Por ver de aquellos veinte la insolencia. De las confusas voces el concento De espesas nubes condensando el viento. A la cumbre, que bien guardada estaba. No del plomo encendido las funestas Balas pudieran ser dañosas tanto, Ni al disparar pudieran ser mas prestas. Un libro mucho mas duro que un canto A JUSEPE DE VARGAS dió en las sienes, Causándole terror, grima y espanto. Gritó, y dijo á un soneto: -Tú, que vienes Y cual perro con piedras irritado, Entre los dedos de sus manos bellas La espada toma en la temida diestra, Nos dió á entender que de ARBOLÁNCHES eran Unas rimas llegaron, que pudieran De una intricada y mal compuesta prosa, Silbando recio, y desgarrando el aire, Otro libro llegó de rimas solas Dios perdone à su autor, y á mi me guarde De algunas rimas sueltas españolas. Llegó el PASTOR DE IBERIA, aunque algo tarde, Del monte puestos en opuestos lados ES GREGORIO DE ANGULO el que sepulta Doctor aquel, estotro único y doto Licenciado, de Apolo ambos secuaces, Con raras obras y ánimo devoto. Las dos contrarias indignadas haces Con los dientes se muerden, y se aferran Haldeando venía y trasudando Y cual si fuera de una culebrina Disparó de sus manos su librazo, Que fué de nuestro campo la ruina. Al buen TOMAS GRACIAN mancó de un brazo, Y le llevó de un muslo un gran pedazo. Y el uno al otro con instancia loca De la furia el ardor, del sol la calma Del cuervo en esto el lóbrego estandarte Su alférez, que era un andaluz mozuelo, Helósele la sangre que tenia, Murióse cuando vió que muerto estaba, Puesto que ausente el gran LUPERCIO estaba Lo que de su grandeza se esperaba. De sus sabrosas burlas y sus véras Daba ya indicios de cansado y lacio El brio de la bárbara canalla, Peleando mas flojo y mas despacio. Mas renovóse la fatal batalla Mezclándose los unos con los otros, Ni vale arnes, ni presta dura malla. Cinco melifluos sobre cinco potros Llegaron, y embistieron por un lado, Y lleváronse cinco de nosotros. Cada cual como moro ataviado, Con mas letras y cifras que una carta De príncipe enemigo y recatado, De romances moriscos una sarta, Cual si fuera de balas enramadas, Llega con furia y con malicia harta. Y á no estar dos escuadras avisadas Quiso Apolo indignado echar el resto Y una sacra cancion, donde acrisola Cuando me paro á contemplar mi estado, Con ojos de Argos, manda, quita y veda, Y del contrario à todo ardid se opone. Tan mezclados están, que no hay quien pueda Discernir cuál es malo, ó cuál es bueno, Pero un mancebo de ignorancia ajeno, Tú, PEDRO MANTUANO el excelente, Por las rucias que peino, que me corro Y a pesar de las limpias y atildadas Mas no ganaron mucho en esta feria, De llano no le déis, dadle de corte, La voz prolija de sus roncos cantos Tal bubo, que cayendo se resuelve Otra cuadrilla virgen, por la espada, BARTOLOMÉ llamado DE SEGURA A la parte del llanto (¡ay me!) se mete Al caer de la máquina excesiva Que ofrece la comedia, si se advierte, Librar su nombre del olvido y muerte. Fué desto ejemplo JUAN DE TIMONEDA, Que ha visto el tiempo en su discurso luengo.- Con la esperanza del vencer perdida, Desde las altas cumbres de Parnaso Y al mismo paso la parlera fama Lloró la gran vitoria el turbio Esgueva. Que en vez de arena granos de oro lleva. Pero viendo cumplido su deseo, Y de Castalia en la corriente fresca El rostro se lavó, y quedó luciente Como de acero la segur turquesca. Pulióse luego, y adornó su frente De majestad mezclada con dulzura, Indicios claros del placer que siente. Las reinas de la humana hermosura Del árbol siempre verde coronadas, Muestran ufanas su destreza y brio, Mio, no dije bien, mentí á la usanza De aquel que dice propios los ajenos Versos, que son mas dinos de alabanza. Los anchos prados, y los campos llenos El colmo con los premios merecidos Piensan ser los llamados escogidos, A su ingenio se atiene cada uno, Y si hay cuatro que acierten, mil deliran Tres, á mi parecer, de las mas bellas De tanta gloria justamente dinos. 697 La envidia monstruo de naturaleza Maldita y carcomida, ardiendo en saña A murmurar del sacro don empieza. Dijo¿Será posible que en España Haya nueve poetas laureados? Alta es de Apolo, pero simple hazaña. — Otros, aunque latinos, desesperan De rosas, de jazmines y amarantos Estos fuéron, letor dulce, los doncs Quedando alegre cada cual y ufano Con un puño de perlas y una rosa, Estimando este premio sobrehumano; porque fuese mas maravillosa La fiesta y regocijo, que se bacia Por la vitoria insigne y prodigiosa, La buena, la importante Poesía Cubierta de finisima escarlata, Al gran Pegaso de presencia brava, Y por mostrar cuán ágil y cuán presto Era del bel troton todo el herraje De la color que llaman columbina, Del color del carmin ó de amapola Tal vez anda despacio, y tal apriesa, ¡Nueva felicidad de los poetas! - Esto que se recoge, es el tabaco, Que á los vaguidos sirve de cabeza De algun poeta de celebro flaco. Urania de tal modo lo adereza, Que puesto á las narices del doliente, Cobra salud, y vuelve á su entereza.-Un poco entonces arrugué la frente, Ascos haciendo del remedio extraño, Tan de los ordinarios diferente. (Leyóme el pensamiento). Este remédio De los vaguidos cura y sana el daño. No come este rocin lo que en asedio Duro y penoso comen los soldados, Que están entre la muerte y hambre en medio. Son deste tal los piensos regalados, Ambar y almizcle entre algodones puesto, Y bebe del rocío de los prados. Tal vez le damos de almidon un cesto, Tal de algarrobas con que el vientre llena, Y no se estrine, ni se va por esto. -Sea, le respondi, muy norabuena, Tieso estoy de celebro por ahora, Vaguido alguno no me causa pena. La nuestra en esto universal señora, Que con Timbreo y con las musas mora, —¡Oh sangre vencedora de los godos! Espero ser, y siempre respetada Mas no produce minas este valle, Morfeo, el dios del sueño, por encanto Flojisimo de brio y de persona, Traia al Silencio à su derecho lado, El Descuido al siniestro, y el vestido Era de blanda lana fabricado. De las aguas que llaman del olvido, Traia un gran caldero, y de un hisopo Venía como aposta prevenido. Asia á los poetas por el hopo, Y aunque el caso los rostros les volvia El nos bañaba con el agua fria, Tal es la fuerza del licor, tan fuerte Hace el ingenio alguna vez que queden Por cierto extraña y nunca vista cosa; Y díjeme á mi mismo: No me engaño : De Italia gloria, y aun del mundo lustre, Pues de cuantas ciudades él encierra Ninguna puede haber que asi le ilustre. Si vaguidos no tengo de cabeza, Sin duda el sueño en mis pálpebras dura, Porque este es edificio imaginado, Que excede á toda humana compostura. Llegóse en esto á mí disimulado Un mi amigo, llamado Promontorio, Mancebo en dias, pero gran soldado. Creció la admiracion viendo notorio Y palpable que en Nápoles estaba, Espanto á los pasados acesorio. Mi amigo tiernamente me abrazaba, Y con tenerme entre sus brazos, dijo, Que del estar yo allí mucho dudaba, Llamóme padre, y yo llaméle bijo, Quedó con esto la verdad en punto, Que aquí puede llamarse punto fijo. Dijome Promontorio : - Yo barrunto, Pero la voluntad que á todos rige, Volvi la vista al son, vi los mayores Aparatos de fiesta que vió Roma Dijo mi amigo: - Aquel que ves que asoma De gravedad y condicion tan lisa, Que suspende y alegra á un mismo instante, Y con su aviso al mismo aviso avisa. Mas quiero, ántes que pases adelante Será DON JUAN DE TASIS de mi cucuto Este varon, en liberal notable, Este, que sus haberes nunca esconde. Quiso pródigo aquí, y allí no avaro, Y este que escucbas, duro, alegre estruendo, Arquimedes el graude se avergüenza Es el CONDE DE LEMOS, que dilata Y aunque sale el primero, es el segundo Mantenedor, y en buena cortesía Esta ventaja califico y fundo. El DUQUE DE NOCERA, luz y guia Del arte militar, es el tercero Mantenedor deste festivo dia. El cuarto, que pudiera ser primero, Por esto le pedí que me pusiese Hizolo así, y yo vi lo que no oso Que se pase en silencio es lo que importa Puesto que despues supe que con alta El curioso DoN JUAN DE OQUINA en prosa Ni en fabulosa o verdadera historia Se balla que otras fiestas hayan sido, Ni pueden ser mas dignas de memoria. Desde allí, y no sé cómo, fui traido Adonde vi al gran DUQUE DE PASTRANA Mil parabienes dar de bien venido ; Y que la fama en la verdad ufana Contaba que agradó con su presencia, Y con su cortesia sobrehumana : Que fué nuevo Alejandro en la excelencia Del dar, que satisfizo á todo cuanto Puede mostrar real magnificencia; Colmo de admiracion, lleno de espanto, Entré en Madrid en traje de romero, Que es granjeria el parecer ser santo. Y desde lejos me quitó el sombrero El famoso ACEVEDO, y dijo: A Dio, Voi sinte il ben venuto, cavaliero; So parlar zenoese, e tusco anch'io. — Y respondi: -La vostra signoria Sia la ben trovata, padron mio. Topé à LUIS VELEZ, lustre y alegría, Y discrecion del trato cortesano, Y abracéle en la calle à mediodía. El pecho, el alma, el corazon, la mano Di á PEDRO DE MORALES, y un abrazo, Y alegre recebi á JUSTINIANO. Al volver de una esquina sentí un brazo Que el cuello me ceñia, miré cúyo, Y mas que gusto me causó embarazo, Por ser uno de aquellos (no rebuyo Otros dos al del Layo se llegaron, No dudes, ó letor caro, no dudes, Sino que suele el disimulo á veces Servir de aumento à las demas virtudes. Dinoslo tú, David, que aunque pareces Loco en poder de Aquís, de tu cordura Fingiendo el loco, la grandeza ofreces. Dejélos esperando coyuntura Y ocasion mas secreta para dalles Y dejástesme á mí, que ver deseo Que caducais sin duda alguna creo : Otro, que al parecer, de argentería, De nácar, de cristal, de perlas y oro Sus infinitos versos componia, Me dijo bravo, cual corrido toro: -No sé yo para qué nadie me puso En lista con tan bárbaro decoro. -Así el discreto Apolo lo dispuso, A los dos respondí, y en este hecho De ignorancia ó malicia no me acuso.-Fuime con esto, y lleno de despecho Busqué mi antigua y lóbrega posada, Y arrojéme molido sobre el lecho ; Que cansa cuando es larga una jornada. ADJUNTA AL PARNASO. ALGUNOS dias estuve reparándome de tan largo viaje, al cabo de los cuales salí á ver y á ser visto, y á recebir parabienes de mis amigos, y malas vistas de mis enemigos; que puesto que pienso que no tengo ninguno, todavía no me aseguro de la comun suerte. Sucedió pues que saliendo una mañana del monesterio de Atocha, se llegó á mi un mancebo al parecer de veinte y cuatro años, poco mas ó ménos, todo limpio, todo aseado y todo crujiendo gorgoranes, pero con un cuello tan grande y tan almidonado, que creí que para llevarle fueran menester los hombros de un Atlante. Hijos deste cuello eran dos puños chatos, que comenzando de las muñecas, subian y trepaban por las canillas del brazo arriba, que parecia que iban á dar asalto á las barbas. No he visto yo hiedra tan codiciosa de subir desde el pié de la muralla donde se arrima, hasta las almenas, como el ahinco que llevaban estos puños á ir á darse de puñadas con los codos. Finalmente, la exorbitancia del cuello y puños era tal, que en el cuello se escondia y sepultaba el rostro, y en los puños los brazos. Digo pues que el tal mancebo se llegó á mí, y con voz grave y reposada me dijo: ¿Es por ventura vuestra merced el señor Miguel de Cervantes Saavedra, el que há pocos dias que vino del Parnaso? A esta pregunta creo sin duda que perdi la color del rostro, porque en un instante imaginé y dije entre mi: ¿Si es este alguno de los poetas que puse, ó dejé de poner en mi Viaje, y viene ahora á darme el pago que él se imagina se me debe? Pero sacando fuerzas de flaqueza, le respondí: Yo, señor, soy el mesmo que vuestra merced dice: ¿qué es lo que se me manda? Él luego en oyendo esto, abrió los brazos, y me los echó al cuello, y sin duda me besara en la frente, si la grandeza del cuello no lo impidiera, y dijome: Vuestra merced, señor Cervantes, me tenga por su servidor y por su amigo, porque há muchos dias que le soy muy aficionado, así por sus obras como por la faina de su apacible condicion. Oyendo lo cual respiré, y los espiritus que andaban alborotados, se sosegaron; y abrazándole yo tambien con recato de no ajarle el cuello, le dije: Yo no conozco á vuestra merced si no es para servirle; pero por las muestras bien se me trasluce que vuestra merced es muy discreto y muy principal: ca lidades que obligan á tener en veneracion á la persona que las tiene. Con estas pasamos otras corteses razones, y anduvieron por alto los ofrecimientos, y de lance en lance, me dijo: Vuestra merced sabrá, señor Cervántes, que yo por la gracia de Apolo soy poeta, ó á lo ménos deseo serlo, y mi nombre es Pancracio de Roncesvalles. Miguel. Nunca tal creyera, si vuestra merced no me lo hubiera dicho por su mesma boca. Pancracio. ¡Pues por qué no lo creyera vuestra merced? Mig. Porque los poetas por maravilla andan tan atildados como vuestra merced, y es la causa, que como son de ingenio tan altaneros y remontados, ántes atienden á las cosas del espíritu, que á las del cuerpo. Yo, señor, dijo él, soy mozo, soy rico y soy enamorado : partes que deshacen en mi la flojedad que infunde la poesía. Por la mocedad tengo brio; con la riqueza, con que mostrarle; y con el amor, con que no parecer descuidado. Las tres partes del camino, le dije yo, se tiene vuestra merced andadas para llegar á ser buen poeta. Panc. ¿Cuáles son? Mig. La de la riqueza y la del amor. Porque los partos de los ingenios de la persona rica y enamorada son asombros de la avaricia, y estímulos de la liberalidad, y en el poeta pobre la mitad de sus divinos partos y pensamientos se los llevan los cuidados de buscar el ordinario sustento. Pero digame vuestra merced, por su vida: ¿de qué suerte de menestra poética gasta ó gusta mas? A lo que respondió: No entiendo eso de menestra poética. Mig. Quiero decir, que á qué género de poesía es vuestra merced mas inclinado, al lirico, al heróico, ó al cómico. A todos estilos me amaño, respondió él; pero en el que mas me ocupo es en el cómico. Mig. Desa manera habrá vuestra merced compuesto algunas comedias, Panc. Muchas, pero solo una se ha representado. Mig. ¿Pareció bien? Panc. Al vulgo no. Mig. ¿ Y á los discretos? Panc. Tampoco. Mig. ¿La causa? Panc. La causa fué, que la achacaron que era larga en los razonamientos, no muy pura en los versos, y desmayada en la invencion. Tachas son estas, respondi yo, que pudieran hacer parecer malas las del mesmo Plauto. Y mas, dijo él, que no pudieron juzgalla, porque no la dejaron acabar segun la gritaron. Con todo esto, la echó el autor para otro dia ; pero por |