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vida humana mas adelante, debajo del mismo norte, como trescientas leguas de Tile, está la isla llamada FrisJanda, que habrá cuatrocientos años que se descubrió á los ojos de las gentes, tan grande, que tiene nombre de reino, y no pequeño. De Tile es rey y señor, Máximino, hijo de la reina Eustoquia, cuyo padre no há muchos meses que pasó desta á mejor vida, el cual dejó dos hijos, que el uno es el Maximino que te he dicho, que es el heredero del reino, y el otro un generoso mozo, llamado Persiles, rico de los bienes de la naturaleza sobre todo extremo, y querido de su madre sobre todo encarecimiento, y no sé yo con cuál poderte encarecer las virtudes deste Persiles, y así quédense en su punto, que no será bien que con mi corto ingenio las menoscabe; que puesto que el amor que le tengo por haber sido su ayo y criádole desde niño me pudiera llevar á decir mucho, todavía será mejor callar, por no quedar corto.

Esto escuchaba Periandro, y luego cayó en la cuenta que el que le alababa no podia ser otro que Seráfido, un ayo suyo, y que asimismo el que le escuchaba era Rutilio, segun la voz y las palabras que de cuando en cuando respondia: si se admiró ó no, á la buena consideracion lo dejo, y mas cuando Seráfido, que era el mismo que habia imaginado Periandro, oyó que dijo: Eusebia, reina de Frislanda, tenia dos hijas de extremada hermosura, principalmente la mayor, llamada Sigismunda, que la menor llamábase Eusebia, como su madre, dónde naturaleza cifró toda la hermosura que por todas las partes de la tierra tiene repartida, á la cual no sé yo con que disinio, tomando ocasion de que la querian hacer guerra ciertos enemigos suyos, la envió á Tile en poder de Eustoquia, para que seguramente y sin los sobresaltos de la guerra en su casa se criase, puesto que yo para mi tengo que no fué esta la ocasion principal de envialla, sino para que el principe Maximino se enamorase della y la recebiese por su esposa; que de las extremadas bellezas se puede esperar que vuelvan en cera los corazones de mármol, y junten en uno los extremos que entre sí están mas apartados: á lo ménos, si esta mi sospecha no es verdadera, no me la podrá averiguar la experiencia, porque sé que el príncipe Maximino muere por Sigismunda, la cual á la sazon que llegó á Tile no estaba en la isla Maximino, á quien su madre la Reina envió el retrato de la doncella y la embajada de su madre; y él respondió que la regalasen y la guardasen para su esposa. Respuesta que sirvió de flecha que atravesó las entrañas de mi hijo Persiles, que este nombre le adquirió la crianza que en él hice: desde que la oyó no supo oir cosas de su gusto; perdió los brios de su juventud, y finalmente encerró en el honesto silencio todas las acciones que le hacian memorable y bien querido de todos, y sobre todo vino á perder la salud y á entregarse en los brazos de la desesperacion della; visitáronle médicos que, como no sabían la causa de su mal, no acertaban con su remedio; que como no muestran los pulsos el dolor de las almas, es dificultoso y casi imposible entender la enfermedad que en ellas asiste: la madre, viendo moir á su hijo, sin saber quién le mataba, una y muchas veces le preguntó le descubriese su dolencia, pues no era posible sino que él supiese la causa, pues sentia los efectos: tanto pudieron estas persuasiones, tanto las solicitudes de la doliente madre, que vencida la pertinacia ó la firmeza de Persiles, le vino á decir cómo él moria por Sigismunda, y que tenia determinado de dejarse

morir ántes que ir contra el decoro que a su hermano se le debia; cuya declaracion resucitó en la Reina su muerta alegría, y dió esperanzas á Persiles de remediarle, si bien se atropellase el gusto de Maximino, pues por conservar la vida, mayores respetos se han de posponer que el enojo de un hermano : finalmente, Eustoquia habló á Sigismunda, encareciéndole lo que se perdia en perder la vida Persiles, sugeto donde todas las gracias del mundo tenian su asiento, bien al reves del de Maximino, á quien la aspereza de sus costumbres en algun modo le hacian aborrecible; levantóle en esto algo mas testimonios de los que debiera, y subió de punto con los hipérboles que pudo las bondades de Persiles. Sigismunda, muchacha, sola y persuadida, lo que respondió fué que ella no tenia voluntad alguna, ni tenia otra consejera que la aconse jase sino á su misma honestidad; que como esta se guardase, dispusiesen á su voluntad de ella; abrazóla la Reina, contó su respuesta á Persiles, y entre los dos concertaron que se ausentasen de la isla, ántes que su hermano viniese, á quien darian por disculpa, cuando no la hallasc, que habia hecho voto de venir á Roma, á enterarse en ella de la fe católica, que en aquellas partes setentrionales andaba algo de quiebra, jurándole primero Persiles que en ninguna manera iria en dicho ni en hecho contra su honestidad; y así colmándoles de joyas y de consejos, los despidió la Reina, la cual despues me contó todo lo que hasta aquí te he contado.

Dos años, poco mas, tardó en venir el príncipe Maximino á su reino, que anduvo ocupado en la guerra que siempre tenia con sus enemigos; preguntó por Sigismunda, y el no hallarla fué hallar su desasosiego: supo su viaje, y al momento se partió en su busca, si bien confiado de la bondad de su liermano, pero temeroso de los recelos que por maravilla se apartan de los amantes. Como su madre supo su determinacion, me llamó aparte, y me encargó la salud, la vida y la honra de su hijo, y me mandó me adelantase á buscarle y á darle noticia de que su hermano le buscaba. Partióso el príncipe Maximino en dos gruesísimas naves, y entrando por el estrecho herculeo, con diferentes tiempos y diversas borrascas llegó á la isla de Tinacria, y desde allí á la gran ciudad de Partenope, y agora queda no léjos de aquí, en un lugar llamado Terrachina, último de los de Nápoles, y pri mero de los de Roma; queda enfermo, porque le ha cogido esto que llaman mutacion, que le tiene á punto de muerte yo desde Lisboa, donde me desembarqué, traigo noticia de Persiles y Sigismunda, porque no pueden ser otros una peregrina y un peregrino de quien la fama viene pregonando tan grande estruendo de hermosura, que si no son Persiles y Sigismunda, deben de serángeles humanados. Si como los nombras, respondió el que escuchaba á Seráfido, Persiles y Sigismunda, Jos nombraras Periandro y Auristela, pudiera darte nueva certísima dellos, porque há muchos dias que los conozco, en cuya compañía he pasado muchos trabajos; y luego le comenzó á contar los de la isla bárbara, con otros algu nos. En tanto se venía el dia, y en tanto Periandro, porque allí no le hallasen, los dejó solos, y volvió á buscar á Auristela, para contar la venida de su hermano y tomar consejo de lo que debian de hacer para huir de su indignacion, teniendo á milagro haber sido informado en tan remeto lugar de aquel caso; y así lleno de nuevos pensamientos, volvió á los ojos de su contrita Auristela y á las esperanzas casi perdidas de alcanzar su deseo.

CAPITULO XIII.

Vuelve Periandro hácia Roma con la noticia de venir su hermano Maximino: llega tambien Seráfido, su ayo, en compañía de Rutilio. Entretiénese el dolor y el sentimiento de las recien dadas heridas en la cólera y en la sangre caliente, que despues de fria fatiga de manera que rinde la paciencia del que la sufre: lo mismo acontece en las pasiones del alma, que en dando el tiempo lugar y espacio para considerar en ellas, fatigan hasta quitar la vida. Dijo su voluntad Auristela á Periandro, cumplió con su deseo, y satisfecha de haberle declarado esperaba su cumplimiento, confiada en la rendida voluntad de Periandro, el cual, como se ha dicho, librando la respuesta en su silencio, se salió de Roma, y le sucedió lo que se ha contado: conoció á Rutilio, el cual contó á su ayo Seráfido toda la historia de la isla bárbara, con las sospechas que tenia de que Auristela y Periandro fuesen Sigismunda y Persiles: dijole asimismo, que sin duda los hallarian en Roma, á quien desde que los conoció venían encaminados con la disimulacion y cubierta de ser hermanos: preguntó muchísimas veces á Seráfido la condicion de las gentes de aquellas isJas remotas, de donde era rey Maximino y reina la sin par Auristela.

Volvióle á repetir Seráfido, cómo la isla de Tile ó TuJe, que agora vulgarmente se llama Islanda, era la última de aquellos mares setentrionales, puesto que un poco mas adelante está otra isla, como te he dicho, llamada Frislanda, que descubrió Nicolas Temo, veneciano, el año de 1380, tan grande como Sicilia, ignorada hasta entónces de los antiguos, de quien es reina Eusebia, madre de Sigismunda, que yo busco: hay otra isla asimismo poderosa y casi siempre llena de nieve, que se Hama Groelanda, á una punta de la cual esta fundado un monasterio debajo del título de Santo Tomas, en el cual hay religiosos de cuatro naciones, españoles, franceses, toscanos y latinos: enseñan sus lenguas á la gente principal de la isla, para que en saliendo della sean entendidos por do quiera que fueren: está, como he dicho, la isla sepultada en nieve, y encima de una montañuela está una fuente, cosa maravillosa y digna de que se sepa, la cual derrama y vierte de sí tanta abundancia de agua y tan caliente, que llega al mar, y por muy gran espacio dentro dél, no solamente le desnieva, pero le calienta de modo, que se recogen en aquella parte increible infinidad de diversos pescados, de cuya pesca se mantiene el monasterio y toda la isla, que de allí saca sus rentas y provechos esta fuente engendra asimismo unas piedras conglutinosas, de las cuales se hace un betun pegajoso, con el cual se fabrican las casas, como si fuesen de duro mármol. Otras cosas te pudiera decir, dijo Seráfido á Rutilio, destas islas, que ponen en duda su crédito; pero en efecto son verdaderas.

Todo esto que no oyó Periandro, lo contó despues Rutilio, que ayudado de la noticia que dellas Periandro tenia, muchos las pusieron en el verdadero punto que merecian: llegó en esto el dia, y hallóse Periandro junto á la iglesia y templo magnifico, y casi el mayor de la Europa, de San Pablo, y vió venir hácia sí alguna gente en monton, á caballo y á pié, y llegando cerca conoció que los que venían eran Auristela, Feliz Flora, Constanza y Antonio su hermano, y asimismo Hipólita, que habiendo sabido la ausencia de Periandro, no quiso dejar á que otra llevase las albricias de su hallazgo, y así siguió los pasos de Auristela, encaminados por la noticia que de

llos dió la mujer de Zabulon el judío, bien como aquella que tenia amistad con quien no la tiene con nadie: llegó en fin Periandro al hermoso escuadron, saludó á Auristela, notóle el semblante del rostro, y halló mas mansa su riguridad y mas blandos sus ojos : contó luego públicamente lo que aquella noche le habia pasado con Seráfido su ayo y con Rutilio; dijo cómo su hermano el príncipe Maximino quedaba en Terrachina, enfermo de la mutacion, y con propósito de venirse á curar á Roma, y con autoridad disfrazada y nombre trocado á buscarlos: pidió consejo á Auristela y á los demas, de lo que haria; porque de la condicion de su hermano el príncipe no podia esperar ningun blando acogimiento. Pasmóse Auristela con las no esperadas nuevas, despareciéronse en un punto, así las esperanzas de guardar su integridad y buen propósito, como de alcanzar por mas llano camino la compañía de su querido Periandro. Todos los demas circunstantes discurrieron en su imaginacion qué consejo darian á Periandro, y la primera que salió con el siyo, aunque no se lo pidieron, fué la rica y enamorada Hipólita, que le ofreció llevarle á Nápoles con su hermana Auristela y gastar con ellos cien mil y mas ducados que su hacienda valia: oyó este ofrecimiento Pirro el calabres, que allí estaba, que fué lo mismo que oir la sentencia irremisible de su muerte; que en los rufianes no engendra celos el desden, sino el interes; y como este se perdia con los cuidados de Hipólita, por momentos iba tomando la desesperacion posesion de su alma, en la cual iba atesorando odio mortal contra Periandro, cuya gentileza y gallardía, aunque era tan grande, como se ha dicho, á él le parecia mucho mayor, porque es propia condicion del celoso, parecerle magníficas y grandes las acciones de sus rivales.

Agradeció Periandro á Hipólita, pero no admitió su generoso ofrecimiento: los demas no tuvieron lugar de aconsejarle nada, porque llegaron en aquel instante Rutilio y Seráfido, y cutrambos á dos apénas hubieron visto á Periandro, cuando corrieron á echarse á sus piés, porque la mudanza del hábito no le pudo mudar la de su gentileza teníale abrazado Rutilio por la cintura y Seráfido por el cuello: lloraba Rutilio de placer y Seráfido de alegria: todos los circunstantes estaban atentos mirando el extraño y gozoso recebimiento : solo en el corazon de Pirro andaba la melancolía, atenaceándole con tenazas mas ardiendo que si fueran de fuego, y llegó á tanto extremo el dolor que sintió de ver engrandecido y honrado á Periandro, que sin mirar lo que hacia, óquizá mirándolo muy bien, metió mano á su espada, y por entre los brazos de Seráfido se la metió á Periandro por el hombro derecho con tal furia y fuerza, que le salió la punta por el izquierdo, atravesándole, poco menos que al soslayo, de parte á parte. La primera que vió el golpe fué ilipólita, y la primera que gritó fué su voz, diciendo: ¡Ah traidor, enemigo mortal mio, y cómo has quitado la vida á quien no merecia perderla para siempre! Abrió los brazos Seráfido, soltólos Rutilio calientes ya en su derramada sangre, y cayó Periandro en los de Auristela, la cual faltándole la voz á la garganta, el aliento á los suspiros y las lágrimas á los ojos, se le cayó la cabeza sobre el pecho y los brazos á una y otra parte. Este golpe, mas mortal en la apariencia que en el efecto, suspendió los ánimos de los circunstantes, y les robó la co¬ lor de los rostros, dibujándoles la muerte en ellos, que ya por la falta de la sangre á mas andar se entraba por la

vida de Periandro, cuya falta amenazaba á todos el último fin de sus dias, á lo ménos Auristela la tenia entre los dientes y la queria escupir de los labios. Seráfido y Antonio arremetieron á Pirro, y á despecho de su fiereza y fuerzas le asieron, y con gente que se llegó, le enviaron á la prision, y el Gobernador de allí á cuatro dias le mandó llevar á la horca por incorregible y asesino, cuya muerte dió la vida á Hipólita, que vivió de allí adelante.

CAPITULO XIV.

Llega Maximino enfermo de la mutuacion: muere dejando casados a Periandro y Auristela, conocidos ya por Persiles y Sigismunda. Es tan poca la seguridad con que se gozan los humanos gozos, que nadie se puede prometer en ellos un mínimo punto de firmeza. Auristela, arrepentida de haber declarado su pensamiento á Periandro, volvió á buscarle alegre, por pensar que en su mano y en su arepentimiento estaba el volver á la parte que quisiese la voluntad de Periandro, porque se imaginaba ser ella el clavo de la rueda de su fortuna y la esfera del movimiento de sus deseos; y no estaba engañada, pues ya los traia Periandro en disposicion de no salir de los de Auristela; pero mirad los engaños de la variable fortuna. Auristela, en tan pequeño instante como se ha visto, se ve otra de lo que antes era; pensaba reir y está llorando, pensaba vivir y ya se muere, creia gozar de la vista de Periandro, y ofrécesele á los ojos la del príncipe Maximino su hermano, que con muchos coches y grande acompañamiento entraba en Roma por aquel camino de Terrachina, y llevándole la vista el escuadron de gente que rodeaba al herido Periandro, llegó su coche á verlo y salió á recibirle Seráfido, diciéndole: ¡Oh príncipe Maximino, y qué malas albricias espero de las nuevas que pienso darte! Este herido que ves en los brazos desta hermosa doncella, es tu hermano Persiles, y ella es la sin par Sigismunda, hallada de tu diligencia á tiempo tan áspero y en sazon tan rigurosa, que te han quitado la ocasion de regalarlos, y te han puesto en la de llevarlos á la sepultura. No irán solos, respondió Maximino, que yo les haré compañía, segun vengo; y sacando la cabeza fuera del coche, conoció á su hermano, aunque tinto y lleno de sangre de la herida : conoció asimismo á Sigismunda por entre la perdida color de su rostro, porque el sobresalto que le turbó sus colores, no le afeó sus facciones: hermosa era Sigismunda ántes de su desgracia, pero hermosísima estaba despues de haber caido en ella ; que tal vez los accidentes del dolor suelen acrecentar la belleza.

Dejóse caer del coche sobre los brazos de Sigismunda, ya no Auristela, sino la reina de Frislanda, y en su imaginacion, tambien reina de Tile; que estas mudanzas tan extrañas caen debajo del poder de aquella que comunmente es llamada fortuna, que no es otra cosa sino un firme disponer del cielo. Habiase partido Maximino con intencion de llegará Roma á curarse con mejores médicos que los de Terrachina, los cuales le pronosticaron que antes que en Roma entrase, le habia de saltear la muerte, en esto mas verdaderos y experimentados que en saber curarle: verdad es que el mal que causa la mutacion, pocos le saben curar: en efecto frontero del templo de San Pablo, en mitad de la campaña rasa, la fea

muerte salió al encuentro al gallardo Persiles y le derribó en tierra y enterró á Maximino, el cual viéndose á punto de muerte, con la mano derecha asió la izquierda de su hermano y se la llegó á los ojos, y con su izquierda le asió de la derecha y se la juntó con la de Sigismunda, y con voz turbada y aliento mortal y cansado dijo: De vuestra honestidad, verdaderos hijos y hermanos mios, creo que entre vosotros está por saber esto; aprieta, ó hermano, estos párpados, y ciérraine estos ojos en perpetuo sueño, y con esotra mano aprieta la de Sigismunda, y séllala con el sí que quiero que la des de esposo; y sean testigos de este casamiento la sangre que estás derramando y los amigos que te rodean; el reino de tus padres te queda, el de Sigismunda heredas, procura tener salud, y góceslos años infinitos.

Estas palabras tan tiernas, tan alegres y tan tristes avivaron los espíritus de Persiles, y obedeciendo al mandamiento de su hermano, apretándole la muerte, con la mano le cerró los ojos, y con la lengua entre triste y alegre pronunció el sí, y le dió de ser su esposo á Sigismunda: hizo el sentimiento de la improvisa y dolorosa muerte en los presentes su efecto, y comenzaron á ocupar los suspiros el aire, y á regar las lágrimas el suelo. Recogieron el cuerpo muerto de Maximino y lleváronle á San Pablo, y el medio vivo de Persiles en el coche del muerto le volvieron á curar á Roma, donde no hallaron á Belarminia ni á Deleasir, que se habian ido ya á Francia con el Duque. Mucho sintió Arnaldo el nuevo y extraño casamiento de Sigismunda; muchísimo le pesó de que se hubiesen malogrado tantos años de servicio, de buenas obras hechas, en órden á gozar pacífico de su sin igual belleza; y lo que mas le tarazaba el alma, eran las no creidas razones del maldiciente Clodio, de quien él á su despecho hacia tan manifiesta prueba: confuso, atónito y espantado, estuvo por irse sin hablar palabra á Persiles y Sigismunda; mas considerando ser reyes, y la disculpa que tenian, y que sola esta ventura estaba guardada para él, determinó ir á verles, y ansí lo hizo: fué muy bien recebido, y para que del todo no pudiese estar quejoso, le ofrecieron á la infanta Eusebia, para su esposa, hermana de Sigismunda, é quien él aceptó de buena gana, y se fuera luego con ellos, si no fuera por pedir licencia á su padre; que en los casamientos graves y en todos es justo se ajuste la voluntad de los hijos con la de los padres. Asistió á la cura de la herida de su cuñado en esperanza, y dejándole sano, se fué á ver á su padre, y prevenir fiestas para la entrada de su esposa. Feliz Flora determinó de casarse con Antonio el bárbaro, por no atreverse á vivir entre los parientes del que habia muerto Antonio; Croriano y Ruperta, acabada su romería, se volvieron á Francia, llevando bien qué contar del suceso de la fingida Auristela; Bartolomé el manchego y la castellana Luisa se fuéron á Nápoles, donde se dice acabaron mal, porque no vivieron bien. Persiles depositó á su hermano en San Pablo, recogió á todos sus criados, volvió á visitar los templos de Roma, acarició á Constanza, á quien Sigismuda dió la cruz de diamantes, y acampañó hasta dejarla casada con el Conde su cuñado; y habiendo besado los piés al Pontifice, sosegó su espiritu y cumplió su voto, y vivió en compañía de su esposo Persiles hasta que biznietos le alargaron los dias, pues los vió en su larga y feliz posteridad.

FIN DEL PERSILES Y SIGISMUNDA.

la

VIAJE DEL PARNASO.

DEDICATORIA

A D. Rodrigo de Tapia, caballero del hábito de Santiago, hijo del señor D. Pedro de Tapia, oidor del Consejo Real, y consultor del Santo Oficio de la Inquisicion Suprema.

DIRIJO á vuesa merced este Viaje que hice al Parnaso, que no desdice á su edad florida, ni á sus loables y estudiosos ejercicios. Si vuesa merced le hace el acogimiento que yo espero de su condicion ilustre, él quedará famoso en el mundo, y mis deseos premiados. Nuestro Señor, etc. MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA.

PROLOGO.

Si por ventura, lector curioso, eres poeta, y llegare á tus manos (aunque pecadoras) este Viaje; si te hallares en él escrito y notado entre los buenos poetas, da gracias á Apolo por la merced que te hizo; y si no te hallares, tambien se las puedes dar. Y Dios te guarde.

D. AUGUSTINI DE CASANATE ROSAS.

EPIGRAMMA.

Excute cæruleum, proles Saturnia, tergum,
Verbera quadriga sentiat alma Tethys.
Agmen Apollineum, nova sacri injuria ponti,
Carmineis ratibus per freta tendit iter.
Proteus æquoreas pecudes, modulamina Triton,
Monstra cavos latices obstupefacta sinunt.
At caveas tantæ torquent quæ mollis habenas,
Carmina si excipias nulla tridentis opes.
Hesperiis Michaël claros conduxit ab oris
In pelagus vates. Delphica castra petit.
Imò age, pone metus, mediis subsiste carinis,
Parnassi in litus vela secunda gere.

CAPITULO PRIMERO.

Un quidam caporal italiano,
De patria perusino, á lo que entiendo,
De ingenio griego, y de valor romano,
Llevado de un capricho reverendo,
Le vino en voluntad de ir á Parnaso,
Por huir de la corte el vario estruendo.
Solo y á pié partióse, y paso á
paso
Llegó donde compró una niula antigua,
De color parda y tartamudo paso :

Nunca à medroso pareció estantigua
Mayor, ni ménos buena para carga,
Graude en los huesos, y en la fuerza exigua,
Corta de vista, aunque de cola larga,
Estrecha en los ijares, y en el cuero
Mas dura que lo son los de una adarga.
Era de ingenio cabalmente entero,
Caia en cualquier cosa fácilmente
Así en abril, como en el mes de enero.

En fin, sobre ella el poeton valiente
Llegó al Parnaso, y fué del rubio Apolo
Agasajado con serena frente.

Contó, cuando volvió el poeta solo
Y sin blanca á su patria, lo que en vuelo
Llevó la fama deste al otro polo.

Yo, que siempre trabajo y me desvelo
Por parecer que tengo de poela
La gracia, que no quiso darme el cielo,
Quisiera despachar á la estafeta
Mi alma, ó por los aires, y ponella
Sobre las cumbres del nombrado Oeta.
Pues descubriendo desde allí la bella
Corriente de Aganipe, en un saltico
Pudiera el labio remojar en ella,

Y quedar del licor suave y rico
El pancho lleno, y ser de allí adelante
Poeta ilustre, ó al ménos manifico.

Mas mil inconvenientes al instante
Se me ofrecieron, y quedó el deseo
En cierne, desvalido é ignorante.

Porque en la piedra que en mis hombros veo, Que la fortuna me cargo pesada, Mis mal logradas esperanzas leo.

Las muchas leguas de la gran jornada
Se me representaron que pudieran
Torcer la voluntad aficionada,

Si en aquel mismo instante no acudieran
Los humos de la fama á socorrerme,
Y corto y fácil el camino hicieran.

Dije entre mí: Si yo viniese á verme

En la dificil cumbre deste monte,
Y una guirnalda de laurel ponerme;

No envidiaria el bien decir de Aponte,
Ni del muerto Galarza la agudeza,
En manos blando, en lengua Radamonte.
Mas como de un error siempre se empieza,
Creyendo á mi deseo, dí al camino
Los piés, porque di al viento la cabeza.

En fin, sobre las ancas del destino,
Llevando á la eleccion puesta en la silla,
Hacer el gran viaje determino.

Si esta cabalgadura maravilla,
Sepa el que no lo sabe, que se usa
Por todo el mundo, no solo en Castilla.
Ninguno tiene, ó puede dar excusa

De no oprimir desta gran bestia el lomo,
Ni mortal caminante lo rebusa.

Suele tal vez ser tan lijera, como
Va por el aire el águila ó saeta,
Y tal vez auda con los piés de plomo.
Pero para la carga de un poela,
Siempre lijera, cualquier bestia puede
Llevarla, pues carece de maleta.

Que es caso ya infalible, que aunque herede
Riquezas un poeta, en poder suyo
No aumentarlas, perderlas le sucede.
Desta verdad ser la ocasion arguyo,
Que tú, ó gran padre Apolo, les infundes
En sus intentos el intento tuyo.

Y como no le mezclas ni confundes
En cosas de agibilibus rateras,
Ni en el mar de ganancia vil le hundes;
Ellos, ó traten burlas. ó sean véras,
Sin aspirar á la ganancia en cosas,
Sobre el convexo van de las esferas,

Pintando en la palestra rigurosa
Las acciones de Marte, ó entre las flores
Las de Vénus mas blanda y amorosa.

Llorando guerras, ó cantando amores,
La vida como en sueño se les pasa,
O como suele el tiempo á jugadores.

Son hechos los poetas de una masa
Dulce, suave, correosa y tierna,
Y amiga del bolgar de ajena casa.

El poeta mas cuerdo se gobierna
Por su antojo baldío y regalado,
De trazas lleno, y de ignorancia eterna.

Absorto en sus quimeras, y admirado
De sus mismas acciones, no procura
Llegar á rico, como á honroso estado.

Vayan pues los leyentes con letura, Cual dice el vulgo mal limado y bronco, Que yo soy un poeta desta hechura :

Cisne en las canas, y en la voz un ronco Y negro cuervo, sin que el tiempo pueda Desbastar de mi ingenio el duro tronco:

Y que en la cumbre de la varia rueda
Jamas me pude ver solo un momento,
Pues cuando subir quiero, se está queda.
Pero por ver si un alto pensamiento
Se puede prometer feliz suceso,
Seguí el viaje á paso tardo y lento.

Un candeal con ocho mis de queso
Fué en mis alforjas mi repostería,
Util al que camina, y leve peso.

-Adios, dije á la humilde choza mia,
Adios, Madrid, adios tu Prado, y fuentes
Que manan néctar, llueven ambrosia.
Adios, conversaciones suficientes
A entretener un pecho cuidadoso,
Y á dos mil desvalidos pretendientes.
Adios, sitio agradable y mentiroso,
Do fuéron dos gigantes abrasados
Con el rayo de Júpiter fogoso.

Adios, teatros públicos, honrados
Por la ignorancia que ensalzada veo
En cien mil disparates recitados.

Adios de San Felipe el gran paseo, Donde si baja ó sube el turco galgo Como en gaceta de Venecia leo.

Adios, bambre sotil de algun hidalgo, Que por no verme ante tus puertas muerto, Hoy de mi patria y de mí mismo salgo.

Con esto poco a poco llegué al puerto,
A quien los de Cartago dieron nombre,
Cerrado á todos vientos y encubierto.
A cuyo claro y singular renombre
Se postran cuantos puertos el mar baña,
Descubre el sol, y ha navegado el hombre.
Arrojose mi vista á la campaña
Rasa del mar, que trujo á mi memoria
Del heróico Don Juan la heróica hazaña.
Donde con alta de soldados gloria,

Y con propio valor y airado pecho
Tuve, aunque humilde, parie en la vitoria.
Alli con rabia y con mortal despecho

El otomano orgullo vió su brio

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