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con todo eso se puso luto Isabela, porque esta que llaman muerte mezcla los tálamos con las sepulturas, y las galas con los lutos. Cuatro dias mas estuvieron en Luca nuestros peregrinos y la escuadra de nuestros pasa

CAPITULO PRIMERO.

jeros, que fuéron regalados de los desposados y del noble Juan Bautista Marulo. Y aquí dió fin nuestro autor al tercero libro desta historia.

LIBRO CUARTO.

Dase cuenta del razonamiento que pasó entre Periandro y Auristela. DISPUTÓSE entre nuestra peregrina escuadra, no una, sino muchas veces, si el casamiento de Isabela Castrucho, con tantas máquinas fabricado, podia ser valedero, á lo que Periandro muchas veces dijo que sí, cuanto mas que no les tocaba á ellos la averiguacion de aquel caso; pero lo que á él le habia descontentado, era la junta del bautismo, casamiento y la sepultura, y la ignorancia del médico, que no atinó con la traza de Isabela, ni con el peligro de su tio; unas veces trataban en esto, y otras en referir los peligros que por ellos habian pasado: andaban Croriano y Ruperta su esposa atentísimos inquiriendo quién fuesen Periandro y Auristela, Antonio y Constanza, lo que no hacian por saber quién fuesen las tres damas francesas, que desde el punto que las vieron fuéron dellos conocidas. Con esto, á mas que medianas jornadas, llegaron á Acuapendente, lugar cercano á Roma, á la entrada de la cual villa, adelantándose un poco Periandro y Auristela de los demas, sin temor que nadie los escuchase ni oyese, Periandro habló á Auristela desta manera : Bien sabes, ó señora, que las causas que nos movieron á salir de nuestra patria y á dejar nuestro regalo, fuéron tan justas como necesarias: ya los aires de Roma nos dan en el rostro, ya las esperanzas que nos sustentan nos bullen en las almas, ya, ya hago cuenta que me veo en la dulce posesion esperada; mira, señora, que será bien que des una vuelta á tus pensamientos, y escudriñando tu voluntad mires si estás en la entereza primera, ó si lo estarás despues de haber cumplido tu voto, de lo que yo no dudo, porque tu real sangre no se engendró entre promesas mentirosas, ni entre dobladas trazas; de mí te sé decir, ó hermosa Sigismunda, que este Periandro que aquí ves es el Persiles que en la casa del rey mi padre viste: aquel, digo, que te dió palabra de ser tu esposo en los alcázares de su padre, y te la cumplirá en los desiertos de Libia, si allí la contraria fortuna nos llevase.

Ibale mirando Auristela atentísimamente, maraviIlada de que Periandro dudase de su fe, y así le dijo: Sola una voluntad, ó Persiles, he tenido en toda mi vida, y esa habrá dos años que te la entregué, no forzada, sino de mi libre albedrío, la cual tan entera y firme está agora como el primer dia que te hice señor della; la cual si es posible que se aumente, se ha aumentado y crecido entre los muchos trabajos que hemos pasado: de que tú estés firme en la tuya, me mostraré tan agradecida, que en cumpliendo mi voto, haré que se vuelvan en posesion tus esperanzas; pero dime, ¿qué harémos despues que una misma coyunda nos ate y un mismo yugo oprima nuestros cuellos? Léjos nos hallamos de nuestras tierras, no conocidos de nadie en las ajenas, sin arrimo que sustente la yedra de nuestras incomodida

des; no digo esto porque me falte el ánimo de sufrir todas las del mundo como esté contigo, sino dígolo, porque cualquiera necesidad tuya me ha de quitar la vida: hasta aquí, ó poco menos de hasta aquí, padecia mi alma, en sí sola; pero de aquí adelante padeceré en ella y en la tuya, aunque he dicho mal en partir estas dos almas, pues no son mas que una. Mira, señora, respondió Periandro, cómo no es posible que ninguno fabrique su fortuna, puesto que dicen que cada uno es el artífice della desde el principio hasta el cabo; así yo no puedo responderte agora lo que harémos despues que la buena suerte nos ajunte; rómpase agora el inconveniente de nuestra division, que despues de juntos, campos hay en la tierra que nos sustenten y chozas que nos recojan y hatos que nos encubran; que á gozarse dos almas que son una, como tú has dicho, no hay contentos con que igualarse, ni dorados techos que mejor nos alberguen; no nos faltará medio para que mi madre la Reina sepa dónde estamos, ni á ella le faltará industria para socorrernos; y en tanto esa cruz de diamantes que tienes, y esas dos perlas inestimables comenzarán á darnos ayudas, sino que temo que al deshacernos dellas se ha de deshacer nuestra máquina; porque ¿cómo se ha de creer que prendas de tanto valor se encubran debajo de una esclavina? Y por venir dándoles alcance la demas compañía, cesó su plática, que fué la primera que habian hablado en cosas de su gusto, porque la mucha honestidad de Auristela jamas dió ocasion á Periandro á que en secreto la hablase, y con este artificio y seguridad notable pasaron la plaza de hermanos entre todos cuantos hasta allí los habian conocido: solamente en el desalmado y ya muerto Clodio pasó la malicia tan adelante, que llegó á sospechar la verdad.

Aquella noche llegaron una jornada ántes de Roma, y en un meson, adonde siempre les solia acontecer maravillas, les aconteció esta, si es que así puede llamarse : estando todos sentados á una mesa, la cual la solicitud del huésped y la diligencia de sus criados tenian abundantemente proveida, de un aposento del meson salió un gallardo peregrino con unas escribanías sobre el brazo izquierdo, y un cartapacio cu la mano, y habiendo hecho á todos la debida cortesía, en lengua castellana dijo: Este traje de peregrino que he visto, el cual trae consigo la obligacion de que pida limosna al que lo trae, me obliga á que os la pida, y tan aventajada y tan nueva, que sin darme joya alguna, ni prendas que lo valgan, me habeis de hacer rico: yo, señores, soy un hombre curioso; sobre la mitad de mi alma predomina Marte, y sobre la otra mitad Mercurio y Apolo; algunos años me he dado al ejercicio de la guerra, y algunos otros y los mas maduros en el de las letras: en los de la guerra he alcanzado algun buen nombre, y por los de las letras he sido algun tanto estimado; algunos libros he impreso, de los ignorantes no condenados por malos, ni de los discretos

A mucho obligan las leyes de la obediencia forzosa, pero á mucho mas las fuerzas del gusto. Y firmó. Y siguiendo Belarminia, dijo: La mujer ha de ser como el armiño, dejándose ántes prender que enlodarse.

Y firmó. La última que escribió fué la hermosa Deleasir, y dijo:

Sobre todas las acciones desta vida tiene imperio la buena ó la mala suerte, pero mas sobre los casamientos.

han dejado de ser tenidos por buenos; y como la necesidad, segun se dice, es maestra de avivar los ingenios, este mio, que tiene un no sé qué de fantástico é inventivo, ha dado en una imaginacion algo peregrina y nueva, y es, que á costa ajena quiero sacar un libro á luz, cuyo trabajo sea, como he dicho, ajeno, y el provecho mio; el libro se ha de llamar : Flor de aforismos peregrinos, conviene á saber, sentencias sacadas de la misma verdad, en esta forma: cuando en el camino ó en otra parte topo alguna persona, cuya presencia muestre ser de ingenio y de prendas, le pido me escriba en este cartapacio algun dicho agudo, si es que le sabe, ó alguna sentencia que lo parezca; y desta manera tengo ajuntados mas de trescientos aforismos, todos dignos de saberse y de imprimirse, y no en nombre mio sino de su mismo autor, que lo firmó de su nombre, despues de haberlo dicho. Esta es la limosna que pido, y la que estimaré sobre todo el oro del mundo. Dadnos, señor español, respondió Periandro, alguna muestra de lo que pedis por quien nos guiemos, que en lo demas seréis servido como nuestros ingenios lo alcanzaren. Esta mañana, respondió el español, llegaron aquí y pasaron de largo un peregrino y una peregrina españoles, á los cuales por ser españoles, declaré mi deseo, y ella me dijo que pusiese de mi mano (porque no sabía escribir) esta razon: Mas quiero ser mala con esperanzas de ser buena, que buena con propósito de ser mala.

Y díjome que firmase la peregrina de Talavera: tampoco sabía escribir el peregrino, y me dijo que escribiese: No hay carga mas pesada que la mujer liviana.

Y firmé por él, Bartolomé el Manchego. Deste modo son los aforismos que pido, y los que espero desta gallarda compañía serán tales, que realcen á los demas y les sirvan de adorno y de esmalte. El caso está entendido, respondió Croriano, y por mí, tomando la pluma al peregrino y el cartapacio, quiero comenzar á salir desta obligacion, y escribió:

Mas hermoso parece el soldado muerto en la batalla, que sano en la huida.

Y firmó, Croriano: luego tomó la pluma Periandro y escribió:

Dichoso es el soldado que cuando está peleando, sabe que le está mirando su principe,

Y firmó. Sucedióle el bárbaro Antonio, y escribió: La honra que se alcanza por la guerra, como se graba en láminas de bronce y con puntas de acero, es mas firme que las demas honras.

Y firmose Antonio el Bárbaro; y como allí no habia mas hombres, rogó el peregrino que tambien aquellas damas escribiesen, y fué la primera que escribió Ruperta, y dijo:

La hermosura que se acompaña con la honestidad, es hermosura, y la que no, no es mas de un buen pa

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Esto fué lo que escribieron nuestras damas y nuestros peregrinos, de lo que el español quedó agradecido y contento, y preguntándole Periandro si sabía algun aforismo de memoria, de los que tenia allí escritos, le dijese; á lo que respondió que solo uno diria que le habia dado gran gusto por la firma del que lo habia escrito, que decia :

No desees, y serás el mas rico hombre del mundo.

Y la firma decia: Diego de Ratos, corcovado, zapatero de viejo en Tordesillas, lugar en Castilla la Vieja, junto á Valladolid. Por Dios, dijo Antonio, que la firma está larga y tendida, y que el aforismo es el mas breve y compendioso que pueda imaginarse, porque está claro que lo que se desea es lo que falta, y el que no desea no tiene falta de nada, y así será el mas rico del mundo. Algunos otros aforismos dijo el español, que hicieron sabrosa la conversacion y la cena; sentóse el peregrino con ellos, y en el discurso de la cena dijo: No daré el privilegio deste mi libro á ningun librero en Madrid, si me da por él dos mil ducados, que allí no hay ninguno que no quiera los privilegios de balde, ó á lo ménos por tan poco precio, que no le luzga al autor del libro; verdad es que tal vez suelen comprar un privilegio y imprimir un libro con quien piensan enriquecer, y pierden en él el trabajo y la hacienda; pero el destos aforismos, escrito se lleva en la frente la bondad y la ganancia.

CAPITULO II.

Llegan á las cercanías de Roma, y en un bosque encuentran á Arnaldo y al duque de Nemurs heridos en desafio.

Bien podia intitularse el libro del peregrino español Historia peregrina sacada de diversos autores; y dijera verdad, segun habian sido y iban siendo los que la componian; y no les dió poco que reir la firma de Diego de Ratos, el zapatero de viejo, y aun tambien les dió que pensar el dicho de Bartolomé el manchego, que dijo, que no habia carga mas pesada que la mujer liviana, señal que le debia de pesar ya la que llevaba en la moza de Talavera. En esto fuéron hablando otro dia, que dejaron al español moderno y nuevo autor de nuevos y exquisitos libros, y aquel mismo dia vieron á Roma, alegrándoles las almas, de cuya alegría redundaba salud en los cuerpos : alborozáronse los corazones de Periandro y de Auristela, viéndose tan cerca del fin de su deseo; los de Croriano y Ruperta y los de las tres damas francesas ansimismo, por el buen suceso que prometia el fin próspero de su viaje, entrando á la parte deste gusto los de Constanza y Antonio; heríales el sol por cenit, á cuya causa, puesto que está mas apartado de la tierra que en ninguna otra sazon del dia, hiere con mas calor y vehemencia; y habiéndoles convidado una cercana selva que á su mano derecha se descubria, determinaron de pasar en ella el rigor de la siesta que

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les amenazaba, y aun quizá la noche, pues les quedaba lugar demasiado para entrar el dia siguiente en Roma; hiciéronlo así, y mientras mas entraban por la selva adelante, la amenidad del sitio, las fuentes que de entre las yerbas salian, los arroyos que por ella cruzaban, les iban confirmando en su mismo propósito.

Tanto habian entrado en ella, cuanto volviendo los ojos, vieron que estaban ya encubiertos á los que por el real camino pasaban; y haciéndoles la variedad de los sitios variar en la imaginacion cuál escogerian, segun eran todos buenos y apacibles, alzó acaso los ojos Auristela, y vió pendiente de la rama de un verde sauce un retrato del grandor de una cuartilla de papel, pintado en una tabla no mas del rostro de una hermosísima mujer, y reparando un poco en él, conoció claramente ser su rostro el del retrato, y admirada y suspensa se le enseñó á Periandro: á este mismo instante dijo Croriano que todas aquellas yerbas manaban sangre, y mostró los piés en caliente sangre teñidos. El retrato, que luego descolgó Periandro, y la sangre que mostraba Croriano, los tuvo confusos á todos y en deseo de buscar así el dueño del retrato como de la sangre. No podia pensar Auristela quién, dónde ó cuándo pudiese haber sido sacado su rostro, ni se acordaba Periandro que el criado del duque de Nemurs le habia dicho que el pintor que sacaba los de las tres damas francesas sacaria tambien el de Auristela, con no mas de haberla visto; que si de esto él se acordara, con facilidad diera en la cuenta de lo que no alcanzaba : el rastro que siguieron de la sangre llevó á Croriano y á Antonio que le seguian hasta ponerlos entre unos espesos árboles que allí cerca estaban, donde vieron al pié de uno un gallardo peregrino sentado en el suelo, puestas las manos casi sobre el corazon y todo lleno de sangre, vista que les turbó en gran manera, y mas cuando llegándose á él Croriano, le alzó el rostro que sobre los pechos tenia derribado y lleno de sangre, y limpiándosele con un lienzo, conoció sin duda alguna ser el herido el duque de Nemurs, que no bastó el diferente traje en que le hallaba para dejar de conocerle : tanta era la amistad que con él tenia; el Duque herido, ó á lo ménos el que parecia ser el Duque, sin abrir los ojos, que con la sangre los tenia cerrados, con mal pronunciadas palabras dijo: Bien hubiérais hecho, ó quien quiera que seas, enemigo mortal de mi descanso, si hubieras alzado un poco mas la mano y dádome en mitad del corazon, que allí sí que hallaras el retrato mas vivo y mas verdadero que el que me hiciste quitar del pecho, y colgar en el árbol, porque no me sirviese de reliquia y de escudo en nuestra batalla. Hallóse Constanza en este hallazgo, y como naturalmente era de condicion tierna y compasiva, acudió á mirarle la herida y á tomarle la sangre, ántes que á tener cuenta con las lastimosas palabras que decia; casi otro tanto le sucedió á Periandro y Auristela, porque la misma sangre les hizo pasar adelante á buscar el origen de donde procedia, y hallaron entre unos verdes y crecidos juncos tendido otro peregrino, cubierto casi todo de sangre, excepto el rostro, que descubierto y limpio tenia; y así sin tener necesidad de limpiársele, ni de hacer diligencias para conocerle, conocieron ser el principe Arnaldo, que mas desmayado que muerto estaba. La primera señal que dió de vida fué probarse á levantar, diciendo: No le llevarás, traidor, porque el retrato

es mio, por ser el de mi alma; tú le has robado, y sin haberte yo ofendido en cosa, me quieres quitar la vida.

Temblando estaba Auristela con la no pensada vista de Arnaldo, y aunque las obligaciones que le tenia lo impelian á que á él se llegase, no osaba por la presencia de Periandro, el cual, tan obligado como cortés, asió de las manos del Príncipe, y con voz no muy alta, por no descubrir lo que quizá el príncipe querria que se callase, le dijo: Volved en vos, señor Arnaldo, y veréis que estáis en poder de vuestros mayores amigos, y que no os tiene tan desamparado el cielo, que no os podais prometer mejora de vuestra suerte: abrid los ojos, digo, y veréis á vuestro amigo Periandro y á vuestra obligada Auristela, tan deseosos de serviros como siempre : contadnos vuestra desgracia y todos vuestros sucesos, y prometéos de nosotros todo cuanto nuestra industria y fuerzas alcanzaren: decidnos si estáis herido, y quién os hirió y en qué parte, para que luego se procure vuestro remedio. Abrió en esto los ojos Arnaldo, y conociendo á los dos que delante tenia, como pudo, que fué con mucho trabajo, se arrojó á los piés de Auristela, puesto que abrazado tambien á los de Periandro, que hasta en aquel punto guardó el decoro á la honestidad de Auristela, en la cual puestos los ojos, dijo: No es posible que no scas tú, señora, la verdadera Auristela, y no imágen suya, porque no tendria ningun espíritu licencia ni ánimo para ocultarse debajo de apariencia tan hermosa: Auristela eres sin duda, y yo tambien sin ella soy aquel Arnaldo que siempre ha deseado servirte en tu busca vengo, porque si no es parando en tí, que eres mi centro, no tendrá sosiego el alma mia.

En el tiempo que esto pasaba, ya habian dicho á Croriano y á los demas el hallazgo del otro peregrino, y quo daba tambien señales de estar mal herido; oyendo lo cual Constanza, habiendo tomado ya la sangre al Duque, acudió á ver lo que habia menester el segundo herido, y cuando conoció ser Arnaldo, quedó atónita y confusa; y supliendo su discrecion su sobresalto, sin entrar en otras razones, le dijo que le descubriese sus heridas; á lo que Arnaldo respondió con señalarle con la mano derecha el brazo izquierdo, señal de que allí tenia la herida. Desnudóle luego Constanza, y hallósele por la parte superior atravesado de parte á parte: tomóle luego la sangre, que aun corria, y dijo á Periandro, cómo el otro herido que allí estaba era el duque de Nemurs', y que convenía llevarlos al pueblo mas cercano doude fuesen curados, porque el mayor peligro que tenian era la falta de la sangre. Al oir Arnaldo el nombre del Duque, se estremeció todo, y dió lugar á que los frios celos se entrasen hasta el alma por las calientes venas, casi vacías de sangre, y así dijo, sin mirar lo que decia: Alguna diferencia hay de un duque á un rey; pero en el estado del uno ni del otro, ni aun en el de todos los monarcas del mundo cabe el merecer á Auristela; y añadió, y dijo: No me lleven adonde llevaren al Duque, que la presencia de los agraviadores no ayuda nada á las enfermedades de los agraviados. Dos criados traia consigo Arnaldo y otros dos el Duque, los cuales por órden de sus señores los habian dejado allí solos, y ellos se habian adelantado á un lugar alli cercano, para tenerles aderczado alojamiento cada uno de por sí, porque aun no se conocian. Miren tambien, dijo Arnaldo, si en un árbol destos que están aquí á la redonda, está pendiente un

retrato de Auristela, sobre quien ha sido la batalla que entre mí y el Duque hemos pasado; quítese y déseme, porque me cuesta mucha sangre, y de derecho es mio. Casi esto mismo estaba diciendo el Duque á Ruperta y á Croriano y á los demas que con él estaban; pero á todos satisfizo Periandro, diciendo, que él le tenia en su poder como en depósito, y que le volveria en mejor coyuntura á cuyo fuese. ¿Es posible, dijo Arnaldo, que se puede poner en duda la verdad de que el retrato sea mio? ¿No sabe ya el cielo, que desde el punto que viel original le trasladé en mi alma? pero téngale mi hermano Periandro, que en su poder no tendrán entrada los celos, las iras y las soberbias de sus pretensores, y llévenme de aquí, que me desmayo; luego acomodaron en qué pudiesen ir los dos heridos, cuya vertida sangre mas que la profundidad de las heridas les iba poco a poco quitando la vida, y así los llevaron al lugar donde sus criados les tenian el mejor alojamiento que pudieron, y hasta entonces no habia conocido el Duque ser el príncipe Arnaldo su contrario,

CAPITULO III,

Entran en Roma, y alojanse en la casa de un judío
Hamado Manases.

Invidiosas y corridas estaban las tres damas francesas de ver que en la opinion del Duque estaba estimado el retrato de Auristela mucho mas que ninguno de los suyos, que el criado que envió á retratarlas, como se ha dicho, les dijo que consigo los traia, entre otras joyas de nucha estima, pero que en el de Auristela idolatraba; razones y desengaño que las lastimó las almas, que nunca las hermosas reciben gusto, sino mortal pesadumbre, de que otras hermosuras igualen á las suyas, ni aun que se les comparen; porque la verdad que comunmente se dice, de que toda comparacion es odiosa, en la de las bellezas viene á ser odiosísima, sin que amistades, parentescos, calidades y grandezas se opongan al rigor desta maldita invidia, que así puede llamarse la que encendia las comparadas hermosuras: dijo ansimismo, que viniendo el Duque su señor desde Paris, buscando á la peregrina Auristela, enamorado de su retrato, aquella mañana se habia sentado al pié de un árbol con el retrato en las manos, que así hablaba con él muerto, como con el original vivo, y que estando así habia llegado el otro peregrino tan paso por las espaldas, que pudo bien oir lo que el Duque con el retrato hablaba, sin que yo y otro compañero mio lo pudiésemos estorbar, porque estábamos algo desviados: en fin, corrimos á advertir al Duque, que le escuchaban, volvió el Duque la cabeza y vió al peregrino, el cual sin hablar palabra, lo primero que hizo fué arremeter al retrato y quitársele de las manos al Duque, que como le cogió de sobresalto, no tuvo lugar de defenderle como él quisiera, y lo que le dijo fué, á lo ménos lo que yo pude entender; Salteador de celestiales prendas, no profanes con tus sacrilegas manos la que en ellas tienes deja esa tabla donde está pintada la hermosura del cielo, ansí porque no la mereces, como por ser ella mia, Eso no, respondió el otro peregrino, y si desta verdad no puedo darte testigos, remitiré su falta á los filos de mi estoque, que en este pordon traigo oculto. Yo sí que soy el verdadero poseFor desta incomparable belleza, pues en tierras bien remotas de la que ahora estamos la compré con mis te

soros y la adoré con mi alma, y he servido á su original con mi solicitud y con mis trabajos.

El Duque entonces, volviéndose á nosotros, nos mandá con imperiosas razones, los dejásemos solos, y que viniésemos á este lugar, donde le esperásemos, sin tener osadía de volver solamente el rostro á mirarles : lo mismo mandó el otro peregrino á los dos que con él llegaron, que, segun parece, tambien son sus criados; con todo esto, hurté algun tanto la obediencia á su mandamiento, y la curiosidad me hizo volver los ojos, y vi que el otro peregrino colgaba el retrato de un árbol, no porque puntualmente lo viese, sino porque lo conjeturé, viendo que luego desenvainando del bordon que tenia un estoque ó á lo menos una arma que lo parecia, acometió i mi señor, el cual le salió á recebir con otro estoque, que yo sé que en el bordon traia. Los criados de entrambos quisimos volver á despartir la contienda; pero yo fai de contrario parecer, diciéndoles, que pues era igual y entre dos solos, sin temor ni sospecha de ser ayudados de nadie, que los dejásemos y siguiésemos nuestro camino, pues en obedecerles no errábamos, y en volver quizá sí: ahora sea lo que fuere, pues no sé si el buen consejo, ó la cobardía nos emperezó los piés y nos ató las manos, ó si la lumbre de los estoques, hasta entonces aun no sangrientos, nos cegó los ojos, que no acertábamos á ver el camino que habia desde allí al lugar de la pendencia, siuo el que habia al deste adonde ahora estamos: llegámos aquí, hicimos el alojamiento con priesa, y con mas animoso discurso volviamos á ver lo que habia hecho la suerte de nuestros dueños: hallámoslos cual habeis visto, donde si vuestra llegada no los socorriera, bien sin provecho habia sido la nuestra. Esto dijo el criado, y esto escucharon las damas, y esto sintieron de manera, como si fueran amantes verdaderas del Duque; y al mismo instante se deshizo enla imaginacion de cada una la quimera y máquina, si alguna habia hecho ó levantado, de casarse con el Duque; que ninguna cosa quita ó borra el amor mas presto de la memoria, que el desden en los principios de su nacimiento que el desden en los principios del amor tiene la misma fuerza que tiene la hambre en la vida humana: á la hambre y al sueño se rinde la valentía, y al desden los mas gustosos deseos, Verdad es, que esto suele ser en los principios, que despues que el amor ha tomado larga y entera posesion del alma, los desdenes y desengaños le sirven de espuelas, para que con mas lijereza corra á poner en efecto sus pensamientos. Curáronse los heridos, y dentro de ocho dias estuvieron para ponerse en camino y llegar á Roma, de donde habian venido cirujanos á verlos,

En este tiempo supo el Duque, cómo su contrario era príncipe heredero del reino de Dinamarca, y supo ansimismo la intencion que tenia de escogerla por esposa : esta verdad calificó en él sus pensamientos, que eran los mismos que los de Arnaldo, Parecióle que la que eraestimada para reina, lo podia ser para duquesa ; pero entre estos pensamientos, entre estos discursos y imaginaciones se mezclaban los celos, de manera que le amargaban el gusto y lo turbaban el sosiego; en fin, se llegó el diade su partida, y el Duque y Arnaldo, cada uno por su parte, entró en Roma, sin darse á conocer á nadie, y los demas peregrinos de nuestra compañía, llegando á la vista deila, desde un alto montecillo la descubrieron, y hincados

de rodillas, como á cosa sacra, la adoraron, cuando de entre ellos sálió una voz de un peregrino, que no conocieron, que con lágrimas en los ojos comenzó á decir desta manera:

¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta,
Alma ciudad de Roma ! A tí me inclino
Devoto, humilde y nuevo peregrino,
A quien admira ver belleza tanta.
Tu vista, que á tu fama se adelanta,
Al ingenio suspende, aunque divino,
De aquel que à verte y adorarte vino,
Con tierno afecto y con desnuda planta.
La tierra de tu suelo, que contemplo

Con la sangre de mártires mezclada,
Es la reliquia universal del suelo.

No hay parte en tí, que no sirva de ejemplo
De santidad, así como trazada

De la ciudad de Dios al gran modelo.

Cuando acabó de decir este soneto el peregrino, se volvió á los circunstantes, diciendo: Habrá pocos años, que Hlegó á esta santa ciudad un poeta español, enemigo mortal de sí mismo y deshonra de su nacion, el cual hizo y compuso un soneto en vituperio desta insigne ciudad y de sus ilustres habitadores; pero la culpa de su lengua pagara su garganta, si le cogieran : yo, no como poeta, sino como cristiano, casi como en descuento de su cargo, he compuesto el que habeis oido. Rogóle Periandro que le repitiese, hízolo así, alabáronsele mucho, bajaron del recuesto, pasaron por los prados de Madama, entraron en Roma por la puerta del Pópulo, besando primero una y muchas veces los umbrales y márgenes de la entrada de la ciudad santa, antes de la cual llegaron dos judíos á uno de los criados de Croriano, y le preguntaron si toda aquella escuadra de gente tenia estancia conocida yo preparada donde alojarse, si no, que ellos se la darian tal, que pudiesen en ella alojarse principes; porque habeis de saber, señor, dijeron, que nosotros somos judíos, yo me llamo Zabulon, y mi compañero Abiud : tenemos por oficio adornar casas de todo lo necesario, segun y como es la calidad del que quiere habitarlas, y allí llega su adorno, donde llega el precio que se quiere pagar por ellas. A lo que el criado respondió: Otro compañero mio desde ayer está en Roma con intencion que tenga preparado el alojamiento conforme á la calidad de ini amo y de todos aquellos que aquí vienen. Que me maten, dijo Abiud, si no es este el frances que ayer se contentó con la casa de nuestro compañero Manases, que la tiene aderezada como casa real, Vamos pues adelante, dijo el criado de Croriano, que mi compañero debe de estar por aquí esperando á ser nuestra guia, y cuando la casa que tuviere no fuere tal, nos encomendarémos á la que nos diere el señor Zabulon: con esto pasaron adelante, y á la entrada de la ciudad vieron los judíos á Manases, su compañero, y con él al criado de Croriano, por donde vinieron en co. nocimiento que la posada que los judíos habian pintado, era la rica de Manases, y así alegres y contentos guiaron á nuestros peregrinos, que estaba junto al arco de Portugal.

Apenas entraron las francesas damas en la ciudad, cuando se llevaron tras sí los ojos de casi todo el pueblo, que por ser dia de estacion, estaba llena aquella calle de Nuestra Señora del Pópulo de infinita gente; pero la admiracion que comenzó á entrar poco a poco en los que á á las damas francesas miraban, se acabó de entrar mucho á mucho en los corazones de los que vieron á la sin par Auristela y á la gallarda Constanza, que á su lado iba,

bien así como van por iguales paralelos dos lucientes estrellas por el cielo; tales iban, que dijo un romano que, á lo que se cree, debia de ser poeta: Yo apostaré que la diosa Vénus, como en los tiempos pasados, vuelve á esta ciudad á ver las reliquias de su querido Enéas. Por Dios, que hace mal el señor gobernador de no mandar que se cubra el rostro desta movible imágen: ¿quiere por ventura que los discretos se admiren, que los tiernos se deshagan y que los necios idolatren? Con estas alabanzas, tan hipérboles como no necesarias, pasando adelante el gallardo escuadron, llego al alojamiento de Manases, bastante para alojar á un poderoso príncipe y á un mediano cjército.

CAPITULO IV.

De lo que pasó entre Arnaldo y Periandro, y entre el duque de Nemurs y Croriano.

Extendióse aquel mismo dia la llegada de las damas francesas por toda la ciudad, con el gallardo escuadron de los peregrinos; especialmente se divulgó la desigual hermosura de Auristela, encareciéndola, si no como ella era, á lo menos cuanto podian las lenguas de los mas discretos ingenios al momento se coronó la casa de los nuestros de mucha gente, que los llevaba la curiosidad y el deseo de ver tanta belleza junta, segun se habia publicado. Llegó esto á tanto extremo, que desde la calle pedian á voces se asomasen á las ventanas las damas y las peregrinas, que reposando, no querian dejar verse: especialmente clamaban por Auristela, pero no fué posible que se dejase ver ninguna dellas.

Entre la demas gente que llegó á la puerta, llegaron Arnaldo y el Duque con sus hábitos de peregrinos, yapénas se hubo visto el uno al otro, cuando á entrambos les temblaron las piernas y les palpitaron los pechos : conociólos Periandro desde la ventana, díjoselo á Croriano, y los dos juntos bajaron á la calle para estorbar en cuanto pudiesen la desgracia que podian temer de dos tan celosos amantes. Periandro se pasó con Arnaldo, y Croriano con el Duque, y lo que Arnaldo dijo á Periandro, fué: Uno de las cargos mayores que Auristela me tiene, es el sufrimiento que tengo consintiendo que este caballero frances, que dicen ser el duque de Nemurs, esté como en posesion del retrato de Auristela, que puesto que está en tu poder, parece que es con voluntad suya, pues yo no le tengo en el mio : mira, amigo Periandro, esta enfermedad que los amantes llaman celos, que la llamaran mejor desesperacion rabiosa, entran á la parte con ella la invidia y el menosprecio, y cuando una vez se apodera del alma enamorada, no hay consideracion que la sosicgue, ni remedio que la valga, y aunque son pequeñas las causas que la engendran, los efectos que hace son grandes, que por lo menos quitan el seso y por lo mas la vida; que mejor es al amante celoso el morir desesperado, que vivir con celos; y el que fuere amante verdadero no ha de tener atrevimiento para pedir celos á la cosa amada; y puesto que llegue à tanta perfeccion que no los pida, no puede dejarlos de pedir á sí mismo, digo á su misma ventura, de la cual es imposible vivir seguro; porque las cosas de mucho precio y valor tienen en continuo temor al que las posee,ó al que las ama, de perderlas; y esta es una pasion que no se aparta del alma enamorada, como accidente inseparable. Aconséjote, ó amigo Periandro, si es que puede dar consejo quien no le tiene para sí, que

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