientos, y con la buena licencia de la señora del castillo, D. Quijote y Sancho sobre Rocinante y el rucio se partieron.

CAPITULO XIX.

Donde se cuenta la aventura del pastor enamorado, con otros en verdad graciosos sucesos.

Poco trecho se habia alongado D. Quijote del lugar de D. Diego, cuando encontró con dos como clérigos ó como estudiantes, y con dos labradores, que sobre cuatro bestias asnales venían caballeros. El uno de los estudiantes traia como en portamanteo, en un lienzo de bocací verde, envuelto al parecer un poco de grana blanca y dos pares de medias de cordellate; el otro no traia otra zapatillas. Los labradores traian otras cosas que daban cosa que dos espadas negras, de esgrima, nuevas y con sus indicio y señal que venían de alguna villa grande donde las habian comprado, y las llevaban á su aldea: y asi estudiantes como labradores cayeron en la misma admiracion en que caian todos aquellos que la vez primera veian á D. Quijote, y morian por saber qué hombre fuese aquel tan fuera del uso de los otros hombres. Saludoles D. Quijote, y despues de saber el camino que llevaban, que era el mismo que él hacia, les ofreció su compañia, y les pidió detuviesen el paso, porque caminaban mas razones les dijo quién era, y su oficio y profesion, que sus pollinas que su caballo; y para obligarlos, en breves era de caballero andante, que iba á buscar las aventuras nombre propio D. Quijote de la Mancha, y por el apelapor todas las partes del mundo. Díjoles que se llamaba de tivo el caballero de los Leones. Todo esto para los labradores era hablarles en griego ó en jerigonza; pero no para los estudiantes, que luego entendieron la flaqueza del celebró de D. Quijote, pero con todo eso le miraban con admiracion y con respeto, y uno dellos le dijo: Si vuesa

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