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Por ver de aquellos veinte la insolencia.
Tú, sardo militar, LOFRASO, fuiste
Uno de aquellos bárbaros corrientes,
Que del contrario el número creciste.
Mas no por esta mengua los valientes
Del escuadron católico temieron,
Poetas madrigados y excelentes.
Antes tanto coraje concibieron
Contra los fugitivos corredores,
Que riza en ellos y matanza hicieron.
¡Oh falsos y malditos trovadores,
Que pasais plaza de poetas sabios,
Siendo la bez de los que son peores !
Entre la lengua, paladar y labios
Anda contino vuestra poësia,
Haciendo á la virtud cien mil agravios.
Poetas de atrevida hipocresia,
Esperad, que de vuestro acabamiento
Ya se ha llegado el temeroso dia.

De las confusas voces el concento
Confuso por el aire resonaba

De espesas nubes condensando el viento.
Por la falda del monte gateaba
Una tropa poética, aspirando

A la cumbre, que bien guardada estaba.
Hacian hincapié de cuando en cuando,
Y con hondas de estallo y con ballestas
Iban libros enteros disparando.

No del plomo encendido las funestas Balas pudieran ser dañosas tanto, Ni al disparar pudieran ser mas prestas.

Un libro mucho mas duro que un canto A JUSEPE DE VARGAS dió en las sienes, Causándole terror, grima y espanto.

Gritó, y dijo á un soneto: -Tú, que vienes
De satírica pluma disparado,
¿Por qué el infame curso no detienes?

Y cual perro con piedras irritado,
Que deja al que las tira, y va tras ellas,
Cual si fueran la causa del pecado,

Entre los dedos de sus manos bellas
Hizo pedazos al soneto altivo,
Que amenazaba al sol y á las estrellas.
Y díjole Cilenio:- Ŏ rayo vivo
Donde la justa indignacion se muestra
En un grado y valor superlativo,

La espada toma en la temida diestra,
Y arrójate valiente y temerario
Por esta parte, que el peligro adiestra.
En esto del tamaño de un breviario
Volando un libro por el aire vino,
De prosa y verso que arrojó el contrario.
De verso y prosa el puro desatino

Nos dió á entender que de ARBOLÁNCHES eran
Las Avidas pesadas de contino.

Unas rimas llegaron, que pudieran
Desbaratar el escuadron cristiano,
Si acaso vez segunda se imprimieran.
Dióle á Mercurio en la derecha mano
Una sátira antigua licenciosa,
De estilo agudo, pero no muy sano.

De una intricada y mal compuesta prosa,
De un asunto sin jugo y sin donaire,
Cuatro novelas disparó PEDROSA.

Silbando recio, y desgarrando el aire,

Otro libro llegó de rimas solas
Hechas al parecer como al desgaire.
Violas Apolo, y dijo, cuando violas:

Dios perdone à su autor, y á mi me guarde

De algunas rimas sueltas españolas.

Llegó el PASTOR DE IBERIA, aunque algo tarde,
Y derribó catorce de los nuestros,
Haciendo de su ingenio y fuerza alarde.
Pero dos valerosos, dos maestros,
Dos lumbreras de Apolo, dos soldados,
Unicos en bablar, y en obrar diestros;

Del monte puestos en opuestos lados
Tanto apretaron á la turba multa,
Que volvieron atras los encumbrados.

ES GREGORIO DE ANGULO el que sepulta
La canalla, y con él PEDRO DE SOTO,
De prodigiose ingenio y vena culta,

Doctor aquel, estotro único y doto Licenciado, de Apolo ambos secuaces, Con raras obras y ánimo devoto.

Las dos contrarias indignadas haces
Ya miden las espadas, ya se cierran
Duras en su teson y pertinaces.

Con los dientes se muerden, y se aferran
Con las garras, las fieras imitando;
Que toda piedad de sí destierran.

Haldeando venía y trasudando
El autor de La Picara Justina,
Capellan lego del contrario bando.

Y cual si fuera de una culebrina Disparó de sus manos su librazo, Que fué de nuestro campo la ruina.

Al buen TOMAS GRACIAN mancó de un brazo,
A MEDINILLA derribó una muela,

Y le llevó de un muslo un gran pedazo.
Una despierta nuestra centinela
Gritó: Todos abajen la cabeza,
Que dispara el contrario otra novela.-
Dos pelearon una larga pieza,

Y el uno al otro con instancia loca
De un envion, con arte y con destreza,
Seis seguidillas le encajó en la boca,
Con que le bizo vomitar el alma,
Que salió libre de su estrecha roca.

De la furia el ardor, del sol la calma
Tenia en duda de una y otra parte
La vencedora y pretendida palma.

Del cuervo en esto el lóbrego estandarte
Cede al del cisne, porque vino al suelo
Pasado el corazon de parte á parte.

Su alférez, que era un andaluz mozuelo,
Trovador repeutista, que subia
Con la soberbia mas allá del cielo,

Helósele la sangre que tenia,

Murióse cuando vió que muerto estaba,
La turba, pertinaz en su porfia.

Puesto que ausente el gran LUPERCIO estaba
Coa un solo soneto suyo hizo

Lo que de su grandeza se esperaba.
Descuaderno, desencajó, deshizo
Del opuesto escuadron catorce hileras,
Dos criollos mató, birió un mestizo.

De sus sabrosas burlas y sus véras
El magno cordobes, un cartapacio
Disparó, y aterró cuatro banderas.

Daba ya indicios de cansado y lacio El brio de la bárbara canalla, Peleando mas flojo y mas despacio. Mas renovóse la fatal batalla Mezclándose los unos con los otros, Ni vale arnes, ni presta dura malla.

Cinco melifluos sobre cinco potros Llegaron, y embistieron por un lado, Y lleváronse cinco de nosotros.

Cada cual como moro ataviado, Con mas letras y cifras que una carta De príncipe enemigo y recatado,

De romances moriscos una sarta, Cual si fuera de balas enramadas, Llega con furia y con malicia harta.

Y á no estar dos escuadras avisadas
De las nuestras del recio tiro y presto,
Era fuerza quedar desbaratadas.

Quiso Apolo indignado echar el resto
De su poder y de su fuerza sola,
Y dar al enemigo fin molesto.

Y una sacra cancion, donde acrisola
Su ingenio, gala, estilo y bizarría
BARTOLOMÉ LEONARDO DE ARGENSOLA,
Cual si fuera un petrarte Apolo envía
Adonde está el teson mas apretado,
Mas dura y mas furiosa la porfia.

Cuando me paro á contemplar mi estado,
Comienza la cancion, que Apolo pone
En el lugar mas noble y levantado.
Todo lo mira, todo lo dispone

Con ojos de Argos, manda, quita y veda,

Y del contrario à todo ardid se opone.

Tan mezclados están, que no hay quien pueda

Discernir cuál es malo, ó cuál es bueno,
Cuál es GARCILASISTA ÓTIMONEDA.

Pero un mancebo de ignorancia ajeno,
Grande escudriñador de toda historia,
Rayo en la pluma y en la voz un trueno,
Llegó tan rica el alma de memoria,
De sana voluntad y entendimiento,
Que fué de Febo y de las musas gloria.
Con este aceleróse el vencimiento,
Porque supo decir: Este merece
Gloria, pero aquel no, sino tormento.
Y como ya con distincion parece
El justo y el injusto combatiente,
El gusto al paso de la pena crece.

Tú, PEDRO MANTUANO el excelente,
Fuiste quien distinguió de la confusa
Máquina el que es cobarde del valiente.
JULIAN DE ALMENDARIZ DO rebusa,
Puesto que llegó tarde, en dar socorro
Al rubio Delio con su ilustre musa.

Por las rucias que peino, que me corro
De ver que las comedias endiabladas,
Por divinas se pongan en el corro.

Y a pesar de las limpias y atildadas
Del cómico mejor de nuestra Hesperia,
Quieren ser conocidas y pagadas.

Mas no ganaron mucho en esta feria,
Porque es discreto el vulgo de la corte,
Aunque le toca la comun miseria.

De llano no le déis, dadle de corte,
Estancias Polifemas, al poeta
Que no os tuviere por su guia y norte.
Inimitables sois, y á la discreta
Gala que descubris en lo escondido,
Toda elegancia puede estar sujeta.
Con estas municiones el partido
Nuestro se mejoró de tal manera,
Que el contrario se tuvo por vencido.
Cayó su presuncion soberbia y fiera,
Derrúmbanse del monte abajo cuantos
Presumieron subir por la ladera.

La voz prolija de sus roncos cantos
El mal suceso con rigor la vuelve
En interrotos y funestos llantos.

Tal bubo, que cayendo se resuelve
De asirse de una zarza, ó cabrabigo,
Y en llanto, á lo de Ovidio, se disuelve.
Cuatro se arracimaron à un quejigo
Como enjambre de abejas desmandada',
Y le estimaron por el lauro amigo.

Otra cuadrilla virgen, por la espada,
Y adúltera de lengua, dió la cura
A sus piés de su vida almidonada.

BARTOLOMÉ llamado DE SEGURA
El toque casi fué del vencimiento:
Tal es su ingenio, y tal es su cordura.
Resonó en esto por el vago viento
La voz de la vitoria repetida
Del número escogido en claro acento.
La miserable, la fatal caida
De las musas del limpio tagarete
Fué largos siglos con dolor plañida.

A la parte del llanto (¡ay me!) se mete
Zapardiel, famoso por su pesca,
Sin que un pequeño instante se quiete.
La voz de la vitoria se refresca,
Vitoria suena aquí, y allí vitoria,
Adquirida por nuestra soldadesca,
Que canta alegre la alcanzada gloria.
CAPITULO VIII.

Al caer de la máquina excesiva
Del escuadron poético arrogante
Que en su no vista muchedumbre estriba :
Un poeta, mancebo y estudiante,
Dijo - Cal, paciencia; que algun dia
Será la nuestra, mi valor mediante.
De nuevo afilaré la espada mia,
Digo mi pluma, y cortaré de suerte
Que dé nueva excelencia á la porfia.

Que ofrece la comedia, si se advierte,
Largo campo al ingenio, donde pueda

Librar su nombre del olvido y muerte.

Fué desto ejemplo JUAN DE TIMONEDA,
Que con solo imprimir, se hizo eterno,
Las comedias del gran LOPE de Rueda,
Cinco vuelcos daré eu el propio infierno
Por hacer recitar una que tengo
Nombrada: El gran Bastardo de Salerno.
Guarda, Apolo, que baja guarde rengo
El golpe de la mano mas gallarda

Que ha visto el tiempo en su discurso luengo.-
En esto el claro son de una bastarda,
Alas pone en los piés de la vencida
Gente del mundo perezosa y tarda.

Con la esperanza del vencer perdida,
No hay quien no atienda con lijero paso,
Si no à la honra, à conservar la vida.

Desde las altas cumbres de Parnaso
De un salto uno se puso en Guadarrama,
Nuevo, no visto y verdadero caso.

Y al mismo paso la parlera fama
Cundió del vencimiento la alta nueva,
Desde el claro Caïstro hasta Jarama.

Lloró la gran vitoria el turbio Esgueva.
Pisuerga la rió, rióla Tajo,

Que en vez de arena granos de oro lleva.
Del cansancio, del polvo y del trabajo
Las rubicundas hebras de Timbreo,
Del color se pararon de oro bajo.

Pero viendo cumplido su deseo,
Al son de la guitarra mercuriesca
Hizo de la gallarda un gran paseo.

Y de Castalia en la corriente fresca El rostro se lavó, y quedó luciente Como de acero la segur turquesca.

Pulióse luego, y adornó su frente De majestad mezclada con dulzura, Indicios claros del placer que siente.

Las reinas de la humana hermosura
Salieron de do estaban retiradas
Mientras duraba la contienda dura :

Del árbol siempre verde coronadas,
Y en medio la divina Poesía,
Todas de nuevas galas adornadas.
Melpomene, Tersicore y Talia,
Polimnia, Urania, Erato, Euterpe y Clio,
Y Caliope, hermosa en demasía,

Muestran ufanas su destreza y brio,
Tejiendo una entricada y nueva danza
Al dulce son de un instrumento mio.

Mio, no dije bien, mentí á la usanza De aquel que dice propios los ajenos Versos, que son mas dinos de alabanza.

Los anchos prados, y los campos llenos
Están de las escuadras vencedoras
(Que siempre van á mas, y nunca á ménos):
Esperando de ver de sus mejoras

El colmo con los premios merecidos
Por el sudor y aprieto de seis horas.

Piensan ser los llamados escogidos,
Todos á premios de grandeza aspiran,
Tiéneuse en mas de lo que son tenidos :
Ni á calidades ni riquezas miran,

A su ingenio se atiene cada uno,

Y si hay cuatro que acierten, mil deliran
Mas Febo, que no quiere que ninguno
Quede quejoso dél, mandó á la Aurora
Que vaya y coja in tempore oportuno
De las faldas floriferas de Flora
Cuatro tabaques de purpúreas rosas,
Y seis de perlas de las que ella llora.
Y de las nueve por extremo hermosas
Las coronas pidió, y al darlas ellas
En nada se mostraron perezosas.

Tres, á mi parecer, de las mas bellas
A Parténope sé que se enviaron,
Y fué Mercurio el que partió con ellas.
Tres sugetos las otras coronaron,
Alli en el mesmo monte peregrinos,
Con que su patria y nombre eternizaron.
Tres cupiefon á España, y tres divinos
Poetas se adornaron la cabeza,

De tanta gloria justamente dinos.

697

La envidia monstruo de naturaleza Maldita y carcomida, ardiendo en saña A murmurar del sacro don empieza. Dijo¿Será posible que en España Haya nueve poetas laureados?

Alta es de Apolo, pero simple hazaña. —
Los demas de la turba, defraudados
Del esperado premio, repetian
Los himnos de la envidia mal cantados.
Todos por laureados se tenian
En su imaginacion, antes del trance,
Y al cielo quejas de su agravio envían.
Pero ciertos poetas de romance,
Del generoso premio hacer esperan
A despecho de Febo presto alcance.

Otros, aunque latinos, desesperan
De tocar del laurel solo una hoja,
Aunque del caso en la demanda mueran.
Véngase ménos el que mas se enoja,
Y alguno se tocó sienes y frente,
Que de estar coronado se le antoja.
Pero todo deseo impertinente
Apolo repartió, premiando á cuantos
Poetas tuvo el escuadron valiente.

De rosas, de jazmines y amarantos
Flora le presentó cinco cestones,
Y la Aurora de perlas otros tantos.

Estos fuéron, letor dulce, los doncs
Que Delio repartió con larga mano
Entre los poetisimos varones.

Quedando alegre cada cual y ufano Con un puño de perlas y una rosa, Estimando este premio sobrehumano;

porque fuese mas maravillosa La fiesta y regocijo, que se bacia Por la vitoria insigne y prodigiosa,

La buena, la importante Poesía
Mandó traer la bestia, cuya pata
Abrió la fuente de Castalia fria.

Cubierta de finisima escarlata,
Un lacayo la trujo en un instante,
Tascando un freno de bruñida plata.
Envidiarle pudiera Rocinante

Al gran Pegaso de presencia brava,
Y aun Brilladoro el del señor de Anglante.
Con no sé cuántas alas adornaba
Manos y piés, indicio manifiesto
Que en lijereza al viento aventajaba.

Y por mostrar cuán ágil y cuán presto
Era, se alzó del suelo cuatro picas,
Con un denuedo y ademan compuesto.
Tú, que me escuchas, si el oído aplicas
Al dulce cuento deste gran Viaje,
Cosas nuevas oirás de gusto ricas.

Era del bel troton todo el herraje
De durísima plata diamantina,
Que no recibe del pisar ultraje.

De la color que llaman columbina,
De raso en una funda trae la cola,
Que suelta, con el suelo se avecina.

Del color del carmin ó de amapola
Erau sus clines, y su cola gruesa,
Ellas solas al mundo, y ella sola.

Tal vez anda despacio, y tal apriesa,
Vuela tal vez, y tal hace corvetas,
Tal quiere relinchar, y luego cesa.

¡Nueva felicidad de los poetas!
Unos sus excrementos recogian
En dos de cuero grandes barjuletas.
Pregunté para qué lo tal baciau,
Respondióme Cilenio à lo bellaco,
Con no sé qué vislumbres de ironía :

-

Esto que se recoge, es el tabaco, Que á los vaguidos sirve de cabeza De algun poeta de celebro flaco.

Urania de tal modo lo adereza, Que puesto á las narices del doliente, Cobra salud, y vuelve á su entereza.-Un poco entonces arrugué la frente, Ascos haciendo del remedio extraño, Tan de los ordinarios diferente.

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(Leyóme el pensamiento). Este remédio De los vaguidos cura y sana el daño.

No come este rocin lo que en asedio Duro y penoso comen los soldados, Que están entre la muerte y hambre en medio. Son deste tal los piensos regalados, Ambar y almizcle entre algodones puesto, Y bebe del rocío de los prados.

Tal vez le damos de almidon un cesto, Tal de algarrobas con que el vientre llena, Y no se estrine, ni se va por esto.

-Sea, le respondi, muy norabuena, Tieso estoy de celebro por ahora, Vaguido alguno no me causa pena.

La nuestra en esto universal señora,
Digo la Poesía verdadera,

Que con Timbreo y con las musas mora,
En vestido subcinto, á la lijera
El monte discurrió y abrazó á todos,
Hermosa sobre modo, y placentera.

—¡Oh sangre vencedora de los godos!
Dijo de aquí adelante ser tratada
Con mas suaves y discretos modos

Espero ser, y siempre respetada
Del ignorante vulgo, que no alcanza,
Que puesto que soy pobre, soy honrada.
Las riquezas os dejo en esperanza,
Pero no en posesion, premio seguro
Que al reino aspira de la inmensa holganza.
Por la belleza deste monte os juro,
Que quisiera al nias minimo entregalle
Un privilegio de cien mil de juro.

Mas no produce minas este valle,
Aguas sí, salutíferas y buenas,
Y monas que de cisnes tienen talle.
Volved å ver, ó amigos, las arenas
Del aurífero Tajo en paz segura,
Y en dulces horas de pesar ajenas.
Que esta inaudita hazaña os asegura
Eterno nombre en tanto que dé Febo
Al mundo aliento, y luz serena y pura.—
¡Oh maravilla nueva, oh caso nuevo,
Digno de admiracion que cause espanto,
Cuya extrañeza me admiró de nuevo!

Morfeo, el dios del sueño, por encanto
Alii se apareció, cuya corona
Era de ramos de beleño santo.

Flojisimo de brio y de persona,
De la pereza torpe acompañado,
Que no le deja á vísperas ní á nona.

Traia al Silencio à su derecho lado, El Descuido al siniestro, y el vestido Era de blanda lana fabricado.

De las aguas que llaman del olvido, Traia un gran caldero, y de un hisopo Venía como aposta prevenido.

Asia á los poetas por el hopo,

Y aunque el caso los rostros les volvia
En color encendida de piropo,

El nos bañaba con el agua fria,
Causándonos un sueño de tal suerte,
Que dormimos un dia y otro dia.

Tal es la fuerza del licor, tan fuerte
Es de las aguas la virtud, que pueden
Competir con los fueros de la muerte.

Hace el ingenio alguna vez que queden
Las verdades sin crédito ninguuo,
Por ver que á toda contingencia exceden.
Al despertar del sueño así importuno,
Ni vi monte, ni monta, dios, ní diosa,
Ni de tanto poeta vide alguno.

Por cierto extraña y nunca vista cosa;
Despabilé la vista, y parecióme
Verme en medio de una ciudad famosa.
Admiracion y grima el caso dióme;
Torné á mirar, porque el temor ó engaño
No de mi buen discurso el paso tome.

Y díjeme á mi mismo: No me engaño :
Esta ciudad es Nápoles la ilustre,
Que yo pisé sus ruas mas de un año :

De Italia gloria, y aun del mundo lustre, Pues de cuantas ciudades él encierra

Ninguna puede haber que asi le ilustre.
Apacible en la paz, dura en la guerra,
Madre de la abundancia y la nobleza,
De elíseos campos y agradable sierra.

Si vaguidos no tengo de cabeza,
Paréceme que está mudada en parte,
De sitio, aunque en aumento de belleza.
¿Qué teatro es aquel, donde reparte
Con él cuanto contiene de hermosura,
La gala, la grandeza, industria y arte?

Sin duda el sueño en mis pálpebras dura, Porque este es edificio imaginado, Que excede á toda humana compostura. Llegóse en esto á mí disimulado Un mi amigo, llamado Promontorio, Mancebo en dias, pero gran soldado.

Creció la admiracion viendo notorio Y palpable que en Nápoles estaba, Espanto á los pasados acesorio.

Mi amigo tiernamente me abrazaba, Y con tenerme entre sus brazos, dijo, Que del estar yo allí mucho dudaba,

Llamóme padre, y yo llaméle bijo, Quedó con esto la verdad en punto, Que aquí puede llamarse punto fijo.

Dijome Promontorio : - Yo barrunto,
Padre, que algun gran caso à vuestras canas
Las trae tan lejos ya semidifunto.
-En mis horas tan frescas y tempranas
Esta tierra babité, hijo, le dije,
Con fuerzas mas briosas y lozanas.

Pero la voluntad que á todos rige,
Digo, el querer del cielo, me ha traido
A parte que me alegra mas que aflige.-
Dijera mas, sino que un gran ruido
De pifanos, clarines y tambores
Me azoró el alma, y alegró el oído;

Volvi la vista al son, vi los mayores

Aparatos de fiesta que vió Roma
En sus felices tiempos y mejores.

Dijo mi amigo: - Aquel que ves que asoma
Por aquella montaña contraliecha,
Cuyo brio al de Marte oprime y doma,
Es un alto sugeto, que deshecha
Tiene á la envidia en rabia, porque pisa
De la virtud la senda mas derecha.

De gravedad y condicion tan lisa,

Que suspende y alegra á un mismo instante, Y con su aviso al mismo aviso avisa.

Mas quiero, ántes que pases adelante
En ver lo que verás, sí estás atento,
Darte del caso relacion bastante.

Será DON JUAN DE TASIS de mi cucuto
Principio, porque sea memorable,
Y lleguen mis palabras á mi intento.

Este varon, en liberal notable,
Que una mediana villa le bace conde,
Siendo rey en sus obras admirable:

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Este, que sus haberes nunca esconde.
Pues siempre los reparte, ó los derrama,
Ya sepa adónde, ó ya no sepa adónde :
Este, á quien tiene tan en fil la fama,
Puesta la alteza de su nombre claro,
Que liberal y pródigo se llama,

Quiso pródigo aquí, y allí no avaro,
Primer mantenedor ser de un torneo,
Que á fiestas sobrehumanas le comparo.
Responden sus graudezas al deseo
Que tiene de mostrarse alegre, viendo
De España y Francia el regio himeneo.

Y este que escucbas, duro, alegre estruendo,
Es señal que el torneo se comienza,
Que admira por lo rico y estupendo.

Arquimedes el graude se avergüenza
De ver que este teatro milagroso
Su ingenio apoque, y á sus trazas venza.
Digo pues, que el mancebo generoso,
Que alli desciende de encarnado y plata,
Sobre todo mortal curso brioso,

Es el CONDE DE LEMOS, que dilata
Su fama con sus obras por el mundo,
Y que lleguen al cielo en tierra trata':

Y aunque sale el primero, es el segundo Mantenedor, y en buena cortesía Esta ventaja califico y fundo.

El DUQUE DE NOCERA, luz y guia Del arte militar, es el tercero Mantenedor deste festivo dia.

El cuarto, que pudiera ser primero,
ES DE SANTELMO el fuerte CASTELLANO,
Que al mesmo Marte en el valor prefiero.
El quinto es otro Enéas el troyano,
ARROCIOLO, que gana en ser valiente
Al qué fué verdadero, por la mano.—
El gran concurso y número de gente
Estorbó que adelante prosiguiese
La comenzada relacion prudente.

Por esto le pedí que me pusiese
Adonde sin ningun impedimento
El gran progreso de las fiestas viese.
Porque luego me vino al pensamiento
De ponerlas en verso numeroso,
Favorecido del febeo aliento.

Hizolo así, y yo vi lo que no oso
Pensar, que no decir, que aquí se acorta
La lengua y el ingenio mas curioso.

Que se pase en silencio es lo que importa
Y que la admiracion supla esta falta,
El mesmo grandioso caso exhorta.

Puesto que despues supe que con alta
Magnifica elegancia milagrosa,
Donde ni sobra punto ni le falta,

El curioso DoN JUAN DE OQUINA en prosa
La puso, y dió á la estampa para gloria
De nuestra edad, por esto venturosa.

Ni en fabulosa o verdadera historia Se balla que otras fiestas hayan sido, Ni pueden ser mas dignas de memoria. Desde allí, y no sé cómo, fui traido Adonde vi al gran DUQUE DE PASTRANA Mil parabienes dar de bien venido ;

Y que la fama en la verdad ufana Contaba que agradó con su presencia, Y con su cortesia sobrehumana :

Que fué nuevo Alejandro en la excelencia Del dar, que satisfizo á todo cuanto Puede mostrar real magnificencia;

Colmo de admiracion, lleno de espanto, Entré en Madrid en traje de romero, Que es granjeria el parecer ser santo. Y desde lejos me quitó el sombrero El famoso ACEVEDO, y dijo: A Dio, Voi sinte il ben venuto, cavaliero; So parlar zenoese, e tusco anch'io. — Y respondi: -La vostra signoria Sia la ben trovata, padron mio.

Topé à LUIS VELEZ, lustre y alegría, Y discrecion del trato cortesano,

Y abracéle en la calle à mediodía.

El pecho, el alma, el corazon, la mano Di á PEDRO DE MORALES, y un abrazo, Y alegre recebi á JUSTINIANO.

Al volver de una esquina sentí un brazo Que el cuello me ceñia, miré cúyo, Y mas que gusto me causó embarazo,

Por ser uno de aquellos (no rebuyo
Decirlo) que al contrario se pasaron,
Llevados del cobarde intento suyo.

Otros dos al del Layo se llegaron,
Y con la risa falsa del conejo,
Y con muchas zalemas me hablaron.
Yo socarron, yo poeton ya viejo
Volviles á lo tierno las saludes,
Sin mostrar mal talante ó sobrecejó.

No dudes, ó letor caro, no dudes, Sino que suele el disimulo á veces Servir de aumento à las demas virtudes.

Dinoslo tú, David, que aunque pareces Loco en poder de Aquís, de tu cordura Fingiendo el loco, la grandeza ofreces. Dejélos esperando coyuntura

Y ocasion mas secreta para dalles
Vejámen de su miedo, ó su locura.
Si encontraba poetas por las calles,

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Y dejástesme á mí, que ver deseo
Del Parnaso las fuentes elegantes.

Que caducais sin duda alguna creo :
Creo, no digo bien : mejor diria
Que toco esta verdad, y que la veo. -

Otro, que al parecer, de argentería, De nácar, de cristal, de perlas y oro Sus infinitos versos componia,

Me dijo bravo, cual corrido toro: -No sé yo para qué nadie me puso En lista con tan bárbaro decoro. -Así el discreto Apolo lo dispuso, A los dos respondí, y en este hecho De ignorancia ó malicia no me acuso.-Fuime con esto, y lleno de despecho Busqué mi antigua y lóbrega posada, Y arrojéme molido sobre el lecho ; Que cansa cuando es larga una jornada.

ADJUNTA AL PARNASO.

ALGUNOS dias estuve reparándome de tan largo viaje, al cabo de los cuales salí á ver y á ser visto, y á recebir parabienes de mis amigos, y malas vistas de mis enemigos; que puesto que pienso que no tengo ninguno, todavía no me aseguro de la comun suerte. Sucedió pues que saliendo una mañana del monesterio de Atocha, se llegó á mi un mancebo al parecer de veinte y cuatro años, poco mas ó ménos, todo limpio, todo aseado y todo crujiendo gorgoranes, pero con un cuello tan grande y tan almidonado, que creí que para llevarle fueran menester los hombros de un Atlante. Hijos deste cuello eran dos puños chatos, que comenzando de las muñecas, subian y trepaban por las canillas del brazo arriba, que parecia que iban á dar asalto á las barbas. No he visto yo hiedra tan codiciosa de subir desde el pié de la muralla donde se arrima, hasta las almenas, como el ahinco que llevaban estos puños á ir á darse de puñadas con los codos. Finalmente, la exorbitancia del cuello y puños era tal, que en el cuello se escondia y sepultaba el rostro, y en los puños los brazos. Digo pues que el tal mancebo se llegó á mí, y con voz grave y reposada me dijo: ¿Es por ventura vuestra merced el señor Miguel de Cervantes Saavedra, el que há pocos dias que vino del Parnaso? A esta pregunta creo sin duda que perdi la color del rostro, porque en un instante imaginé y dije entre mi: ¿Si es este alguno de los poetas que puse, ó dejé de poner en mi Viaje, y viene ahora á darme el pago que él se imagina se me debe? Pero sacando fuerzas de flaqueza, le respondí: Yo, señor, soy el mesmo que vuestra merced dice: ¿qué es lo que se me manda? Él luego en oyendo esto, abrió los brazos, y me los echó al cuello, y sin duda me besara en la frente, si la grandeza del cuello no lo impidiera, y dijome: Vuestra merced, señor Cervantes, me tenga por su servidor y por su amigo, porque há muchos dias que le soy muy aficionado, así por sus obras como por la faina de su apacible condicion. Oyendo lo cual respiré, y los espiritus que andaban alborotados, se sosegaron; y abrazándole yo tambien con recato de no ajarle el cuello, le dije: Yo no conozco á vuestra merced si no es para servirle; pero por las muestras bien se me trasluce que vuestra merced es muy discreto y muy principal: ca

lidades que obligan á tener en veneracion á la persona que las tiene. Con estas pasamos otras corteses razones, y anduvieron por alto los ofrecimientos, y de lance en lance, me dijo: Vuestra merced sabrá, señor Cervántes, que yo por la gracia de Apolo soy poeta, ó á lo ménos deseo serlo, y mi nombre es Pancracio de Roncesvalles. Miguel. Nunca tal creyera, si vuestra merced no me lo hubiera dicho por su mesma boca. Pancracio. ¡Pues por qué no lo creyera vuestra merced? Mig. Porque los poetas por maravilla andan tan atildados como vuestra merced, y es la causa, que como son de ingenio tan altaneros y remontados, ántes atienden á las cosas del espíritu, que á las del cuerpo. Yo, señor, dijo él, soy mozo, soy rico y soy enamorado : partes que deshacen en mi la flojedad que infunde la poesía. Por la mocedad tengo brio; con la riqueza, con que mostrarle; y con el amor, con que no parecer descuidado. Las tres partes del camino, le dije yo, se tiene vuestra merced andadas para llegar á ser buen poeta. Panc. ¿Cuáles son? Mig. La de la riqueza y la del amor. Porque los partos de los ingenios de la persona rica y enamorada son asombros de la avaricia, y estímulos de la liberalidad, y en el poeta pobre la mitad de sus divinos partos y pensamientos se los llevan los cuidados de buscar el ordinario sustento. Pero digame vuestra merced, por su vida: ¿de qué suerte de menestra poética gasta ó gusta mas? A lo que respondió: No entiendo eso de menestra poética. Mig. Quiero decir, que á qué género de poesía es vuestra merced mas inclinado, al lirico, al heróico, ó al cómico. A todos estilos me amaño, respondió él; pero en el que mas me ocupo es en el cómico. Mig. Desa manera habrá vuestra merced compuesto algunas comedias, Panc. Muchas, pero solo una se ha representado. Mig. ¿Pareció bien? Panc. Al vulgo no. Mig. ¿ Y á los discretos? Panc. Tampoco. Mig. ¿La causa? Panc. La causa fué, que la achacaron que era larga en los razonamientos, no muy pura en los versos, y desmayada en la invencion. Tachas son estas, respondi yo, que pudieran hacer parecer malas las del mesmo Plauto. Y mas, dijo él, que no pudieron juzgalla, porque no la dejaron acabar segun la gritaron. Con todo esto, la echó el autor para otro dia ; pero por

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